25N/SÁBADO – DE PUNTA ARENAS A PUERTO NATALES ✏️ Diarios de Viajes de America Sur

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De ahí volvimos al centro, para ver de día las casonas que rodean la plaza de Armas, aunque no pudimos ver la catedral pues seguía cerrada. Circulamos por la Costanera Sur, parando en los lugares más turísticos: Reloj de Arenas, Casino, monumento al Piloto Pardo, letras de los 500 años de Punta Arenas, Muelle Loreto, Monumento a los tripulantes de la Goleta Ancud, monumento a la Circunnavegación de Magallanes-Elcano, Plaza del Quinto Centenario y poco antes de virar a la izquierda, el monumento al Sur.


Siendo hora de dejar la ciudad para seguir hasta Puerto Natales, nos quedaba una visita por hacer. Se trataba de ver la réplica de la Nao Victoria, por lo que tomamos dirección a los muelles de Puerto Madrones pensando que estaba allí, pero no, había que seguir más al norte. Al final no vimos ningún cartel anunciador (creo que no lo hay) por lo que llegados al desvío del aeropuerto (muchos kilómetros más allá) supimos que nos habíamos pasado de largo. No había nadie a quien preguntar, salvo los vigilantes de seguridad de una factoría, quienes nos dijeron que volviéramos al puerto y preguntásemos por allí. Ganas nos dieron de pasar del tema y seguir a Puerto Natales, pero al final, volvimos sobre nuestros pasos hacia la ciudad y, ahora que íbamos atentos a cualquier aviso, si pudimos ver a nuestra izquierda (al borde del mar) sobresaliendo sobre los edificios, los palos de varios barcos veleros, por lo que, con toda la precaución posible y aprovechando los cruces legales que hay poco antes de la gasolinera Shell (a nuestra izquierda), hicimos la necesaria «pirula» en la autovía, tomando un camino (efectivamente no había indicación alguna) que supusimos nos llevaría hasta el museo. Y tras unos 500 m de asfalto y tierra, pudimos ver claramente lar arboladuras de los barcos ubicados en este espacio, al que llegamos no sin cierta dificultad, pues el viento era fortísimo. Es un museo privado, y tras aparcar, abonamos la entrada (quiero recordar que 6.000 pesos chilenos por adulto) y comenzamos la visita recorriendo unas pequeñas salas con motivos marineros, mapas y otros recuerdos (hay baños y un pequeño bar) y accediendo a una explanada donde hay réplicas a tamaño real de la Nao Victoria de Magallanes-Elcano, el Beagle de Fitz-Roy (donde Darwin comenzó a escribir su teoría de la evolución de las especies), la goleta Ancud y un bote salvavidas del Endurance. Todo muy bien reconstruido y explicado. Además, desde los puentes del Beagle y de la Nao Victoria, se ve perfectamente el mar, lo que unido al escándalo de las jarcias y aparejos atormentados por el ventarrón reinante, parecía que realmente estuviéramos navegando en tan singulares navíos. También hay unas letras tamaño persona del estrecho de Magallanes y otros espacios para fotos. Al final mereció la pena.


Poco antes del mediodía retomamos la carretera 9 para recorrer los 250 kilómetros que nos separaban de Puerto Natales, donde llegamos hacia las dos y algo de la tarde y donde, bajo un fortísimo viento que nos tumbaba (tan intenso era el viento, que cuando entramos al hotel Costaaustralis a preguntar por dónde paraba el nuestro, vimos que en la entrada había un fornido botones solo para abrir y cerrar la puerta a los clientes, pues el ventarrón lo impedía totalmente) nos costó encontrar nuestro hotelito, ya que era bastante nuevo y la calle no estaba ni hecha.

Tras preguntar en varios sitios logramos al fin que nos dieran referencia y llegamos al Hostel Doble E Patagonia, casi al final de una calle sin asfalto y a bastante distancia del centro. A cambio, zona de aparcamiento propia y un edificio bastante nuevo, con una buena habitación (amplia, con calefacción pero sin minibar) en el primer piso (sin ascensor), muy bien de cama (colchón y sábanas) y de baño (buena ducha y toallas) y por unos 50€ (con desayuno). En recepción nos indicaron donde poder comer bien pero no pudieron darnos información sobre donde poder adquirir las entradas para el P.N. Torres del Paine, donde teníamos previsto ir al día siguiente (estas entradas se pueden comprar por internet, pero como ya he dicho, al no tener seguridad a tantos días vista de si el clima nos permitiría visitar el parque y al no ser nada baratas, preferimos comprarlas in situ), algo que yo había visto en internet pero que al parecer ya no existía tal posibilidad (como veremos más adelante, esto nos favoreció).

La recomendación de la recepcionista (el Asador Patagónico en la plaza de Armas) no nos sirvió de mucho, puesto que no había mesa libre y nos daban para pasadas las cuatro de la tarde, así que paseamos buscando otras opciones dando con La Picada de Carlitos, amplio y animadísimo lugar donde nos dieron mesa sin problema y donde degustamos una sopa parecida a la que sirven en Nueva Zelanda (tipo chowder) de nombre «paila marina» y el plato típico por necesidad: el cordero patagónico en espeto, que nos sirvieron con guarnición de patatas y verduras. El cordero se asaba a la vista de todos en unas parrillas que además daban un calorcito muy agradable, pero luego se nos quedó corto en sabor, pues hay que decir que todos los animales que asan en Argentina, Uruguay y Chile no son ni lechales ni terneras de pocos meses, sino corderos con sus buenos años (que en España conocemos como borras, andoscas o igualadas) y reses igualmente maduras. Así estas famosas carnes de buenos cortes, no pueden compararse en sabor y ternura a las de aquellos recentales muy jóvenes que solemos tomar en España. Por otro lado, al estar en espeto, había partes muy crujientes y sabrosas al tiempo que otras casi crudas y menos suculentas. En resumen: pedimos el plato típico y punto. Todo eso, más bebidas y postres nos costaron unos 55.000 pesos chilenos (58€)


Tras comer recorrimos las calles centrales de la ciudad (que no es especialmente bonita) y, habiendo comido demasiado, compramos unos recuerdos y algún dulce para una cena ligera, aprovechando igualmente para adquirir las vituallas oportunas para poder recorrer mañana el P.N. Torres del Paine tranquilamente, donde (salvo un par sitios, como la Hostería Pehoe o el Hotel del lago Grey) no hay donde encontrar agua ni comida.

Algo más calmado el huracán de bienvenida, pudimos pasear frente a las aguas del golfo del Almirante Montt, llegando hasta los monumentos al Milodón (el omnipresente mamífero placentario del Pleistoceno) y a la «mano gigante», así como a otros puntos de la costa, como el muelle histórico Braun y Blanchard. Antes de retirarnos a dormir a nuestro hotel, aprovechamos la gasolinera Shell que hay a la entrada del pueblo, para rellenar el depósito (íbamos a un cuarto) con la nada barata gasolina chilena (casi a 1,8€ al cambio) ya que hasta el próximo surtidor argentino de bajo precio nos quedarían 120 km hasta la entrada al Torres del Paine, más unos 100 km por el interior de éste y otros 250 km hasta El Calafate (en total, casi 500), sabiendo que dentro del parque nacional no hay surtidores de combustible.



Una buena ducha y a prepararlo todo para madrugar al día siguiente y salir tempranito, pues teníamos por delante otra de las visitas emblemáticas de este viaje: el P.N. Torres del Paine, una de las maravillas naturales de toda América.[/align]

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