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Hoy toca una de las visitas más importantes del viaje.
Es una de las pocas cosas que no llegamos a visitar la última vez que vinimos a Roma, y es el sitio que acabará impresionando más a mi padre: la Galleria Borghese.
Es extremadamente recomendable comprar la entrada por internet, sobre todo si se viaja en temporada alta. Cuesta 17€ y el tiempo de visita está limitado a 2 horas (pero será suficiente).
Cuando llegamos a la entrada vemos un cartel de “entradas agotadas”, pero hay una cola para quienes no tienen tickets. Cada hora dejan entrar a 13 personas. En la cola hay unas 30.
Nosotros tenemos entrada de 10 a 12. Con la emoción, llegamos antes, pero no nos dejan entrar hasta las 9:50.
En la planta baja están los lujosos salones del Cardenal Borghese.
El dueño de esta villa era el sobrino del Papa, a principios del siglo XVII, y como era tradición en el Vaticano, el nepotismo lo benefició enormemente.
Se construyó esta mansión y empezó su colección de arte. A veces encargando obras a los artistas aún vivos, otras veces comprándolas, y otras, confiscándolas o directamente robándolas. Ay la iglesia…
En el centro de cada una de las salas hay una obra maestra. Lo primero que vemos, así en frío, es la escultura barroca de el Rapto de Proserpina, creada por Gian Lorenzo Bernini.
Lo rodean numerosas esculturas del período clásico, que quedan irremediablemente eclipsadas por la obra central. La contemplamos boquiabiertos por los 360 grados durante una exageración de tiempo.
Pero es que la Galleria es mucho más. De forma temporal en estas salas hay una exposición de Rubens, así que además de las esculturas, hay paneles con valiosísimas obras de este pintor barroco.
En las otras salas de la planta baja se encuentran el fantástico David (nada que ver con el de Michelangelo, cada cual tendrá su favorito, yo prefiero este
), Apolo y Dafne, varias esculturas más también del genio Bernini, etc.
En cuanto a pinturas, brillantes muestras del Renacimiento y del Barroco, como un Tiziano, un par de Raffaellos y varios Caravaggios, tanto en la planta baja como en la pinacoteca de la primera planta.
Hemos dedicado una hora y media en la planta baja y solo media hora en la planta de arriba, porque la pinacoteca tiene muchas obras pero la mayoría no nos parecen especialmente destacables.
Hemos escuchado un aviso por megafonía para informar a los visitantes que ya llevaran dos horas, que se les había acabado el tiempo, pero en realidad no lo controlan mucho… Cada hora dan una pegatina de distinto color a los visitantes, y así el personal de las salas puede saber a qué hora has entrado, pero no me dio la impresión que se fijaran mucho.
La Villa Borghese se encuentra en medio de un apacible jardín, pero hace fresquito y tenemos hambre, así que pasamos de largo y vamos a comer.
Por la tarde nos dirigimos al centro en transporte público y nos pateamos todo el casco antiguo.
Primero entramos a admirar el fresco barroco de la bóveda de la iglesia de San Ignacio.
Luego nos dirigimos al Panteón.
La plaza está abarrotadísima.
Hay varias colas de gente para entrar. Nos parece todo bastante confuso porque sabemos que desde hace pocos meses, ahora hay que comprar entrada para visitar el interior.
Vemos unas máquinas de billetes en un lateral de la fachada. Son grandes pantallas táctiles. Después de hacer cola, compramos los billetes para entrar directamente. Son 5€ la entrada por persona.La verdad es que a parte de la cúpula, el interior no es especialmente destacable. Nos parece una iglesia renacentista más.
Tampoco ayuda a apreciar el espacio el hecho de que hay una barbaridad de personas dentro. Apenas se puede caminar.
Nos acercamos con dificultad a la discreta tumba de Raffaello, no porque sea bonita, sino para presentar nuestros respetos al artista.
A continuación entramos en la cercana iglesia de Santa Maria Sopra Minerva.
Es curioso ver un interior gótico en Roma, donde casi todo es Barroco.
Bueno, aquí dentro también hay Renacimiento, en varias capillas posteriores. Y por supuesto, en la escultura de Cristo de pie, obra de Michelangelo. 
La siguiente parada es otra iglesia, obviamente.
Esta es San Luís de los Franceses. En una capilla lateral se encuentran tres magníficas pinturas de Caravaggio.
Los visitantes se amontonan delante de la barandilla de la capilla.
(foto de la wikipedia, con la emoción y la muchedumbre, no tomamos ninguna)
Para ver la capilla iluminada hay que poner un euro en una maquinita. En la era digital en la que nos encontramos, parece ser que muchos de nosotros no llevamos monedas encima, porque seríamos cincuenta personas y nadie ponía una monedita… 
Yo llevaba sólo dos euros, una moneda la gasté aquí y otra en otra iglesia. Ah, llevad monedas de 50 céntimos también, os pueden venir bien.
Por un lado es fantástico poder ver las pinturas en la capilla para las que el artista las creó, pero a la vez, las de las paredes laterales se ven de lado.
Para llegar a la siguiente iglesia habrá que cruzar la popular plaza Navona, en la que hay un mercadillo navideño sencillito, y también hay que subir al monte del Quirinal, donde está el palacio del mismo nombre, hoy sede de la presidencia de la república italiana.
Desde aquí alcanzamos Sant’Andrea al Quirinale.
Tanto el diseño arquitectónico como las esculturas del interior son de nuestro querido Bernini.
Lamentablemente el interior está muy oscuro, hay una maquinita para iluminar la cúpula, aquí pongo mi último euro, y un par de focos se encienden por lo que parece treinta segundos. Qué pena.
Esta iglesia la vimos en abril con luz natural y luce mucho más.(foto de la wikipedia)
A pocos metros se encuentra la iglesia de San Carlo alle Quattro Fontane, también barroca, pero ahora ya está cerrada.
Seguimos caminando para rematar el día en Santa Maria della Vittoria, que alberga la fabulosa escultura del éxtasis de Santa Teresa, también obra de Bernini.
También está en la penumbra. Por suerte otros turistas depositan un par de monedas en la cajita y podemos admirarla iluminada durante los escasos minutos en los que duran las monedas.
Hemos visto seis iglesias en una tarde y estamos bastante cansados de patear la ciudad.
Cenamos en un restaurante tradicional cercano donde descubrimos el concepto de “pinsa”.
Viene a ser como una pizza pero la masa es una mezcla entre trigo, soja y arroz, super tierna y sabrosa. Un sitio muy recomendable por el trato, el precio y la calidad.El regreso al hotel incluye una larga caminata para alcanzar un tranvía que nos deja cerquita.
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