Itinerario en GoogleMaps de nuestra últimas horas en Fuerteventura.
Atardecer en el Faro del Tostón.
Como he comentado en la etapa anterior, desde Lajares nos trasladamos hasta el Faro del Tostón, que se encuentra a unos cuatro kilómetros de El Cotillo. He preferido unirlo a esta etapa para una mejor comprensión y orden del itinerario, ya que supongo que la mayor parte de la gente visitará el faro al mismo tiempo que El Cotillo, su castillo y sus playas. Si lo hicimos de esta forma fue porque nos comentaron que el mejor momento para visitar este faro es sin duda el atardecer, ya que las puestas de sol ofrecen unas imágenes espectaculares en este lugar. Y la única oportunidad que nos quedaba para ello era la tarde anterior a nuestra partida, ya que esa noche nos alojábamos precisamente en El Cotillo.
Llegamos poco antes de las seis de la tarde y tuvimos tiempo de dar un buen paseo por los alrededores, contemplando un mágico atardecer rosa en torno al faro. Y es que más que el ocaso del sol (mar adentro no había ni una nube) fue su reflejo sobre las nubes el que convirtió el atardecer en una auténtica delicia.
El faro se encuentra a unos cuatro kilómetros de El Cotillo y la carretera que llega hasta allí se encuentra completamente asfaltada en la actualidad. Lo comento porque esta mejora debe ser reciente ya que incluso en GoogleMaps aparece como una pista de tierra. Existe un amplio aparcamiento y son numerosos los vehículos que llegan hasta aquí, mucha gente atraída por la comentada puesta de sol.
El faro entró en funcionamiento en 1897 y junto con los de Martiño en el Islote de Lobos (al que ya me referí en la etapa nº 5) y el de Pechiguera en Lanzarote forman un triángulo de seguridad para los navíos que atraviesan el estrecho de la Bocaina entre las tres islas. Inicialmente contaba con una torre de 10 metros de altura, pero al mostrarse insuficiente, se construyó una nueva torre, que hoy en día mide 37 metros de altura. En su interior está el Museo de la Pesca Tradicional, del que no puedo opinar porque no entramos.
Además de la puesta de sol, el lugar es precioso por el espectáculo que ofrecen las olas batiendo inclementes contra la pedregosa costa. Existe también un sendero autoguiado por los alrededores, con paneles informativos (un agradable paseo de unos treinta minutos).
Nos quedamos allí hasta que casi se hizo de noche, enganchados por aquel atardecer. Muy recomendable esta visita, especialmente procurando que coincida con el ocaso del sol. Bueno, también se asegura que los amaneceres son preciosos aquí, pero como somos incapaces de madrugar, lamentablemente, esos placeres quedan para otros menos perezosos para saltar de la cama.
El Cotillo.
Después, retrocedimos por la carretera hasta El Cotillo y fuimos hasta la Plaza de San Andrés, donde está el Soul Surfer Hotel, donde teníamos reservado alojamiento para una noche. Como he mencionado al principio, encontré este pequeño hotel de dos estrellas unos pocos días antes de salir y con disponibilidad únicamente para esa fecha, así que lo aproveché ya que su importe (65 euros) y sus características cuadraban más con nuestros gustos hoteleros para un viaje como aquel. El comentario sobre el hotel figura en la última etapa. Tuvimos suerte y aparcamos el coche justo enfrente del hotel, desde el cual podíamos ir caminando en pocos minutos a los lugares más interesantes.
Se trata de una pequeña población pesquera que ha crecido debido al turismo, pero ni mucho menos se ha masificado y conserva bastante bien su espíritu marinero, sobre todo en la zona aledaña al puerto pesquero, en la que existen varios restaurantes que tienen fama de servir muy buen pescado.
Hay varias urbanizaciones y una amplia oferta de apartamentos, pero no hay hoteles grandes como en Corralejo, sólo el que he comentado y otro más grande, de tres estrellas. Esa noche fuimos a cenar un poco tarde porque estuvimos viendo en la habitación del hotel un partido de tenis de la Copa Davis y el final se demoró bastante. El resultado fue que encontramos ya poco ambiente en las callejuelas y varios restaurantes cerrados o recogiendo, el único que tenía algo movimiento era La Vaca Azul, así que nos acomodamos allí. Es algo caro, pero nos atendieron muy bien y pasamos una velada agradable, aunque al ser de noche no pudimos disfrutar de una de las ventajas del establecimiento: sus vistas. No teníamos demasiado apetito, así que tomamos sendas sopas de pescado, calamar sahariano a la plancha y una ensalada especial la casa. Y con una botella de vinito blanco de Lanzarote que nos recomendó el camarero con mucho acierto (no había que conducir), todo entró muy bien. El postre estaba realmente exquisito, pero no recuerdo qué era y eso que tengo hasta la foto (¡madre mía, qué mayor estoy!). Nos costó 50 euros.
Después fuimos a dar una vuelta por el puertecito y por el pueblo. Estaba ya todo completamente muerto, sin ningún ambiente.
El día siguiente era el de nuestra despedida de Fuerteventura, y el horario del despegue del avión (13:55) no ayudaba a hacer demasiadas cosas precisamente. Yo me levanté muy temprano para que me diera tiempo a visitar El Cotillo con cierta tranquilidad. Primero fui hacia el norte, viendo las pequeñas playas de los llamados “Lagos”, con colores de agua muy bonitos y una arena sumamente blanca, y la playa de la Concha, por su característica forma. Aquí también pude ver varias protecciones de piedra para los bañistas, frente al viento. En esta zona se encuentra también un restaurante italiano con mucha fama, el Azzurro, del que no puedo opinar porque no lo probamos.
Más adelante se encuentra los Islotitos y, al final, llegaríamos al Faro, donde habíamos estado la tarde anterior.
Regresé al pintoresco puerto, saqué unas fotos y llegué hasta el Castillo del Tostón, que en realidad es una torre defensiva de las que se construyeron en la isla durante el siglo XV para defender la costa del ataque de los piratas berberiscos y también de ingleses y franceses. Por entonces, en este lugar estaba el Puerto del Roque, muy importante para el comercio de orchilla, cereales y ganado. En 1626 pasó a denominarse Puerto del Tostón, y no fue hasta mediados del siglo XX que adquirió el nombre de El Cotillo
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La torre que podemos ver actualmente se construyó en torno a 1700 sobre las ruinas del castillo anterior del siglo XV. Es de planta circular, tiene un puente levadizo y en la terraza superior se instalaban los cañones. Se puede visitar su interior (cuesta 1,5 euros), pero tampoco es que haya nada del otro mundo dentro, y las vistas son parecidas a las que se tienen desde la propia costa. Yo entré, pero ya digo que tampoco me hubiese perdido gran cosa de no haberlo hecho.
Desde aquí se contemplan unos panoramas excelentes y también hay un esqueleto de una ballena (un zifio, en realidad) que quedó varada en la costa, pero se trata de un ejemplar bastante más pequeño que el que está expuesto en Morro Jable.
Más al sur se divisa otra zona de grandes playas, barrida también por el oleaje y el viento. Me hubiera gustado llegar allí y seguir hasta enlazar con el camino que lleva al Barranco de los Enamorados, que según dicen es espectacular. Pero no tenía tiempo disponible. Solamente quedaba desayunar y emprender camino hacia el aeropuerto.
Por cierto que desayunamos en El Mentidero Café, situado en la calle de Punta Aguda, a unos pasos del puerto. Tienen de todo y casi todo casero: tartas, bollos, bocadillos, etc. También menú del día. Es un local pequeñito, pero muy recomendable, y son muy amables.
Monumento a Unamuno en la Montaña Quemada.
Teníamos un poco de tiempo libre hasta llegar al aeropuerto. Estuvimos pensando en acercarnos hasta el monumento a Miguel de Unamuno, que estuvo desterrado durante unos meses en Fuerteventura en 1924 por sus críticas al rey Alfonso XIII. Se trata de una escultura sobre un pedestal que se encuentra cerca del pueblecito de Tindaya, en la ladera de la Montaña Quemada, a la que da la espalda mientras que su mirada se dirige a la Montaña de la Muda. Resulta fácil llegar desde Tindaya tomando la carretera hacia Tafia: hay un pequeño aparcamiento y un sendero que sube allí. Sin embargo, no lo vimos claro el desviarnos y, al final, vimos que se apreciaba bastante bien desde un mirador en la carretera que nos llevaba a Puerto del Rosario y preferimos dejarlo.
Por el camino fuimos dejando nuestros últimos panoramas de la isla. Por cierto que transitamos un buen rato por una autovía que no encontramos en el navegador. Debe haber entrado en servicio hace poco tiempo.
Puerto del Rosario.
Como solamente eran las 12 cuando llegamos a las inmediaciones del aeropuerto, decidimos entrar en Puerto del Rosario para dar una vuelta y así matar el tiempo. Fuimos directamente hasta el puerto, donde había un crucero amarrado. Nos volvió a sorprender el color turquesa del agua, incluso en la propia capital, que cuenta con poco más de 38.000 habitantes. Por cierto, como curiosidad decir que el nombre de la capital fue cambiado en 1956, ya que anteriormente se llamaba Puerto de las Cabras y no se consideraba apropiado para la capital de la isla.
No se trata de un lugar especialmente turístico, así que dimos una vuelta por el puerto, viendo una exposición de esculturas al aire libre, y por el centro, donde visitamos la Iglesia parroquial de Nuestra Señora del Rosario, que se construyó entre 1824 y 1835, aunque el campanario data de 1888 y el templo no se finalizó hasta 1930. Está declarado Bien de Interés Cultural con categoría de Monumento Histórico-Artístico. En su interior se conserva la Imagen de la Virgen del Rosario, Patrona de la capital majorera.
Iglesia parroquial de Nuestra Señora del Rosario.
Imágenes del centro.
Y, allí, en el puerto, junto al monumento al pescador de viejas (pescado del grupo de las doradas, muy consumido en la isla) finalizó nuestra estancia turística de seis días en la isla canaria más cercana al continente africano.
El periplo hasta el aeropuerto fue corto, la devolución del coche sin ningún problema y la espera a que saliera el avión un tanto pesada. De nuevo nos encontramos con un aeropuerto sumamente concurrido, con muchos vuelos con destino a Alemania y Reino Unido, masificado realmente a esa hora, en donde tuvimos que guardar cola para ir a los lavabos, tomar algo en los establecimientos de comida rápida o, incluso, encontrar un asiento donde aguardar que saliera nuestro vuelo.