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[size=18]Día 2: Como el resto de viajeros, empezamos la mañana visitando el templo de Edfú. El traslado se hace en calesa, y resulta difícil explicar el caos y el follón que se monta junto a los barcos. Llegar al templo también tiene su dificultad: hay que esquivar a las decenas de vendedores que te asaltan a lo largo del camino. El secreto: decir “no” de manera educada, pero con firmeza. Con MUCHA firmeza, la verdad.
El templo de Edfú (de la época Ptolemaica) es también impresionante, y está súper bien conservado. Lo malo es que resulta imposible degustar sus encantos con calma, porque todos los cruceros descargan su cargamento de turistas a la misma hora, y las salas están atestadas de viajeros con ansia de foto. A pesar de eso, es una visita obligada.
Luego, al barco y navegación (preciosa) hacia Kom Ombo. El día estaba nublado, lo que tiene sus ventajas (nada, pero NADA, de calor); y sus inconvenientes (el paisaje del Nilo, a pleno sol, debe ser aún más colorido y luminoso, claro).
Kom Ombo está bien… pero más deteriorado que los anteriores. Cuidado con los vendedores que han instalado sus puestos a lo largo del muelle: son, con diferencia, los más pesados y agresivos de todo Egipto (al menos, del Egipto que yo he conocido). En cambio, resulta encantador tomarse un té con menta en el café que hay al final del paseo… Y quizá, si hay tiempo, fumar una shisha…
Se suponía que esa noche íbamos a tener la famosa fiesta de las chilabas… Pero la cosa quedó en un bluff, porque los italianos del barco eran tela de aburridos, nosotros tampoco teníamos el cuerpo para mucho cachondeo; y, para colmo, echaban por la tele un partido de la Champions (egipcios y turistas, igualmente fanáticos del fútbol… ejem…). Después de nuestra irrenunciable tertulia nocturna a la fresca brisa del Nilo, cada uno a su camarote. Sólo disponíamos de dos horas de sueño.
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