Cuando se habla de ciudades medievales en España, siempre sale a colación esta pequeña población de 450 habitantes, situada a 45 Km. de Segovia y a unos 120 de Madrid, lo que le asegura una cantidad ingente de visitantes capitalinos, principalmente los fines de semana. Su ubicación en lo alto de un cerro, su muralla que la abraza completamente, sus iglesias, sus casas de piedra, perfectamente conservadas, y su hermosa Plaza Mayor, hacen que su fama sea muy merecida, teniendo en cuenta, además, la posibilidad de degustar una excelente gastronomía típicamente castellana, con los asados, especialmente de lechazo, como platos estrella.
Habíamos estado en Pedraza hacía ya bastantes años, pero guardábamos un recuerdo agridulce de aquella primera visita, ya que fuimos un día festivo (creo recordar que durante un puente de mayo) y la villa estaba no ya abarrotada de gente, sino lo siguiente: llena hasta casi reventar, dicho que en este caso no es sólo una forma de hablar ya que la localidad tiene como único acceso al casco antiguo una única puerta abierta en la muralla (salvo que a alguien se le ocurra la idea de salvar el abrupto cerro sobre el que se aposenta de alguna forma más aventurera). Tanto fue así, que apenas pudimos distinguir las piedras entre la multitud y el intento de entrar en algún restaurante para comer fue absolutamente infructuoso, con lo cual tuvimos que marcharnos antes de tiempo, con el estómago vacío y no demasiado contentos.
Al fin, este año decidimos saldar la cuenta que teníamos pendiente con Pedraza y fuimos un miércoles de febrero, frío pero soleado y con una temperatura bastante potable. Y esta vez sí que pudimos disfrutar plenamente de la visita. Así que ahí va mi primer consejo: en lo posible, evitad fines de semana y días festivos, y si no hay más remedio, procurad reservar con antelación en los restaurantes si tenéis intención de comer allí.
Como no teníamos prisa y queríamos disfrutar del paisaje, desde Madrid, fuimos por la A-1 y luego por la M-6210, pasando por los bonitos pueblos serranos de Guadalix de la Sierra y Miraflores, coronando finalmente el Puerto de la Morcuera, donde paramos para admirar unos hermosos panoramas, con los picos moteados por la nieve. Seguimos después hacia Rascafría, donde tomamos la M-604 hacia Lozoya, y ahí nos desviamos hacia Navafría y ya en la N-110, vimos el desvío hacia Pedraza. Hay formas más rápidas y directas de acceder, pero preferimos tomárnoslo con calma como he dicho antes.
Panorámicas desde el Puerto de la Morcuera.
Según nos íbamos acercando, pudimos divisar el perfil de la pequeña ciudad, aunque no es fácil encontrar algún sitio propicio para parar a tomar alguna fotografía. Lo hicimos en un apartadero, junto a un bosquecillo, en un alto desde donde se aprecia muy bien toda la villa.
En cuanto nos acercamos, nos dimos cuenta de la diferencia abismal que íbamos a tener respecto de nuestra visita anterior: apenas había una decena de forasteros en el pueblo. Paramos junto a la Puerta de la Cárcel, la única abierta en la muralla, para admirar el paisaje.
Como apenas había tráfico, pudimos pasar al recinto amurallado con el coche sin problemas y dejarlo en un aparcamiento que hay junto al castillo. Desde allí, a caminar.
La historia de Pedraza cuenta que fue bastión musulmán hasta el siglo X, y en los siglos siguientes los cristianos la hicieron prosperar sobre todo gracias a los ingresos procedentes de las fábricas de paños; llegó a ser cabeza de Villa y a contar con Fueros propios, alcanzando su máximo esplendor en el siglo XVI, de cuando datan algunos de sus edificios más representativos. El siglo XVIII marcó el cierre de las pañerías y la paulatina decadencia de la villa. Tranquilamente y en casi absoluta soledad fuimos paseando por sus calles, disfrutando de una bonita inmersión en el medievo que resultaría imposible en fin de semana. Es un pueblo pequeño y se puede recorrer perfectamente a pie, sin olvidarse del camino de ronda que va junto a la muralla, desde donde se contemplan unas vistas preciosas del campo castellano, con las montañas al fondo. Lo más interesante es el conjunto en sí, aunque destacan los siguientes lugares:
EL CASTILLO.
Tiene origen árabe, pero se volvió a edificar en el siglo XVI por los condestables de Castilla y perteneció a las familias Herrera y Velasco. En 1927 fue adquirido por el pintor Ignacio Zuloaga, que instaló allí su estudio. Lo más destacado del castillo es su imponente exterior y su ubicación, sobre las paredes rocosas del cerro. Se puede visitar el interior, donde hay un museo dedicado a Zuloaga. Pese a estar en horario de visita, las puertas permanecieron cerradas (ignoro el motivo) y no pudimos entrar, con lo cual no puedo opinar sobre si merece la pena o no pagar la entrada.
CALLE REAL.
Desemboca en la Plaza Mayor y es una de las más destacadas de la villa, con numerosas casas blasonadas.
PLAZA MAYOR.
Con casas blasonadas y soportales sostenidos con columnas de piedra. Una de las más bonitas plazas castellanas.
IGLESIA DE SAN JUAN.
Cuenta con una torre de origen románico, del siglo XI. Se reformó posteriormente en estilo barroco, lo cual se aprecia sobre todo en su interior.
CÁRCEL DE LA VILLA.
Recinto en la muralla, junto a la única puerta de acceso.
Existen visitas guiadas, pero no había ninguna que nos coincidiera. Quien tenga interés, mejor que se informe antes en la web del ayuntamiento. En cualquier caso, en mi opinión, lo mejor es pasear por sus calles para imbuirse en épocas pasadas, sensación sólo alterada por las señales de tráfico y algún vehículo aparcado o circulando a duras penas por las estrechas callejuelas.
En cuanto a la gastronomía, hay varios restaurantes y mesones en el pueblo, con gran variedad de precios, aunque es casi obligado reservar cuando se quiere hacer la visita en fin de semana o festivo. Pese a ser miércoles, preferí llevar reserva por si acaso.. Por recomendaciones, comimos en La Olma, Plaza del Olmo núm. 1. Está ubicado en un caserón del siglo XVI, muy bien restaurado. Comimos en el piso superior, junto a un balcón con vistas a la plaza. El lugar muy bonito, la comida nos gustó, lástima que no tuvieran la morcilla de matanza. Tomamos croquetas de setas y jamón, ensalada de pato confit y frutos rojos, dorada con incrustaciones de ahumado y piel crujiente sobre salmorejo y ventresca de atún sobre crujiente de verduras. También preparan los platos típicos castellanos: asados, judiones, sopa castellana, etc. Sin embargo, preferimos probar algo distinto ya que al vivir en la zona centro tomamos asados bastante a menudo. Con vino, postre y café, el precio fue de 84 euros. Tenían menús a precio más reducido, aunque no lo recuerdo. No es un restaurante barato, pero tiene productos de calidad y lo recomiendo si se quiere tomar algo un poco diferente de lo tradicional de la zona. El servicio estuvo bien y rápido, claro que sólo había cuatro mesas ocupadas, así que no puedo opinar sobre cómo será en fin de semana. Y es que insisto, por propia experiencia, en que hay una diferencia como de la noche al día de ir a Pedraza en laborable o en fin de semana o festivo.
Otra cita destacada de Pedraza es su Noche de las Velas. Tiene lugar los dos primeros sábados de cada mes de julio, cuando en la villa se apagan todas las luces y se encienden miles de velas con las más diversas formas y figuras, que le dan un aspecto mágico. He visto fotos del evento y debe ser auténticamente fascinante, aunque la enorme cantidad de personas que acuden quizás lo hagan un tanto agobiante. No puedo opinar porque no lo he vivido.
Regresamos a Madrid pasando por La Granja. Había hecho un precioso día de sol con agradable temperatura para ser invierno. Sin embargo, al caer la tarde empezó a soplar un viento muy frío que incluso nos impidió bajarnos del coche en el Puerto de Navacerrada para dar siquiera un pequeño paseo.