Nos costó mucho tomar la decisión de si hacer o no la excursión a Washington, pues, además de muy cara, era una paliza considerable de autobús. Casi a última hora, nos decidimos. Bueno, en realidad fue mi marido quien tomó la iniciativa, pues me dijo que él se apuntaba tanto si iba yo como si no.
Además de la excursión que nos ofreció nuestro guía, estuve mirando otras posibilidades (Civitatis la ofrecía algo más barata, pero sin almuerzo y teniendo que trasladarnos a Manhattan por nuestra cuenta), y también miré para hacerla en trasporte público, pero el menor precio no compensaba en absoluto la mayor incomodidad y la pérdida de tiempo añadida. Por lo demás, el recorrido organizado que ofrecen las agencias es similar en todos los casos que consulté. Así que nos unimos al resto de los integrantes del grupo que compraron esta visita opcional.
Salimos puntualmente del hotel a las seis de la mañana. Pese a que no habían abierto para el desayuno, tuvieron la amabilidad de prepararnos unas bolsas de picnic con huevos revueltos, salchichas, una botella de zumo, una fruta, un yogurt y una madalena, además del café que cogimos de las cafeteras que prestan servicio permanente y gratuito en el vestíbulo. Tomamos un tentempié en el autobús y el resto en un área de servicio donde pararíamos hora y media después. De camino, dejamos a nuestra espalda el skyline de Nueva York envuelto en la penumbra de un hermoso amanecer. Qué pena no haber podido captar una mejor la imagen con la cámara.
Durante la excursión circularíamos por cuatro Estados: Nueva Jersey, Delaware, Maryland y Virginia. El viaje hasta Washington duró cuatro horas largas, pasamos cerca de Baltimore y cruzamos varios puentes sobre grandes ríos, pero de los detalles del itinerario no recuerdo gran cosa, pese a las profusas explicaciones del gruía local que nos acompañaba, que no era el que teníamos en Nueva York. Además, el autobús iba a tal velocidad por la autopista que resultaba casi imposible hacer alguna foto decente.
Itinerario de Nueva York a Washington en Google Maps.
Nada más llegar, pasamos de largo Washington, atisbando lugares emblemáticos como el Pentágono, el río Potomac y el Obelisco.
Entramos en el Estado de Virginia para visitar el Cementerio Militar de Arlington, fundado durante la Guerra de Secesión americana en un terreno que pertenecía al general confederado Robert E. Lee, de cuya mansión se conserva una réplica. Allí pueden ser enterrados soldados muertos en combate, quienes ostenten la Estrella de Plata, los Presidentes y Vicepresidentes de EE.UU. y otras personalidades. Es muy extenso y constituye una estampa muy llamativa la gran cantidad de lápidas blancas que se asientan sobre los verdes campos de césped.
Sin embargo, su principal interés para los extranjeros reside en visitar las tumbas de los Kennedy, diferentes del resto. Junto a la llama eterna, bajo la réplica de la casa de Robert Lee, se hallan las lapidas de John F. Kennedy, su esposa Jacqueline y dos de sus hijos. No muy lejos están las de sus hermanos, Robert y Edward. A su alrededor hay varias losas con fragmentos de los discursos más destacados del presidente asesinado. También vimos un museo.
Seguimos después hasta el Monumento a Iwo Jima, tributo al Cuerpo de la Marina estadounidense y que recuerda el episodio más cruento de la Guerra del Pacífico durante la II Guerra Mundial, llevado a la pantalla por Clint Eastwood en la película “Cartas desde Iwo Jima” de 2006. Esta escultura tiene la particularidad de que, por un efecto óptico, la bandera americana que sostienen los soldados inclinada, va enderezándose hasta quedar prácticamente vertical según la perspectiva en que se mire.
Luego, volvimos Washington D.C., que se denomina oficialmente Distrito de Columbia, y se administra como un distrito federal, con un sistema diferente al de los otros 50 Estados. Su población actual se acerca a los 670.000 habitantes. En cuanto empezamos a recorrerla, nos dimos cuenta (bueno, ya lo sabíamos) que representa la antítesis de Nueva York, una ciudad planificada en el siglo XVIII para convertirse en capital, tomando a París como ejemplo, con amplias avenidas, extensas zonas verdes y plagada de monumentos, museos y edificios tanto gubernamentales como de organizaciones internacionales. No tiene rascacielos, los edificios altos que vimos no creo que superen las quince plantas. Los que se ven desde el puente, a lo lejos, pertenecen a otro Estado. Como curiosidad, decir que aquí los taxis son de color rojo y gris.
Entre otros muchos sitios con edificios monumentales, pasamos por las sedes de la Cruz Roja Internacional y de la Organización de Estados Americanos (OEA), en cuyo exterior vimos una curiosísima escultura dedicada a Isabel la Católica, obra del escultor almanseño José Luis Sánchez.
Nos bajamos a dar un paseo en Lafayette Square, un bonito parque dedicado al general francés que luchó contra los ingleses en la Guerra de Independencia de los EE.UU. y que está considerado un héroe en este país. Cuenta con varias esculturas, aunque su principal atractivo para los turistas reside en que, a través de una verja, se ven los jardines y la fachada principal de la Casa Blanca, residencia del Presidente. En las inmediaciones, se encuentra la Iglesia Episcopal de San Juan, de color amarillo, muy visitada por los presidentes y sus invitados, dada su cercanía a su residencia oficial.
Una vez tomadas las inevitables fotos, volvimos a recorrer la ciudad, pasando junto al Teatro Ford, donde en 1865 Abraham Lincoln recibió un disparo en la cabeza por parte de uno de los actores, simpatizante del sur. Se puede visitar. De hecho había bastante cola. El presidente murió en una casa que está enfrente del teatro y en cuya fachada hay una placa conmemorativa. También vimos el enorme edificio donde tiene su sede el FBI.
Desde allí, pasando por una zona de museos, fuimos a almorzar al restaurante del Hotel Holiday Inn, donde tomamos un buffet libre estupendo. Sin duda, por calidad fue la mejor comida del viaje, todo muy bien cocinado y abundante. Había ensaladas, pasta, arroz, pescado, carne, pollo, verduras, frutas, dulces… Uff, las mezcolanzas que montamos cuando hay buffet...
Ya con el estómago lleno, nos encaminamos hasta el National Mall, también llamado Explanada Nacional, un enorme parque lineal que integra jardines, fuentes monumentales, museos nacionales y esculturas, y que se extiende desde el Capitolio, en un extremo hasta el Memorial a Abraham Lincoln en el otro, con el Obelisco (monumento a George Washington) en el centro. El Obelisco se une con el Monumento a Lincoln por un estanque y al Capitolio por una inmensa pradera. Desde cada extremo se divisa el contrario. Para hacerse una idea, lo mejor es mirar el mapa que aparecía en uno de los paneles informativos, que comprende también otras zonas del centro de la ciudad.
En primer lugar, nos dirigimos al Capitolio, uno de los platos fuertes de la visita a la capital federal. Sin embargo, nos encontramos con la desagradable sorpresa de que gran parte de su fachada principal estaba tapada por un horrible toldo, pues se está llevando a cabo una restauración integral del edificio. ¡Vaya chasco! Ya podían haber puesto en la lona un dibujo con el perfil del edificio, como están haciendo últimamente en Madrid y que de lejos da un poco el pego. Menos mal que la cúpula permanecía al descubierto… Logré una imagen poco habitual y sin andamios por un lateral.
Delante del Capitolio, desde un gran mirador, se contempla la Fuente del Senado, a un lado. Y, de frente, mirando hacia el Obelisco, se divisan el monumento a la Paz y los memoriales dedicados a los presidentes Grant y Garfield. Otro sitio típico de fotos.
A continuación, pasamos junto al Obelisco y vimos el Templete Clásico dedicado a Tomas Jefferson, que se halla junto a un lago, llamado Cuenca Tudal. En sus orillas se han plantado cerezos, regalo de Japón, que, a juzgar por las fotos que he visto en internet, ofrecen un fantástico espectáculo de color rosa en la época de floración, pero que en octubre no decían demasiado, así que pongo el monumento por el otro lado, que me quedó mejor.
Ya a pie, fuimos hasta el Lincoln Memorial. Construido en 1922, el edificio, al que se asciende por una escalera cuyo número de escalones se corresponde con los años que tenía cuando fue asesinado, semeja un templo griego de estilo dórico, en cuyo interior hay una gran escultura del presidente sentado, que, por cierto, ha sido vandalizada en varias ocasiones. También se incluyen inscripciones con fragmentos de sus discursos más conocidos.
Desde el monumento se divisa una vista espectacular, sobre la Reflecting Pool, un estanque rectangular en línea recta hacia el Obelisco, que queda reflejado sobre sus aguas. La foto desde aquí y desde la base del estanque es una de las más bonitas y típicas que se pueden tomar en Washigton D.C., ya sea divisando el Capitolio o de frente.
Finalmente, visitamos varias esculturas y memoriales que hay en los alrededores: el de los veteranos de la Guerra de Corea, el monumento solemne a los soldados de la Guerra de Vietnam, el las mujeres en la guerra y algunos otros que no recuerdo. Significativo el mensaje “freedom is not free”.
En torno a las cinco de la tarde, nos despedimos de la capital para emprender el largo viaje de vuelta. Desde la autopista, en un puente cerca de Baltimore, nos sorprendió la puesta de sol. Cuatro horas y media después nos estaba esperando la cena en nuestro hotel con mejillones en salsa y todo.
Como resumen, dejando aparte la forma en que lo visitamos, Washington nos gustó, especialmente por el contraste que supone con Nueva York, y no nos hubiera importado pasar una noche allí para verlo todo más detenida y tranquilamente. En cuanto a la excursión en sí, surgen dos cuestiones. ¿Compensa? Dado el alto precio y que se pasan más horas de viaje que en la propia ciudad, seguramente no. ¿Merece la pena? Eso ya es más subjetivo, pues depende de factores como el número de días que se pasen en Nueva York, si se piensa regresar a Estados Unidos, etc. En nuestro caso, a toro pasado, puedo decir que no nos arrepentimos. Además, las horas de autobús nos sirvieron en cierto modo para recuperarnos un poco de las interminables caminatas que nos dimos en Nueva York, si bien en Washington tampoco nos quedamos cortos y recorrimos a pie unos diez kilómetros.