Regreso a casa.
La vuelta a casa fue lo peor. A primera hora de la mañana, nuestro avión de Turkish Airlines salió con un retraso de media hora del aeropuerto de Taskent. De nuevo, un avión confortable con entretenimiento en castellano y desayuno abundante. Bien. Para la escala en Estambul llevábamos solo un margen de una hora y quince minutos. Suponíamos que nos esperarían, ya que el retraso tampoco era exagerado y los billetes se compraron juntos. Sin embargo, a poco de aterrizar, me fijé en que en la página de conexiones que salía en mi pantalla aparecía el vuelo hacia Madrid “en hora”. Muy mosqueante, pues esa hora era… ya.
Ningún empleado nos esperaba en el finger, lo que sí ocurrió en el vuelo de ida. En fin, que el avión hacia Madrid despegó sin nosotros. Tras un montón de discusiones, nos ofrecieron alojamiento en un hotel para esa noche con cena incluida y un vuelo que salía al día siguiente, de madrugada. Pues nada, tocaba aguantarse y reclamar después. Entre unas cosas y otras, una tarde perdida en Estambul, ya que nos enviaron a un hotel de cuatro estrellas, muy elegante y funcional, pero situado a veinte kilómetros de la capital turca. En fin, en medio de la nada, lo típico en estos casos. Mejor, olvidarlo. Llegamos a casa con casi veinte horas de retraso, pero sin más incidencias.
Conclusiones.
Pese a algunos inconvenientes, casi todos culpa de Turkish Airlines, el viaje nos gustó mucho y el itinerario estuvo bien planteado al tratarse solo de una semana, pues vimos muchos lugares interesantes que nos transportaron a los escenarios de los relatos de las mil y una noches. Además, salvo Taskent, que se quedó para el final, el orden del viaje fue perfecto, pues transcurrió de menos a más. Y el menos se lo estoy atribuyendo a Samarcanda, ahí es nada, aunque solamente porque su casco antiguo está mezclado con la ciudad moderna, enmascarando un poco el ensueño medieval, cosa que no sucede en Bujara, con sus principales monumentos más concentrados. Y Jiva es como retroceder varios siglos.


Aunque parezca que está lejos (que lo está), animo a todo el que le guste la historia antigua a hacer esta ruta porque tampoco es un viaje difícil ni incómodo. Es cierto que no se ven paisajes fabulosos, con ríos, cascadas, campos verdes o pueblecitos encantadores. Y tampoco cuenta con gran variedad en cuanto a la arquitectura, ya que no dejan de repetirse el mismo tipo de edificios, si bien cada uno dispone de su detalle particular. Por eso, si gustan las mezquitas, las madrazas, los mercados, el mundo musulmán antiguo, en definitiva, lo que hay para ver es realmente magnífico.


Por lo demás, no tengo queja de los hoteles (salvo el de Taskent, que estaba mal situado) y la comida me gustó, en general, ya que la esperaba más picante. El guía local, simpático y meticuloso, nos contó muchas cosas, algunas según su punto de vista, claro está. Los trámites en el aeropuerto de Taskent y en el Urgench bastante rápidos, pese a que hay que pasar varios controles, un par de ellos un tanto absurdos pues están a veinte metros de distancia uno del otro
. Cuidado con el agua, que no es potable. Hubo personas que sufrieron problemas gastrointestinales, algo bastante habitual. Yo, de nuevo, me libré. Toco madera. La gente es muy agradable, bastante más abierta que en otros países musulmanes. Se puede tomar cerveza en todos sitios. En los restaurantes, costaba entre 20.000 y 30.000 soms una botella de medio litro. Respecto a la ropa, no es cuestión de ir con tirantes, pantalones cortos o minifaldas en todos sitios, pero existe bastante permisividad con los atuendos femeninos.


Para entrar en algunas mezquitas y madrazas, hay que taparse brazos y piernas, cubrirse el pelo y, a veces, descalzarse. De modo que resulta muy recomendable tener por costumbre llevar un pañuelo grande o fular y unos calcetines en el bolso o mochila. Nos librará de más de un apuro. En cuanto a las tiendas, los amantes de las compras disfrutarán aquí de lo lindo (no es mi caso) porque hay de todo y bastante barato al cambio, siempre regateando, por supuesto. El wifi en los hoteles funcionaba bien y en todos nos dejaron dos botellas de agua mineral de cortesía en las habitaciones -ignoro si lo hacen siempre o fue un detalle especial-. Y como recomendación final: no hay que perderse Samarcanda, Bujara y Jiva por la noche, iluminadas: resultan espectaculares.


Quiero dejar claro que con este diario no pretendo vender ningún viaje organizado, aunque el nuestro salió muy bien. Por supuesto, nadie lo va a organizar mejor que uno mismo. Si se quiere ir por libre, no resulta complicado visitar Uzbekistán combinando bien los vuelos y, sobre todo, confirmando los horarios de los trenes, un buen medio de transporte para moverse por el país, pues alquilar un coche, hoy por hoy, no parece la mejor opción, dado el estado de las carreteras. También hay otras posibilidades. En cuanto a la seguridad personal, sin problema alguno.

El tiempo fue muy bueno, salvo un día en Bujara, que hizo mucho calor. Las temperaturas estuvieron en torno a los veinticinco grados. La primera quincena de mayo resultó una época estupenda para visitar Uzbekistán. El verano no es recomendable por el tremendo calor, que impide aprovechar las horas centrales del día. Y en estas ciudades hay que caminar y moverse mucho si se quieren disfrutar de verdad sin eternizarse.

Los precios son muy asequibles, baratos incluso, una comida o bebida suele ser económica, aunque los sitios más turísticos se aprovechan, claro. Los vendedores, con ser pesados, en general, no son de los peores con los que he topado ni mucho menos. Si no quieres algo, les dices que no y, normalmente, te dejan en paz, salvo que hayan visto que tienes mucho interés. En ese caso, resistir suele dar buen resultado. Bueno, en casi todos estos sitios, la metodología es parecida
. Por cierto, para quien le gusten, en Jiva hay un gran surtido de los típicos gorros de invierno al estilo ruso. Hace unos cuantos años, me encargaron uno y en Moscú no encontré tanta variedad.



Para acabar, no voy a escribir lo que suelo al final de cada diario, que no sé si volveré algún día a ese destino. En esta ocasión, estoy segura de que no regresaré a Uzbekistán, y no porque no me haya gustado lo que he visto, sino por todo lo contrario, porque, aunque con bastantes cosas pendientes, creo que he visto lo que más me apetecía de allí. Y me ha dejado un muy grato recuerdo.



