Lo bueno se iba acabando y teníamos que volver a Stavanger. Por el camino aún nos quedaba una parte de la carretera Hardanger que, cómo no, es preciosa. Como íbamos a llegar bastante pronto a Stavanger y no teníamos que devolver el coche hasta última hora de la tarde, nos fuimos a conocer las playas de la zona sur de Stavanger, que como surfista me daba mucha curiosidad saber cómo era una playa surfeable en Noruega, y además esas eran las que iban a alojar el campeonato de Europa de ese año unos meses más tarde. Y la verdad es que me sorprendieron mucho esas playas. A pesar de que no había nada de olas, me parecieron unas playas muy bonitas y que podrían ser perfectamente de cualquier sitio del norte de España.
Por la tarde llegamos a Stavanger y dejamos el coche en la oficina Hertz del centro (nos costó mucho dar con la entrada a su parking) que resultaba estar muy cerca de la estación de trenes desde donde partíamos esa noche, así que pudimos dejar nuestras pertenencias en el coche e ir a conocer la ciudad sin cargar nada.
Stavanger fue para mi una de las sorpresas del viaje. Una ciudad que en principio no tenía mayor interés en conocer y que me terminó enamorando. Como ya habréis leído, es el centro neurálgico de la industria petrolera noruega y por ello, a pesar de ser una ciudad pequeñita, hay muchísima gente y mucho extranjero trabajando allí para las grandes empresas petroleras. Hay mucho ambiente en la ciudad. Tiene un casco histórico precioso con todas las casitas blancas (en verdad es muy pequeñito, son unas pocas calles), su pequeño puerto más tradicional y sus edificios modernos construidos con el dinero del petróleo como el Museo. Nos hicimos una ruta por la ciudad siguiendo un plano del Nuart Festival, que es un festival de arte urbano que se hace allí y que hace que en la ciudad haya unos graffittis y unas intervenciones chulísimas. Hubo dos pequeñas cosas que me encandilaron en Stavanger. La primera el “Geoparken” que es un parque de juegos hecho con materiales desechados de la industria petrolera (la cama elástica que te rebota hacia las boyas es especialmente genial) y además su topografía del parque se basa en las capas geológicas de una reserva petrolera cercana a la ciudad. La segunda la calle Ovre Holmegate, que me pareció la calle más chula en la que he estado nunca. Son todo casas de madera pintadas de colores súper llamativos y está llena de bares curiosos, terrazas y tiendas tipo artesanía, diseño, etc.
En resumen, me encantó Stavanger. Si lo llego a saber me hubiera quedado más tiempo allí porque me quedé con muchas ganas de conocerla mejor. Pensé que iba a ser una ciudad aburrida dirigida a hombres de negocios y turistas que van al Púlpito pero no me dio esa sensación para nada. Es súper bonita y tiene un ambiente y una vida espectacular, mucho arte y cultura urbanas y gente joven. Si me dicen que mañana me tengo que ir a vivir allí, no tardo ni dos minutos en hacer la maleta.
De noche ya nos fuimos a la estación a esperara nuestro tren-cama que nos llevaría hasta Oslo. Era un clásico tren-cama como cualquiera que te puedes encontrar en Europa, con sus literas y su pequeño lavabo en tu compartimento y baños comunes en los vagones.
Por la tarde llegamos a Stavanger y dejamos el coche en la oficina Hertz del centro (nos costó mucho dar con la entrada a su parking) que resultaba estar muy cerca de la estación de trenes desde donde partíamos esa noche, así que pudimos dejar nuestras pertenencias en el coche e ir a conocer la ciudad sin cargar nada.
Stavanger fue para mi una de las sorpresas del viaje. Una ciudad que en principio no tenía mayor interés en conocer y que me terminó enamorando. Como ya habréis leído, es el centro neurálgico de la industria petrolera noruega y por ello, a pesar de ser una ciudad pequeñita, hay muchísima gente y mucho extranjero trabajando allí para las grandes empresas petroleras. Hay mucho ambiente en la ciudad. Tiene un casco histórico precioso con todas las casitas blancas (en verdad es muy pequeñito, son unas pocas calles), su pequeño puerto más tradicional y sus edificios modernos construidos con el dinero del petróleo como el Museo. Nos hicimos una ruta por la ciudad siguiendo un plano del Nuart Festival, que es un festival de arte urbano que se hace allí y que hace que en la ciudad haya unos graffittis y unas intervenciones chulísimas. Hubo dos pequeñas cosas que me encandilaron en Stavanger. La primera el “Geoparken” que es un parque de juegos hecho con materiales desechados de la industria petrolera (la cama elástica que te rebota hacia las boyas es especialmente genial) y además su topografía del parque se basa en las capas geológicas de una reserva petrolera cercana a la ciudad. La segunda la calle Ovre Holmegate, que me pareció la calle más chula en la que he estado nunca. Son todo casas de madera pintadas de colores súper llamativos y está llena de bares curiosos, terrazas y tiendas tipo artesanía, diseño, etc.
En resumen, me encantó Stavanger. Si lo llego a saber me hubiera quedado más tiempo allí porque me quedé con muchas ganas de conocerla mejor. Pensé que iba a ser una ciudad aburrida dirigida a hombres de negocios y turistas que van al Púlpito pero no me dio esa sensación para nada. Es súper bonita y tiene un ambiente y una vida espectacular, mucho arte y cultura urbanas y gente joven. Si me dicen que mañana me tengo que ir a vivir allí, no tardo ni dos minutos en hacer la maleta.
De noche ya nos fuimos a la estación a esperara nuestro tren-cama que nos llevaría hasta Oslo. Era un clásico tren-cama como cualquiera que te puedes encontrar en Europa, con sus literas y su pequeño lavabo en tu compartimento y baños comunes en los vagones.