A las 05:00 ya estaba despierto. Había pasado mucho calor. No dábamos con la tecla con la calefacción de la caravana.
Conseguí dormirme otra vez hasta las 07:40.
Desayunamos y después apañamos la caravana: camas, cambio de aguas...
Cuando ya estábamos listos fuimos dirección a las cascadas pasando por Keldur, para ver las curiosas casas con hierba en los tejados.
De camino, caballos islandeses:
Para llegar había un tramo de tierra y piedra que se nos hizo muy largo ya que dentro de la caravana se movía todo.
Llegamos, hicimos unas fotos y luego nos fuimos a ver las tres cascadas del día.
Llegamos a la primera de las cascadas, Seljalandsfoss.
Hacía muy buen día y nada de frío, pero nos pusimos ropa impermeable ya que habíamos leído que se pasaba por detrás de la misma y te mojabas.
Así que una vez cambiados, nos acercamos y nos hicimos unas fotos desde abajo.
Luego subimos a la cascada para pasar por detrás de ella.
El camino es pedregoso y resbaladizo.
Es fácil y accesible, pero hay que ir con cuidado con los niños.
Una vez arriba hicimos las fotos de rigor y bajamos para ver la segunda de las cascadas, Gljufrafoss, que está a unos cinco minutos andando.
Mi hija pequeña no quería entrar, así que entró mi mujer con mi hija mayor, mientras nosotros esperábamos fuera.
Al rato mi hija pequeña se animó y por sorpresa aparecimos en los pies de la cascada sobre la piedra.
Nos hicimos todas las fotos que pudimos y salimos.
Nos compramos unos perritos calientes para comer (mis hijas y yo) y comimos allí mismo, con las vistas de la cascada de fondo.
Después fuimos hacia Seljavallalaug.
Teníamos dudas sobre esta piscina. Mi mujer había leído que el agua no era caliente, yo lo contrario.
Fuimos a comprobarlo.
Aparcamos y comenzamos a andar por la montaña. El paisaje es precioso.
Es una caminata de unos 15 -20 minutos, dependiendo del ritmo. Nosotros con dos niñas (3 y 6 años) unos 20 minutos.
Es un camino fácil donde sorteas un río pasando por encima de las piedras.
Lo cierto es que las niñas se comportaron como unas campeonas, aquí y en todo el viaje.
Llegamos y habían unas 10 personas máximo.
Nos metimos las niñas y yo.
Mi mujer no se animó. Ese verde le dio un poco (o mejor dicho bastante) reparo.
Se quedó fuera haciéndonos fotos desde todos los ángulos.
Comprobamos que el agua es caliente.
Se estaba de lujo dentro.
El paisaje de alrededor la hace especial.
Al cabo de un buen rato, deshicimos el camino y pusimos rumbo a la última parada prevista del día, Skogafoss.
Llegamos al parking y vimos que estábamos prácticamente solos.
No tengo con qué comparar el país antes del problema que actualmente nos acontece, pero desde luego creo que no sería así.
Es alucinante contemplar estos paisajes sin tanta aglomeración de gente, con el atractivo de sentirte parte de esa naturaleza, escuchando los murmullos del agua al caer o sentándote sin nadie alrededor frente a una laguna glaciar como más adelante escribiré.
En fin...que me desvío.
Está cascada es preciosa.
Aunque no es la que más me gustó (Gulfoss me hizo sentir lo que ningún otro paisaje me habia hecho sentir con anterioridad), sí que era la que más ganas tenía de ver.
Fue muy especial contemplarla de la manera que lo hicimos.
Una nube de agua pulverizada mojándome mientras miraba tan alto como podía.
En esta, como en muchas de las cosas que vimos en Islandia, las niñas no salieron de la caravana por cansancio.
Primero salí yo un muy buen rato y luego mi mujer.
Cuando íbamos a iniciar la marcha, decidimos acercarnos al Glaciar Solheimajokull que teníamos previsto hacer a la vuelta.
Con el buen tiempo que hacía, no queríamos arriesgar a que a la vuelta no pudiéramos contemplarlo con ese buen clima.
Así que dirección al glaciar que estaba a unos 15 minutos de allí.
Aparcamos, pregunté a un vendedor de un puesto de sopa y fish and chips, sobre el tiempo que se tardaba en llegar andando y allí que fuimos.
Tardamos unos 15 minutos más o menos y llegamos hasta el final del camino autorizado.
Abajo, prácticamente en el glaciar, había gente que había hecho caso omiso de las señales y se habían acercado pese a las indicaciones de que el terreno era inestable.
Lo cierto es que yo no bajé porque iba con las niñas, porque a simple vista, el camino hasta llegar, no parecía muy peligroso la verdad.
El caso es que nos contentamos con apreciarlo desde esa distancia y alucinar con el primer glaciar que habíamos visto en nuestras vidas.
Poco después volvimos a la caravana y fuimos en dirección a Vik i Myrdal.
Buscamos un camping en el pueblo (Campingsite Vik) y allí que fuimos.
Cuando entré en recepción para pagar por la noche que íbamos a estar, me encontré con que la chica que me atendió era catalana.
Bien que me vino, ya que en mi inglés hubiera tardado como diez veces más.
Nos dimos unas duchas por 300 coronas cada uno y volvimos para hacernos la cena.
Está vez patatas y pollo rebozado. De postre unas tortitas de avena sin gluten ni azúcar con sabor a kit kat.
A dormir. El día había sido intenso.
Conseguí dormirme otra vez hasta las 07:40.
Desayunamos y después apañamos la caravana: camas, cambio de aguas...
Cuando ya estábamos listos fuimos dirección a las cascadas pasando por Keldur, para ver las curiosas casas con hierba en los tejados.
De camino, caballos islandeses:

Para llegar había un tramo de tierra y piedra que se nos hizo muy largo ya que dentro de la caravana se movía todo.

Llegamos, hicimos unas fotos y luego nos fuimos a ver las tres cascadas del día.



Llegamos a la primera de las cascadas, Seljalandsfoss.
Hacía muy buen día y nada de frío, pero nos pusimos ropa impermeable ya que habíamos leído que se pasaba por detrás de la misma y te mojabas.
Así que una vez cambiados, nos acercamos y nos hicimos unas fotos desde abajo.

Luego subimos a la cascada para pasar por detrás de ella.
El camino es pedregoso y resbaladizo.
Es fácil y accesible, pero hay que ir con cuidado con los niños.


Una vez arriba hicimos las fotos de rigor y bajamos para ver la segunda de las cascadas, Gljufrafoss, que está a unos cinco minutos andando.
Mi hija pequeña no quería entrar, así que entró mi mujer con mi hija mayor, mientras nosotros esperábamos fuera.
Al rato mi hija pequeña se animó y por sorpresa aparecimos en los pies de la cascada sobre la piedra.
Nos hicimos todas las fotos que pudimos y salimos.

Nos compramos unos perritos calientes para comer (mis hijas y yo) y comimos allí mismo, con las vistas de la cascada de fondo.

Después fuimos hacia Seljavallalaug.
Teníamos dudas sobre esta piscina. Mi mujer había leído que el agua no era caliente, yo lo contrario.
Fuimos a comprobarlo.
Aparcamos y comenzamos a andar por la montaña. El paisaje es precioso.

Es una caminata de unos 15 -20 minutos, dependiendo del ritmo. Nosotros con dos niñas (3 y 6 años) unos 20 minutos.
Es un camino fácil donde sorteas un río pasando por encima de las piedras.
Lo cierto es que las niñas se comportaron como unas campeonas, aquí y en todo el viaje.
Llegamos y habían unas 10 personas máximo.
Nos metimos las niñas y yo.

Mi mujer no se animó. Ese verde le dio un poco (o mejor dicho bastante) reparo.
Se quedó fuera haciéndonos fotos desde todos los ángulos.

Comprobamos que el agua es caliente.
Se estaba de lujo dentro.
El paisaje de alrededor la hace especial.
Al cabo de un buen rato, deshicimos el camino y pusimos rumbo a la última parada prevista del día, Skogafoss.
Llegamos al parking y vimos que estábamos prácticamente solos.
No tengo con qué comparar el país antes del problema que actualmente nos acontece, pero desde luego creo que no sería así.
Es alucinante contemplar estos paisajes sin tanta aglomeración de gente, con el atractivo de sentirte parte de esa naturaleza, escuchando los murmullos del agua al caer o sentándote sin nadie alrededor frente a una laguna glaciar como más adelante escribiré.
En fin...que me desvío.
Está cascada es preciosa.

Aunque no es la que más me gustó (Gulfoss me hizo sentir lo que ningún otro paisaje me habia hecho sentir con anterioridad), sí que era la que más ganas tenía de ver.
Fue muy especial contemplarla de la manera que lo hicimos.
Una nube de agua pulverizada mojándome mientras miraba tan alto como podía.
En esta, como en muchas de las cosas que vimos en Islandia, las niñas no salieron de la caravana por cansancio.
Primero salí yo un muy buen rato y luego mi mujer.
Cuando íbamos a iniciar la marcha, decidimos acercarnos al Glaciar Solheimajokull que teníamos previsto hacer a la vuelta.
Con el buen tiempo que hacía, no queríamos arriesgar a que a la vuelta no pudiéramos contemplarlo con ese buen clima.
Así que dirección al glaciar que estaba a unos 15 minutos de allí.
Aparcamos, pregunté a un vendedor de un puesto de sopa y fish and chips, sobre el tiempo que se tardaba en llegar andando y allí que fuimos.
Tardamos unos 15 minutos más o menos y llegamos hasta el final del camino autorizado.

Abajo, prácticamente en el glaciar, había gente que había hecho caso omiso de las señales y se habían acercado pese a las indicaciones de que el terreno era inestable.
Lo cierto es que yo no bajé porque iba con las niñas, porque a simple vista, el camino hasta llegar, no parecía muy peligroso la verdad.
El caso es que nos contentamos con apreciarlo desde esa distancia y alucinar con el primer glaciar que habíamos visto en nuestras vidas.


Poco después volvimos a la caravana y fuimos en dirección a Vik i Myrdal.
Buscamos un camping en el pueblo (Campingsite Vik) y allí que fuimos.

Cuando entré en recepción para pagar por la noche que íbamos a estar, me encontré con que la chica que me atendió era catalana.
Bien que me vino, ya que en mi inglés hubiera tardado como diez veces más.
Nos dimos unas duchas por 300 coronas cada uno y volvimos para hacernos la cena.
Está vez patatas y pollo rebozado. De postre unas tortitas de avena sin gluten ni azúcar con sabor a kit kat.
A dormir. El día había sido intenso.