MUSEOS VATUCANOS Y EL TORSO BELVEDERE ✏️ Diarios de Viajes de Italia

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"EL TORSO BEVEDERE : EL ORIGEN DE TODAS LAS COSAS"

Lo esencial es tantas veces invisible. No importa cuántas veces una se tope con éllo.
Roma, la etrusca, la romana, la gótica, renacentista, barroca, neoclasica, modernista o de vanguardia, pone a nuestros pies las piezas que en algún momento la armaron. Como un rompecabezas.

La permanencia de las volutas de los capiteles en aparente amontonamiento con tramos de columnas acanaladas, de basas, bloques de mármol con grabados las más de las veces en latín pero incomprensibles, es una franca oportunidad que se nos ofrece para intentar rearmar el puzzle y desandar el tiempo.
Quien suponga que se trata sólo de restos de lo que fué, del descuido del pasado o el exceso de ejemplares, yerra.

La ignorancia debe volar a Miami o las cálidas playas de Brasil, donde nunca llueve. Lo suyo es el "all inclusive". Nada de piedra.

Parte de la belleza inconmensurable de esta ciudad que descubro y redescubro cada vez que me acerco, está en las mal llamadas "ruinas".

No son ruinas, sino el aspecto actual y vigente, pleno y potente, de los generales entrando en carros tirados por caballos por la Vía Appia en señal de extensión de la conquistas y los homenajes que se les rendían, del culto severo y concienzudo a los dioses, del ofrecimiento del "pan y circo" a una gran población sumida en la pobreza y hacinamiento que debía amar a sus emperadores para aportar a la grandeza de Roma, del espectáculo público de circos y arenas. De las transformaciones tajantes como la conversión al Cristianismo a partir de Constantino. De la llegada de los "bárbaros" en el 476 y de lo que vino en adelante.

De todo hablan los mármoles y piedras calcáreas y restos de pigmentos vegetales que subimos, bajamos y admiramos hasta hacérsenos tan familiares que algún distraído puede llegar a considerar "ruinas". Barbaro! le diría un buen romano.
Así es como se ve en la actualidad la vida que fue. Y es justamente esa una de las razones por las que Roma - totalmente orgullosa de sí misma - mantiene una magia, encanto difícil de expresar y tan fácil de vivir cuando se la mira a los ojos. Porque las demás sedes europeas de rango se dedicaron a convertir la historia en escenografía.
Aún manteniendo las construcciones - por su propia resistencia a la mano humana - la inmensa belleza que encierran, nadie ha tenido el coraje de retener vivas, aislados e intocables las inmensas extensiones de las Termas de Caracalla, del Circo Massimo, de los paralelos Foros Imperiales, el Teatro de Marcello y los templos que cierran un semicírulo que se recorre caminando por horas, sobre el Tévere con Santa María in Cosmedín - la vieja iglesia copta- y los templos paganos que la preceden.
Los ingleses incorporaron los baños termales de Bath a un complejo de museo moderno hasta el punto del encierro. Tarraco - Tarragona - , Arles, Nimes, Verona ( a arena mejor conservada de Europa) con su arena cubierta de gradas y alfombras, mantienen sus edificios imperiales a modo de maqueta, no de parte de la ciudad viva. Los franceses indican con un portal moderno y debida señalización en medio de la Isla de la Ciudad que allí están las bases romanas de París. Claro, en tanto se trata justamente de la plaza de frente a la magnífica Notre Dame, pareciera no haber tenido opción.

Otro temperamento ha guiado a los fanáticos italianos a que tode sea tal y como era o donde se cayó.
Así es Paestum en la región Campaña, o los el Valle de los Templos en Agrigento, Segesta o Selinunte, todo en Sicilia. O hasta en la multitudinaria Capri y Anacapri, Roma está donde la dejaron los romanos.

La mismísma Pompeya y sus eternas restauraciones o la intocada Erculano. O de Ostia.

En Italia las cosas y los italianos son como son. Tómalos o déjalos. Ellos no cambian.

Pero, sabemos que cuesta detectar el pasado romano en cada ciudad que haya sido parte del Sacro Imperio y no por la falta de huellas sino porque Roma, sólo es Roma.

Lo más maravilloso es que para entonces no se producía "arte". Se vivía en clave de "arte". La belleza y la búsqueda y hallazgo de la perfección estética no eran un entretenimiento sino la concepción constructiva desde una estatuilla o un relieve, hasta un mausoleo o un templo. No importaba el tamaño sino el destino. Perfección para obtener gloria. Y tuvieron la gloria. La gloria de la Patria.
Hoy nos topamos con sus testigos al alcance de la mano. No cuesta nada apoyarlas para sentir el frío que guardan los bloques aún al rayo del sol, o la suavidad de las curvas de los altos y medios relieves con los que ornamentaban - casi a modo de escultura - los edificios relatando su historia.
Porque todo tenía una finalidad : culto a los dioses y a sus propias hazañas.

Eso es lo que se admira en la Columna de Trajano que remata su Foro con los 18 discos helicoidales que relatan a lo largo de cerca de 200 metros las conquistas del emperador.
O el Arco de Constantino compitiendo la atención nada menos que con el mismísimo Coliseo.
Pues ahí están como piezas de siglos y siglos de inintencionada creación - hoy - considerada artística y que sólo era su manera de hacer las cosas. A lo grande.

Por eso es que un trozo de mármol en Roma no representa ninguna novedad. Hasta llega a pasar inadvertido como parte de un paisaje abundante . Y eso ocurrió con el Torso Belvedere. La matriz de la perfección romana en el tratamiento del cuerpo humano. La medida de las cosas hacia el futuro. El orígen.

En cuántas oportunidades visité los Museos Vaticanos?

Recorrido completo y fanático aunque agotador y su versión abreviada, la que conduce con innecesaria ansiedad a la Capella Sistina, ofrecen las galerías de esculturas greco-romanas.
Largos espacios de pisos y paredes de hermosos mármoles, columnas y ventanales mirando a los jardines característicos de las colinas de Roma.

Techumbres de estucados y pinturas cada una con un estilo y temática atraen forzosamente la vista pues se avistan mucho antes de entrar en cada tramo.

Y la realidad es que una no sabe qué mirar primero. Y si hay una cantidad importante de visitantes - que aún en enero los hay - la tentación es adelantar el paso intentando en vano más espacio.

Pues es la táctica errada. Abstraerse de la eventual multitud y sumirse en una soledad imaginaria es lo que garantiza toparse con cada pieza.

El premio a tamaño esfuerzo fue el encuentro cara de hace apenas unos días con el famoso "Torso Belvedere".

Claro está que frente a las obras competas que el museo Pío Clementino exhibe como el Laocoonte, Baco, Diana Cazadora, la divinidad fluvial que representa al Arno, el Perseo triufante exhibe vencedor la cabeza de la medusa, Apoxiomenos, el Apollo de Belvedere o el Hércules imponente en bronce, el torso pareciera desentonar.

Por el contrario, la pieza ostensible resto de una composición mucho mayor y severamente dañada e incompleta es, en sí misma, "la protagonista" del corredor.

El centro de la escena.

Ingresado a la colección de los Musei Vaticani en el siglo XV - 1530 aprox- fue el modelo en el que Miguel Angel inspiró, como puede constatarse en la misma visita, nada menos que los cuerpos de quienes relatan los tramos del Antiguo Testamento que ostenta impecables la Capilla Sistina.

Terminar la visita en élla no es sólo la consecuencia geográfica del recorrido, sino la aventura de seguir los pasos del gran ejecutor del fresco del techo, del que cubre la totalidad del altar y dedicado al Jucio Final y arquitecto definitivo de la Basílica de San Pedro.

Este monstruo genial de la forma, el cálculo, el color, tomó el Torso Belvedere para construir al mismísimo Dios de la creación de Adán, al de la expulsión del paraíso, a los profetas y a las sibilas mismas. Fue su propio Génesis.

Es que el torso fue la definición, el concepto mismo de la belleza. Firmada por Apolonio de Atenas, Buonarroti se obsesionó con élla.

Y no fue el único. Rafael Sanzio también se inspiró en el torso tal como se advierte en las propias estancias vaticanas cuando una se siente inexistente frente a "La escuela de Atenas".
Y los detalles hablan por sí mismos.
Siglos después es Rodin el que vuelve sobre el torso con El Pensador - que el propio museo en una de sus versiones en bronce exhibe- o los cuerpos entrelazados en El Beso como el del MNBA de Buenos Aires - que dejan ver sin mayor esfuerzo que ha sido el "torso" la fuente de inspiración y el lenguaje utilizado para lograr proporción y perfección en la transformación de un trozo de mármol en - casi - un ser humano.

Renacimiento, Manierismo y Barroco llevan el sello del torso de Belvedere como si nada hubiera existido luego de su exhibición inicial en el Cortile (patio) de Belvedere.
Acaso no transmiten esa sensación los brazos del "Moisés" que - con escasa presencia del turismo masivo- espera silencioso en San Pietro in Vincoli, levantada en el siglo V para coustodiar las cadenas con que Pedro fue encarcelado en Jerusalém.
Bajo la cabeza que esconde con poco esfuerzo la cara del propio artista, los detalles delatan la fuente de inspiración. Su orígen en la concepción de cuerpo humano.
El detalle...
La esposa del emperador - Eudoxia - pide que trajeran de Tierra Santa las cadenas que hoy cuelgan dentro de una urna de cristal justo bajo el altar. Fue un obsequio para el papa León I . Misteriosamente, a la primera cadena luego se le unió la segunda. Y allí cuelgan a media y dorada luz.
A un costado se alza el conjunto escultórico que fuera proyectado como parte del monumento funerario por el propio Papa Julio II, aunque, ya fallecido, sus herederos no estuvieron dispuestos a afrontar el gasto de la finalización del proyecto de Miguel Angel.
Para mi sorpresa descubro que el torso fue hallado en Campo del Fiori, zona significativa si las hay en la Cittá Eterna, y se fija su tiempo de creación en la Grecia del siglo II a.C.

Tenía que ser ese barrio de la vieja judería, apoyado en el Tévere, de gritos de mercaderes en la piazza en la que se eleva encapuchado Giordano Bruno, víctima de la oscura inquisición.

Un barrio sin iglesias, de balcones floridos y Santa Ritas. Del Teatro Marcello sobre cuya taquilla se instaló el Restaurante " Da Pancrazio" con sus ravioles de carchioffe ( alcaucil).

De mármol, la hipótesis más aceptada en la actualidad se identifica con el héroe griego Áyax Telamonio en el acto de meditar el suicidio. Se cuenta que durante la guerra de Troya, el guerrero se volvió loco cuando Ulises le sustrajo las armas de Aquiles. Son claras las marcas hundidas en la piedra de dónde se unía a otras piezas no halladas. Un relato incompleto que se integra con descripciones.

De hecho, la iconografía fue reconstruída gracias a diversos testimonios figurativos: la cabeza estaba tristemente apoyada en la mano derecha, que sostenía la espada con la que el héroe se iba a quitar su propia vida.

El primer pontífice coleccionista de arte fue justamente el Papa Julio II (1503-1513), en un momento en el que se renovó el interés por la cultura antigua. Julio era un Della Rovere, educado por los Franciscanos. Guerrero y estadista, que decidió nada menos que la edificación de la Basílica de San Pedro para albergar los restos del Padre de la Iglesia y para ello cumplió el rol de mecenas de Miguel Angel y de Rafael.

Luego de derrotar con apoyo militar francés a la alianza de los Borgia y los Sforza, es electo en pocas horas y con 35 de los 38 votos existentes en el cónclave e incluyendo a los emitidos por los Cardenales que respondían a César Borgia, el hijo del ex Papa Alejandro VI que había muerto debido a una malaria que siempre tuvo la cara de un evenenamiento característico de la época.

Así nacieron los Museos Vaticanos, con un conjunto de esculturas en el Patio de las Estatuas del Belvedere. La más antigua (40 a.C.) es el Laocoonte, sacerdote de la guerra de Troya, presentado junto a sus dos hijos, con sus cuerpos enlazados por serpientes. Se puede apreciar hoy en un lugar privilegiado en mismo patio de antaño, que hoy lleva el nombre de Octógono. Pero ese es otro viaggio.

No abunda en recordar que hasta el Renacimiento la pruducción de "arte" tenía como casi exclusivos financistas a la Iglesia y de allí la temática que desarrollaban los artistas en tanto cada pieza sólo estaba destinada a la representación del Dogma y al culto.

Son los mecenas quienes, en tanto opciones de fuente de encargo de creaciones liberan la creatividad y diversifican los destinos, iniciándose el tiempo en el que las piezas se asbstraían de una finalidad para convertirse en un símbolo de poderío y riqueza. El arte y los artistas distinguían a familias poderosas.

Volvamos al Vaticano. Aunque las escaleras confunden y las extensiones empiezan a cansar, aparecen - casi - amontonadas las maravillas. De hecho, ciertas salas se exhiben cerradas por un cordón de seda y es la vista del conjunto la obra misma.

Fue la fijación empecinada, el regreso al arte clásico el motivo del éxtasis que el Renacimiento produjo y produce aún. La colección de esculturas fundada en Noviembre de 1503 por el recién nombrado Papa Julio II –en el patio destinado especialmente a este fin en el Vaticano, el “Cortille otogonale” o “Cortille delle staue del Belvedere- no solo contribuyó a perpetuar y difundir el coleccionismo, sino también a fomentar la producción artística de la época.

La decisión de crear colecciones fue común a todas las cortes Europeas luego de que la Roma Imperial se hubiera transformado en un descuidado circuito de edificaciones y obras libradas a su suerte en lo que se denomina Tardía Romanidad.
Con la excepción de los destinados al culto cristiano como el alucinante Pantheón frente al que hemos presenciado la movilización política que condujo a la derrota al "Cavalliere", una propuesta de matrimonio pública, de rodillas y con violines y todo o bandas y cantantes que - aunque parezca mentira - siempre suenan maravillosamente bien.
Pero Roma se había convertido en un centro de peregrinación. La admiración por la magnificencia imperial no decayó y aparecen las primeras guías que en el siglo IX ofrecían diversos itinerarios. Nihil novu sub sole.
Llegó el saqueo, el tráfico y el deseo de quien pisara Roma de llevarse un trozo de élla. Todos querían llevarse su belleza.
Y nada ha cambiado.
Mi atrevimiento de hace más de veinte años de traer una pequeña piedra de la Acrópolis, de los templos griegos en Sicilia, de Piazza Armerina, se reiteró una vez más en Roma. Es como traerla entera. Todas reposan en una pequeña canasta con una pequeña piña del teatro de Epidauros, en la meseta de la Argólida. Juro que las distingo.
Sin embargo, no he encontrado forma más potente de retener lo que veo que volver a mirarlo, escribir sobre ello, estudiarlo y así, es como si regresara todo el tiempo.

No borro de mi vista el torso por el que tantas veces pasé sin prestar la debida atención esquivando grupos ruidosos y que, gracias a una profesora valiosa como el oro con la que el auténtico empecinamiento itálico que porto me topó, ahora puedo detectar bajo el cincel o el color de tantos.

Y se hizo visible lo invisible.

Viaje icónico.

Ci Vediamo Roma!

Torneremmo!

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