Tras un año complicado por motivos de salud, no sabíamos si podríamos viajar o no.
La verdad es que nos enfrentábamos a un viaje al casi no le habíamos dedicado tiempo en la preparación: sólo a grandes rasgos. Es cierto que contábamos con que mi marido había viajado a la Isla Esmeralda varias veces, pero de eso ya hacía bastante tiempo y, como no, todo cambia.
Lo que sí que teníamos claro es que Irlanda era el lugar que necesitábamos: sin grandes distancias, con bellos paisajes, con gentes encantadoras y, como no, con unos pubs espectaculares donde descansar acompañados de una pinta y, con un poco de suerte, escuchando música celta.
Así que planificamos un viaje que nos llevara por la República de Irlanda, visitando algunos de los lugares situados al sur de la línea Dublín-Galway. El resto más adelante: volver a Irlanda siempre es una buena idea.
Llegamos a Dublín en vuelo desde Barcelona de la compañía Aer Lingus.
Desde el aeropuerto se puede llegar fácilmente al centro de la ciudad con autobuses directos, que tardan alrededor de 30 minutos. Hay dos opciones: Aircoach y Airlink 747. Nosotros escogimos esta segunda opción simplemente porque fue la que salía primero, y, por la hora, nos veíamos ayunando hasta la noche.
Por cierto, también hay líneas de autobuses urbanos, pero tienen el inconveniente de que hacen más paradas, son más lentos y tienen poco espacio para las maletas.
Bueno, pues en media hora nos plantamos en O'Connell Street, en pleno centro de la ciudad, y a un paso de nuestro alojamiento para esos primeros días: Hazelbrook House B&B. Se trata de un establecimiento sin muchas pretensiones, ubicado en un edificio georgiano, muy cerca de todas partes y con un buen irish Breakfast para empezar bien el día.
Tras comer en The River Bar, un pub moderno, con buena comida (el fish&chips de mi marido era espectacular), empieza nuestra aventura.
Dublín, Baile Átha Cliath en gaélico, es la capital de Irlanda, una ciudad cosmopolita en un país eminentemente rural. De hecho, los propios irlandeses dicen que es la menos irlandesa de las ciudades de Irlanda.
Dublín está dividido en dos partes por el río Leffey, que es mucho más que una frontera geográfica, ya que son notables las diferencias sociales entre el norte y el sur de la ciudad.
Ahora estamos en la parte sur, que siempre ha sido la preferida por las clases dominantes, tal como muestra sus edificios más monumentales, con los museos más importantes y los mejores edificios y plazas georgianas. Y el primer edificio monumental que nos encontramos es Bank of Ireland. Se trata de un edificio construido a principios del siglo XVIII para albergar el Parlamento irlandés y es por eso por lo que también se le conoce como Old Parliament House.

Fue sede de la Cámara de los Lores y la Cámara de los Comunes de la isla hasta que se disolvieron en 1801, cuando el Parlamento votó su extinción en virtud de un Acta de Unión, por la que Londres obligó al reino de Irlanda a unificarse con el de Gran Bretaña. Fue vendido al Banco de Irlanda dos años después, con instrucciones expresas de reformar el interior para evitar que volviera a utilizarse como Cámara legislativa. Después de la independencia se desestimó su reforma para que volviese a albergar el Parlamento y la verdad es que es una pena, porque es espectacular. Por cierto, si se quiere visitar, puede hacerse los martes por la mañana.
Justo enfrente se encuentra el Trinity College, la institución irlandesa más prestigiosa, la primera Universidad fundada en Irlanda, un conjunto de elegantes edificios georgianos y victorianos de los siglos XVIII y XIX, de calles empedradas y cuidados jardines donde pasear.
Fue fundada durante el reinado de Isabel I de Inglaterra, en 1592, para protección del protestantismo anglo-irlandés, a la altura de la escuela elitista de Oxford. Hasta 1873 únicamente se admitían estudiantes protestantes, a no ser que renegaran de su fe. Incluso cuando la norma fue retirada, la Iglesia Católica prohibió a sus fieles asistir el Trinity, amenazando con la excomunión a los “culpables”. Las mujeres fueron admitidas a partir de 1904, mucho antes que otras universidades. Por suerte esto ya es historia y hoy en día recibe alumnos de los cinco continentes.
La entrada principal se hace a través de la Front Gate, que está custodiada por dos estatuas, las del poeta Oliver Goldsmith y el orador Edmund Burke.


Ya dentro del recinto, todo se organiza en torno a unos patios y plazas. Aquí nos encontramos con el símbolo del campus, el campanario victoriano de 30 metros de alturas, levantado a mediados del siglo XIX, con un arco. Parece que fue edificado en ese punto porque allí se encontraba la vieja iglesia del monasterio que fue destruido para levantar este nuevo edificio. Por cierto, la tradición dice que los estudiantes que pasan bajo su arco mientras las campanas están sonando no aprobarán los exámenes. A ver quién es el guapo que se atreve a llevar la contraria a la tradición.

Por cierto, a la izquierda de este campanario se encuentra la estatua de Gregory Salmon, rector que luchó por impedir la admisión de mujeres. Cuando en 1904 fueron admitidas, cayó muerto al instante, cumpliendo su promesa de que tendrán que pasar sobre su cadáver. Y ¿Qué queréis que os diga? Tenía unas ganas tremendas de hacerme una foto a su lado haciendo la V de VICTORIA.

Lo ideal es pasear por el recinto, disfrutando de los espacios al aire libre, con estudiantes sentados disfrutando del sol, que supongo que no es muy habitual, mientras estudian, o jugando al futbol, …

Y llegamos a la Old Library, a la Biblioteca Vieja. Esta biblioteca existe desde que la reina Isabel I de Inglaterra autorizó la fundación del Trinity College en 1592 y desde 1801 goza del privilegio de recibir un ejemplar de cualquier obra publicada en Gran Bretaña o Irlanda, conforme a lo dispuesto por la ley sobre la Propiedad Intelectual. Actualmente, el número de volúmenes asciende a casi tres millones repartidos en ocho edificios.
Pues bien, estamos en el edificio más antiguo que se conserva. En principio tenía tres pisos, pero en 1857 Benjamín Woodward eliminó el techo del piso intermedio para crear la Long room, que es la sala principal de la Antigua biblioteca, con casi 65 metros de largo, con altas bóvedas de cañón cuyos pilares, vistos de cerca, resultan ser grandes contenedores de libros. Y donde está prohibido hacer fotos…
En esta sala, además de los libros, guarda dos objetos de interés. Uno es un arpa de madera de sauce con cuerdas de bronce, la más antigua que se conserva en Irlanda, fechada en 1400, aunque la leyenda le atribuye 400 años más y la sitúa en las manos de Brian Boru, el sumo rey de Irlanda que murió en 1014, cuando conducía a sus hombres a la victoria contra los daneses en la batalla de Clontarf. Es el emblema de Irlanda y es la que aparece en las monedas de Euro.
La otra joya histórica de la biblioteca es un cartel medio roto y toscamente impreso, uno de los doce ejemplares originales de la Proclamación de la República de Irlanda que los Rebeldes pegaron por todo Dublín durante el levantamiento de 1916. Esta proclamación señaló el comiendo del levantamiento de Pascua cuando Patrick Pearse la leyó en voz alta frete al edificio principal de correos el 24 de abril de 1916.
Pero, sin duda, los tesoros del Trinity son los libros. El Book of Durrow (alrededor de 670) es el evangelio de más antigüedad. y procede de la fundación Durrow, en Tullamore, con finas y estilizadas letras mayúsculas irlandesas y otros motivos decorativos. El Book of Armagh (alrededor de 807) es una extraña copia del Nuevo Testamento y de las Confesión de St. Patrick. El pequeño libro está escrito con hermosas letras minúsculas. El Book of Leinster, del siglo XII.
Su mayor joya es el famoso Book of Kells, cuyas casi 700 páginas fueron escritas e ilustradas a mano hacia el año 800. El libro contiene los cuatro evangelios escritos en latín y sus ilustraciones son magníficas, con detalles tan pequeños que apenas pueden verse a simple vista. La visita se realiza en grupos reducidos, por lo que lo mejor es esquivar las horas punta.
No se pueden hacer fotos, pero como se pueden ver en la web oficial.
Siguiendo el recinto, nos encontramos con el Provost’s House, donde todavía reside el rector. Ante ella hay una escultura de A. Pomodoro, “Esfera dentro de esfera”, similar a la que hay en el Patio de la Pigna de los Museos Vaticanos en Roma.


Dejamos el Trinity College y muy cerca, en Suffolk Street, se encuentra la estatua de Molly Malone, popular vendedora de pescado inmortalizada en lo que de alguna manera se ha convertido en el himno extraoficial de Dublín, cuya letra se lee en la placa del monumento. Seguro que todos conocemos la canción, porque es una de las que nos enseñan cuando aprendemos inglés. Fue compuesta alrededor de 1880 por James Yorkston y se ha convertido en una verdadera leyenda urbana. Los dublineses, de forma afectiva y coloquial, la llaman “The tart with the cart”(La golfa con el carro). Por cierto, que no es extraño oír a los dublineses cantar la canción a pleno pulmón, sobre todo después de tomar unas cuantas pintas. Podríamos decir que es el Asturias Patria querida de mi época.

Siguiendo por Suffolk Street, se llega a la peatonal Grafton St., la más típica de las calles comerciales de Dublín. Está repleta de gente tanto de día, comprando en las tiendas, como de noche, bebiendo en los bares. ¿Es una calle bonita? Sí, pero hay calles similares en todas las ciudades (Zara, H&M, músicos ambulantes, estatuas vivientes…).
Lo más interesante es que si seguimos Grafton Street hasta el final, llegamos a St. Stephens’s Green, al que los dublineses llaman simplemente “The Green”, es el rincón favorito para tomar el sol. La entrada principal a este parque es a través del Fusilier’s Arch, inspirado en el Arco de Tito de Roma, fue erigido en memoria de los 212 solados dublineses que murieron en la guerra de los Boers, en Sudáfrica.

Al parecer eran unos terrenos privados, adquiridos por a Sir Arthur Guinness, que mandó construir los estanques antes de donarlo a la ciudad. Como veis, la palabra Guinness empieza a aparecer…
En el centro hay unos curiosos jardines para personas ciegas, con plantas y flores que se pueden tocar, acompañadas de placas explicativas en braille.
La vedad es que el día acompaña y sentarse en un banco a descansar, viendo como la primavera aparece por todos los rincones es un placer.


Como es sábado por la tarde, decidimos ir hacia Temple Bar, que es el epicentro de la modernidad. Hace años era un lugar de mala reputación, lleno de burdeles, y tabernas. Hoy, sin embargo, está lleno de músicos ambulantes y espectáculos de teatro callejero, de tiendas de ropa de todas clases y de música de todos los estilos, restaurantes, ... Es curioso ver como muchas ciudades han ido transformando sus espacios más deprimidos en el pasado, en lugares llenos de vida y centros de expresiones artísticas.
Uno de los lugares más concurridos es el mítico Pub Temple Bar, abarrotado de gente. Por cierto, existe la creencia popular de que este barrio recibe el nombre de este pub, pero parece que no, que debe su nombre a Sir William Temple, que fue preboste del Trinity College en el siglo XVII y la palabra bar significa terreno a la orilla del río.


Buscamos un mercadillo de productos ecológicos que hay en Meeting House Square, pero ya no quedan ni los restos: normal ya son las 19:00 y no estamos en España…
Tras dar una vuelta por las calles, viendo el ambiente, vemos que tomarnos una pinta por aquí es tarea harto complicada, porque todo está abarrotado. Regresamos hacia el hotel. Nos encontramos por primera vez con uno de nuestros lugares favoritos, al que le cogimos cariño: el Half Penny Bridge (Ha'penny Bridge), el puente del medio penique.

El puente Ha'Penny es el paso de peatones más antiguo de Dublín sobre el río Liffey. Fue construido en 1816 y en su origen se llamaba Puente de Wellington, en honor del duque de Wellington, que venció a Napoleón en Waterloo. Oficialmente se llama Puente Liffey, pero todo el mundo lo conoce como puente Half Penny.
Parece que fue construido por un armador de barcos al que, debido al mal estado de su flota, como multa, le dieron la opción de reparar sus barcos o construir un puente. No quiero pensar cómo estarían los barcos para que construir un puente le saliera más barato. Lo cierto es que construyó el puente y empezó a cobrar un peaje como forma de compensación por los barcos que tenía que retirar. El importe del peaje era de medio penique, de aquí que pronto empezó a ser conocido como Ha'penny Bridge. Esta costumbre se ha mantenido hasta 1919. También dicen que le dan este nombre debido a que su forma recuerda al canto de una moneda de medio penique.
Casi enfrente se encuentra el Knighsbridge Bar, junto al Hotel Arlinton, pub con música en vivo, donde decidimos tomarnos una pinta, de Guiness mi marido y de Smithwicks una servidora, antes de retirarnos a nuestro hotel, que el día ha sido muy largo. Por cierto, en este pub, todas las noches hay bailes irlandeses…