
El jueves fue nuestra primera mañana en Viena. Tras desayunar en el hotel, fuimos andando hasta Belvedere. Se trata de un reciento donde además de unos enormes jardines, encontramos dos palacios, Belvedere superior y Belvedere inferior. El conjunto de Belvedere fue construido por orden del príncipe Eugenio de Saboya, y pasó a la emperatriz Maria Teresa tras la muerte de éste. Conviene recordar que Austria fue un imperio. Hoy en día y desde 1920 es una república federal parlamentaria. Belvedere supeiror es sin duda el más espectacular de los dos palacios. En él, se encuentra la obra más famosa del pintor austriaco Gustav Klimt, El Beso.
Tras abandonar los jardines de Belvedere, nos dirigimos hacia el Monumento a la Liberación, un monumento de marcado estilo soviético que Viena erigió en agradecimiento a Rusia por su liberación. A decir verdad, fueron los propios Rusos los que lo erigieron. Viena sólo fue el emplazamiento.
Dejando atrás el Monumento a la Liberación, aparecimos en Karlsplatz, donde se encuentra Karlskirche, o lo que es lo mismo, la iglesia de San Carlos Borromeo. Se trata de una iglesia barroca con una grán cúpula y dos columnas a los lados. Allí, previo pago, entramos y pudimos subir en un ascensor dentro de la iglesia, que nos llevó hasta lo alto de la misma, donde subiendo por unas escaleras llegamos a lo más alto de la cúpula que coronaba Karlskirche. Desde allí contemplamos una espectacular vista de Viena. Mejor incluso que la que más tarde veríamos desde lo alto de la torre sur de Stephansplatz. Destacar de Karlsplatz, que allí fue el primer lugar donde un amable caballero, con atuendos de propios de otro siglo, nos pegó una buena chapa para intentar convencernos para ir a una ópera que pintaba ser para turistas, con los típicos descuentos que te suelen hacer en los sitios, porque les caes bien, eres español, y te hacen reir. Dijimos que no, por aquel entonces ni nos planteábamos escuchar música clásica, y continuamos nuestro recorrido.
De nuevo volvemos a Stephanplatz, donde tras hacernos unas fotos en la Catedral de San Esteban, y con algunos de los mimos que frecuentaban la zona, nos armamos de valor y pagamos creo que 2,50€ por subir 343 peldaños en la torre sur de la catedral para encontrarnos con... ¡nada! Esa fue una de nuestras decepciones. Esperábamos algún mirador, una terraza o algo del estilo, pero lo que nos encontramos fue una sala de venta de souvenirs con unas ventanas enrejadas por las que se intuía la ciudad de Viena. Sin duda, mejor fue la vista desde Karlskirche.
Ponemos rumbo a Hofburg, otro inmenso palacio, conocido por ser la residencia del emperador Francisco José y de "Sisi Emperatriz". Tras unas fotos, comemos algo y entramos en calor en un Starbucks (si, lo se, cientos de cafés típicos vieneses, y entramos en un Starbucks...). Hofburg alberga la escuela de equitación española y el Tesoro de la Corte, que no tuvimos ocasión de visitar y el Museo Sisi y los apartamentos imperiales, que sí visitamos. Poco que decir de esta visita, todo aquel que alguna vez haya visitado algún palacio por dentro, puede imaginarse las lujosas estancias. También hicimos algunas fotos en las afueras del Kunsthistorisches Museum, el museo de Historia del Arte, que colinda con Hofburg.
Tras salir de Hofburg, tomamos el metro y luego el tranvía número 0 para dirigirnos a Hundertwasserhaus,un complejo residencial diseñado por Friedensreich Hundertwasser, donde las curvas, las superficies irregulares y el color son las notas representativas. El ir de noche hizo que no nos pareciera todo lo llamativo que realmente es, pero aún así nos gustó mucho. Realmente, son viviendas de alquiler, donde vive gente normal y corriente, que ya estará algo cansada de tantas fotos a sus casas todos los días del año. Hay un marketing bastante amplio alrededor de Hundertwasserhaus. De hecho, frente a ellas, se encuentra el Hundertwasserhaus Village, una especie de shopping center, con tiendas de souvenirs y arte, cuya estructura sigue la misma línea de Hundertwasserhaus.
Un pequeño alto en el camino para tomar algo en uno de los miles de puestos de venta de comida de Viena (hotdogs, pizzas, kebabs...) y decidimos jugárnosla. Es tarde para ser Viena, pero queríamos intentar entrar en el Ernest Happel, el estadio de fútbol donde España se proclamó el pasado año campeona de Europa. El estadio está inmerso en el Prater, un inmenso parque. Cuando llegamos (en metro, gracias a la ampliación de una de las líneas que hicieron de cara a la Eurocopa de Austria y Suiza de 2008), encontramos el estadio sin problemas. Poca iluminación y nos llamaron la atención los escudos y fotos de selecciones que había en los pilares del estadio. Tras un par de preguntas llegamos a la conclusión de que no se puede entrar a verlo. Pero no nos damos por vencidos, y encontramos una puerta medio abierta. Entramos, avanzamos 50 metros, y de repente, casi sin darnos cuenta, echamos la vista arriba y vemos que estamos dentro del estadio, a pie de césped. ¡Menudo alegrón! Lástima que a esas horas las fotos no permitieran apreciar nada. El estadio estaba a oscuras, pero se percibía perfectamente la grada y el césped. 5 minutos allí, pisando el césped y comentando el gol de Fernando Torres hasta que apreciamos que un hombre se acercaba. Nos marchamos de allí y él sin mediar palabra cerró la puerta con llave algo cabreado. ¡Había sido un éxito! Lástima las fotos... Junto al estadio había un centro comercial al que entramos, pero por poco tiempo. A las 20:00 las tiendas ya estaban cerradas, así que después de la paliza de todo el día tomamos de nuevo el metro a Rennweg. Un hotdog por la zona y al hotel a descansar. El próximo día había que madrugar; tomábamos un bus para Bratislava, Eslovaquia.
Tras abandonar los jardines de Belvedere, nos dirigimos hacia el Monumento a la Liberación, un monumento de marcado estilo soviético que Viena erigió en agradecimiento a Rusia por su liberación. A decir verdad, fueron los propios Rusos los que lo erigieron. Viena sólo fue el emplazamiento.
Dejando atrás el Monumento a la Liberación, aparecimos en Karlsplatz, donde se encuentra Karlskirche, o lo que es lo mismo, la iglesia de San Carlos Borromeo. Se trata de una iglesia barroca con una grán cúpula y dos columnas a los lados. Allí, previo pago, entramos y pudimos subir en un ascensor dentro de la iglesia, que nos llevó hasta lo alto de la misma, donde subiendo por unas escaleras llegamos a lo más alto de la cúpula que coronaba Karlskirche. Desde allí contemplamos una espectacular vista de Viena. Mejor incluso que la que más tarde veríamos desde lo alto de la torre sur de Stephansplatz. Destacar de Karlsplatz, que allí fue el primer lugar donde un amable caballero, con atuendos de propios de otro siglo, nos pegó una buena chapa para intentar convencernos para ir a una ópera que pintaba ser para turistas, con los típicos descuentos que te suelen hacer en los sitios, porque les caes bien, eres español, y te hacen reir. Dijimos que no, por aquel entonces ni nos planteábamos escuchar música clásica, y continuamos nuestro recorrido.
De nuevo volvemos a Stephanplatz, donde tras hacernos unas fotos en la Catedral de San Esteban, y con algunos de los mimos que frecuentaban la zona, nos armamos de valor y pagamos creo que 2,50€ por subir 343 peldaños en la torre sur de la catedral para encontrarnos con... ¡nada! Esa fue una de nuestras decepciones. Esperábamos algún mirador, una terraza o algo del estilo, pero lo que nos encontramos fue una sala de venta de souvenirs con unas ventanas enrejadas por las que se intuía la ciudad de Viena. Sin duda, mejor fue la vista desde Karlskirche.
Ponemos rumbo a Hofburg, otro inmenso palacio, conocido por ser la residencia del emperador Francisco José y de "Sisi Emperatriz". Tras unas fotos, comemos algo y entramos en calor en un Starbucks (si, lo se, cientos de cafés típicos vieneses, y entramos en un Starbucks...). Hofburg alberga la escuela de equitación española y el Tesoro de la Corte, que no tuvimos ocasión de visitar y el Museo Sisi y los apartamentos imperiales, que sí visitamos. Poco que decir de esta visita, todo aquel que alguna vez haya visitado algún palacio por dentro, puede imaginarse las lujosas estancias. También hicimos algunas fotos en las afueras del Kunsthistorisches Museum, el museo de Historia del Arte, que colinda con Hofburg.
Tras salir de Hofburg, tomamos el metro y luego el tranvía número 0 para dirigirnos a Hundertwasserhaus,un complejo residencial diseñado por Friedensreich Hundertwasser, donde las curvas, las superficies irregulares y el color son las notas representativas. El ir de noche hizo que no nos pareciera todo lo llamativo que realmente es, pero aún así nos gustó mucho. Realmente, son viviendas de alquiler, donde vive gente normal y corriente, que ya estará algo cansada de tantas fotos a sus casas todos los días del año. Hay un marketing bastante amplio alrededor de Hundertwasserhaus. De hecho, frente a ellas, se encuentra el Hundertwasserhaus Village, una especie de shopping center, con tiendas de souvenirs y arte, cuya estructura sigue la misma línea de Hundertwasserhaus.
Un pequeño alto en el camino para tomar algo en uno de los miles de puestos de venta de comida de Viena (hotdogs, pizzas, kebabs...) y decidimos jugárnosla. Es tarde para ser Viena, pero queríamos intentar entrar en el Ernest Happel, el estadio de fútbol donde España se proclamó el pasado año campeona de Europa. El estadio está inmerso en el Prater, un inmenso parque. Cuando llegamos (en metro, gracias a la ampliación de una de las líneas que hicieron de cara a la Eurocopa de Austria y Suiza de 2008), encontramos el estadio sin problemas. Poca iluminación y nos llamaron la atención los escudos y fotos de selecciones que había en los pilares del estadio. Tras un par de preguntas llegamos a la conclusión de que no se puede entrar a verlo. Pero no nos damos por vencidos, y encontramos una puerta medio abierta. Entramos, avanzamos 50 metros, y de repente, casi sin darnos cuenta, echamos la vista arriba y vemos que estamos dentro del estadio, a pie de césped. ¡Menudo alegrón! Lástima que a esas horas las fotos no permitieran apreciar nada. El estadio estaba a oscuras, pero se percibía perfectamente la grada y el césped. 5 minutos allí, pisando el césped y comentando el gol de Fernando Torres hasta que apreciamos que un hombre se acercaba. Nos marchamos de allí y él sin mediar palabra cerró la puerta con llave algo cabreado. ¡Había sido un éxito! Lástima las fotos... Junto al estadio había un centro comercial al que entramos, pero por poco tiempo. A las 20:00 las tiendas ya estaban cerradas, así que después de la paliza de todo el día tomamos de nuevo el metro a Rennweg. Un hotdog por la zona y al hotel a descansar. El próximo día había que madrugar; tomábamos un bus para Bratislava, Eslovaquia.