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Para nuestro penúltimo día elegimos explorar la parte oeste de la isla un poco más a fondo y empezamos por Tribeca, para recorrer la orilla del río Hudson y sus embarcaderos, con las vistas de Nueva Jersey. Toda este paseo es el Hudson River Park y está fenomenal: bares en la cubierta de algún barco, zonas de barras de ejercicio, gente corriendo... todo ambientado por la niebla de ese día. Muy chulo.
Después, nos desviamos para adentrarnos más en el SoHo, pues pretendíamos tomar el redesayuno en Eileen's Special Cheesecake. Después de probar dos tartitas (normales, sin mermelada), pasamos por Rice to Riches para probar sus locos sabores de arroz con leche y nos encantó. No fue barato, pero por 18 $, probamos tres sabores y llenaron los cuencos a rebosar. Ya que estábamos al lado, pasamos por Elizabeth Street Garden, que nos pareció precioso. Un jardín secreto súper cool.
Con el estómago lleno, pusimos de nuevo rumbo al oeste, pues pretendíamos ahora volver al West Village, y en nuestro camino, cruzamos por Washington Square Park. Había mucho ambiente porque estaban los universitarios celebrando el fin de curso, con sus togas y birretes morados (la Universidad de Nueva York está al lado) todos allí reunidos. Aprovechando la ocasión se habían instalado varios vendedores de marihuana con sus mesas portátiles en la plaza. Aunque hay que decir que eso no es que fuera ninguna novedad, puesto que, junto con los puestos callejeros normales y las furgonetas de comida normales, estaban sus equivalentes de marihuana, recientemente legalizada por la época. Como sabíamos que estaba cerca el Artichoke's Pizza, nos dirigimos hacia allí y probamos uno de sus descomunales trozos, muy bueno. Nos gustó más que el de Joe's que probamos al día siguiente, aunque, como siempre, nos pareció un poco dulzona la masa.
Y así, callejeando, pasamos por Stonewall National Monument y Hess Triangle (os animo a buscar su curiosa historia), dando un pequeño rodeo para llegar al jardín de la Iglesia de Saint Luke in the Fields, otro precioso secreto verde desde el que reenganchamos de nuevo con el Hudson River Park por el que subimos ya hacia nuestro próximo objetivo: Little Island. Cuando llegamos, no habíamos sacado las entradas (aún había restricciones Covid), pero con el móvil en un momento, enfocamos un código QR y reservamos la siguiente franja horaria (simplemente trataban de regular el flujo de entrada, por lo que iban de 15 en 15 minutos).
Estuvo divertidísimo, entre las flores y los juegos, disfrutamos como niños. Cuando nos cansamos, nos dirigimos hacia el comienzo de la High Line y, a pesar de que nos empezó a chispear casi nada más empezar, fue chulísimo ver las antiguas vías cubiertas de vegetación o pasar al lado de las ventanas de viviendas, por no hablar de lo que mola atravesar el Chelsea Market.
Nuestro recorrido por The High Line desembocó en la plaza donde se encuentra The Vessel y Little Spain, el restaurante de José Andrés (por cierto, que también por la zona vimos Casa Dani, de Dani García). Nos dimos un paseo viendo los edificios tan futuristas de la zona. Además, coincidimos con un evento benéfico en el que había mucha gente pedaleando para sumar kilómetros que se traducirían en donaciones para la lucha contra el cáncer. En esta ciudad siempre hay algún evento a la vuelta de la esquina. Además con la lluvia muy escasa y fina cayendo y los altos edificios con sus partes altas cubiertas por las nubes, la estampa era única. No se me olvidará, por ejemplo, el cartel del edificio de New Yorker.
Como no se podía subir a The Vessel (sólo entrar a la planta baja), exploramos la zona con dirección al Madison Square Garden, pero, de camino, paramos en Citrovia, una exposición temporal con limones gigantes en el patio interior del Manhattan West. Desde ahí cruzamos a Penn Station y así llegamos al Madison Square Garden. Y de ahí, al hotel a descansar porque ya nos dolían los pies (un día más).
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