Con luz de día (lo que nos permitió ver totalmente la ciudad de Buenos Aires desde el aire, distinguiendo edificios y lugares emblemáticos) nos acercamos al aeropuerto «Ministro Pistarini», donde tomamos tierra suavemente y tras un desembarco ordenado y tranquilo nos dirigimos hacia las casetas de control de pasaportes, donde nos atendieron amablemente al pedirnos mirar a la cámara y poner los dedos en el escáner, aunque no nos estamparon sello alguno en nuestras hojas libres.
De ahí a retirar nuestro equipaje (algo que siempre asusta por aquello del ¿habrá volado con nosotros o estará en Zimbabwe?) el cual recogimos sin mayor problema y, dado que algo habíamos tomado en el avión como desayuno, pasamos de cambiar pesos en el aeropuerto (recordemos: únicamente al cambio oficial, es decir, 360 pesos por cada euro) y probamos suerte en las tiendas de Movistar y Claro a ver si comprábamos una tarjeta sim para nuestro motorola liberado, ya que nuestros operadores españoles no nos daban ni mucha confianza en la cobertura (Digi) ni tarifas que no fueran un robo (Movistar: casi 4€ por minuto tanto al llamar como al recibir), pero en ninguna de las dos tiendas tenían tarjetas disponibles para turistas (por 30 días, con unos Gb de datos y llamadas nacionales), así que lo dejamos para más adelante. Tras preguntar en el mostrador de Tienda León por el lugar donde deberíamos subir a nuestro autobús, salimos al exterior, donde no hacía frío, pero si un viento desapacible e incluso cayeron algunas gotas de lluvia. En la caseta de Tienda León (a unos 300 m de la terminal) el empleado, tras ver nuestro «voucher», nos dijo que esperásemos por allí hasta la hora de salida.
Como nos gusta ir con tiempo de sobras (aunque luego, sumando sumando, todo ese tiempo suponga muchas horas perdidas en aeropuertos, estaciones y puertos) nos sentamos en unos cuidados jardines a ver pasar a los demás pasajeros. Unos 15 minutos antes de la hora, volvimos a la caseta y el empleado nos situó en un pequeño andén donde no había ninguna cola esperando. Al lado sí había otras filas de viajeros que iban subiendo a los diferentes autobuses que iban llegando hacia otros destinos, sin que el encargado nos dijese éste o aquél. Nosotros habíamos reservado un minibús-transfer (pagado anticipadamente con VISA MEP por 12€ los dos pax) para llegar a la céntrica plaza del General San Martín, desde donde caminaríamos unos 600 m hasta el hotel reservado para esta primera noche en Argentina.
Por fin el empleado nos señala un Totoya Corolla (blanco y nuevo) que se acerca, cuyo chófer introduce nuestras maletas en la «cajuela». Está claro que cómo éramos los únicos pasajeros a esa hora, iríamos solos en este turismo. Le pregunto al chófer si cabe la posibilidad de que en vez de dejarnos en la plaza del General San Martín (destino fijo del microbús) nos deje lo más cerca posible del hotel (para ahorrarnos esos 600 m) y me dice que no hay problema. Hay casi 40 km de carrera (el 80% por autopistas de peaje) y en poco más de media hora (tráfico fluido) llegamos justo hasta la puerta del hotel, donde nos baja las maletas. Le pregunto si me aceptaría monedas de euro como propina, pues no llevamos ni un peso argentino, y me dice que por supuesto, así que 3 euritos (unos 3.000 pesos al cambio blue) suponen una buena propina para un taxista (que gana 350.000€ al mes, es decir, unos 12.000 pesos diarios) que nos evitó tener que caminar y arrastras las Delsey medio kilómetro.
Estamos en pleno centro-centro de Buenos Aires y no son ni las diez. Ahora comienzan a abrir algunos comercios. Entramos al hotel Centro Naval, un 3 estrellas (elegido expresamente por su situación céntrica, buenos comentarios y pago en efectivo y en pesos previa reserva en su web) muy bien en zonas comunes pero justito en las habitaciones. Nos informan (el personal de recepción muy amable y simpático) que hasta las 2 de la tarde no nos pueden entregar la habitación, por lo que dejamos el equipaje y preguntamos donde poder cambiar blue, pues habrá que pagar a la hora de hacer el check-in. La simpática recepcionista nos dice que solo tenemos que girar la esquina y ya nos abordarán los arbolitos ofreciendo cambio. Efectivamente así es, de forma que viendo que aquello es absolutamente normal y seguro (estamos en pleno centro de la ciudad y hay docenas de ofertantes, incluso con la policía patrullando) le pregunto al tercero que a cuánto, y me dice que a 990 pesos el euro, los que me parece bien (la web indicaba una horquilla entre 970 y 1.000), así que le digo que cambiaré 300 y entonces nos lleva a un portal a 100 m de donde estábamos, al que entramos, subimos a un ascensor y bajamos en el piso 2º, donde había un zaguán con varias ventanillas (todas con barrotes) en las que realizar el cambio. Me acerco a una, le entrego al “cajero” los 300€ y me devuelve 3 fajos en billetes de 1.000 pesos (en total, 297.000 pesos).
[align=center]200.000 PESITOS
De ahí a retirar nuestro equipaje (algo que siempre asusta por aquello del ¿habrá volado con nosotros o estará en Zimbabwe?) el cual recogimos sin mayor problema y, dado que algo habíamos tomado en el avión como desayuno, pasamos de cambiar pesos en el aeropuerto (recordemos: únicamente al cambio oficial, es decir, 360 pesos por cada euro) y probamos suerte en las tiendas de Movistar y Claro a ver si comprábamos una tarjeta sim para nuestro motorola liberado, ya que nuestros operadores españoles no nos daban ni mucha confianza en la cobertura (Digi) ni tarifas que no fueran un robo (Movistar: casi 4€ por minuto tanto al llamar como al recibir), pero en ninguna de las dos tiendas tenían tarjetas disponibles para turistas (por 30 días, con unos Gb de datos y llamadas nacionales), así que lo dejamos para más adelante. Tras preguntar en el mostrador de Tienda León por el lugar donde deberíamos subir a nuestro autobús, salimos al exterior, donde no hacía frío, pero si un viento desapacible e incluso cayeron algunas gotas de lluvia. En la caseta de Tienda León (a unos 300 m de la terminal) el empleado, tras ver nuestro «voucher», nos dijo que esperásemos por allí hasta la hora de salida.
Como nos gusta ir con tiempo de sobras (aunque luego, sumando sumando, todo ese tiempo suponga muchas horas perdidas en aeropuertos, estaciones y puertos) nos sentamos en unos cuidados jardines a ver pasar a los demás pasajeros. Unos 15 minutos antes de la hora, volvimos a la caseta y el empleado nos situó en un pequeño andén donde no había ninguna cola esperando. Al lado sí había otras filas de viajeros que iban subiendo a los diferentes autobuses que iban llegando hacia otros destinos, sin que el encargado nos dijese éste o aquél. Nosotros habíamos reservado un minibús-transfer (pagado anticipadamente con VISA MEP por 12€ los dos pax) para llegar a la céntrica plaza del General San Martín, desde donde caminaríamos unos 600 m hasta el hotel reservado para esta primera noche en Argentina.
Por fin el empleado nos señala un Totoya Corolla (blanco y nuevo) que se acerca, cuyo chófer introduce nuestras maletas en la «cajuela». Está claro que cómo éramos los únicos pasajeros a esa hora, iríamos solos en este turismo. Le pregunto al chófer si cabe la posibilidad de que en vez de dejarnos en la plaza del General San Martín (destino fijo del microbús) nos deje lo más cerca posible del hotel (para ahorrarnos esos 600 m) y me dice que no hay problema. Hay casi 40 km de carrera (el 80% por autopistas de peaje) y en poco más de media hora (tráfico fluido) llegamos justo hasta la puerta del hotel, donde nos baja las maletas. Le pregunto si me aceptaría monedas de euro como propina, pues no llevamos ni un peso argentino, y me dice que por supuesto, así que 3 euritos (unos 3.000 pesos al cambio blue) suponen una buena propina para un taxista (que gana 350.000€ al mes, es decir, unos 12.000 pesos diarios) que nos evitó tener que caminar y arrastras las Delsey medio kilómetro.
Estamos en pleno centro-centro de Buenos Aires y no son ni las diez. Ahora comienzan a abrir algunos comercios. Entramos al hotel Centro Naval, un 3 estrellas (elegido expresamente por su situación céntrica, buenos comentarios y pago en efectivo y en pesos previa reserva en su web) muy bien en zonas comunes pero justito en las habitaciones. Nos informan (el personal de recepción muy amable y simpático) que hasta las 2 de la tarde no nos pueden entregar la habitación, por lo que dejamos el equipaje y preguntamos donde poder cambiar blue, pues habrá que pagar a la hora de hacer el check-in. La simpática recepcionista nos dice que solo tenemos que girar la esquina y ya nos abordarán los arbolitos ofreciendo cambio. Efectivamente así es, de forma que viendo que aquello es absolutamente normal y seguro (estamos en pleno centro de la ciudad y hay docenas de ofertantes, incluso con la policía patrullando) le pregunto al tercero que a cuánto, y me dice que a 990 pesos el euro, los que me parece bien (la web indicaba una horquilla entre 970 y 1.000), así que le digo que cambiaré 300 y entonces nos lleva a un portal a 100 m de donde estábamos, al que entramos, subimos a un ascensor y bajamos en el piso 2º, donde había un zaguán con varias ventanillas (todas con barrotes) en las que realizar el cambio. Me acerco a una, le entrego al “cajero” los 300€ y me devuelve 3 fajos en billetes de 1.000 pesos (en total, 297.000 pesos).

Como bien decíais en el foro, debido a la fluctuación del cambio (hoy a 990, pero mañana puede estar a 1.050 o incluso más) no conviene cambiar grandes cantidades, de forma que así lo hice siempre con Eduardo (así se llamaba nuestro arbolito), de 300 ó 200 euros cada vez, considerando que (salvo el pago de varias noches de hotel) esos pesos dan para mucho. En Buenos Aires es fácil encontrar cambio blue (aunque la mejor tasa es en la calle Florida); en otras ciudades el cambio baja (en Ushuaia, rondaban los 900 pesos el euro) o era difícil encontrarlo. Lo que era relativamente fácil es que en casi todas partes admitieran euros para pagar (el hotel, el restaurante, los souvenirs…) y te devolvieran el cambio en pesos a una tasa similar al blue.
Sintiéndonos millonarios y como no podíamos irnos muy lejos (había que hacer el check-in a las 2 de la tarde) paseamos por el centro y nos acercamos a las contiguas Galerías Pacífico, emblemático centro comercial con tiendas y comercios de lujo, donde aprovechamos para tomar nuestro primer café con dulces en esta ciudad.

¿Se puede ir por la calle con la cámara de fotos? La prudencia nos dice que mejor no (así evitamos ser objeto de las «moto-chorro»), siendo más seguro sacarla de la mochila, hacer las fotos y volver a guardarla.
En Buenos Aires hay bastante inseguridad, derivada de que más de un tercio de la población está bajo el umbral de la pobreza. Los asaltos, atracos y hurtos son frecuentes, pero eso no nos debe asustar si caminamos vestidos normalmente (sin ropas de marca, joyas, relojes, cámaras, móviles…), durante las horas centrales del día y evitando determinadas zonas (por supuesto todos los barrios que llaman «villas-miseria» y sus aledaños, así como las partes más turísticas de la ciudad, como estaciones de tren, etc.) Podemos utilizar el subte y los autobuses, pero siempre vigilando nuestras pertenencias (nosotros lo hicimos varias veces sin problemas y sin tener que llevar la mochila «por delante»).
Consejos: ya he escrito que la cámara dentro de la mochila, pero la cartera (mejor no llevar bolso o ponerlo en bandolera), el pasaporte y lo importante, dentro de bolsillos del pantalón con cremallera. Lo mejor es llevar algunos miles de pesos a mano para entregar en caso de asalto y lo gordo en una faltriquera bajo la ropa. En cuanto al móvil, es imprescindible no llevarlo en la mano todo el rato, y cuando tengamos que utilizarlo para hacer fotos, es primordial que desde España lleve instalada una pestaña antirrobo con su correa (llamada layard), de modo que siempre lo tengamos atado a la muñeca, y aunque no es garantía al 100% si supone que evitemos que nos lo quiten al tirón.
Sobre la hora acordada volvimos al hotel donde nos dieron la habitación en un piso alto (hay ascensor). Ahora ya le puedo dar propina al chico que nos acompaña con el equipaje (pensé en 1€ por maleta, es decir, 2.000 pesos, que luego comprobé que resultó excesivo: en Argentina la propina se espera siempre, pero, aunque los pesos nos cuesten baratos, debemos ser prudentes si no queremos parecer gringos). La habitación es amplia, con una cama grande (bien de colchón y de sábanas), pero muy castigada (pintura, muebles…) Tiene aire acondicionado y minibar (precios asequibles). El baño, aceptable, con bañera, «amenities» y toallas pasables. El wifi (gratis) funciona bien. Nivel de limpieza, bueno y sueño tranquilo. Podíamos haber elegido mejor hotel, pero para una noche, éste cumplió perfectamente su función y solo por un total de 30.600 pesos (unos 30€ blue) con desayuno.
Paseamos hasta la Plaza del General San Martín, donde hay un jardín enorme y muchísimos edificios y monumentos, como por ejemplo el edificio Kavanagh (art decó) y al lado, el memorial a los caídos en la guerra de las Malvinas (por todas partes hay recuerdos a esta guerra contra el Reino Unido y mensajes, por todo el país, de que las Falklands son las Malvinas y por tanto, argentinas).

Cuando volvíamos hacia el centro, tomamos la calle Suipacha y en el cruce con la de Arroyo nos dimos de bruces con un espacio que ni recordábamos. El 17 de marzo de 1992 hubo un tremendo atentado terrorista en Buenos Aires que voló la embajada de Israel. El edificio estaba en este solar, hoy transformado en memorial.

Buscando donde comer, nos acercamos hasta el Mercado de los Carruajes, una especie de recinto cerrado que hoy alberga un pequeño museo y unos cuarenta lugares para tomar algo, (algunos, restaurantes de buen nivel, como La Cabrera, en el primer piso), donde probamos la tan afamada carne argentina. Varios cortes (bife, entraña, chorizo…) todos muy buenos y muy bien presentados (incluso con «carta de punto», es decir, muy hecho, medio, al punto…) pero lamentablemente con… agua, pues al ser jornada electoral nada de vino ni de cerveza. No fue barato para los parámetros locales, pues nos costó unos 50.000 pesos (50€), con postre y propina. En un restaurante menos sofisticado, comer y beber costaba entre 15.000 y 25.000 para dos (igualmente con carnes).

Creo que es el momento de referir algo al menos curioso. Cuando compramos los vuelos (principios de septiembre) sabíamos que Argentina estaba en proceso electoral, pero lo que no tuvimos en cuenta fue que habría un «balotage» o segunda vuelta entre los dos candidatos con más votos, y que precisamente esa segunda vuelta se llevaría a cabo el domingo 19 de noviembre, es decir, nuestro primer día en Buenos Aires. ¿Qué supuso esto? Que la mayoría de lugares estaban cerrados (especialmente, museos y sitios oficiales). No obstante, casi todo el comercio estaba abierto (incluso las casi suntuosas Galerías Pacífico, a pocos metros de nuestro hotel) y lo que más miedo me daba: que no estuvieran disponibles las cuevas de cambio, algo que, afortunadamente, no ocurrió.
Pero esto es lo oficial. Lo realmente surrealista viene porque al volver al hotel por la tarde, vimos a unos 150 m, un poco más adelante en la misma Avenida Córdoba, una gran muchedumbre. Nos acercamos y la cosa fue ligeramente kafkiana. En la esquina siguiente a nuestro hotel, abre sus puertas un 4 estrellas bastante más lujoso: el hotel Libertador ¿y qué? Pues que es en este hotel donde tenía su cuartel electoral, nada más y nada menos, el candidato Javier Milei. Fue por la noche, cuando ya se supo que había ganado las elecciones, cuando aquello se puso de bote en bote. Ahora entiendo porque el Libertador no daba disponibilidad para esas fechas.

Después de tanto paseo, tanto vuelo y tanta política, y tras un picoteo en el estupendo Patio de Comidas de las Galerías Pacífico, nos fuimos a dormir temprano, pues estábamos cansados.[/align]