Para este día teníamos muchos planes que luego nos chafó el mal tiempo. En fin, tampoco nos podíamos quejar dadas las previsiones: todavía no habíamos abierto el paraguas. De modo que el reducido itinerario de la jornada quedó del modo siguiente, según Google Maps.

Mirador de las puertas del cielo.
Es uno de los que se suelen recomendar en todas las guías turísticas para ver en Ibiza. En realidad, se trata del nombre de un bar/restaurante bastante conocido, situado muy cerca de un acantilado, al que se llega siguiendo una carretera que parte de la localidad de Santa Agnés de Corona. Desde allí, se divisan las Islas Margalides. Confieso que la panorámica me decepcionó un poco. Quizás porque ya habíamos visto otras que nos impactaron más. .

Era muy pronto y el restaurante estaba cerrado, pero nuestra única intención era contemplar las vistas y hacer una pequeña ruta de senderismo que encontré en wikiloc.Un estrecho sendero lleva hasta Sa Penya Esbarrada, donde se encuentran las ruinas de lo que fue una casa payesa musulmana del siglo XII.


De acuerdo con el track, seguimos caminando por un sendero un tanto escondido entre los pinos hasta que llegamos a una pequeña explanada sobre el acantilado, desde donde pudimos contemplar unas panorámicas mucho mejores que las que se vislumbran desde la zona del restaurante.


Sin embargo, no pudimos llegar hasta el final de la ruta que llevaba descargada porque el sendero se perdía entre los peñascos y no fuimos capaces de descubrir por dónde continuar sin arriesgar acercándonos demasiado al precipicio. Además, unos amenazadores nubarrones estaban empezando a cubrir el cielo.


No sabíamos qué hacer. Las previsiones meteorológicas anunciaban lluvia y parecía que iban a acertar de lleno. Volver al hotel no era una opción que nos apeteciese, así que decidimos ir a una población donde pudiésemos refugiarnos cuando llegase la tormenta.
Escogimos Santa Eularia des Riu /Santa Eulalia del Río, una de las localidades más bonitas de la isla. Encontramos hueco para el coche en un parking de tierra gratuito. Como la lluvia se preveía entre las dos y las cuatro de la tarde, una vez allí, decidimos almorzar pronto, con la esperanza de poder continuar nuestras visitas por la tarde. Pronto empezó a llover, así que nos acomodamos en uno de los restaurantes de la plaza donde se encuentra el Ayuntamiento; el único que tenía mesas libres a cubierto. Y menos mal, porque enseguida se puso a diluviar, literalmente.

Pedimos un "menú paella", que estuvo bien y a buen precio. Eso sí, el servicio –la chica muy amable, la verdad- se demoró un montón por la cantidad de gente que había y cierta... desorganización. Entre unas cosas y otras, estuvimos tres horas de reloj sentados en el restaurante, si bien no nos desquiciamos del todo porque no paraba de llover; y ni pinta que tenía. Pero necesitábamos sacar el coche del aparcamiento porque el agua se estaba empezando a acumular y temíamos que el aparcamiento de tierra donde lo habíamos dejado se acabara convirtiendo en un barrizal. Y, menos mal, porque llegamos cuando se estaba acumulando el agua bajo las ruedas de los vehículos. Seguía lloviendo a cántaros y, con todo el dolor de nuestro corazón, tuvimos que prescindir de lo planificado y volver a refugiarnos al hotel.

Dejó de llover casi a las siete. Así que para aprovechar la tarde decidimos visitar la cueva que teníamos a unos cincuenta metros caminando desde el hotel.
Cueva de Can Marça.
La entrada de adultos cuesta 13 euros y 8 euros la de los niños de entre 5 y 12 años. La visita se realiza con guía y dura unos 40 minutos. Al contrario que en otras cuevas, la temperatura en el interior se mantiene en unos 20 grados, por lo tanto, no se necesita chaqueta. Está permitido hacer fotos.

Se accede por una escalera que desciende por el acantilado. Me sorprendió la cantidad de peldaños que tuvimos que bajar. La perspectiva de la bahía era espléndida -el cielo se estaba despejando rápidamente-, aunque no nos causó demasiada sensación, pues se parecía mucho a la que disfrutábamos desde el hotel.


La cueva es muy interesante a nivel geológico, con una gran variedad de estalactitas, estalagmitas, columnas, coladas, gours y excéntricas. También conserva huesos fósiles. Se desarrolló en rocas calizas, en la época Cretácica, en un mar antiguo y poco profundo, hace unos 70 millones de años, aunque la edad de la cueva se supone que anda en torno a los dos millones de años.



Can Marça se descubrió hace un siglo, si bien se tiene constancia de su utilización anterior por contrabandistas, que traficaban con mercancías elevándolas desde barcas hasta una abertura que se encuentra a 10 metros sobre el mar. Todavía se pueden distinguir las marcas de pinturas roja y negra que señalaban una salida de emergencia en caso de ser descubiertos.


En los años 60 del siglo pasado, el espeleólogo belga Jean Pierre Van der Abeelle llegó a Sant Miquel interesándose por la cueva, la exploró con ayuda de los lugareños y poco después se iniciaron los trabajos de acondicionamiento para las visitas turísticas, que comenzaron en 1980.


En el interior de la cueva, se realiza un recorrido de unos 350 metros, que transcurre en suave ascenso, durante el cual se visitan varias salas, algunas con efectos especiales de luz y sonido: la de entrada, el Templo de Buda, la de la Cascada, el Lago de los Deseos y las galerías secas hasta un túnel artificial que conduce a la salida.


Aunque me pareció un poco cara –si acuden varias personas, sube un pico-, particularmente, me gustó la visita. Claro que a mí me gustan todas las cuevas, unas más que otras, eso sí. Dejo unas fotitos por si os ayudan a decidir, pero sin desvelar en qué parte están tomadas ni en qué orden para no desvelar la sorpresa. La guía nos contó muchas cosas e hizo el recorrido bastante ameno.

