Como habíamos quedado muy satisfechos con nuestra primera incursión por tierras turolenses hace un par de veranos, cuando visitamos Albarracín y su serranía, decidimos dedicar otra semanita a recorrer algunos de los lugares que nos quedaron pendientes. Sin embargo, empezamos la ruta en la provincia de Zaragoza, ya que desde hacía tiempo teníamos ganas de conocer Daroca. Al día siguiente, se presentó la oportunidad de acercarnos a Anento y a la laguna de Gallocanta. Pero iré por partes para poner cada cosa en su sitio.
Situación de Daroca en el mapa peninsular.
DAROCA.
Salimos de Madrid sobre la una y media de la tarde. Nos esperaban 265 kilómetros hasta Daroca, unas tres horas de coche sin paradas. Fuimos por la A-2 hasta Calatayud y allí salimos para tomar la N-330 ya directamente hasta Daroca. El trayecto es muy cómodo puesto que la mayor parte se va por autovía.
Tomamos un menú en un restaurante de carretera pasado Medinaceli y llegamos a Daroca en torno a las cinco. Teníamos alojamiento para esa noche en el Hotel Cienbalcones, magníficamente situado en la calle Mayor, 88, a tres minutos caminando de la Puerta Baja. De tres estrellas, edificio dispuesto en torno a un amplio patio interior, en el que también se encuentra la terraza del bar, al que dan las habitaciones. La nuestra estaba en la última planta, muy cómoda, con aire acondicionado que se agradecía, amplia y bonita, buenas vistas y varios balcones que miraban al patio. El cuarto de baño de diseño moderno con wc separado. La zona de lavabo y la bañera no tenían puerta de separación con la habitación, aunque estaba dispuesta de forma que no quedaba a la vista si no se tenía intención de ver. Lo comento porque sé que hay personas a las que no les gusta este detalle. Por lo demás, una muy grata sorpresa, incluso nos dejaron una completa guía turística de Aragón para consulta en un aparador además de un folleto con plano y recorridos de interés. La única pega puede ser el aparcamiento ya que la calle Mayor es zona azul. El hotel ofrece plazas gratuitas en un aparcamiento privado situado a muy cerca, pero son pocas y hay que tener suerte de pillar alguna, como fue nuestro caso. El precio por una noche con alojamiento, 72 euros, lo que nos pareció una buena relación calidad/precio.
Después de acomodarnos y descansar un rato, ya que apretaba el sol de lo lindo, salimos a dar una vuelta. Teníamos intención de hacer la ruta de las Murallas, pero preferimos dejarlo para última hora de la tarde precisamente por el calor.
Unos datos sobre Daroca.
Situada a 84 kilómetros al sur de Zaragoza, a casi 800 metros de altitud, en la depresión del río Jiloca, Daroca es una de las ciudades históricas de Aragón y su estampa nos había llamado la atención las veces que habíamos pasado a su lado por la carretera, desde donde aparece asentada a los pies de un montículo, en una hondonada, de la cual emergen ladera arriba una ristra de casas, torres y murallas.
De remotos orígenes celtíberos, fue fundada en el siglo VIII por los musulmanes y recuperada por el rey Alfonso I. Alcanzó su máximo esplendor gracias al fuero que le concedió Ramón Berenguer IV a mitad del siglo XII, cuyas concesiones y libertades atrajeron a muchas gentes de otras zonas, lo que hizo prosperar el comercio en una zona fronteriza aragonesa, árabe y castellana. Tras jugar un papel fundamental en la reconquista de Valencia, fue precisamente la amenaza de Castilla lo que llevó a fortificar Daroca con la más extensa muralla de Aragón, alcanzando los cuatro kilómetros de largo, con tres castillos, un centenar de torreones y varias puertas monumentales. En el siglo XV contaba con diez iglesias, seis conventos y numerosas casas señoriales y palacios. Como sucedió en muchas otras poblaciones fronterizas, la derrota definitiva de los musulmanes y la unificación de Castilla y Aragón trajo el declive a Daroca, que hoy cuenta con poco más de dos habitantes cuando en el siglo XII alcanzaba los cuatro mil.
Lo que hay que ver en Daroca.
Calle Mayor, Puerta Alta y Puerta Baja, Fuente de los 20 caños, Convento de la Trinidad, Portal de Valencia, Puerta del Arrabal, Plaza e Iglesia de Santo Domingo, Iglesia de San Miguel, Muro de San Cristóbal, Iglesia de San Juan, Casa del Diablo, Colegiata de Santa María de los Corporales y Ruta de las Murallas.
Nuestro recorrido.
Hay visitas guiadas que salen de la Oficina de Turismo, que se encuentra en la calle Mayor nº 44, pero no nos coincidió la hora, así que, plano en mano, empezamos por la calle Mayor, eje principal que la atraviesa, uniendo la Puerta Alta con la Puerta Baja. Por cuestión de proximidad, fuimos caminando hacia nuestra derecha y en un par de minutos llegamos a la Puerta Baja, donde empezamos un itinerario que nos llevó a los siguientes lugares:
Como indica su nombre, la Puerta Baja está situada en uno de los extremos de la calle Mayor, en la parte más baja de la ciudad. Es la que tiene un carácter más monumental, se construyó en el siglo XIII y en el XV se le añadieron las almenas. Hay un museo en su interior.
Parte interior de la Puerta Baja.
Nada más cruzar el arco, en ángulo recto, a la izquierda, nos encontramos con la Fuente de los 20 caños, que data del siglo XVII. El agua brota con fuerza de 20 caños metálicos incrustados en círculos de piedra con forma de caras. Forma un bonito conjunto con la Puerta Baja.
En la misma plaza hay un parque y a un lado se encuentra el Convento de la Trinidad, del siglo XVI, en cuya puerta gótica se narra la historia de los Sagrados Corporales. Esta leyenda se refiere a la época de la reconquista de Valencia, cuando muy cerca de Xátiva, el capellán de Daroca, Mateo Martínez, estaba celebrando misa. Un súbito ataque musulmán llevó a esconder seis hostias consagradas en los corporales. Terminada la guerra, aparecieron en el paño impresas en sangre, lo que se interpretó como un milagro. Su posesión ocasionó duras disputas entre varias poblaciones aragonesas, por lo cual se decidió que la decisión fuese divina. Así, se ataron los corporales a los lomos de una mula, a la que se dejó ir, conviniendo que allá donde el animal parase se quedaría su sagrada carga. Tras cientos de kilómetros, la mula cayó extenuada frente a la Puerta Baja de Daroca, en el lugar donde ahora se halla el Convento de la Trinidad. Desde entonces, se guardan y se veneran los Corporales en la Colegiata de Santa María.
Portada del Convento de la Trinidad.
Si seguimos por el exterior la muralla, subiendo a la izquierda, nos encontramos con el Portal de Valencia, del siglo XV, y a su lado con un torreón de sillería. Al final hay una escalera, que lleva a una estrecha callejuela, paralela a la carretera, pero oculta de ella, desde la que se tienen unas muy pintorescas vistas de Daroca. Si se quiere sacar bonitas fotografías, merece la pena llegar aquí.
Portal de Valencia y torreón de sillería.
Vistas desde la calle paralela a la carretera.
De regreso a la Puerta Baja, continuamos muralla arriba, por la calle de la derecha y, a continuación, subiendo unas escaleras, hasta alcanzar la Puerta del Arrabal o Portillo de San Valero. Es pequeña, tiene una curiosa decoración y ha sido reconstruida, pero ofrece una vista muy bonita de Daroca antes de pasar por ella y todavía mejor desde el balcón que hay a continuación a modo de mirador.
Puerta del Arrabal y vistas.
Desde aquí, a la izquierda, sale la Ruta de las Murallas, que dejamos para más tarde porque todavía hacía mucho calor. Seguimos callejeando hacia arriba, a la derecha, hasta alcanzar la Plaza de Santo Domingo, donde se encuentra la Iglesia de Santo Domingo, cuya construcción se inició en el siglo XII con piedra de sillar y se terminó en el XIII, constituyendo un ejemplo de transición al mudéjar. Estaba cerrada, así que no la pudimos visitar. Enfrente se encuentra el Museo de la Historia y las Artes de Daroca, instalado en el antiguo Hospital de Santo Domingo, que data del siglo XVI. En conjunto, forman una bonita estampa en la Plaza.
Otra empinada calle, nos llevó de frente hasta la Iglesia de San Miguel, templo románico del siglo XII que contiene unas interesantes pinturas góticas. Lamentablemente no era hora de visita y nos quedamos sin verlas. Se utiliza como sala de conciertos y para actos culturales.
De paso fuimos viendo callejuelas recónditas, salpicadas de casas blasonadas más o menos antiguas, sus ventanas adornadas de macetas con flores.
El camino sigue por la zona alta del pueblo, no muy lejos ya de las murallas y ofreciendo unos bellos panoramas cuando se separan las casas y se abre el espacio en forma de improvisadas balconadas o miradores dispuestos, como el del Muro de San Cristóbal, donde unos mosaicos se refieren al cancionero local. Muy interesante toda esta zona, merece la pena acercarse y contemplar las vistas tanto hacia abajo, hacia el pueblo, como hacia arriba, con las murallas y los castillos. Aquí iniciamos el descenso hacia el centro.
Llegamos a la Iglesia de San Juan, considerada un edificio fundamental en el nacimiento del mudéjar pues se inició en el siglo XII en piedra de sillería y se concluyó en el XIII por alarifes musulmanes utilizando el ladrillo pero manteniendo el estilo románico.
Continuamos bajando, pasamos por la llamada Casa del Diablo, un antiguo palacio del siglo XV, del que se conserva una verja y una típica ventana gótico-mudéjar, y que debe su nombre a un anticlerical al que llamaban el Diablo Royo. Y también vimos otra fachada de lo más curioso.
Al fin, llegamos a la Plaza de España, donde se encuentra una de las joyas arquitectónicas de Daroca, la Colegiata de Santa María de los Corporales, su templo principal, es donde se conservan los Sagrados Corporales cuya leyenda conté al principio. Afortunadamente, tuvimos suerte ya que estaba abierta y pudimos visitarla. Es gratis y merece la pena.
Supone una mezcla de épocas y estilos, pues la iglesia original se comenzó en el siglo XII y continuó en los siglos posteriores con una ampliación gótica, hasta que en el siglo XVI se edificó una iglesia nueva renacentista si bien se respetaron elementos de la primitiva, como el ábside románico, convertido actualmente en Capilla de los Corporales. Además, se realizó una restauración muy importante a finales del siglo XX.
En el exterior, destacan las dos puertas, la principal a los pies de la nave, por donde se entra al templo, que es la de la época renacentista; la lateral, es la de la iglesia primitiva.
Las dos fachadas principales.
Detalles de las portadas.
El interior tiene una gran riqueza decorativa, con el baldaquino del Altar Mayor dedicado a la Asunción y un magnífico órgano del siglo XVI. Entre las capillas, algunas muy interesantes desde el punto de vista artístico, destaca la de los Corporales, la capilla mayor de la iglesia primitiva, actualmente situada en un lateral, que se corresponde en el exterior con el ábside románico. La obra en piedra parece que data del siglo XV y después se habrían realizado los relieves; ya en el siglo XVI, los retablos y las pinturas de esculturas, peanas y cruceros. Las pinturas murales fueron realizadas en el siglo XIV, aunque están bastante deterioradas. Se han realizado laboriosos trabajos de restauración y lo cierto es que el conjunto me pareció magnífico; además, tuvimos la suerte de verlo iluminado.
En la Plaza de España, también se encuentra también el Ayuntamiento, porticado, si bien no aparece como construcción de interés. Al fin, llegamos a la Puerta Alta, que data del siglo XVI, aunque sufrió muchas transformaciones posteriores.
Puerta Alta por dentro y por fuera.
Desde aquí parte la Ruta de las Murallas en el sentido contrario a las agujas del reloj, ya que también puede hacerse al revés, partiendo de la Puerta Baja, como he mencionado al principio. Empezamos a caminar hacia las siete, cuando la fuerza del sol había caído bastante, pero tanto fue así que enjambres de nubes surgieron súbitamente en el cielo, haciendo bueno el aviso de fuertes tormentas que había en la zona. Llegamos hasta el antiguo castillo, pero empezamos a oír truenos y los relámpagos relucían a lo lejos, junto con la inequívoca estela gris de fuertes chaparrones que parecían aproximarse rápidamente.
Antiguo Castillo Mayor
El asunto se puso feo y comenzaron a caer unos enormes goterones con el cielo ya negro. Se estaban registrando fortísimas tormentas por Aragón durante toda la semana y no nos apetecía nada vernos bajo un inclemente aguacero en aquel sendero pedregoso, que se internaba en una zona de bosque. Así que cancelamos la excursión y, menos mal, porque apenas llegamos al hotel comenzó a caer la del pulpo tal cual. Nos refugiamos en el bar del hotel y cenamos de tapas mientras veíamos caer una auténtica cortina de agua que inundó el suelo del patio apenas en quince minutos.
Cuando terminamos de cenar, había dejado de llover, así que salimos a estirar un poco las piernas por el centro iluminado y llegamos hasta la Avenida de la Constitución, pasada la Puerta Baja. No fuimos mucho más lejos porque volvió la tormenta, empezaron a caer unos granizos como uvas y tuvimos que salir escopetados hacia el hotel. Menos mal que nuestro coche estaba en el aparcamiento que ofrece el hotel, bajo la protección de un tejado de uralita.
Recorrido nocturno por Daroca.
Al día siguiente, amaneció un día estupendo, con sol y buena temperatura. Después de desayunar en el hotel, reanudamos la caminata que habíamos suspendido la tarde anterior por las murallas y que he preferido contar ahora, de seguido.
Ruta de las Murallas.
Aunque también puede hacerse en sentido contrario, el que aconseja la Oficina de Turismo parte de la Puerta Alta y continúa por la calle Hiladores hasta el Castillo Mayor. Se trata de una pequeña ruta de senderismo, no es un paseo urbano; así que hay que ir con calzado adecuado, deportivas, botas ligeras o similares. Hay tramos de bastante pendiente, con algunas zonas de piedras en que la senda no está acondicionada. En verano conviene evitar las horas de más sol y calor porque hay partes del recorrido desprovistas de vegetación.
Datos de la ruta:
Longitud : 2,3 kilómetros. Es posible acortar la ruta yendo solo al Castillo Mayor y volviendo por el pueblo (lo que hicimos nosotros antes de ponerse a llover).
Tiempo: entre una hora y cuarto y dos horas, depende de lo que cada uno se entretenga en ver cosas. No puedo decir lo que tardamos exactamente porque hicimos la ruta en dos jornadas diferentes por la tormenta, pero puede hacerse en poco más de una hora parando a hacer fotos.
Desnivel: 170 metros.
Comenzamos en la Puerta Alta y caminando una metros empezamos a ver sobre ella la Torre de las Cinco Esquinas y la Torre de la Espuela.
Seguimos la muralla por el exterior, dejando a un lado la Torre de la Sisa. Aquí el camino empedrado pica hacia arriba muy ostensiblemente, coronado por nuestra próxima meta: el Castillo Mayor, una de las tres fortificaciones que protegían la ciudad y al que se accede tras superar unos cuantos escalones de roca rota. Las vistas desde lo alto son magníficas.
Llegamos al Castillo, que solo conservan las ruinas del edificio central, la puerta norte, la torre del homenaje y el aljibe. Si no se quiere, se puede seguir la senda marcada con palos sin subir al interior porque no hay nada dentro, aunque se tienen estupendas vistas desde una esquina, pero que son semejantes a las que nos encontraremos por toda la ruta. Desde aquí se puede regresar al pueblo por la Ermita de Nazaret o continuar adelante para hacer la ruta completa.
Ya por la mañana, en este punto giramos a la izquierda hacia la Torre del Jaque, por un sendero de tierra paralelo a la muralla y bastante empinado. Desde el Mirador de las Murallas, las vistas de Daroca y su entorno resultan espectaculares y un panel informativo explica con todo detalle lo que estábamos contemplando.
Por un terreno irregular y bastante pedregoso, ya en descenso, llegamos hasta la Torre de San Cristóbal, desde donde se contempla el paisaje que hay hacia la otra cara del montículo.
Según íbamos avanzando en sentido contrario a las agujas del reloj, la posición de Daroca ante nuestros ojos viraba igualmente, con la misma estampa en diferentes perspectivas.
Pasamos las Torres del Águila y San Valero, en cuyas inmediaciones ya podíamos adivinar el final de la ruta, junto a la Puerta del Arrabal. En esta zona contemplamos la que, en mi opinión, es una de las mejores vistas más bonitas de Daroca. Si alguien no tiene tiempo o no quiere hacer el recorrido completo, aquí le doy una buena pista para sacar una foto estupenda.
Ya solamente quedaba cruzar la Puerta del Arrabal, girar a la izquierda y descender los escalones de la calle que conduce a la Puerta Baja. Una vez en la calle Mayor, fuimos a buscar el coche y nos encaminamos hacia nuestro siguiente destino.
LAGUNA DE GALLOCANTA.
En principio, no teníamos previsto visitar la laguna, pero al ver el indicador de carretera señalando que nos encontrábamos apenas a 20 kilómetros nos entró la curiosidad. También es cierto que teníamos algo de prevención por lo que podríamos encontrar (o no encontrar), ya que habíamos leído que al principio del invierno la laguna se hallaba en una situación agónica, prácticamente seca. Nos hubiera dado mucha pena contemplar tal situación, pero por fortuna eso no sucedió. El cielo estaba oscuro, cubierto de nubes, aunque la previsión del tiempo era optimista ya a partir de la tarde. Pasamos junto por la población de Gallocanta y poco después nos encontramos con un Museo y Centro de Interpretación cerrado y un camino hacia uno de los miradores. El coche se deja allí, salvo personas con movilidad reducida, que lo pueden acercar hasta un aparcamiento más cercano a la laguna, desde donde sale una pasarela de madera acondicionada hasta alcanzar una barraca para observación. A nuestro alrededor, vimos un entorno estepario, con carrizos, juncos y espadañas. A nuestra espalda, el pueblo de Gallocanta, coronado por su iglesia.
Si consultamos en internet, descubrimos que esta es la laguna salada más extensa de la Península Ibérica y la mejor conservada de Europa pues disfruta de una doble protección al ser considerado Humedal de Importancia Internacional y Reserva Natural. Se encuentra en un altiplano a casi mil metros de altitud y ocupa una cuenca endorreica sin salida a cauces fluviales. Tiene 7,5 kilómetros de largo por 2,5 kilómetros de ancho y su profundidad puede superar los dos metros en épocas de máxima inundación.
La laguna destaca también por ser un lugar esencial de descanso para las aves migratorias, en especial las grullas, de las que se han contabilizado más de cien mil ejemplares en una sola jornada. Las bandadas suelen llegar al anochecer, entre los meses de noviembre a febrero, formando un impresionante espectáculo visual. Al ser verano, no había aves, pero nos conformamos y mucho contemplando la masa de agua, afortunadamente recuperada por las abundantes precipitaciones de este 2018 después de la terrible sequía sufrida en 2017.
ANENTO.
Dimos unas cuenta vueltas para llegar a Anento desde la laguna de Gallocanta porque el navegador del coche no coincidía con lo que nos decía Google Maps, al que decidimos hacer caso para ahorrar unos cuantos kilómetros y terminamos metidos en una carreterucha que desembocó en una pista que nos obligó a retroceder hasta la carretera, con lo cual lo comido por lo servido o peor aún. Al final, hubiera resultado mejor volver a Daroca y desde allí seguir hasta Anento, que se encuentra a unos veinte kilómetros. Por lo tanto, esa es la ruta que pongo en el mapa del itinerario preferible, aunque no fuese el que nosotros hicimos.
Anento me llamó la atención al verlo en la guía de los Pueblos más Bonitos de España ya que nunca había oído hablar de él anteriormente. Está situado al sur de Zaragoza, en la comarca natural de Campo Romanos. Su historia es muy curiosa ya que en 1248 se desligó de la dependencia de Daroca para pasar a la de Sesma del Campo de Gallocanta, disuelta en 1838. Sin embargo, lo que más llama la atención es que a principios de los años setenta del siglo pasado en este pueblo solamente vivían unos pastores y, después, gracias al empeño de algunas personas por rehabilitar el caserío y rescatar del olvido sus monumentos, el pueblo adquirió un interés turístico que lo ha llevado a recuperar población hasta los 105 habitantes con que cuenta en la actualidad.
Se encuentra en el fondo de un valle a casi 1.000 metros de altitud sobre el nivel del mar. El paisaje resulta muy llamativo por las paredes de piedra caliza sobre mangas arcillosas que se alzan al fondo de las casas, otorgándole un fuerte colorido que cambia con las estaciones. Además, hay ricas huertas a su alrededor.
Cuando llegamos casi era la hora de comer. Dejamos el coche en un aparcamiento gratuito habilitado y seguimos las indicaciones hacia el hotel-restaurante de los Esquiladores, que anunciaba menús del día, en la parte de pueblo nueva, ubicada enfrente del núcleo antiguo, cuyas casas de colores intensos destacan serpenteando en las laderas de un cerro. No nos pareció que hubiese más restaurantes allí, así que entramos dispuestos a almorzar porque se estaba haciendo tarde. El dueño nos dijo que tenía un problema con la luz puesto que durante la tremenda tormenta de la noche anterior, un rayo había fulminado uno de los generadores afectando a la cocina, que no funcionaba. Sin embargo, amablemente se ofreció a prepararnos un menú de circunstancias ya que podía utilizar la plancha. Aceptamos y la verdad es que comimos bien pese a que no pudimos probar algunas de las especialidades locales, en especial las judías blancas.
Anento cuenta con casas muy cuidadas, algunas rehabilitadas, otras reconstruidas o nuevas incluso, casi todas pintadas con colores fuertes que pretenden recordar a los de la tierra que las acoge. Resulta muy agradable pasear por sus callejuelas de aire medieval, si bien las cuestas hacia arriba o hacia abajo son inevitables.
Entre sus monumentos destaca la Iglesia de San Blas, románica del siglo XIII, que alberga pinturas murales del siglo XIV y uno de los retablos góticos (S. XV) más grande y mejor conservado de la antigua Corona de Aragón, obra de Blasco de Grañén. Además tiene un pórtico gótico y artesonados mudéjares. Lamentablemente, la iglesia tiene un horario restringido de visita y no nos coincidió estando allí.
MANANTIAL DE AGUALLUEVE, CUEVAS EN LA MONTAÑA Y CASTILLO (ruta a pie).
En la parte baja del pueblo, junto a la Oficina de Turismo, se encuentra el panel que anuncia un recorrido a pie de lo más atractivo pues en sus 3 kilómetros (hora y media, incluyendo la subida al castillo) recorre Anento y sus alrededores. La ruta es circular y se puede hacer empezando por la huerta o por el pueblo. Nosotros preferimos la primera opción (cruzando el puente a la derecha, con el pueblo a la izquierda), dejando así el pueblo para el final.
Panel informativo junto a la Oficina de Turismo, al inicio de la ruta.
El sendero bordea las huertas y se interna en un precioso bosque de álamos, fresnos, encinas, nogales, sauces, pinos, zarzamoras y una gran variedad de arbustos, amenizado, además, por el alegre sonido del río de fondo. Había llovido mucho la jornada anterior y había algo de barro, así que tuvimos que calzarnos las botas. A nuestra izquierda quedaba la población, coronada por la torre de la iglesia y enmarcada por un llamativo conjunto de roca caliza de tonos intensos entre el rojo y el marrón, horadado por numerosas cuevas.
Después de pasar un antiguo molino, llegamos al manantial que se conoce como Aguallueve y que se origina por la continua caída de gotas que van formando un relieve bello y peculiar con paredes de piedra forradas de musgo y pequeñas grutas. En invierno, si la temperatura es muy baja estas gotas pueden llegar a congelarse dando lugar a una vista realmente sobrecogedora con largos y afilados chupones que cuelgan de tobas calizas forradas de musgos helados. He visto fotos en internet y resulta espectacular.
Lo único que desentonaba era que ese día las aguas acumuladas en la charca no eran azules sino de un marrón amarillento por el arrastre de las tormentas de las jornadas anteriores.
Siguiendo la ruta, se puede subir hasta una torre celtíbera, que también resulta accesible desde la carretera. Sin embargo, nosotros giramos hacia la izquierda para volver hacia Anento, completando la ruta circular.
El sendero es sencillo, presenta las bonitas y verdes vistas del valle junto al río, y no tiene demasiado desnivel hasta llegar a la zona en que se desvía hasta la zona de las cuevas que se abren en la montaña. Es posible saltarse este paso y seguir de frente, cosa que, naturalmente, no hicimos. Tras pasar un merendero con una fuente y bancos rojos, subimos por unas escaleras de piedra, que al ascender ofrecen cada vez mejores vistas del valle y, sobre todo, acercan a las cuevas excavadas en la roca caliza, ofreciendo paisajes que recuerdan a las edificaciones de los cuentos de hadas y de las series de ciencia ficción. No tiene mucha publicidad, pero, por ejemplo, me gustó mucho más que una ruta algo similar que habíamos hecho en Auvernia (Francia) el mes anterior. Resultan muy llamativas las formas de las piedras y su intenso color. El terreno en esta zona es algo más escarpado y hay que ir con un poco de cuidado, sobre todo si está mojado como era el caso. Ninguna dificultad especial, no obstante.
Ya cerca del pueblo, las perspectivas eran muy bonitas. También nos topamos con el sendero que conduce en pronunciada cuesta hacia el Castillo, que ya existía en 1357 cuando la aldea fue quemada por las tropas castellanas de Pedro el Cruel. Se conserva un frente de unos 30 metros, con almenas, saeteras, dos torres y la puerta semicircular que daba acceso al recinto fortificado con puente levadizo sobre un foso. Es interesante ir a echar un vistazo.
Desde aquí hay dos opciones: seguir hasta el pueblo por la carretera o retroceder a la parte inferior del sendero, bajando las escaleras de piedra junto a las rocas, que es lo que hicimos nosotros ya que así tuvimos la oportunidad de disfrutar de otras bellas panorámicas de Anento y su valle.
Al final, desembocamos en las calles del pueblo, que recorrimos sin prisa, como requería la paz y tranquilidad que se respiraba allí. Lástima que no pudiésemos visitar la iglesia, hubiera sido un broche perfecto a una jornada muy interesante que iba a continuar por tierras turolenses. Pero eso ya corresponde a otra etapa de este diario.