Gulimime y el oasis de Tighmert ✏️ Diarios de Viajes de MarruecosEl día de hoy tocaba pasar calor. Gulimime, Guelmim en francés, es también llamada la puerta del Sahara. El pueblo en sí no tiene demasiado interés pero estaba de camino hacia nuestro destino final, el oasis de Tighmert. Sin embargo, todos los...Diario: Sur de Marruecos: oasis, touaregs y herencia española⭐ Puntos: 5 (1 Votos) Etapas: 8 Localización: MarruecosEl día de hoy tocaba pasar calor. Gulimime, Guelmim en francés, es también llamada la puerta del Sahara. El pueblo en sí no tiene demasiado interés pero estaba de camino hacia nuestro destino final, el oasis de Tighmert. Sin embargo, todos los sábados se celebra en el mercado, a las afueras de la ciudad, un mercado de camellos y dromedarios que es todo un espectáculo. Además, una vez al año, normalmente a finales de julio, se celebra un gran festival, lo que convierte a Gulimime en un gran parque temático de los caprinos jorobados. En nuestro caso era viernes, ya no nos quedaban más días, y nos comentaron que muchos de los animales que se venderían al día siguiente, ya estarían en el recinto. Y así fue. El pueblo es bastante grande. Se encuentra a poco más de una hora de Sidi Ifni y para llegar al mercado donde se celebra el evento hay que buscar en google maps algo así como "mercado de animales". El lugar se encuentra a las afueras de la ciudad, junto a un mercado de productos vegetales: frutas, verduras y forrajes. Además de dromedarios también se venden cabras y ovejas. Mis hijos se entretuvieron de lo lindo dando de comer los restos del mercado a una dromedaria simpática que, a través de la valla se acercó a nosotros. Resabiado animal. El oasis es inmenso y, desperdigadas por él, hay multitud de aldeas y casas dispersas en las que vive gente de ascendencia tuareg. Como la zona está en la conexión de la ruta que comunica el Sahara con la costa Atlántica, todavía quedan muchos antiguos caravasares algunos en ruinas, otros rehabilitados como casas, como hoteles y alguno, como el que visitaríamos después de comer, reconvertido en museo. Fiándonos de nuestro instinto paramos en uno de ellos, cerca de la localidad de Asrir. No había nadie pero fuimos acogidos calurosamente por sus propietarios. Nos instalaron en un bonito patio y pedimos la comida. La carta os la podéis imaginar: tajine, couscous y brochetas. A mis hijos les invitaron a bañarse en la pequeña piscinita en la que la hija de nuestros anfitriones se refrescaba. El día era muy caluroso, no tanto como jornadas anteriores, y, ni que decir tiene, que aceptaron de inmediato. La niña no hablaba francés ni inglés ni, por supuesto, español. Aun así la comunicación fue fluida y pasaron un rato estupendo. La comida tardó una eternidad. Probablemente no esperaran a nadie y los alimentos se tenían que cocinar. El dueño nos enseño el establecimiento, que parecía vacío. No en vano la temporada alta no es el mes de agosto sino en otoño-invierno. Modesto, pero encantador. Os dejo alguna foto: No lejos de allí se encuentran dos de los caravasares (o caravanserai para otros) más bonitos de la zona. El primero, "La maison d'hôtes nomades", reconvertido en hotel y decorado con un gusto exquisito. Qué pena no disponer de más días para pasar una noche aquí, en medio de la tranquilidad más absoluta: Al segundo se llega caminando a través del oasis desde la maison d'hôtes nomades. El paseo, entre muros de adobe, palmeras, acequias y campos de cultivo es como de otro mundo. Esta segunda visita es realmente impresionante. El lugar, reconvertido en museo, tiene más de 300 años. Y los aparenta. Se trata de una enorme construcción, con muros y torre de adobe rojizo, y, siguiendo los cánones de estos establecimientos, edificado en torno a un patio interior donde descaban, in illo tempore, los camellos que transportaban todo tipo de productos de un lado al otro del mundo. La visita, 25 dh por persona, es guiada. Merce la pena concertarla en la maison d'hôtes; el dueño, amablemente, llamó para confirmar que estaba abierta y, muy amablemente, nos guió (10 minutos a pie) a través del palmeral. El anfitrión, el dueño mismo, un tuareg, nos recibe con su indumentaria tradicional y, durante una hora, sólo para nosotros, nos explicó, en un francés excelente, la historia del lugar, hoy convertido en museo, y de todos los objetos que en él ha acumulado durante años. La visita terminó en el patio central, donde ha instalado una jaima, con un té a la menta prepado en el acto y servido con gran ceremoniosidad en los típicos vasitos marroquíes. La tarde-noche de ese día la pasamos tranquilamente en la playa de Sidi Ifni viendo cómo el sol se ponía tras el horizonte velado por la niebla marina. Así veíamos pasar el tiempo, los bañistas y los camellos mientras nuestros hijos se entretenían con las olas y jugando en la arena. Para cenar, repetimos el mismo restaurante de "pescaíto frito" del día anterior y, de nuevo, la experiencia no nos defraudó. El toque dulce lo conseguimos en una pastelería cercana. Índice del Diario: Sur de Marruecos: oasis, touaregs y herencia española
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