A eso de las 5:35 comenzó a clarear por el gran ventanal de nuestra habitación, así qué tras el obligado aseo y vestido, sobre las 6 y poco bajamos al comedor del hotelito (según habíamos acordado el día anterior) para dar cuenta de un desayuno que no estuvo mal, sobre todo en cuanto a detalles como manteles, vajilla y demás adornos, de buena hechura y casi cursis. Poco después de las 7 arrancamos el Fiat y pusimos rumbo, según nuestro infalible Nokia, nuevamente hacia el norte, bajo amenaza de lluvia y con un frío notable (el termómetro del coche oscilaba entre 1 y 3ºC, encendiéndose en algunas curvas el aviso de hielo).
A unos 25 km, y bajo una llovizna persistente, llegamos al monumento natural Cueva del Milodón, donde todas las instalaciones estaban cerradas, ya que eran poco más de las 7 y media (al parecer abrían a las 8 pero allí no había ni un alma). Conocedores de que tampoco es algo demasiado interesante (aunque los naturales de allí lo ensalzan mucho) preferimos seguir camino hacia nuestro verdadero objetivo del día.
Los siguientes 70 km fueron una mezcla de curvas, rectas, asfalto y tierra, pero siempre rodeados de un paisaje intensamente verde, donde de vez en cuando, se abrían pequeños espacios para detenerse con seguridad y hacer alguna foto muy interesante.
Al final llegamos a unas casetas con los guardabosques del parque (la llamada puerta Serrano) y donde debíamos superar el control de accesos, por lo que acudimos al mostrador para adquirir las correspondientes entradas que para los adultos extranjeros (pase de un día) era de 39$ USA.
Como indiqué más arriba, con más de 2 meses de anticipación para comprar entradas nada baratas y ante la frecuente posibilidad de encontrarnos con el parque cerrado por el clima o con un día de nieve o lluvia intensa, elegimos adquirir las entradas a nuestra llegada, algo relativamente fácil para la temporada en que estábamos.
Pero al intentar comprar dichas entradas el guardabosques nos dice que se ha caído la red de internet y que lo único que podemos hacer es registrar (a mano, claro) nuestros nombres y pasaportes, así como la matrícula del coche, en un libro enorme y que, en la caseta de salida del parque (en nuestro caso, la de Laguna Amarga), podríamos regularizar nuestra situación y adquirir los boletos.
Pues nada, a inscribirnos y para adentro. El parque tiene 2 circuitos habituales, todos a pie y que se conocen por el «W» (mínimo 3 días/2 noches) o el «O» (mínimo 5 días/4 noches). Para ambos hay que estar en buena forma física y requiere pernoctar dentro del parque (hay hotel, hostería, refugio o camping, pero todos de precios muy elevados y de reserva obligatoria con meses de antelación).
Pero también hay más de una docena de senderos (que forman parte de los circuitos anteriores) que se pueden recorrer en una jornada (o dos), aunque son bastante exigentes y requieren que haga buen tiempo, cosa que el Torres del Paine no resulta fácil.
¿Y qué les queda a los visitantes que, como nosotros, no tenemos mucho tiempo o que no quieran caminar uno o varios días?
Pues recorrer las pistas habilitadas para vehículos (la mayoría de ripio en buen estado), deteniéndote aquí o allá en los miradores preparados para ello y hacer algunas breves rutas (de una o dos horas) para alcanzar puntos estratégicos que permitirán disfrutar de paisajes inolvidables en esas diez horas dedicadas al Torres del Paine. Más vale eso que nada.
Nosotros tuvimos mucha suerte, pues si bien las primeras dos horas tuvimos un cielo nuboso con algunas gotas de aguanieve, pronto comenzó a despejarse y a pintar un azul intenso (con algunas pequeñas y blanquísimas nubes algodonosas que daban contraste fotográfico) en todo lo alto, de forma que pudimos absorber completamente todas las fases de los famosos «Cuernos» desde varios puntos de vista, al tiempo que visitar la Guardería Grey, donde pudimos hacer la caminata de 1 hora hasta el borde del lago Grey, donde unos enormes témpanos de azul transparente nos dieron la bienvenida oficial al parque. Luego seguimos hasta el Mirador Cóndor, el Mirador Pehoé, llegamos hasta el tumultuoso Salto Grande, los miradores de los Cuernos, Nordenskjöld y Laguna de los Cisnes, así como la cafetería Pudeto y otros muchos caminos, hasta alcanzar la Portería de la Laguna Amarga por donde saldríamos pasadas las 6 de la tarde, y desde todavía podríamos acercarnos hasta la Cascada Paine, donde otro espectacular salto de agua nos pondría frente al mejor mirador para ver nítidamente las afamadas Torres del Paine (en la distancia, claro) en un bellísimo marco de verdor y blancura nívea, que nos permitiría retomar la ruta hacia la frontera argentina con el alma henchida de emociones e imágenes inolvidables, pues un sol radiante nos acompañó durante casi toda la jornada, vivificando los colores de tan ubérrimos parajes de alta montaña.
[align=center]ICEBERG EN EL LAGO GREY
A unos 25 km, y bajo una llovizna persistente, llegamos al monumento natural Cueva del Milodón, donde todas las instalaciones estaban cerradas, ya que eran poco más de las 7 y media (al parecer abrían a las 8 pero allí no había ni un alma). Conocedores de que tampoco es algo demasiado interesante (aunque los naturales de allí lo ensalzan mucho) preferimos seguir camino hacia nuestro verdadero objetivo del día.
Los siguientes 70 km fueron una mezcla de curvas, rectas, asfalto y tierra, pero siempre rodeados de un paisaje intensamente verde, donde de vez en cuando, se abrían pequeños espacios para detenerse con seguridad y hacer alguna foto muy interesante.
Al final llegamos a unas casetas con los guardabosques del parque (la llamada puerta Serrano) y donde debíamos superar el control de accesos, por lo que acudimos al mostrador para adquirir las correspondientes entradas que para los adultos extranjeros (pase de un día) era de 39$ USA.
Como indiqué más arriba, con más de 2 meses de anticipación para comprar entradas nada baratas y ante la frecuente posibilidad de encontrarnos con el parque cerrado por el clima o con un día de nieve o lluvia intensa, elegimos adquirir las entradas a nuestra llegada, algo relativamente fácil para la temporada en que estábamos.
Pero al intentar comprar dichas entradas el guardabosques nos dice que se ha caído la red de internet y que lo único que podemos hacer es registrar (a mano, claro) nuestros nombres y pasaportes, así como la matrícula del coche, en un libro enorme y que, en la caseta de salida del parque (en nuestro caso, la de Laguna Amarga), podríamos regularizar nuestra situación y adquirir los boletos.
Pues nada, a inscribirnos y para adentro. El parque tiene 2 circuitos habituales, todos a pie y que se conocen por el «W» (mínimo 3 días/2 noches) o el «O» (mínimo 5 días/4 noches). Para ambos hay que estar en buena forma física y requiere pernoctar dentro del parque (hay hotel, hostería, refugio o camping, pero todos de precios muy elevados y de reserva obligatoria con meses de antelación).
Pero también hay más de una docena de senderos (que forman parte de los circuitos anteriores) que se pueden recorrer en una jornada (o dos), aunque son bastante exigentes y requieren que haga buen tiempo, cosa que el Torres del Paine no resulta fácil.
¿Y qué les queda a los visitantes que, como nosotros, no tenemos mucho tiempo o que no quieran caminar uno o varios días?
Pues recorrer las pistas habilitadas para vehículos (la mayoría de ripio en buen estado), deteniéndote aquí o allá en los miradores preparados para ello y hacer algunas breves rutas (de una o dos horas) para alcanzar puntos estratégicos que permitirán disfrutar de paisajes inolvidables en esas diez horas dedicadas al Torres del Paine. Más vale eso que nada.
Nosotros tuvimos mucha suerte, pues si bien las primeras dos horas tuvimos un cielo nuboso con algunas gotas de aguanieve, pronto comenzó a despejarse y a pintar un azul intenso (con algunas pequeñas y blanquísimas nubes algodonosas que daban contraste fotográfico) en todo lo alto, de forma que pudimos absorber completamente todas las fases de los famosos «Cuernos» desde varios puntos de vista, al tiempo que visitar la Guardería Grey, donde pudimos hacer la caminata de 1 hora hasta el borde del lago Grey, donde unos enormes témpanos de azul transparente nos dieron la bienvenida oficial al parque. Luego seguimos hasta el Mirador Cóndor, el Mirador Pehoé, llegamos hasta el tumultuoso Salto Grande, los miradores de los Cuernos, Nordenskjöld y Laguna de los Cisnes, así como la cafetería Pudeto y otros muchos caminos, hasta alcanzar la Portería de la Laguna Amarga por donde saldríamos pasadas las 6 de la tarde, y desde todavía podríamos acercarnos hasta la Cascada Paine, donde otro espectacular salto de agua nos pondría frente al mejor mirador para ver nítidamente las afamadas Torres del Paine (en la distancia, claro) en un bellísimo marco de verdor y blancura nívea, que nos permitiría retomar la ruta hacia la frontera argentina con el alma henchida de emociones e imágenes inolvidables, pues un sol radiante nos acompañó durante casi toda la jornada, vivificando los colores de tan ubérrimos parajes de alta montaña.





Pero antes de salir del parque, debo referir lo que nos ocurrió en la Portería de la Laguna Amarga. Paramos el Fiat frente a las oficinas de los guardas del parque, y tras una visita a los aseos, me dirigí a uno de estos uniformados para preguntarle donde tenía que comprar los boletos de entrada al parque. Éste buen hombre viendo que eran casi las 7 de la tarde me preguntó que a donde queríamos llegar, ya que la noche estaba próxima y por tanto la hora de cierre. Yo le respondí que no llegábamos ahora, sino que salíamos, ya que habíamos entrado por la mañana por la Portería Serrano y que allí no funcionaban los ordenadores, pero que nos habíamos apuntado en un libro y que ahora queríamos pagar la entrada que no habíamos podido comprar por la mañana. El buen hombre me miró, me remiró y me preguntó que de donde éramos, a lo que le enseñé el pasaporte. Me volvió a mirar y sin más me hizo señales con las manos de que nos fuéramos sin más. Yo le insistí una vez más en que no habíamos podido pagar a la entrada porque la red no funcionaba, y ahora el guarda fue mucho más explícito: «váyanse», nos dijo, «no pasa nada», reafirmándose con grandes aspavientos de sus brazos. Pues no hay más que hablar, lo que Vd. diga. Y de tan rocambolesca forma nos fuimos del parque sin abonar entrada alguna, lo que confirma mi idea de qué en estos casos, es mejor esperar a estar frente a la taquilla antes que comprar nada por internet, a dos meses vista.

Con mucha luz por delante (el crepúsculo comienza hacia las 21:30) enfilamos hacia la frontera de Cerro Castillo, pero tuvimos que hacer casi 80 km de ripio detrás de camiones y autobuses, ya que la carretera estaba en obras. En la frontera, todo bien y rápido, por lo que, tras superar la barrera argentina en el Paso del Río Don Guillermo, y echar gasolina en el primer surtidor que vimos, pusimos el velocímetro a 130 y hacia las 9 y poco estábamos estacionando en el parking del aparthotel Terra, donde pernoctaríamos en las próximas 3 noches.
Por 58.804 pesos (pagados en euros al cambio blue, es decir, menos de 60€), tuvimos el apartamento nº 1 (planta baja) con un saloncito con buen sofá, calefacción, cocina en condiciones, TV con canales, un dormitorio con una cama grande (aceptable de colchón y sábanas), calefacción intermitente (la primera noche no funcionó y nos quedamos helados, pero luego aprendimos a engañar a la estufa y ya no tuvimos problemas) y un baño muy antiguo y desangelado (piezas viejas, ducha con cortina y toallas con demasiada vida) pero aceptable. Un nivel de limpieza justito, wifi bien, sueño solo alterado por los mil perros que ladraban afuera (es algo habitual en toda Argentina) y nuevo cambio de 200€ en blue por el encargado. No estaba muy céntrico, pero teniendo coche esto no fue un problema. La única pega fue que el último día volábamos a Buenos Aires por la tarde y le pedimos a la recepcionista si podíamos dejar el cuarto a mediodía para cambiarnos las ropas de frío por las de calor, ya que amaneceríamos en Iguazú. Nos dijo que no era posible, pero que dejásemos el equipaje y que nos dejaría una habitación donde cambiarnos y reorganizar las maletas. Luego no fue así, y tuvimos que buscarnos la vida como pudimos.
Aunque lo intentamos, fuimos a una de las muchas agencias de viaje que hay en la Avenida del Libertador, para intentar comprar dos pasajes para el catamarán «María Turquesa», pero ya habían cerrado, así que nos conformamos con cenar en un italiano con buena pinta en la misma avenida, donde tomamos sendos platos de pasta, bien hecha, pero con una curiosidad de estos pagos: el plato de pasta tiene un precio (me parece que eran 7.000 pesos) pero lo sirven sin más, por lo que tienes que elegir aparte (por unos 4.500 pesos) la salsa especifica que prefieras, eso sí, abundante y muy elaborada.
Regresamos a nuestro apartamento y como ya he referido, nos acostamos con la confianza de que la estufa del dormitorio (de esas a gas, con llama, tan frecuentes en este país) nos permitiría dormir a gusto, pero de eso nada. A las dos allí hacía un frío espeluznante y es que la estufa se había apagado y no había forma de volverla a encender. Pues nada, a buscar mantas y a tiritar un poquito, mientras poníamos al máximo la estufa del saloncito, que en algo palió las gélidas temperaturas reinantes.[/align]