Me habían hablado muy bien de Belmonte y en particular de su castillo, uno de esos lugares que a todo el mundo le gusta y que todos aconsejan visitar. De modo que, aprovechando que por año nuevo íbamos a pasar unos días en la provincia de Alicante, decidí aprobar esa asignatura pendiente y reservé alojamiento para una noche en Belmonte. No es que sea necesario alojarse allí, pero en invierno los días son cortos y no nos gusta madrugar por si se presenta la temida niebla en la carretera. De ese modo también pudimos pasarnos al día siguiente por Almansa, aunque a eso me referiré en otra etapa de este diario porque en ésta ya vamos bien servidos con Belmonte.
Situación de Belmonte en el mapa peninsular según Google Maps.
Belmonte pertenece a la provincia de Cuenca y está situado en el kilómetro 342 de la N-420, que va de Cuenca a Alcázar de San Juan, a 96 kilómetros de Cuenca capital y a 151 kilómetros de Madrid (menos de dos horas de viaje en coche). Esta visita se puede incluir en una escapada por la Ruta del Quijote, de la que también forma parte, o incluso aprovechar para hacer una parada intermedia durante el viaje coche hacia la costa alicantina o murciana. Merece la pena.
Ruta desde Madrid a Belmonte tomada de Google Maps.
Como de costumbre, miré en booking.com y me llamó la atención la Hospedería Palacio Buenavista, situada en pleno centro, en una casona palaciega construida en el siglo XVI y restaurada en 1996 para convertirla en hotel. Se trata de un edificio emblemático de la localidad, de arquitectura típica manchega, que cuenta con un precioso patio porticado con columnas de piedra.
La habitación que nos reservaron.
Está situado en el mismo centro del pueblo, en la calle Juan Pacheco, junto a la Colegiata de San Bartolomé, y desde los balcones de las habitaciones se tienen unas vistas muy bonitas del Castillo del Marqués de Villena. También cuenta con ascensor, aparcamiento propio y restaurante. En fin, uno de esos alojamientos con encanto que tanto me gustan. Además, nos costó 69 euros la noche con desayuno incluido. Vamos, un acierto pleno. Claro que era un día laborable de primeros de enero y no había demasiado ambiente en el pueblo. Por cierto que me he alegrado al ver que su página web anuncia la apertura de la Hospedería tras el confinamiento. Ojalá tengan suerte y puedan remontar el vuelo y seguir adelante.
Patio porticado interior y patio exterior.
Llegamos poco antes de la hora de comer y, aparte de que no nos apetecía dar vueltas a ciegas por Belmonte, decidimos quedarnos en el restaurante de la Hospedería, que tiene muy buenas críticas. Y así fue. Sirve comidas típicas manchegas y, aunque se me han olvidado exactamente lo que tomamos, sí saqué unas fotos y todo estaba muy rico. Eso sí, recuerdo que no fue barato, pero el precio me pareció muy correcto por calidad y presentación.
Después de almorzar, salimos a dar una vuelta por el pueblo y a visitar el Castillo antes de que se hiciera de noche, lo que siendo ocurriría a las seis, aproximadamente. Para ello nos fue muy útil el plano de la Oficina de Turismo que nos dieron en el hotel, si bien tampoco hay posibilidad de perderse porque Belmonte es pequeño y el castillo se divisa desde casi todas partes, ofreciendo diferentes perspectivas, casi siempre espectaculares y de lo más fotogénicas.
Foto del Folleto con plano de la Oficina de Turismo de Belmonte.
Aunque a finales del siglo pasado se encontraron restos en la Colegiata que sugieren que ésta se levantó sobre una iglesia visigótica posiblemente del siglo V, no es hasta el siglo XII cuando se tienen las primeras referencias de este lugar, que recibía el nombre de Bellomonte, se supone que por la belleza de sus montes. Ya en 1323, Don Juan Manuel, sobrino de Alfonso X, mandó construir las murallas y el antiguo Alcázar.
En 1361 Pedro I la convirtió en villa de realengo y, en 1367, Enrique II le concedió privilegios e independizó la villa de la jurisdicción de Alarcón, otorgándole el mismo fuero de los habitantes de Castillo de Garcimuñoz. En 1398, el rey Enrique III concedió el señorío de la villa a Juan Fernández Pacheco y, por herencia, a su familia. Su nieto, el célebre Juan Pacheco, primer marqués de Villena, empezó la construcción del castillo y la Colegiata en 1456, ya en tiempos de Enrique IV. Entre los siglos XV y XVIII, Belmonte vivió momentos de gran auge económico, social y comercial gracias a la proliferación de molinos, la celebración de mercados y el prestigio del colegio de Jesuitas y el Convento de los Franciscanos, todo lo cual dio lugar a la construcción de numerosas casas señoriales, muchas de ellas blasonadas. Por cierto que Fray Luis de León también nació aquí.
Antes de entrar en materia, comentar que, además del Castillo del Marqués de Villena y la Colegiata de San Bartolomé, los lugares más importantes para ver en Belmonte son: el Palacio del Infante Don Juan Manuel, el Convento de los Trinitarios, el Convento de los Jesuitas, la Ermita de Nuestra Señora de Gracia, la Casa de los Baillo, la Plaza del Pilar y las Puertas de Monreal, Almudí y Chinchilla. Fuera del casco urbano, pero en sus inmediaciones, se pueden visitar unos bonitos molinos de viento.
Saliendo del hotel, giramos por la calle José Antonio González, la primera a la derecha, desde la cual ya vimos la fachada de la Colegiata de San Bartolomé, que mandó construir el propio Marqués de Villena para ser su lugar de enterramiento, aunque finalmente no fue así, pues sus restos y los de su esposa fueron llevados al Monasterio del Parral, en Segovia. La iglesia parroquial es de grandes dimensiones y estilo gótico, si bien igualmente presenta detalles renacentistas. En el interior destaca la sillería del Coro del siglo XV. Fuera de la misa, el acceso es de pago y ni aún así se permite hacer fotos en el interior, con lo cual no puedo poner ninguna
. Calle José Antonio González, al fondo la Colegiata. A la derecha, Palacio Buenavista.
Colegiata de San Bartolomé. Desde el castillo se aprecian mejor sus grandes dimensiones.
Esta parte de Belmonte está en un alto y al lado de la iglesia hay un parque desde el que se contemplan unas magníficas vistas del campo adyacente, presidido por el castillo.
Caminando unos pocos metros nos encontramos con el que fuera Palacio del Infante Don Juan, que también se conoce como Alcázar Viejo, diseñado por el propio Don Juan Manuel y construido en 1324. De planta rectangular, el palacio contaba con una iglesia y un claustro. En 1501, fue cedido a las monjas de Santa Catalina de Siena, que permanecieron allí hasta los años 60 del siglo XX. En 2007 se inició su restauración y actualmente se ha convertido en un hotel spa de cuatro estrellas.
En nuestro paseo por la villa nos encontramos con la céntrica Plaza del Padre Pelayo, en torno a la cual vimos varias mansiones señoriales, entre ellas la Casa de los Baillo, con una magnífica portada blasonada de finales del siglo XVII o principios del XVIII.
Luego llegamos a la Plaza del Pilar, que debe su nombre a los pilares que cierran dos de sus frentes, uno de agua dulce, en piedra y con barbacana para impedir que bebieran los animales, y otro de agua salobre en rampa que servía como abrevadero para el ganado. Conserva algunos soportales originales por lo que se cree que en otras épocas pudo estar porticada.
Vista nocturna de la Plaza del Pilar.
Abrevadero y fuente.
Además de que es muy pintoresca, esta amplia plaza es un sitio imprescindible para visitar en Belmonte por la espectacular vista que ofrece del castillo. Aquí también se encuentra el Convento de los Trinitarios, edificio barroco de los siglos XVII y XVIII.
De camino hacia el castillo (fuimos andando, aunque se puede acceder en coche sin problemas), recorrimos varias callejuelas hasta que llegamos a las murallas, que originalmente contaban con cinco puertas, de las que solo se conservan tres, ya que las puertas Nueva y de San Juan fueron derruidas en los siglos XIX y el XX, respectivamente. La más antigua, robusta y llamativa es la Puerta de Chinchilla, cuyo nombre se debe a que está orientada a la localidad de Chinchilla de Montearagón. Por ella entraron los Reyes Católicos en 1488 durante su viaje de regreso desde Alicante a Alcalá. Se hospedaron en el castillo del Marqués de Villena y juraron respetar los fueros de la villa y preservar sus privilegios. En el siglo XVIII se colocó una pequeña capilla para albergar una talla de la Virgen de la Guía, que desapareció durante la Guerra de la Independencia contra los franceses.
La Puerta de la Estrella, también denominada de Toledo o Monreal por estar orientada a esas poblaciones, debe su nombre a la Virgen de la Estrella y se relaciona con la estrella de David de una sinagoga que estaba frente a la puerta, muy cerca de la cual había un barrio judío.
La Puerta de Almudí es conocida igualmente como del Rollo o del Cristo de los Ausentes por la imagen del Cristo que se colocó en 1960.
Castillo del Marqués de Villena.
Seguimos por la calle Eugenia de Montijo, que asciende hacia el castillo en paralelo a las murallas, cuyo lienzo en este tramo se conserva intacto, y cuyas piedras iluminadas por el sol de la tarde ofrecían una estampa tan bella como impresionante.
Al fin, dejamos la calle y nos metimos por un atajo de tierra que nos proporcionó impagables estampas del castillo, hasta que alcanzamos la puerta de entrada, frente a la cual está el aparcamiento, así que quien no lo desee, no tiene que darse una paliza andando. Desde aquí las perspectivas son magníficas, tanto del propio castillo como de Belmonte y de los campos que lo rodean. Imponente de verdad. Uno de esos castillos con mayúsculas, al menos desde el exterior. Pero ¿y el interior?
Escribir sobre horarios no tiene ninguna importancia dados los tiempos que corren, aunque según he leído en su web volverá a abrir en breve. Ni que decir tiene que antes de ir (cuando se pueda) resulta imprescindible consultar por teléfono o internet. La entrada general nos costó 9 euros. En cualquier caso, el precio no duele porque lo que se ve dentro, lo vale.
En 1456, Juan Pacheco, III Señor de Belmonte y primer Marqués de Villena, comenzó a construir en lo alto del cerro de San Cristóbal este castillo, que consta de tres cuerpos rectangulares que se unen formando un patio en forma de triángulo, tres portadas, siete torres y una muralla doble con varios torreones. En resumen, una planta en forma de estrella de seis puntas única tanto en España como en Europa. El proyecto se atribuye a Hanequin de Bruselas, pero se cree que también pudo intervenir Juan Guas por sus numerosas semejanzas con los castillos de Mombeltrán y Manzanares el Real. Entre sus muros se refugió Juana la Beltraneja, cuya causa apoyaba Diego Pacheco, hijo de Juan Pacheco y segundo Marqués de Villena. Según la leyenda, Juana perdió el favor de su aliado, por lo que para salvar su vida se descolgó por una ventana y huyó a través de una puerta que todavía lleva su nombre. No obstante, los datos históricos apuntan a que esto no es cierto.
Al entrar, hay unos carteles con los recorridos sugeridos divididos por colores y vale la pena prestar un poco de atención para no perderse nada porque es más grande de lo que parece al principio. Sin embargo, yo no seguí el orden señalado y dejé las estancias señoriales para el final. Pero eso cada cual como prefiera porque, en este caso, el orden de los factores no altera el producto.
En primer lugar, antes de entrar, me dirigí a la Barrera de Artillería almenada que rodea completamente el castillo y que antaño daba acceso al recinto por medio de tres puertas, aunque la que se utiliza ahora para el acceso del público es la Puerta del Campo, en el puente levadizo. Por otra de las puertas se puede salir al exterior para visitar una exhibición de armas medievales que seguramente gustará mucho a los más pequeños. Se paga aparte. Nosotros no fuimos porque, entre otras cosas, requiere tiempo y se nos hubiera hecho de noche.
La fortificación interna está formada por seis torres redondas y una cuadrada, la del Homenaje, unidas entre sí por el Adarve, por el que se puede pasear libremente. Se accede mediante escaleras y ofrece unas vistas fantásticas; además, se disfruta de lo lindo con las subidas y bajadas por empinados peldaños que conducen a almenas y torres.
Una vez vistos los exteriores del castillo, tocaba meterse dentro. Y empecé por la Plaza de Armas, de curiosa forma pentagonal y a la que se accede por una puerta con arco gótico trilobulado con escudos. Allí se encuentran la Sala de Armas del siglo XV, el pozo, el aljibe, las tétricas mazmorras… También hay una taberna, una tienda y una sala donde se proyecta un audiovisual.
Las mazmorras están iluminadas con una luz roja que las hace aún más horripilantes.
A continuación, tomé la escalera principal, construida en la restauración del siglo XIX, y me dirigí hacia el Palacio Medieval, que se encuentra en la primera planta y del que se visitan la Galería Norte, la zona de servidumbre, las letrinas, la Galería Sur, el Salón del Estrado, la Alcoba Medieval, el Gabinete de Don Juan Manuel, el Salón de Embajadores… Bueno, no voy a enumerar más. Mejor verlo porque, una vez en el interior, las estancias se suceden muy deprisa y el tiempo pasa rápido, ya que todo gusta mucho. También es cierto que disfrutamos todavía más de la visita porque tuvimos la suerte de que hubiera poca gente, con lo cual pudimos husmear en casi todos los rincones, escudriñando en cada detalle a voluntad, sin ningún agobio. Asimismo, pude sacar fotos tranquilamente y con los espacios despejados. Un auténtico lujo.
Indudablemente, lo primero que atrae la atención son los artesonados de las escaleras, realmente impresionantes, y que respondían en origen, como el resto del castillo, a la doble función de fortificación defensiva y de un lujoso palacio residencial, digno de un personaje que aspiraba a encumbrarse en la nobleza.
En las galerías y los salones, las techumbres mudéjares sorprenden, destacando especialmente el Salón de Embajadores, con una bóveda adornada por un maravilloso artesonado con mocárabes que recuerda a La Alhambra, del que se conserva la madera original aunque se haya perdido la pintura, y un fantástico bestiario medieval esculpido en piedra en dos ventanas, cuya obra se atribuye a Juan Guas. Estuve un buen rato contemplándolo.
También son notables los arcos de estilo neogótico con decoración de yeserías y resulta imposible no fijarse en las magníficas chimeneas góticas de varias estancias. Todo está explicado mediante paneles informativos en cada una de las salas, por las que es posible moverse a voluntad (respetando los lugares excluidos por cordeles, naturalmente), dado que la visita es libre, si bien se recomienda seguir el itinerario marcado con flechas para no perderse nada.
A mediados del siglo XIX, el castillo lo heredó Eugenia de Guzmán, más conocida como Eugenia de Montijo, que se convirtió en Emperatriz de Francia por su matrimonio con Napoleón III. En 1857 empezó a realizar obras para restaurar el castillo y devolverle todo su esplendor, empresa en la cual invirtió una gran cantidad de dinero. La parte defensiva respondió a los planos iniciales, pero la residencial, en especial sus aposentos, se rehabilitaron de acuerdo con el gusto de la época. Al morir su esposo, aunque las obras se interrumpieron, Eugenia pasó algún tiempo en esta residencia.
Escalera de subida a la tercera planta
El recorrido continúa por las llamadas Estancias Señoriales, en la tercera planta, que, además del tramo correspondiente de la escalera principal, comprenden los que fueron aposentos particulares de los marqueses y en las que destacan de nuevo los artesonados de los techos.
La Galería de la Planta Noble y las estancias privadas en las que se alojó Eugenia de Montijo -salón, gabinete, dormitorio y vestidor- están decoradas de acuerdo con el estilo imperante en su época, completando una cuidada musealización de los espacios.
A finales del siglo XIX, durante unos años se instalaron en el castillo un grupo de monjes dominicos franceses, que lo convirtieron en monasterio. Posteriormente, lo heredó un sobrino-nieto de la Emperatriz, que continuó con las restauraciones. En el siglo pasado se rodaron allí numerosas películas, entre las que la más célebre fue “El Cid”, con Charlton Heston y Sofía Loren, en los años sesenta, la época de máximo esplendor de este tipo de superproducciones cinematográficas, algunas de las cuales se filmaron en España.
Y, para poner la guinda, se finaliza con la subida a la Torre del Homenaje, desde donde las vistas son todo un espectáculo tanto hacia el interior del castillo como hacia el exterior, con todo Belmonte a nuestros pies, así como varios kilómetros de campo alrededor, incluyendo el conjunto de molinos de viento manchegos que se conservan en la villa.
Desde la Torre se ve perfectamente la forma triangular del conjunto que confluye en el Patio de Armas
En la actualidad el castillo es propiedad de la Casa Ducal de Peñaranda, descendientes de Francisca Guzmán, que fue Duquesa de Alba y hermana de Eugenia de Montijo. A principios del siglo XXI se llegó a un acuerdo entre los propietarios, el Ayuntamiento de Belmonte y el Ministerio de Fomento para su restauración en dos fases, la segunda de las cuales terminó en 2017. De modo que casi nos lo encontramos reestrenando todo su esplendor. Una gozada. Si alguien lo vio en tiempos, merece la pena que lo vuelva a ver porque está impecable.
El conjunto de artesonados luce magnífico
En resumen, un exterior de película medieval y un interior de cuento con una escalera magnífica, un sinfín de preciosos artesonados, arcos neogóticos adornados con yeserías, llamativas chimeneas góticas en las estancias, muebles de época, cuadros y otras obras de arte que nos trasladan a las distintas épocas históricas de los personajes que lo habitaron. Me encantó.
Cuando terminamos de ver el castillo, la tarde estaba cayendo y el frío se volvió muy intenso, propio de principios del mes de enero en La Mancha. Volvimos al hotel ya con las farolas empezando a iluminar las solitarias calles de Belmonte, lo que le proporcionaba un indudable encanto medieval.
Cenamos en la Hospedería tan bien como habíamos comido y, luego, me decidí a desafiar el frío para dar una pequeña vuelta y tomar unas fotos nocturnas con los monumentos iluminados. Sin embargo, me llevé una decepción porque el castillo no lo estaba. Ignoro el motivo, ya que he visto fotos con luz. Una pena.
Cena y resumen fotográfico nocturno.
Al día siguiente, de camino hacia Almansa paramos a ver lo que debió ser un antiguo molino de agua, pero no apunté dónde estaba y se me ha olvidado el sitio, así que no puedo proporcionar más detalles. Lo siento. Eso sí, queda la foto.