Cuando llegué a Estambul, pensé por un momento que estaba en un lugar distinto a los que había visitado, y es que el puente entre Oriente y Occidente se refleja en la misma ciudad de punta a punta…Después de visitar el primer día Santa Sofia, impresionante por cierto, nos abordó un joven turco, Mohamed. Se ofreció para ayudarnos con el mapa que contemplábamos un poco perdidos, la verdad… Después de indicarnos y darnos mucha información sobre lo que debíamos ver, nos convenció para comer juntos y posteriormente fumar en pipa, ya que así tendríamos cuarenta años de amistad, según la tradición musulmana.
Aunque no estaba seguro de sus intenciones, accedimos a comer con él en un pequeño restaurante donde los únicos turistas del establecimiento éramos nosotros. Mientras nos servían un plato típico turco, Mohamed nos comentó que buscaba distribuidores para introducir sus "kilims" en España, se trata de pequeñas alfombras hechas a mano muy típicas de Estambul, y aunque tenía clientes, quería abrirse más en el mercado español.Cuando Mohamed comprobó que no podríamos hacer negocios, decidió compartir el té y una enorme pipa de menta con una grata charla sobre su país, una nación donde las mujeres tenían derecho a voto cuarenta años antes que en España, laico y democrático desde la llegada a la presidencia de Ataturk.
Mohamed como buen empresario, nos contó que tenía muchos problemas a la hora de vender en España, por los aranceles comunitarios. El ingreso de Turquía en la Unión resultaba vital para los intereses de Mohamed y de su país. Continuó hablando en un perfecto castellano sobre lo que no nos podíamos perder de Estambul, dándonos buena información acerca de lugares, historia y cultura, la verdad es que nunca aprendí tanto como extranjero en una ciudad en mi primer día.Le invitamos por supuesto, y después de pagar los cinco euros y pico que costó la comida, de forma elegante nos invitó a conocer su tienda de "kilims", situada cerca de la Cisterna de Estambul, y se despidió poco después recordándonos nuestra alianza durante los cuarenta años (la sensación de un escalofrío me hizo pensar que volveríamos a vernos). Durante unos minutos anduvimos a través de los jardines hasta llegar a la no menos impresionante mezquita azul, pensando que realmente aquella ciudad era diferente…
Sin embargo lo que más me gustó de Estambul, no fue ninguna mezquita, mosaico o monumento alguno, que no es poco, fue algo más interior, más profundo… quizás se a cierto eso de que viajar te ayuda a conocerte mejor, en mi caso conseguí liberarme de algunos prejuicios que aún rondaban por mi cabeza, y es que jamás debes juzgar a nadie sin conocerlo, y mucho menos por su raza, cultura o religión. Me alegré enormemente por ello y continué disfrutando de mi estancia en Estambul…
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