Por la mañana salimos temprano y fuimos caminando bajo la lluvia los 15-20 minutos que separan el hotel de la estación de Intelaken Ost. Una vez allí cogimos un tren a Lauterbrunnen.
«Lauter Brunnen» significa "solo fuentes". Eso ya nos da una pista de lo que nos vamos a encontrar. Y es que en el valle Lauterbrunnental hay nada menos que 72 cataratas. Un monumento característico es el Staubbachfall, que cae casi 300 metros a la profundidad desde una pared rocosa impresionante, una de las cataratas de caída libre más grandes de Europa. El poeta Johann Wolfgang von Goethe, que visitaba el valle en 1779, se hizo inspirar por las masas de agua, escribiendo el poema "Canto de los espíritus sobre las aguas".
A la salida de la estación cogimos el autobús a la cascada de Trummelbach (tiene una parada con su nombre). Para llegar a la cascada sólo se tiene que cruzar la carretera y caminar un poquito. Abren a las 10. Cuesta 11 CHF pero con la tarjeta que nos regalan en el hotel nos hacen un descuento de 1 CHF. Para acceder a la cascada, que es subterránea, primero tienes que subir en un ascensor interior (que supera una altura de 100 metros) y después ir haciendo el recorrido.
La cascada baja con mucha fuerza y es fácil mojarse. 20.000 litros de agua por segundo nada menos.También es conveniente ir a primera hora (abren a las 10) para que no haya demasiada gente. Las Cataratas de Trümmelbach constituyen la única cascada de origen glaciar con acceso subterráneo. Sus saltos conducen las aguas de deshielos provenientes del glaciar del monte Jungfrau hacia el valle. Su corriente, aparte de agua, también arrastra anualmente más de 20.000 toneladas de piedras y guijarros, provocando así un estruendo en toda la montaña ( a nosotros si llegamos a caernos dentro).

Los Saltos de Trümmelbach forman parte de las 72 cascadas del Valle de Lauterbrunnen, al que también pertenece el Salto de Staubbach, como comentaba. Es espectacular.
Un sendero relativamente plano conduce desde Lauterbrunnen hasta Stechelberg, pasando por paredes verticales de varios cientos de metros de altura y desde las cuales se precipitan estos impresionantes saltos de agua.
Hecha la visita volvimos a cruzar la carretera y cogimos de nuevo el bus en dirección a Stechelberg. Nos bajamos en la parada del teleférico (enorme, caben unas 60 personas) a Schiltorn (Schilthornbahn).
La subida al Piz Gloria no valía la pena porque desde la TV que tienen en la oficina donde compras los billetes ya se veía todo cubierto de niebla así que subimos sólo la primera parte, la que lleva al bonito y tranquilo pueblo de Gimmelwald, con preciosas vistas a las montañas.
Con buen tiempo, sin vértigo y con ganas se puede llegar al pico Schilthorn, de 3.000 metros, más conocido como Piz Gloria, con un teleférico que recorre 7 km., en cuatro etapas, desde Stechelberg y pasa por Gimmelwald, Mürren y Birg. En la cima encontramos el restaurante giratorio “Piz Gloria”, revestido de aluminio, que aparece en la película de James Bond “007 Al servicio de su majestad”, protagonizada por un mediocre George Lazenby, ante el que las damiselas retenidas por Telly Savalas caían rendidas con una sola mirada. Una exposición permanente se encarga de revivir y recordar esos momentos de rodaje de una película que fue un fiasco comercial (y con razón aunque tenga grandísimos defensores).
Volviendo a hablar de Gimmelwald decir como curiosidad que dispone que una tienda de recuerdos self-service en todo, hasta para pagar. Tiene las puertas abiertas, coges lo que te guste y colocas en unos sobres el precio estipulado. No apto para ladrones.

Tampoco es que estemos muy bajos. El pueblo se sitúa a 1.400 metros de altitud. A mí me pareció muy bonito. Y nada de coches. Solo se puede subir en el teleférico.
Después de un paseo, viendo casas, paisajes y terneritos que me chupaban los dedos con ansia, volvimos a coger el teleférico y luego el bus a Lauterbrunnen. Ya de regreso a la estación de Interlaken Ost fuimos a la estación de los ferries y cogimos uno a Brienz. En el camino tuvimos la oportunidad de ver casi al final del trayecto la espectacular cascada de Giessbach. Tiene una altura de 500 metros. Allí se encuentra también el precioso Hotel Giessbach, de 1874-1875. Hasta la Primera Guerra Mundial en ese hotel se alojaban familias realez, diplomáticos, artistas o jefes de Estado. Pero después de las dos guerras empezó a caer su popularidad hasta que se vio obligado a cerrar las puertas en 1979. Se quería construir en su lugar un edificio de hormigón pero Franz Weber lo compró y hoy sigue abierto, renovado y con éxito. El establecimiento está situado a los pies de la cascada de Giessbach y está conectado con el muelle de Giessbach a través del funicular más antiguo de Europa.
En la estación de Brienz cogimos un tren que nos llevó en pocos minutos a la estación de Meiringen.
Llegar al centro es sencillo y no tardas en encontrarte con la estatua de bronce de Sherlock Holmes.

Está justo delante de una antigua iglesia anglicana que en 1991 instaló en su sótano un museo dedicado al genial detective. Gracias a un audioguía disponible en varios idiomas es posible visitarlo cómodamente, viendo varios objetos de la época que podrían haber pertenecido al personaje y a su compañero Watson así como una espectacular recreación del salón de la casa del 221 b de Baker Street.
Una curiosidad. El confitero italiano Gasparini creó más o menos en 1600 un postre hecho de azúcar y clara de huevo, el cual llamó deformando el nombre del lugar «Meiringen», de ahí el nombre de merengue. Forma parte de la leyenda y hay varias teorías pero no deja de ser una gracia para explicar.
Para llegar a las cataratas de Reichenbach, escenario de la “muerte” de Sherlock Holmes en su pelea con el profesor Moriarty en El problema final, es necesario seguir la calle Alpbachstrasse y cruzar al otro lado del río Aare. Encontrar el funicular no es cosa sencilla pero debemos dirigirnos hacia la parte de la montaña, por detrás de unas pistas de tenis, y allí lo veremos, algo escondido. El precio del funicular ida y vuelta es de 10 euros y es pequeño, apenas caben 24 personas. La duración total del trayecto es de poco más de 7 minutos.
Decir que en las cascadas te mojas es quedarse corto. Sólo haciéndote una foto en la imagen de Holmes de cartón piedra ya acabas empapado. Luego los que se animen, que deberían ser todos, deben iniciar un ascenso por la montaña hasta alcanzar un mirador, subir un poco más y colocarse encima de la cascada misma. La fuerza con la que cae es espectacular y alguien que caiga dentro muere seguro.
Las cataratas tienen una altura de salto de 250 metros; son unas de las cataratas más altas de los Alpes. El agua proviene del río Aar.

Ya de regreso a Meiringen cogimos de nuevo un tren (la frecuencia de paso es alta) para ir a Brienz, donde dimos una vuelta corta antes de coger otro tren a Intelarken. Brienz es famosa por sus tallas en madera. Cerca del lago vimos buenas muestras de ello.
Probablemente la parte más romántica de Brienz es la "Bruhngasse", conocida más allá de las fronteras del país como el "callejón más bello de Europa". La mayoría de las casas del callejón datan del siglo XVIII, estando adornadas por esculturas en madera.
En Interlaken West, detrás de la estación, fuimos al embarcadero para coger un barco que nos haría el recorrido por el lago de Thun, el doble de largo que el de Brienz (dos horas frente a una del primero). Este crucero ya lo había hecho en sentido inverso hace once años en mi primera visita a Suiza pero vale la pena porque los paisajes son hermosísimos. En el camino se pasa por Spiez y por el precioso castillo de Oberhofen, haciendo una parada en ambos lugares para recoger y dejar gente (lo que facilita hacer las fotografías).
El castillo de Oberhofen es bastante conocido y su estampa suele aparecer en las fotografías del lago de Thun.
Destaca la torre de homenaje medieval pero también la pequeña torrecita en medio de las aguas del lago. La construcción, que data de principios del siglo XIII, alberga en su interior un museo y su parque está considerado como uno de los más suntuosos de la región alpina. Es realmente fotogénico. Se considera que es uno de los castillos mejor conservados de Suiza.
En el barco, muy cómodo, es posible comer y estuvimos a punto de coger un menú de cena que no estaba mal de precio y que, a la vista de los platos de otras personas que viajaban, parecía estar bueno.

Una vez en Thun dejamos el barco al pie de la estación de trenes y nos dirigimos al centro de la población, que estaba en plenas fiestas. Nuestra parada en el lugar iba a ser breve, un rápido vistazo a sus calles principales y a la fortaleza que está en todo lo alto. El imponente castillo, con la torre de defensa construida entre 1180 y 1190, fue levantado por orden de los duques de Zähringen. Fue restaurado en el siglo XV. En las salas de la torre hay un museo histórico que exhibe hallazgos que datan de la Prehistoria, la Protohistoria, además de objetos de la Edad Media y armas y uniformes de los siglos XVIII y XIX. La obra maestra del castillo es, sin embargo, la Gran Sala del siglo XII que ha sido completamente restaurada. Nosotros solo vimos el exterior.
La iglesia, con su torre octogonal, es del siglo XIII y el Ayuntamiento es del siglo XVI.
Por cierto, me llamaron la atención dos puentes de madera llenos de flores, muy parecidos (en pequeño) al famoso Puente de la capilla de Lucerna.