Ya en la T.4, fuimos a los mostradores de American Airlines a facturar nuestras 2 maletas, grandes porque necesitábamos, como ya he explicado, ropa y zapatos para los fríos de los glaciares, otra diferente para Buenos Aires y Montevideo y aún una tercera, mucho más ligera, para nuestros días en el Iguazú. No siempre se puede viajar ligero de equipaje.
El personal de tierra de American Airlines, nos atendió muy amablemente y tragadas las maletas por las misteriosas cintas del aeropuerto (facturadas directamente a Buenos Aires) y con las tarjetas de embarque de los dos vuelos en la mano (el AA69 a Miami y el AA933 a Ezeiza), buscamos donde desayunar, estando todavía todo cerrado a excepción de McDonald’s, donde pillamos cafés con leche, tostadas y croissants.
Superado el trámite del control de equipajes de mano (llevábamos también sendas mochilas con la documentación, cámara y baterías, medicinas, caramelos, chubasqueros…) que en Barajas, debo reseñarlo, es todo amabilidad y buen hacer (no como en la mayoría de aeropuertos, donde el personal y las instalaciones son fatales), nos paseamos por las tiendas libres de impuestos para hacer tiempo hasta la hora de subir al trenecito que nos llevaría hasta el satélite de la T.4, desde donde despegaríamos.
Todo bien y embarcando sin prisas hasta nuestros 34K y 34L (ventanilla en configuración 3-4-3) del 777-200 que estaba limpio y relativamente nuevo. Los asientos de la cabina turista (con manta y almohada), aceptables para personas que no superen el 1,75 ni estén obesos. Las TCP fueron amables (alguna de ellas hablaba español) considerando que el avión iba completamente lleno. A la hora en punto comenzamos a rodar por la pista, teniendo un vuelo de unas 10 horas, normal y sin sobresaltos, contando nuestras pantallas con información sobre el recorrido (pero no tan buena como la que proporciona, por ejemplo, Emirates), algunas películas en español (bueno, en «mexicano»), escasos juegos y con una comida poco apetecible (pollo con setas o ensalada de pasta, un dulce y bebida) y luego un tentempié (un rollito con una crema o paté dentro que no estaba nada bueno).
La parada en Miami se nos pasó rápidamente (pudimos salir a la calle, pero hacía calor y había mucha humedad) y de nuevo embarcamos, esta vez en el 787-800 del AA933 (asientos 26K y 26L -ventanilla- en configuración 3-3-3), igualmente lleno, algo más viejo que el anterior y menos limpio. Las 9 horas de vuelo fueron tranquilas, con nueva comida y tentempié (igual de desabridas que en el primer vuelo) y el trato de los TCP correcto.

Tuvimos suerte con la persona que ocupó la tercera plaza (pasillo) de nuestro bloque de asientos, ya que primero fue una joven española y después un señor de mediana edad, no incurriendo (afortunadamente) en conductas desagradables, como quitarse los zapatos, no respetar el brazo abatible y ser descortés en los escasos intercambios de palabras, todo tan de agradecer cuando hay que compartir tan pequeñísimos espacios durante tantas horas.
Y durmiendo un rato, entretenidos otros con alguna película o durmiendo un poco más, se nos pasó ese sábado, literalmente, volando.