Por fin llegó el esperado día de visitar uno de los lugares más emblemáticos de Egipto: los templos de Abu Simbel. No sabemos qué es lo que más nos atraía de hacer esta excursión, si la majestuosidad de los templos en sí, si el que hubiesen tenido que ser trasladados desde su enclave inicial, o que fuesen una muestra más del inmenso poder de Ramsés II. Sin duda alguna, son un reclamo turístico que hace que diariamente los visiten miles de personas, por lo que la planificación del horario era un punto importante.
Los grupos de los cruceros acostumbran ir muy temprano, para poder circular todos los autocares juntos en una caravana normalmente escoltada por la policía. Este horario evita las horas de mayor calor, pero hace que sea casi imposible ver los templos con tranquilidad. Por esta razón, escogimos salir más tarde que ellos y aún con el riesgo de sufrir un poco con el sol, pensamos que compensaba el estar allí con menos gente.
De esta forma, quedamos con nuestro chófer hacia las 7 de la mañana, una vez ya cruzado el Nilo con la barca. La dueña del alojamiento, dado la hora que era, nos dio unos bollos y unos quesitos para que pudiésemos desayunar por el camino, algo que nos pareció un poco escaso comparado con lo que nos dieron en el hotel de Luxor, pero que agradecimos igualmente.
El trayecto de más de tres horas lo hicimos realmente bien, durmiendo a ratos, pero también contemplando las vistas del desierto que hay que atravesar. Pasamos por algunos controles, pero en ningún momento nos escoltaron, ni tuvimos problemas. Y esto lo comentamos por los rumores que circulan respecto a la peligrosidad de hacer esta excursión por libre (normalmente difundida por las agencias para que contrates sus servicios). Es evidente que por la cercanía con Sudán el Gobierno Egipcio considera esta zona un punto de riesgo, pero contratando los servicios de un chófer que tenga todos los permisos en regla y con suficientes referencias, es un traslado más cómodo y más económico que muchas de las excursiones que ofrecen.
Los grupos de los cruceros acostumbran ir muy temprano, para poder circular todos los autocares juntos en una caravana normalmente escoltada por la policía. Este horario evita las horas de mayor calor, pero hace que sea casi imposible ver los templos con tranquilidad. Por esta razón, escogimos salir más tarde que ellos y aún con el riesgo de sufrir un poco con el sol, pensamos que compensaba el estar allí con menos gente.
De esta forma, quedamos con nuestro chófer hacia las 7 de la mañana, una vez ya cruzado el Nilo con la barca. La dueña del alojamiento, dado la hora que era, nos dio unos bollos y unos quesitos para que pudiésemos desayunar por el camino, algo que nos pareció un poco escaso comparado con lo que nos dieron en el hotel de Luxor, pero que agradecimos igualmente.
El trayecto de más de tres horas lo hicimos realmente bien, durmiendo a ratos, pero también contemplando las vistas del desierto que hay que atravesar. Pasamos por algunos controles, pero en ningún momento nos escoltaron, ni tuvimos problemas. Y esto lo comentamos por los rumores que circulan respecto a la peligrosidad de hacer esta excursión por libre (normalmente difundida por las agencias para que contrates sus servicios). Es evidente que por la cercanía con Sudán el Gobierno Egipcio considera esta zona un punto de riesgo, pero contratando los servicios de un chófer que tenga todos los permisos en regla y con suficientes referencias, es un traslado más cómodo y más económico que muchas de las excursiones que ofrecen.

Una vez allí y con nuestras entradas compradas previamente online (aconsejable por si no funciona la venta con tarjeta, y por la escasa cobertura que suele haber allí), nos dispusimos a pasar dos horas visitando los templos.
Ya al irnos acercando al Gran Templo, el dedicado a Ramsés II, nos alegramos de haber llegado a una hora de menor afluencia, y además había una brisa que hacía que no se notase apenas calor. El exterior de este templo es, sin duda, el más impresionante de todos los que vimos, con sus cuatro gigantescas estatuas del faraón presidiendo la entrada. El enclave, aunque no sea el original, también es espectacular, excavado en la montaña y con el Lago Nasser enfrente. Hay que recordar que con la construcción de la presa de Aswan en los años 60, los dos templos tuvieron que ser desmontados pieza a pieza, trasladados y reconstruidos en un lugar elevado, situado a 200 metros de distancia del original, para así salvarlos de las aguas.
Ya al irnos acercando al Gran Templo, el dedicado a Ramsés II, nos alegramos de haber llegado a una hora de menor afluencia, y además había una brisa que hacía que no se notase apenas calor. El exterior de este templo es, sin duda, el más impresionante de todos los que vimos, con sus cuatro gigantescas estatuas del faraón presidiendo la entrada. El enclave, aunque no sea el original, también es espectacular, excavado en la montaña y con el Lago Nasser enfrente. Hay que recordar que con la construcción de la presa de Aswan en los años 60, los dos templos tuvieron que ser desmontados pieza a pieza, trasladados y reconstruidos en un lugar elevado, situado a 200 metros de distancia del original, para así salvarlos de las aguas.

El interior se queda pequeño respecto a lo que se espera, pero no desmerece en absoluto, con sus enormes pilares, relieves (una vez más destacando el de la Batalla de Kadesh) y el santuario dedicado tanto a Ramsés II deificado, como a otras tres divinidades: Ra-Horakhty, Amón-Ra y Ptah. Se trata de una pequeña cámara con estatuas de cada uno de ellos, que queda iluminada por los rayos del amanecer un par de veces al año, concretamente los días 22 de febrero y 22 de octubre, fechas que suelen congregar a gran cantidad de visitantes y en las que el precio de la entrada se encarece considerablemente.


En cuanto al pequeño Templo de Hathor, mandado construir por Ramsés II para honrar a Nefertari, su esposa favorita, también se encuentra excavado en la roca y muy próximo al Gran Templo. Las diferencias entre ambos son evidentes, sobre todo de tamaño, pero sigue siendo un lugar majestuoso al que también dedicar un tiempo razonable de visita. En nuestro caso, el par de horas fueron suficientes para ver con tranquilidad ambos templos, sacar un montón de fotos y disfrutar del entorno, pero seguramente se puedan quedar escasas si hay cola para sacar las entradas o si hay muchos grupos, por lo que es el tiempo mínimo que recomendamos pasar allí.

Llegamos a Aswan en torno a las 4 de la tarde, algo hambrientas, por lo que le pedimos a nuestro chófer que nos dejase en la zona de la Corniche, donde hay bastantes opciones de comer algo rápido. En un primer momento se nos había ocurrido navegar en faluca para ver la puesta de sol, pero entre comer y regatear se nos iba a echar el tiempo encima y se iba a convertir en una navegación nocturna más que otra cosa, ya que en esas fechas oscurece ya para las cinco de la tarde. Así que una cosa más que apuntar en la lista de pendientes para otra ocasión.
Con todo, la puesta de sol la disfrutamos igual desde la terraza del McDonald's, para posteriormente dar un buen paseo por la Corniche. En este caso, no está tan cuidada como la de Luxor, aunque también hay zonas en las que se ve que están renovando el mobiliario urbano y mejorando la iluminación, pero también concentra a gran cantidad de paseantes, tanto visitantes como autóctonos.
Con todo, la puesta de sol la disfrutamos igual desde la terraza del McDonald's, para posteriormente dar un buen paseo por la Corniche. En este caso, no está tan cuidada como la de Luxor, aunque también hay zonas en las que se ve que están renovando el mobiliario urbano y mejorando la iluminación, pero también concentra a gran cantidad de paseantes, tanto visitantes como autóctonos.

Para terminar, nos dimos una vuelta por el bazar, una calle larguísima en la que esperábamos encontrar algo de artesanía nubia, pero en la que la mayoría de los productos no tenían demasiada calidad. A pesar de ello, pasamos un buen rato conversando con los vendedores, pues aunque no teníamos intención de comprar nada, vimos que agradecían mucho que les diésemos la oportunidad de mostrarnos su mercancía.
Esa noche volvimos a cenar en el restaurante King Jamaica, y nuevamente nos invitaron a varios platos e incluso al postre, así que el día terminó con un broche perfecto, aunque con pena de irnos de la isla al día siguiente: sin duda, nos hubiese gustado haber pasado algo más de tiempo allí, para haberla recorrido en su totalidad.
Esa noche volvimos a cenar en el restaurante King Jamaica, y nuevamente nos invitaron a varios platos e incluso al postre, así que el día terminó con un broche perfecto, aunque con pena de irnos de la isla al día siguiente: sin duda, nos hubiese gustado haber pasado algo más de tiempo allí, para haberla recorrido en su totalidad.