Después de un abundante desayuno, empezamos nuestro día, con los palacios como plato fuerte. En primer lugar, cogimos el metro (línea 4) hasta Schönbrunn. Era el Palacio de Verano de los Habsburgo, y el lujo y el detalle es la tónica predominante. De los diferentes billetes que hay, compramos el Imperial Tour, que es la más básica, por 11,5 euros.
Con las entradas en la mano decidimos empezar por los jardines, antes de que hiciera más calor, porque el día prometía. El acceso a los jardines es libre, y fue lo que más nos gustó de la visita. Son enormes y están muy bien cuidados. Casi sin darnos cuenta estuvimos dos horas paseando por ellos. Es imprescindible subir hasta la glorieta y disfrutar las vistas del Palacio y los jardines desde allí arriba. También impresionan las diferentes fuentes, a cada cual más bonita y algunas un poco raras. Desde la imponente Fuente de Neptuno hasta unas “ruinas romanas artificiales” que decidieron que quedaban bien allí o una fuente con un monolito “egipcio”, con símbolos inventados que cuentan la historia de la casa Habsburgo.
Cuando nos dispusimos a entrar en el Palacio, nos dimos cuenta de que la entrada tenía un plazo de tiempo para hacer la visita, que había pasado hacía casi dos horas. Tuvimos un breve momento de pánico, pero una de las empleadas nos dijo que no había problema, que en el acceso nos cambiaban la hora. Menos mal, porque ya me veía tirando los 23 euros a la basura. Y es que cuando compré la entrada no nos dijeron nada de la hora, y yo la guardé y ni la miré.
Con el Imperial Tour se visitan 22 salas, y te dan una audioguía. No es que cuente muchas cosas, pero creo que está bastante bien, sobre todo porque se ajusta bastante al tiempo que se suele dedicar a cada una de las salas. Se visitan algunas de las habitaciones del palacio, como los aposentos de Sissi o del emperador Francisco José, pero no se pueden hacer fotos. Lo más impactante es la Gran Galería, donde se celebraban banquetes y fiestas. Es una preciosidad de sala, se mire por donde se mire.
Una cosa que puede llegar a aburrir en Viena es la mitificación de lsabel de Baviera (Sissi) de cara al turismo. Todo tiene que ver con ella y esa imagen de reina rebelde que se ha dado al mundo. En realidad su personaje, que no tuvo trascendencia histórica alguna, tenía bastantes luces y sombras.
De vuelta a la ciudad, nos paramos en el Stadtpark, para hacer un descanso y comer algo por allí. Hay varios restaurantes, pero nosotros comimos un par de piadinas y unas cervezas en un puestecito de madera muy cuco, con una terraza decorada con estilo retro. Para evitar que se nos pasase la hora de la cena como el día anterior, decidimos comer ligero y cenar temprano. Después de la comida, nos tomamos un merecido y necesario descanso en el parque, que por cierto es muy bonito. Lo más conocido es la estatua dorada de Strauss. Aunque a mí me llamó la atención también un precioso reloj floral.
Nuestro siguiente objetivo del día era el Palacio Belvedere. Decidimos ir andando, ya que no estaba muy lejos. Lo malo es que fuimos por la calle que no era y se nos pasó la entrada más cercana a los jardines y acabamos dando una vuelta para entrar por la más alejada. El Belvedere consta de dos palacios, el Belvedere Alto y el Bajo, unidos por unos jardines. El Alto es sede de la Galería de Arte Austriaco, donde está el famoso cuadro de “El Beso” de Klimt y el Bajo se dedica a exposiciones temporales. Nuestra intención no era visitar los museos, que además no somos muy entendidos en arte moderno, sino ver lo palacios por fuera y pasear por los jardines. El edificio más bonito es el Belvedere Alto, que se construyó para que el príncipe Eugenio de Saboya pudiera dar fiestas en la ciudad. Los jardines son muy bonitos, pero desmerecen un poco después de ver los del Schönbrunn. Aun así creo que merecen la pena, están muy bien cuidados, con fuentes, estatuas, flores...
Ya por la tarde, fuimos de nuevo hacia el Ring. La primera parada fue la Iglesia de San Carlos Borromeo. El exterior tiene una curiosa mezcla de estilos, con un resultado bastante bonito. Es la segunda iglesia más grande de Viena. Por dentro no la vimos.
Seguimos hasta el edificio de la Ópera, que ya estaba cerrada. También lucía una bandera negra en la fachada. Hay visitas guiadas en español, pero a esas horas ya no había ninguna.
Cerca de allí había un supermercado y aprovechamos para comprar algo de comida para la cena, que nos fuimos a comer al Burggarten. El parque estaba lleno de gente haciendo picnic. Y algo que me llamó la atención es que aquí también son bastante guarretes, se iban dejando todo tirado por el parque.
Para descansar de tanto palacio y edificio pomposo, cogimos el tranvía 1 para ir a Hundertwasserhaus, unas curiosas viviendas con una arquitectura peculiar, donde la tónica dominante son las líneas onduladas y los colores. Hay que bajarse en la parada de Hetzgasse. La verdad es que me decepcionó un poco, porque esperaba que fueran más casas y la zona fuese más grande, pero realmente eran solo dos edificios.
Para acabar el día volvimos a la zona del Ayuntamiento. Estaban todos los restaurantes y bares hasta arriba, era difícil caminar por allí. Incluso casi todos los bancos (y había muchos) estaban ocupados con gente con platos de comida traídos de los restaurantes.