La llegada la hicimos en avión por Asturias. Desde el aeropuerto hasta Torices nos separaban unas 2 horas y media, y después de casi 4 de avión no nos apetecía hacerlas del tirón, así que buscamos algo que valiera la pena por el camino y de paso darnos la bienvenida a esta maravillosa tierra con un buen almuerzo. No nos cuadraban las mareas para ver Covijeru o los bufones, por lo que decidimos dejarlo para la semana siguiente. ¡Y vaya si dimos en el clavo! Nuestra visita intermedia sería Pimiango, un lugar desde el que, según leímos, hay unas vistas de la costa de infarto. Y casualmente también un restaurante de quitarse el sombrero.
Nos alejamos un poco de la costa para hacer una compra en Villaviciosa (parque infantil enfrente de Mercadona) y llegamos al restaurante El Mansolea sobre la hora de comer. Habíamos reservado, es pequeño y en un rato las mesas de la terracita se llenaron. Está al final del pueblo, en una carretera que lleva al mirador de la costa, una zona que parece estar en medio de la nada… ¡pero qué comida!
Nos alejamos un poco de la costa para hacer una compra en Villaviciosa (parque infantil enfrente de Mercadona) y llegamos al restaurante El Mansolea sobre la hora de comer. Habíamos reservado, es pequeño y en un rato las mesas de la terracita se llenaron. Está al final del pueblo, en una carretera que lleva al mirador de la costa, una zona que parece estar en medio de la nada… ¡pero qué comida!
Después de unos langostinos y un bacalao al cabrales (croquetas de jamón para el niño, benditas sean) seguimos por el Camino Fimango Alfaro hasta el mirador. Mar azul de la costa asturiana que te atrapa.
Siguiendo la carretera hacia abajo, a la derecha, llegamos al centro de visitantes de S. Emeterio; atravesándolo, encontramos a la izquierda la bajada a la Cueva del Pindal y a la derecha la capilla y monasterio de San Emeterio, rodeado de prado.
Está indicada también la senda a las ruinas del monasterio de Santa María de Tina, un agradable paseo con algunas escaleras, puentes, subidas y bajadas ligeramente pronunciadas, pero cortito.
Desde aquí nos acercamos a la costa.
Después de un descanso contemplando el inmenso azul, retrocedimos y bajamos a la Cueva del Pindal. Estaba cerrada (al parecer hay que reservar), pero el entorno es espectacular.
Cerca ya de la frontera con Cantabria, pusimos rumbo a Torices, bajo un sol de agosto de justicia. La piscina nos recibió con los brazos abiertos.