1 de septiembre de 2014
Para variar, todavía no asoma el sol tras las cortinas de nuestra confortable habitación del Virginian Lodge cuando ya nos hemos puesto manos a la obra. Comenzamos el día estrenando la aplicación de Skype para Windows 8, y a tenor de los resultados parece que funciona bien. Hablamos 13 minutos con Mallorca y 16 con Barcelona consumiendo tan solo medio euro de los seis que tenemos de saldo.
Salgo al exterior para buscar hielo con el que volver a preparar la nevera portátil. Un cartel en la máquina informa de que, para ese preciso propósito, el hotel ofrece bolsas de hielo sin coste para sus huéspedes. Llego hasta recepción y me facilitan una, que voy paseando de regreso hasta la habitación con un grado centígrado acompañándome.
Empaquetamos lo poco que hemos debido sacar de las maletas y abandonamos el Virginian Lodge. Es una pena que hayamos podido disfrutar tan poco de este hotel, que ha resultado ser todo un acierto. El mismo hombre más majo que las piruletas que nos atendió a la llegada tramita nuestra salida.
Para desayunar nos dirigimos por primera vez a un supermercado de la cadena Albertsons. Aquí dentro nos está esperando un Starbucks con un cómodo sofá, justo lo que andábamos buscando. El deseo de un frappuccino es mayor que el de algo caliente para compensar el frío, y la bomba de calorías del Java Chip Frappe me llena más que nunca. Tras desayunar decidimos curiosear por los pasillos del supermercado mientras hacemos tiempo para que la densa niebla que cubre todo Jackson comience a remitir. Nos encontramos las mismas raciones gigantescas y amplia variedad de cosas que no deberías comer que en un Walmart, pero los precios son mucho más caros. Desconozco si por la política de márgenes de beneficio de la franquicia o por la naturaleza turística de la ciudad.
Todavía rodeados de una bruma que no deja ver más allá de los diez metros, enfilamos la ruta 191 hacia el norte y nos detenemos en el cartel de bienvenida de Grand Teton National Park de su acceso por el sur. A estas horas apenas nos precede una familia a la que echo una mano con las fotografías al ver los apuros que pasan con el temporizador de la cámara. Nos hacemos las nuestras y, cuando ya nos marchamos, aparecen los hijos de Asgard en pantalón de corto pese al evidente frío.
Llegamos al inicio de la Teton Park Road pero en lugar de seguir por ella nos vamos a la derecha para enlazar con la Mormon Row. Nos espera una carretera histórica, sin asfaltar, utilizada por los granjeros de la primera mitad de siglo. Se puede acceder tanto por el norte como por el sur, y parece que somos los únicos imbéciles que hacemos lo segundo sufriendo así el tramo más irregular y con menos vistas, agravado por el hecho de haber estado lloviendo las últimas 24 horas y que todo haya quedado embarrado. Además, durante esta primera mitad de recorrido una pequeña colina a mano izquierda obstaculiza la vista a las cimas de la cordillera.
Avanzamos a la vertiginosa velocidad de cinco millas por hora hasta por fin superar el ecuador de la carretera, momento en el que el terreno pasa a estar algo más compactado y empiezan a divisarse algunas de las granjas más populares al lado izquierdo de la carretera, con la cordillera que empieza a luchar contra las nubes al fondo de la imagen.
La parada estrella es la John Moulton Barn, una granja de considerables dimensiones que puede encontrarse en redes sociales de fotografía desde todos los ángulos y en todos los momentos del día imaginables. El tiempo vuela cosechando nuestra propia colección de instantáneas: unas con nosotros, otras sin nosotros, e incluso las fotografías de otros que llegan, se retratan y se van mientras nuestro coche continúa aparcado. Era cuestión de tiempo que un paso en falso en uno de los múltiples cruces del riachuelo frente a ella terminase con los calcetines de L empapados. Este lugar, de noche y con absolutamente nada de contaminación lumínica, debe ser toda una experiencia para los sentidos.
Seguimos por las últimas millas al norte de la Mormon Row, acompañados de cuatro grados centígrados que sin embargo resultan llevaderos gracias al sol que nos ataca con fuerza. Paramos junto a las últimas granjas del camino, acompañadas al fondo por una cordillera ya totalmente despejada a excepción de la cima más alta y estrella del parque, el Grand Teton. Las nubes son propensas a quedarse agarradas al punto más alto de la zona, al igual que ocurre con el Puig Major en la Serra de la Tramuntana mallorquina.
Termina nuestro tiempo en la Mormon Row y comenzamos a desprender el barro y piedras de las ruedas del Chrysler recorriendo sobre asfalto la poca distancia que nos separa del Blacktail Ponds Overlook. Nos asomamos aquí a un prado cortejado por el Snake River y como siempre vigilado por las omnipresentes montañas.
Continuamos hacia el norte y, tras pasarlo de largo en el primer intento debido a estar pobremente señalizado, recorremos unos cuantos metros sobre tierra en el descenso de la Schwabacher Road. Al final nos espera el aparcamiento del Schwabacher Landing, un mirador a pie del río en el que se acumulan un montón de fotógrafos retratando... ¡un moose hembra y su cría!
Es una de las sorpresas de la jornada y no podemos quitarnos la sonrisa de la cara. No es un colosal "moose" con su enorme cornamenta, pero su versión femenina protegiendo a su cría también es una imagen de una belleza digna de ver. El ancho del río nos separa del animal al principio, pero cuando los turistas más estúpidos deciden romper el respetuoso silencio y darse voces entre ellos, los dos animales abandonan el lugar cruzando las aguas poco profundas y desapareciendo tras pasar muy, muy cerca de los más valientes. Incluso los fotógrafos mejor equipados y con aspecto de haber estado aquí muchas veces están visiblemente emocionados.
Comparamos fotos de "la musa" con un matrimonio anciano en el que me gustaría verme reflejado dentro de 40 años y finalmente hacemos lo que habíamos venido a hacer, disfrutar de una de las mejores vistas a la cordillera desde una llanura por debajo del nivel de la carretera y muy cerca de la orilla del río.
Volvemos al coche y el reloj marca las 11:00, una hora tan buena como cualquier otra para dar cuenta del excedente de nachos que nos llevamos ayer del Signal Mountain Lodge. Un almuerzo norteamericano en toda regla.
La temperatura ha subido hasta los 14 grados centígrados cuando alcanzamos el Snake River Overlook. La cima del Grand Teton sigue cubierta, pero el resto vuelve a ganar la batalla a las nubes dando lugar a otro puñado de fotos a la cordillera. Ya ha pasado una hora más y alcanzamos el mediodía.
Hacemos una nueva parada, esta vez improvisada, en el Elk Ranch. Tal y como hemos podido leer y comprobar por nuestros propios medios, quedan dentro del área del Parque Nacional ciertas parcelas de propiedad privada cuyos dueños no quisieron vender al Estado. Algunas de ellas, como es el caso, aprovechan el terreno para dar cabida a un rancho en el que los caballos y las vacas tienen el mejor hábitat imaginable. Es el turno para más y más fotos con los campos de cereales separándonos de la cordillera.
El termómetro del Chrysler alcanza los 60 grados Fahrenheit, equivalentes a unos 15 grados centígrados. Y hace calor, mucho y sorprendente calor. El Monte Owen, vecino más cercano a los 4.197 metros del Grand Teton y cuya cima es tan solo 200 metros inferior, ya está totalmente despejado y deja ver restos de nieve en algunas partes. Tras nuestro paso por Yellowstone, las distancias aquí nos resultan mucho más cortas, y parece que la jornada nos dará margen suficiente para dar muchas vueltas a lo largo y ancho del parque.
Llegamos por segunda vez al Oxbow Bend Overlook, y en ese momento la auto caravana de Heisenberg pasa de largo frente al aparcamiento. Resulta que ayer estuvimos mirando hacia el banco de nubes equivocado, ya que la cordillera se encontraba en el lado derecho y no el izquierdo.
Alcanzamos también por segunda vez la presa de Jackson Lake, y aquí el paisaje sí que cambia drásticamente respecto al día anterior. Apoyados en la barandilla de la propia presa, descansa frente a nosotros una extensísima panorámica del sistema montañoso más allá de las aguas del lago.
Paramos en el Signal Mountain Lodge, pero ni por asomo para repetir el atracón de nachos. Lo que hacemos es replantear las horas que nos quedan en Grand Teton National Park. En nuestra lista todavía no hemos tachado tres posibles actividades: un ascenso de cinco millas a una vista elevada en la Signal Mountain Summit, una excursión de dos horas recorriendo todo el perímetro de Taggart Lake, o tomar un barco que cruce por nosotros el Jenny Lake para al otro lado visitar unas cataratas y un mirador. Solo el último de los tres puntos está marcado como "Prioridad 1" y cuando terminemos nos esperan cuatro horas de carretera, así que decidimos muy a nuestro pesar descartar las otros dos opciones. Serán las damnificadas por el lamentable temporal que sufrimos en el día de ayer.
En el camino a Jenny Lake, nos detenemos un momento en el mirador de Cascade Canyon. Seguramente sea un lugar inigualable siguiendo el sendero hasta el pie de un lago, pero no tenemos tiempo para hacerlo completo. Desde el aparcamiento la vista recuerda al archiconocido Tunnel View del parque de Yosemite.
Llegamos al parking sur de Jenny Lake, el más cercano al embarcadero del que zarpan los pequeños barcos que cruzan el lago. Está lleno y la primera sensación es que tendremos que aparcar en el arcén, pero recorriéndolo encontramos algunas plazas libres por aquí y por allá.
El transporte en barco pertenece a una empresa privada, motivo por el cual toca pagar 15 dólares por cabeza para el trayecto de ida y vuelta y ahorrarnos así las cuatro millas que supondrían llegar los mismos puntos a pie bordeando el lago. El paseo a toda velocidad hasta la orilla oeste de Jenny Lake se culmina con el avistamiento de una nueva hembra de alce protegiendo también esta vez a su cría, pero en esta ocasión más lejana e imposible de fotografiar con mi objetivo.
Volvemos a poner los pies en tierra firme y tras dos minutos caminando sobre piedra, llegamos al primer mirador de las Hidden Falls.
Desde aquí un camino de supuestamente media milla y dificultad baja nos llevará hasta el mirador de Inspiration Point. A medio camino, un pequeño desvío nos acerca a un mirador más a otro tramo de las cataratas, impracticable para tomar fotos debido a sus pequeñas dimensiones y la elevada concurrencia de turistas.
Llegamos a Insp... un momento, esto no es Inspiration Point. Esto es solo una suerte de campamento base desde el que, al levantar la mirada, podemos ver el verdadero último tramo hasta el mirador: un camino para cabras que asciende con una pendiente muy pronunciada. L dice basta y no piensa dar un paso más, así que no me queda otra que subir por mi cuenta y al mejor ritmo posible para que todo el paseo no haya sido en vano. Llego medio muerto, pero el contexto lo merece. Comparto mi soledad con unos hindús que ríen conmigo y tienen el detalle de hacerme unas fotos como prueba del ascenso. A mi espalda, el enorme Jenny Lake se mantiene en calma.
Vuelvo a la posición de L y deshacemos nuestros pasos hasta el embarcadero para atravesar de nuevo el lago. En el camino hasta la orilla nos cruzamos con un grupo afroamericano, algo que no nos llamaría la atención de no ser porque en estos seis días apenas nos hemos cruzado con gente de color.
L descubre que su aversión a navegar solo aparece cuando la embarcación se mantiene en reposo a merced de las mareas. Cuando acelera y se desliza a toda velocidad sobre el agua, incluso disfruta la experiencia. En cinco minutos exactos estamos de vuelta al otro lado del lago. Al abandonar el complejo de Jenny Lake pasamos junto a un buzón como el disponible en casi todas las zonas de excursión: en su interior hay folletos con mapas detallados que debes volver a dejar cuando termines de usarlos, o bien puedes llevártelos a casa a cambio de depositar un dólar.
En la Jenny Lake Store encontramos el marco de fotos perfecto para nuestro salón, pero cuesta unos inasumibles 25 dólares. El termómetro vuelve a marcar 15 grados centígrados a nuestro regreso al coche.
Se acabó Grand Teton, y lo hace a una hora en la que, tal y como nos habían advertido, las vistas a la cordillera ya no lucen tanto como cuando el sol ilumina las montañas de frente. Más allá de las 15:00 siguen siendo visibles, pero el espectáculo de verdad ocurre durante la mañana.
El navegador GPS intenta sacarnos del parque dando toda una vuelta volviendo al norte para luego girar al sur, lo cual es estúpido y suma 30 minutos a las cuatro horas de coche previstas. Seguimos nuestro instinto y recorremos hacia el sur la Teton Park Road, tal y como habíamos hecho el día anterior. En el camino, un último apartadero para un último vistazo a la montaña que da nombre al parque y que, tócate las narices, por primera vez en dos días exhibe su cumbre totalmente despejada.
Volvemos a sufrir el tráfico de la calle principal de Jackson Hole. Muchos semáforos con muy poco tiempo en verde y pasos de peatones saturados de turistas. Es curioso que ya desde aquí, apenas a 15 minutos de la entrada al parque y mires hacia donde mires, no quede pista alguna de las inmensas montañas que tenemos cerca de nosotros. Cosas de la topología del terreno.
En la primera hora de camino, una cómoda carretera de montaña en paralelo al Snake River nos lleva en dirección sur.
En la segunda hora, recorremos en paralelo el límite de los estados de Wyoming e Idaho acompañados de prados y más prados con estanques, granjas y ranchos. Cruzamos el pueblo de Etna, de 164 habitantes y la viva imagen del concepto "cuatro casas mal contadas".
En la tercera hora... buf, esto se está haciendo muy largo. Esperábamos poder utilizar una autopista interestatal con sus áreas de servicio y sus elevados límites de velocidad, y sin embargo todo el trayecto es por carreteras de un solo carril que atraviesan unos cuantos pueblos. Menos mal que el desplazamiento que hoy hemos empezado, cercano a las 9 horas, quedó dividido en dos jornadas. De lo contrario hubiéramos muerto de agotamiento a los mandos del vehículo.
Un coche con matrícula de California que tenemos varios puestos por detrás empieza a hacer adelantamientos en tramos donde no está permitido, y en cuestión de segundos aparecen las luces de un todoterreno de la Highway Patrol para ordenarle que se detenga. El gran hermano te vigila, conductor imprudente.
La carretera nos lleva durante unas pocas millas por el estado de Idaho. L y yo soñamos con un futuro en el que podamos vivir "en medio de la nada", y las tierras de este límite fronterizo con Wyoming podrían servir... o quizás sería excesivo. Millas y más millas de terreno custodiadas por una solitaria granja en cuya finca no se ven ni postes telefónicos.
Tras una paliza de L al volante que ha durado 150 minutos, paramos en la gasolinera de un pueblo llamado Cokeville. Pintoresco es un adjetivo que se queda muy corto: en cuanto estacionamos el coche nos queda claro que nos encontramos en lo que nosotros llamamos la "America Today" o América profunda. Incluso me cruzo con un mocoso de 5 o 6 años vestido con pantalones de granjero con tirantes, camisa de leñador y sombrero de paja. Y pasa desapercibido.
La hora y media final que me toca conducir hasta Evanston es eterna, a oscuras y con el regulador fijado en el límite de 65 millas por hora excepto cuando alcanzamos una curva o un nuevo pueblo. Las últimas millas son en compañía de una furgoneta con los faros a la altura de mis ojos y que no se decide a adelantarme.
Llegamos agotados a las 21:15 a Evanston, que no es más que una ciudad de 12.000 habitantes cuya ubicación era perfecta para hacer un receso en nuestro desplazamiento de norte a sur. Tramitamos el check-in del Quality Inn reservado a través de Hoteles.com por 62€. Como en esta ocasión olvidé enviar el clásico email de "por favor, una habitación tranquila", nos asignan la más cercana a la recepción.
La habitación está bien, espaciosa y con una cama de dimensiones ridículamente enormes, pero al encender la luz nos recibe un número de polillas mayor del deseado (que sería cero). Nos conectamos para pedir online una pizza a recoger en el Domino's Pizza más cercano. En el camino de milla y media hasta el local apenas vemos algún comercio con las luces encendidas. Estamos en una ciudad casi fantasma.
Ya de nuevo en la habitación, comemos la pequeña pizza mientras hago la copia de seguridad de fotografías y acto seguido irnos a dormir. La habitación queda con ropa por todas partes y mucho por hacer por la mañana, pero es preferible a alargar todavía más una jornada que, aunque en su primera mitad ha sido satisfactoria compensando la decepción de Grand Teton del día anterior, en su último tramo se ha convertido en una pequeña penitencia sobre el asfalto. Si este viaje fuese un libro, aquí terminaría el primero de los tres grandes bloques dedicado a los paisajes de verde y azul. A partir de mañana, nos despedimos de la ropa de abrigo y damos paso al calor y el paisaje desértico adornado por la roca rojiza. Se acerca Arches National Park.