Esta es sin duda una de las excursiones clásicas y también más recomendables para realizar cuando se pasan unos días de vacaciones en la provincia de Alicante pues se recorren paisajes que a muchos les parecerán sorprendentes por su abundante agua y vegetación muy cerca de la costa levantina, un destino considerado a menudo como de sol, playa, chiringuitos y poco más. Además, se visita un pueblo sumamente pintoresco, asentado de modo casi imposible en lo alto de un quebrado risco coronado por un campanario blanco y los llamativos restos de las torres de dos castillos de origen musulmán, que ofrecen unas vistas extraordinarias de la zona serrana en la que se ubica, con cimas que superan los 1300 metros, a lo que se añade un embalse con aguas de un intenso color turquesa. Y todo ello en un itinerario que requiere poco más de hora y media de viaje desde Alicante capital y apenas una hora desde el mismísimo Benidorm (regreso aparte).
Situación en el mapa peninsular e itinerario desde Alicante según Google Maps
Claro que la ventaja que representa la cercanía y la facilidad del acceso desde las zonas playeras alicantinas supone también el inconveniente de la masificación, por lo cual para disfrutar al máximo de este recorrido es muy aconsejable realizarlo fuera de la época de mayor afluencia turística, evitando en lo posible los meses de julio y agosto y los fines de semana. Sin embargo, como las circunstancias mandan y las vacaciones se tienen cuando se tienen, no hay que desanimarse ni dejarlo pasar porque son lugares realmente atractivos que merece la pena conocer.
Fuentes del Algar.
Guadalest.
Guadalest.
En nuestros numerosos periplos por la provincia de Alicante, hemos hecho varias veces este recorrido ya que nos gusta repetirlo cada cierto tiempo. Con el paso de los años, Guadalest no ha variado demasiado, pero sí las Fuentes del Algar, que conocimos mucho menos habilitadas para las visitas turísticas de lo que lo están ahora y, por tanto, menos concurridas. Sin embargo, esa es otra historia, remota e irrepetible.
LAS FUENTES DEL ALGAR (LES FONTS DE L’ALGAR).
El punto de referencia al que hay que dirigirse para llegar a las Fuentes del Algar es Callosa d’en Sarría, población de la cual distan unos 3 kilómetros, en dirección hacia Bolulla. Esta localidad de la comarca de la Marina Baja se ubica en un valle entre picachos, donde abundan la roca caliza y los bosques de pinos, con extensos árboles frutales y cultivos, entre los que destaca el níspero, que allí se utiliza en todo y para todo, como se puede comprobar inmediatamente por los anuncios. Como he mencionado, es importante evitar si es posible los días de una mayor afluencia de visitantes pues la estrecha carretera desemboca en un laberinto de aparcamientos de pago, tenderetes y restaurantes, que ofrecen como reclamo de sus menús el estacionamiento gratuito y una rebaja en la entrada a las “Fuentes”. Se puede aparcar gratis (si queda sitio) en el primer aparcamiento que se ve al llegar, a la derecha, junto a la Oficina de Información Turística, aunque es el más apartado, ya que hay que caminar un kilómetro más o menos hasta el acceso, donde muere la carretera. La tarifa del resto de aparcamientos es de cinco euros por vehículo, o al menos eso era lo que cobraban cuando fuimos la última vez.
Además de los aparcamientos, a ambos lados de la calzada, se apiñan numerosos puestos de venta de recuerdos y productos típicos, sobre todo los derivados del níspero (el producto estrella local), así como cinco restaurantes. Cuando hay mucha gente, este trasiego puede resultar bastante agobiante, lo cual no deja de ser algo habitual en sitios con tanto reclamo turístico.
En este panel informativo se puede distinguir la disposición del lugar. Aparte de los restaurantes, existe una zona de picnic señalizada ya que está prohibido ir de merienda a las inmediaciones del río.Teníamos la idea de comer en un restaurante del que guardábamos buen recuerdo, pero estaba cerrado ese día (se turnan para librar), así que después de echar un vistazo al resto, nos decidimos por el que está más cerca de las taquillas, que cuenta con una terraza fresca y agradable frente al Toll de la Caldera, con una vista muy sugerente de la cascada principal.
Al hacer la reserva de la mesa, nos entregaron un papelito para que el aparcamiento nos saliera gratis y también para conseguir un descuento en el precio de la entrada puesto que el recorrido en torno al río, con sus pozas y cascadas, se ha convertido en una especie de parque fluvial de pago con piscinas naturales y horario de acceso. No lo recuerdo de ese modo cuando estuvimos la primera vez hace un montón de años (la segunda vez ya sí), pero dada la afluencia masiva de gente, creo que incluso debería establecerse un aforo máximo para no desvirtuar un sitio natural tan bonito y brindarle así una mayor protección medioambiental. Por cierto que este espacio está declarado Zona Húmeda protegida desde el año 2002.
La tabla de precios para 2019 era la siguiente: durante la temporada alta (15 de junio a 15 de octubre), 5 euros (adultos), 4 euros los mayores de 65 años y estudiantes y 2 los niños entre 4 y 10 años; el resto de fechas, el precio bajaba un euro para adultos, mayores y estudiantes. Naturalmente, estos precios pueden variar, al igual que los horarios, que cambian según la temporada, por lo que conviene consultar previamente su página web.
El manantial y el curso del río.
En las taquillas proporcionan un plano y con el tique de acceso se puede entrar y salir durante todo el día, lo cual viene muy bien para ir a almorzar, por ejemplo, pues como he comentado está prohibido comer en el área de pago, en torno al río. El itinerario principal de un kilómetro y medio de longitud está parcialmente habilitado mediante pasarelas y escaleras y cruza varias veces el río por una serie de puentes, desde donde se contemplan cascadas, pozas y el curso del río, cuyas aguas de color turquesa, abrazadas por una espesa vegetación, ofrecen un marco natural muy bonito pese a la cantidad de gente que puede acumularse en los días más calurosos del verano pues no hay que olvidar que está permitido el baño en casi todo el recorrido.
Una de las zonas más llamativas está justamente en la entrada, pasando la taquilla. Hay que bajar unas escaleras hacia el río, que se cruza por un puente desde el que se divisa el curso del agua, que desciende sobre las peñas, formando varios saltos y pozas, con el fondo espectacular del Toll Calderona y la cascada principal. Lo malo es que ahí se arremolinan buena parte de los visitantes, tanto los que se bañan como los que hacen el recorrido, lo cual desluce bastante el, por lo demás, magnífico panorama. La ruta sigue en ascenso entre cascadas y fuentes, que salvan los metros de desnivel que producen los numerosos saltos de agua.
Después, se puede caminar por ambas orillas del río, conectadas mediante puentes. Hay zonas de remanso, nuevas cascadas, improvisadas piscinas, una pequeña zona de playa y hasta un soporte a modo de trampolín para lanzarse al agua hasta llegar al final del sendero, que está cortado por una valla. Creo recordar que antaño se podía continuar un poco más, aunque ha pasado tanto tiempo que tampoco estoy del todo segura.
La erosión de la roca caliza causada por el discurrir de las aguas del río Algar (que significa “cueva” en árabe) ha dado lugar a un paisaje espectacular, en el que se suceden cascadas, fuentes, manantiales, remansos de agua (llamados tolls), una antigua presa, el canal y acequias todavía en uso. Antaño no existía este camino tan preparado, e incluso me viene a la memoria que si se quería avanzar en algunos tramos había que hacerlo caminando o nadando por el propio cauce del río. Pero los tiempos cambian y todo evoluciona, si bien el agua sigue estando tan fría como la recordaba desde la primera vez.
Los puntos más atractivos para la fotografía son la cascada principal, los Tolls (Blau, del Balandre, de la Presa, de la Figuera, de la Parra) y la Playa de Tribu.
Sin embargo,quizás lo que más impresiona es el sonido del agua y sus colores azules y turquesas, así como la vegetación de ribera, que brinda lugares encantadores para bañarse o relajarse, contemplando el panorama tranquila o no tan tranquilamente, dependiendo de la jornada y la afluencia de gente. Claro que ésa es otra cuestión.
En el restaurante tenían varios menús. Nos decidimos por uno que ofrecía el “arroz del señoret” como plato principal, además de varios entrantes, tipo degustación, incluyendo aperitivos, surtido de postres, cafés y chupitos. Todo estaba muy bueno, así que no nos pareció caro pagar 25 euros por persona, teniendo en cuenta también los descuentos en el parking y la entrada. Además, nos dieron a probar dos insólitos tipos de vinagre: de frambuesa y de níspero (el más característico de la zona), que supuso un descubrimiento para nosotros pues suaviza bastante la ensalada sin restarle sabor. Nos gustó mucho y compramos un par de botellitas en los puestos de venta que había junto a la carretera. Tenemos que volver a por más.
GUADALEST. EL CASTELL DE GUADALEST.
Después de comer y de dar una última vuelta por las “fuentes”, regresamos al coche para continuar nuestra escapada de la jornada, cuyo destino era Gudalest. Como ya he mencionado, no llega a 20 kilómetros la distancia que hay desde un punto a otro, aunque se tarda casi media hora porque la carretera tiene muchas curvas y continuas subidas y bajadas. Sin embargo, no se nos hizo nada pesado porque el paisaje era magnífico y, pese a estar a finales del verano, se mantenía verde por los pinos en las zonas alta y los cultivos de olivos, cítricos, algarrobos y almendros, en las laderas y el valle.
Ruta entre las Fuentes del Algar y Guadalest según Google Maps.
Ya cerca de Guadalest, nos detuvimos en un mirador desde el que se vislumbra el pueblecito, coronando de manera casi inconcebible las quebradas agujas de un pintoresco promontorio rocoso. Alrededor, se divisan también varias cimas que superan los 1.300 metros de altitud sobre el nivel del mar, componiendo un estupendo panorama. Es cierto que una casa desentonaba un poco con el paisaje, pero la perfección no existe: ¡qué le vamos a hacer!
Tomé más fotos desde el coche según nos íbamos aproximando a la población, que ganaba atractivo con cada kilómetro que avanzábamos.
Guadalest se encuentra a casi 600 metros de altitud, en la zona norte de la comarca alicantina llamada de la Marina Baixa, entre las sierras de Xortá y Serrella.
Hay bastante sitio para aparcar cerca de la carretera, junto a varios bares y restaurantes, algunos con terraza. Como es lógico, al casco viejo no se puede acceder con el coche y conviene visitarlo a última hora de la tarde o en un día de poca afluencia turística, evitando fines de semanas, sobre todo en verano, puesto que es muy pequeño, las calles son angostas y, ciertamente, llega a masificarse. Como curiosidad, decir que, según he leído, su población no alcanza los doscientos habitantes y, sin embargo, recibe más de dos millones de visitantes al año. Ahí es nada.
Ya a pocos minutos para las siete de la tarde, lo encontramos con poca gente, lo cual agradecimos realmente. Aunque no vi ningún indicador al respecto (lo que me resultó extraño), tengo entendido que Guadalest se encuentra en el catálogo de la Asociación de los Pueblos más bonitos de España.
Antes de iniciar el recorrido consultamos un mapa turístico que vimos junto a la carretera. El recorrido recomendado tampoco desentrañaba ningún misterio porque solo hay una calle que conduce al Barrio del Castillo, el más antiguo y pintoresco. Actualmente, la mayoría de los vecinos viven en el llamado Barrio del Arrabal, en la ladera de la montaña.
Por si acaso, un indicador señala la inequívoca ruta a seguir pues el reclamo del castillo y el campanario (campanar) atraen como un imán al visitante. Previamente avanzamos por la calle del Sol, de casas blancas y macetas con flores, sus bajos convertidos en inevitables tiendas de recuerdos de todo tipo para captar la atención del turista.
Pese a su pequeño tamaño, Guadalest presume de tener una buena ristra de museos, como el de miniaturas, el etnológico (instalado en una casa típica del siglo XVIII), el Microgigante, el de Antonio Marco o el de la Tortura, el más conocido quizás por eso de las connotaciones morbosas. En fin, que quien se quiera entretener antes de afrontar las inevitables escaleras hacia las alturas puede hacerlo sin problemas.
Dejando atrás este núcleo de casas, a la izquierda, una infranqueable y altísima pared de roca vertical cierra el paso, mientras que a la derecha el panorama se abre en lontananza, brindando un espectacular paisaje de ambiente mediterráneo que, en días claros como aquél, alcanza incluso la costa. Después de pasar un parque infantil, llegamos a uno de los miradores más representativos de Guadalest: que levante la mano quien haya pasado por aquí sin hacerse una foto. Y es que la estampa resulta de lo más atractiva entre las palmeras, la vegetación, el pintoresco túnel escavado en la roca que conduce al casco antiguo y el conjunto vertiginoso de pétreas agujas, sobre una de las cuales se yergue el llamativo campanario blanco.
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Como si entrásemos en una fortaleza medieval, traspasamos la puerta de la Villa del Castillo de Guadalest (El Castell de Guadalest) que desde fuera parece sostener las peñas, aunque ya en el interior la vemos embebida en la montaña. El corto túnel conduce a una calle larga y empedrada, la de la Iglesia, que desemboca en la Plaza de San Gregorio, donde se encuentra el Ayuntamiento, en cuyo sótano se pueden visitar las mazmorras medievales del siglo XII, excavadas en la roca, como no podía ser de otro modo. Por la derecha de la plaza se accede a un estupendo balcón-mirador que hay que recorrer hasta el final para deleitarse con las vistas.
Pero antes de dirigirse allí, se pueden ver otras cosas, dependiendo de la curiosidad de cada cual y de las ganas que se tengan de pagar o no una entrada. Por ejemplo, en cuanto al patrimonio histórico, nos encontramos con el Castillo de San José, del siglo XI y origen musulmán, encaramado a las rocas más altas de la población y del que únicamente se conserva la Torre del homenaje. Un par de terremotos y las voladuras de la Guerra de Sucesión produjeron su ruina. Y no corrió mejor suerte otro castillo de origen árabe, el de la Acozaiba, del que solo quedan los restos de un torreón, cuya fachada parece haber sido restaurada que se derrumbe.
La iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción se construyó en el siglo XVIII sobre los cimientos de un templo anterior del siglo XIII. Fue incendiada y saqueada durante la Guerra Civil. Su campanario exento es uno de los elementos emblemáticos de Guadalest.
La visita más interesante o, al menos, la que ofrece más cosas para ver, es la Casa de Orduña, construida por la familia dominante del lugar a mediados del siglo XVII, tras el terremoto que asoló el castillo. Incendiada y saqueada durante la Guerra de Sucesión, las dependencias que se conservan actualmente (cocina, comedores, habitaciones, biblioteca, etc.) presentan la decoración de su época de máximo esplendor, durante el siglo XIX, aunque son muy numerosos los objetos de épocas anteriores. También hay una planta dedicada a museo, donde se exponen bastantes obras de arte, sobre todo cuadros.
Aparte de las estancias en sí y del museo, tiene el atractivo de ser el único acceso posible al Castillo de San José, del que solo queda en pie una torre en ruinas. Al lado de la torre se encuentra el viejo cementerio, al que se llega por un camino de vía crúcis. Las perspectivas desde el castillo y sus aledaños son magníficas, especialmente sobre el vecino “campanar”.
Y no menos espectacular resulta la imagen que ofrecen las aguas turquesas del pantano de Guadalest en contraste con el verde de la vegetación, el marrón de las rocas y el azul profundo del cielo (aunque en este caso aparecieran las nubes).
Desde luego, no hace falta subir al castillo para contemplar las vistas del embalse y todo el paisaje que lo rodea, ya que hay varios miradores gratuitos a los que se accede por la calle de la Iglesia. Aunque están a menor altura que los del castillo, tampoco desmerecen en absoluto y, además, hay que ir hasta allí para contemplar una panorámica diferente del castillo y sus murallas.
Aunque personalmente me gustó la visita a la Casa de Orduña, reconozco que quien no quiera pagar los cuatro euros que cuesta la entrada tampoco se perderá nada realmente imprescindible, ni siquiera en lo referente a las panorámicas, algunas de las cuales (a juzgar por las fotos que conservamos) encontramos casi inalterables respecto a la primera vez que las vimos, hace ya muchos años. Los que no estamos iguales somos nosotros, claro está.
Terminada la excursión, no volvimos por la AP-7 (la ruta de ida) sino que continuamos por la CV-70, en busca de la A-7, en las inmediaciones de Alcoy. Por el camino, contemplamos los bonitos paisajes que ofrece esta comarca, si bien la tarde caía ya muy deprisa.
De pronto, tras dejar a atrás un hondo barranco, divisamos a lo lejos un enorme e inquietante esqueleto pétreo asentado en un alto que me atrajo sin remedio. Un castillo, sí. O lo que queda de él, mejor dicho. No sé si sería la oscuridad que ya acechaba, sus muros altos y rotos o su extraña ubicación sobre un aislado peñón, lo que nos llevó a buscar un lugar para detener el coche y ver qué era aquello. Nos quedamos sorprendidos al descubrir unas escaleras metálicas ancladas a sus paredes. Al consultar en internet, me enteré de que estábamos frente al castillo de Penella (Castell de Penella), del siglo XIII, a 7 kilómetros de la localidad de Cocentaina, en territorio de frontera entre árabes y cristinas por donde campó Jaime I el Conquistador. Su estado es de “ruina consolidada”, lo que significa que se han realizado trabajos de conservación y se puede visitar, como anticipaban las escaleras. De modo que apuntado queda para otra ocasión.