Confieso que, hace cuatro años, cuando una amiga me comentó que se iba de viaje a Uzbekistán, me la quedé mirando, perpleja. ¿Uzbekistán? ¿Y qué hay que ver allí? Entonces, al oírle referirse a “Samarcanda” mi expresión cambió por completo. ¡Claro! La legendaria ciudad de la no menos legendaria Ruta de la Seda, con sus caravanas, mercados de especias, alfombras, camellos, desiertos y palacios de fábula, la que nos evoca las Mil y Una Noches, con sus emires y princesas, y los viajes de Marco Polo; esa que nos imaginábamos de niños viendo películas de aventuras en las olvidadas sesiones continuas de los cines de barrio mientras tomábamos el bocata que nuestras madres nos preparaban cuando aún no se estilaban las palomitas…

Así que apenas en un segundo pasé del escepticismo al más vivo interés. ¡Samarcanda! ¡Qué bien sonaba ese nombre! Los de Bujara y Jiva no me decían demasiado, pero Samarcanda… Y me despertó definitivamente el gusanillo al enviarme sus fotos por whatsapp. ¡Qué bonito todo! De auténtico cuento. Mi amiga regresó encantada y me animó a ir. Sería cuestión de pensarlo. Al poco, llegó la pandemia y los destinos lejanos quedaron guardados en el cajón de los “quizás alguna vez…”.

El año pasado, una vez que la cuestión sanitaria empezó a normalizarse, otra amiga me comentó que sus hermanas habían vuelto de allí muy satisfechas. Así que nos decidimos nosotras también y cuanto antes. Aunque me enteré por el foro de que el viaje no es difícil de preparar por libre, los años no pasan en vano y preferimos no complicarnos, así que nos apuntamos a una de las rutas culturales para mayores de 55 años patrocinados por la Comunidad de Madrid, que ya conocíamos por experiencias anteriores; tienen buen precio y suelen resultar bien, asumiendo sus pros y sus contras.

A la hora de elegir la ruta y la fecha, seguimos los consejos que nos dieron, en especial, evitar el invierno y el verano, por las temperaturas extremas que se alcanzan en ese país. Viajando en primavera, nos recomendaron que no fuese más allá de la segunda quincena de mayo para librarnos del calor. Así que elegimos un circuito que salía el día 10 de mayo.

El itinerario era el típico y básico de una semana (en destino), en el que se visitaba lo esencial del país y que nos pareció suficiente para cumplir nuestras expectativas: las tres ciudades míticas, Samarcanda (Samarkand), Bujara (Bukhara) y Jiva (Khiva), además de la capital, Taskent (Tashkent). También seguía el mejor orden, de menos a más en cuanto a belleza e interés, salvo Taskent, que se hace al principio o al final según convenga en función de los vuelos y que, en nuestro caso, cerró el viaje.

El perfil en Google Maps sería más o menos el siguiente, con un total de 1.024 kilómetros.

Ya solo quedaba realizar los preparativos. Aunque se trate de un viaje organizado, siempre lo preparo como si no lo fuese. No quiero pasar el tiempo libre en tiendas, de siesta en el hotel o sentada en una terraza, eso lo puedo hacer tranquilamente en casa. Así que aprovecho todo lo que puedo para moverme a mis anchas; y eso requiere una planificación previa. En fin, cada cual tiene su sistema.

Para viajes turísticos a Uzbekistán de hasta 30 días, los ciudadanos españoles no necesitamos visado, solamente el pasaporte con una caducidad no inferior a tres meses a partir de la fecha de finalización de la estancia. Además, existe la obligación de registrar el pasaporte en la policía durante los tres primeros días laborables de estancia en el país y en cada una de las ciudades que se visiten. Si te alojas en hoteles, como era nuestro caso, suelen ocuparse en recepción. Al menos esas eran las condiciones en mayo de 2023.

Respecto a la moneda, me quedé con los ojos a cuadros al ver que, por entonces, un euro se cambiaba a 12.000 soms. ¡Uff! Nos íbamos a llenar los bolsillos de millones… Por fortuna, íbamos con muchos gastos pagados, así que no tendríamos que utilizar demasiado la calculadora ni las tarjetas. O eso pensábamos. En cuanto a los datos y al teléfono móvil, nos decantamos en principio por utilizar el wifi en los hoteles. Luego ya veríamos.

En cuanto al tema sanitario, se habían eliminado las restricciones por el Covid y tampoco se requieren vacunas obligatorias. Sin embargo, conozco a personas que tuvieron problemas estomacales allí y me puse a investigar. Leí que el agua no es potable y que conviene ponerse la vacuna de la hepatitis A. Así que acudí a Sanidad Exterior, donde me indicaron que no me hacía falta dado el tipo de viaje que iba a realizar, si bien debería adoptar ciertas precauciones, como tomar siempre agua embotellada y evitar bebidas con hielo añadido, frutas con cáscara y alimentos crudos o lavados con agua del grifo. En fin, lo habitual en estos casos. Hasta ahora (toco madera) nunca me ha pasado nada en destinos donde mucha gente cae, con lo cual me quedé más tranquila. Además, como es lógico, preparé un pequeño botiquín con paracetamol, ibuprofeno, suero oral, antidiarreicos… También contraté un seguro médico adicional y otro por gastos de cancelación. Respecto a la ropa, nos aseguraron que en esa época no pasaríamos frío, pero que llevásemos alguna chaqueta o jersey por si bajaba la temperatura; además, un chubasquero y un paraguas -según algunas previsiones meteorológicas, nos podía llover-.

Nota. Los nombres de las ciudades y, sobre todo, de los monumentos los he encontrado escritos de diversa manera, así que en el relato utilizaré los más conocidos o según lo que aparezca en la documentación que esté consultando en el momento de escribir el diario.