El día amaneció con el mismo tiempo excelente de la tarde anterior. El sol brillaba en el cielo y se empezaba a notar calor. Para esta jornada no llevábamos un itinerario concreto, excepto la ruta de senderismo que haríamos por la mañana. Un sábado y con buen tiempo no parecía el momento más propicio para ir a visitar calas. Salvo a primera hora, lo más seguro es que no pudiésemos ni aparcar, así que decidiríamos sobre la marcha lo que haríamos por la tarde. Al final, resultó este itinerario según Google Maps.

Cala Xarraca.
Íbamos hacia el norte, así que paramos a ver otra de las calas más recomendadas de la isla por su belleza. Dicen que es una de las que tiene las aguas más claras, por lo que es muy apropiada para bucear. Y, aunque no iba con intención de hacer snorkel, las aguas invitaban a ello, pues se mostraban transparentes como un hermoso cristal azul.
Íbamos hacia el norte, así que paramos a ver otra de las calas más recomendadas de la isla por su belleza. Dicen que es una de las que tiene las aguas más claras, por lo que es muy apropiada para bucear. Y, aunque no iba con intención de hacer snorkel, las aguas invitaban a ello, pues se mostraban transparentes como un hermoso cristal azul.


Es una cala pequeña, pero a esa hora estaba prácticamente vacía y era una delicia pasear por ella y sacar algunas fotos. Cómo cambian las cosas con esa tranquilidad.




Bahía de Portinatx
Aparte de que habíamos oído decir que es muy bonita, la razón principal de ir a esta cala fue porque allí comenzaba una ruta de senderismo que nos habíamos propuesto hacer aquella mañana. Dejamos el coche en un aparcamiento de tierra, esta vez sin problemas, pese a que se trata de un lugar bastante concurrido, pues hay hoteles, urbanizaciones, bares y restaurantes. Cuenta con todo tipo de servicios, incluidas hamacas y sombrillas. En realidad, son tres playas seguidas, todas muy bonitas. El color del agua, de lujo.




Ruta Senderista al Faro y a la Punta des Moscarter.
La ruta circular que llevábamos preparada en un principio tenía una longitud de cinco kilómetros, haciendo la ida hasta el Faro des Moscarter por el litoral y el regreso por el interior hasta Portinatx, nuestro punto de partida. Luego, le añadimos otra visita y nos quedó una ruta de 7,21 kilómetros, con un desnivel positivo de 164 metros y negativo de 133. La duración total fue de 3 horas y media, incluyendo paradas para fotos y para tomar un bocata.


La primera parte del recorrido fue una gozada por las estampas que nos deparaba la costa, con rocas de formas caprichosas y pequeñas calas, a nuestra izquierda. No voy a insistir con el color increíble del agua del mar porque me temo que estoy empezando a ponerme pesada.


Salvo algún tramo, que cruzaba algún bosquecillo de pinos y sabinas, retorcidos por causa del intenso viento que sopla en estas latitudes, el sendero iba pegado al acantilado, proporcionándonos vistas cada vez más vertiginosas de las rocas según ganábamos altura. No sé si alguna persona podría sentir vértigo aquí. Si no te asomas demasiado, no le vi un gran problema, pero es algo muy particular. Casi desde el principio, se divisa el faro a lo lejos.


Tras una media hora de caminata, llegamos a la altura de un faro pintado a rayas blancas y negras. Situado a 92 metros sobre el nivel del mar, es el más alto de las Baleares con sus 53 metros de altura. Se construyó en 1974, sigue funcionando en la actualidad y su mantenimiento lo realizan los técnicos residentes en el faro Botafoc. Lo cierto es que su altura impone, tal como se puede ver en la foto conmigo a su lado.


Después de ver las vistas panorámicas en el hito geodésico de la Punta des Moscarter, seguimos nuestra caminata sin saber que nos quedaba casi lo mejor. El sendero se metió primero por un camino sobre rocas rojas y blancas y luego entre un bosquecillo, mostrándonos pequeñas calas de aguas turquesas, como el Calo de Ponent. En algún punto divisamos también Es Pla de Ses Formigues y Es Illots.




Aquí la cosa se empezó a complicar, porque el sendero se metió en el acantilado, demasiado al borde para mi gusto, sobre todo cuando nos equivocamos y acabamos en una grieta sin más salida que un precipicio. Pero, bueno, mal que bien, salimos ilesos. Ya habíamos pasado por donde se ve a los de la foto, lo nuestro fue peor...
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La ruta seguía en continuo descenso y, un rato después, hacia la Punta del Gato, empezamos a divisar una cala preciosa, una de las más bonitas que habíamos visto en Ibiza. Y casi desierta. La ruta de senderismo pasaba de largo, emprendiendo ya el regreso al punto de partida por el interior. Nosotros, no. Acordamos tomarnos el bocata justo allí.


Cala d’en Serra.
Bajamos por una empinadísima pista que nos condujo a la cala, a la que no le faltan los típicos varaderos de madera para los barcos. Había siete u ocho personas, no más; y ninguna en el agua. Entonces nos fijamos en las medusas. Pues nada de baño, ni siquiera meter los pies. ¡Qué pena! Con un agua de ese color…


Sin embargo, esta cala posee una peculiaridad no tan atractiva, pero que se ha convertido en un reclamo para los turistas, aunque no abundaban ese día: un hotel abandonado, cuyas paredes inconclusas están plagadas de grafitis, algunos de buena calidad y otros, auténticos engendros. Un lugar curioso que tiene su historia y una polémica que continúa en la actualidad. En 1969, el famoso arquitecto catalán Josep Lluis Sert diseñó el edificio, pero las obras sufrieron retrasos y se suspendieron definitivamente en 1983. Desde entonces, se han sucedido las opiniones en cuanto a su utilización o a su derribo, sin que el paso del tiempo haya logrado otra cosa que convertirlo en una lamentable y peligrosa ruina más allá de la mera curiosidad de la gente, pues los hay que aparcan sus coches bajo las estructuras resquebrajadas.

Aunque se percibe a simple vista el peligro, no hay ninguna verja de cierre, ni siquiera un cartel de aviso, así que los visitantes se meten –nos metemos- con total despreocupación para ver los dibujos y subimos las escaleras para contemplar la fantástica panorámica que se divisa desde lo que debió haber sido una gran piscina con mirador, al borde del acantilado.¡Madre mía que vistas! Eso sí: por favor, mucha prudencia si vais allí.



Salvo la perspectiva final que obtuvimos de Cala d'en Serra, incluyendo ahora tambien el hotel abandonado (se ve en la foto, abajo a la derecha), la vuelta a Portinatx no tuvo mayor historia pues solo se trataba de transitar por el arcén de una carretera sin ningún atractivo, pero el resto de la excursión nos había gustado mucho.

Ya en el coche, hicimos un par de intentos de acercarnos a alguna otra cala, pero desistimos enseguida. Los aparcamientos estaban llenos y hacía mucho calor, con lo cual decidimos volver al hotel a descansar un poco, bajar allí a la playa un rato y, cuando el sol diese tregua, hacer alguna caminata por los alrededores.
Caló des Moltons, Es Pas de S’Illa y Torre des Molar.
Cerca de las siete, fuimos a recorrer el sendero que parte de la playa del Port de Sant Miquel, detrás de uno de los chiringuitos, y va paralelo a la costa a través de un bosque de pinos, entre cuyos troncos fuimos contemplando unas vistas muy bonitas.


En pocos minutos, llegamos al Caló des Moltons, lo cruzamos y continuamos adelante, hasta alcanzar Es Pas de S’Illa, un paso arenoso que une la costa con un pequeño islote cubierto de pinos y de propiedad privada; de hecho, una puerta protege la imponente mansión de estilo moderno allí construida y que, según nos contaron, se alquila a precios astronómicos a personajes famosos o adinerados que quieren desconectar del mundanal ruido. Ignoro si es cierto.


Los ochenta metros de playa son públicos y tienen agua a ambos lados, ya que la cara que da al norte está azotada por el mar mientras que la sur, la que mira a la playa del puerto, es más tranquila. Suele haber barcos amarrados y también un chiringuito.

Nosotros nos acercamos a pie, pero también es posible llegar en coche por una pista de tierra, aunque aparcar no debe resultar nada fácil. A la hora que fuimos, ya no había nadie por allí. De todas formas, el complicado acceso ayuda a que no se masifique.

Retrocedimos nuevamente hasta el sendero, pero en vez de volver a la playa, seguimos por una pista que ascendía a lo que un cartel señalaba como la Torre des Molar, una más de las construidas durante el siglo XVIII para proteger a las Pitiusas de los piratas y bandidos. Ponía "a 500 metros", así que no resistimos la tentación, pues veíamos un trozo desde abajo y pensamos que desde lo alto las panorámicas debían ser espectaculares, ya que se encuentra sobre un acantilado, a 95 metros de altitud. Se ve en la foto de abajo, en lo alto


Fueron más de quinientos metros o eso nos pareció porque la pendiente era de las que te dejan las piernas tan temblonas que estuvimos a punto de desistir. Menos mal que no lo hicimos porque la torre nos deparó una grata sorpresa: estaba abierta, no había ningún cartel prohibiendo la entrada y parecía encontrarse en buen estado de conservación; algo sucia por dentro, pero sin peligro de que se nos fuera a caer algo encima. Tiene tres plantas y conserva la torreta superior (no sé cuál es el nombre correcto).

Tras recuperarnos del susto que nos propinó el eco espeluznante que provocaban nuestras voces en el interior de la torre, subimos con todas las precauciones del mundo por una estrechísima escalera hasta la azotea de vigilancia, una amplia terraza casi circular que nos proporcionó unas vistas maravillosas.

Se alcanzaban a ver los enormes bosques del norte de la isla, Sant Miquel con su iglesia, las zonas de playa y el puerto; las horribles edificaciones también, sí, que le vamos a hacer.

También Illa Murada y la abertura de la Cala de Benirrás. Pero lo más curioso fue contemplar la Illa d’es Pas de punta a punta, con su mansión en medio, dotada incluso de puertecito privado. Nos sentimos como unos paparazzis en busca de alguna foto exclusiva. Menos mal que no parecía estar ocupada.


Lo cierto es que valió mucho la pena subir la cuesta.

Se nos había hecho tarde y ya no teníamos tiempo de ir a más sitios, así que regresamos al hotel para cenar. Luego, fuimos a tomar una copa al bar y ver qué tal estaba la animación, pero no nos gustó. Así que volvimos a la habitación porque no nos compensaba bajar a la zona de la playa, donde tampoco había demasiado que hacer. En este punto echamos de menos un paseo marítimo por donde caminar o sentarnos en una terraza a tomar algo; vamos, sin estridencias, pero un poquito de ambiente
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