Hoy es nuestro último día en Dublín y el día ha amanecido triste.
Lo primero que hacemos es acercarnos al Garden of Remembrance, un jardín rinde homenaje a todas las personas que dieron su vida por la causa de la independencia de Irlanda.

Bajamos paseando por O’Connell Street para dirigirnos al Museo Nacional de Arqueología y la National Gallery Of Ireland.
Atravesamos el río y bordeamos el Trinity College hasta Merrion Square, el corazón del Dublín georgiano, con elegantes edificios de ladrillo rojo, con puertas de diferentes colores.
En la National Gallery se exponen, además de una colección de artistas irlandeses e ingleses, obras de Tintoretto, Tiziano, Caravaggio y Fra Angelico. También hay usa sala dedicada a artistas españoles, con obras de Velázquez.
Justo enfrente está el parque de Merrion Square, con la estatua de Oscar Wilde, en la esquina noroeste, justo enfrente de la que fue la casa de su padre. Citas del genial dramaturgo están escritas en dos estelas adyacentes a la estatua.

Seguimos hacia St. Stephen’s Green. Pasamos por delante de Shelbourne Hotel, el hotel de más renombre de la ciudad. Aunque no se esté alojado se puede entrar a tomar algo al bar. Sus “afternoon teas”, son famosas en la ciudad, estando al alcance de todos los bolsillos, siempre que dispongan de 25,00€ para pagar un café, claro.
Antes de ir a nuestro siguiente destino es el momento de hacer un alto en el camino y buscar un pub donde comer.
Con las fuerzas repuestas es el momento de visitar el Museo Nacional de Arqueología, con una colección de tesoros del mundo celta, como la fíbula de Tara, el estuche de bronce de la campanilla de San Patricio o el Cáliz de Ardagh.
Al salir atravesamos St. Stephen’s Green, donde parece que la primavera ya ha llegado con todo su esplendor.

Al salir, buscamos los Iveagh Gardens, que tienen fama de ser uno de los más bonitos de Dublín.

Cuando salimos, para despedir el viaje, nos dirigimos al Bewley’s Oriental Café, en Grafton Street, un café precioso, que nos había recomendado un amigo. Mi marido sigue con su pinta de Guiness, pero yo me decanto por un Irish coffee, que por cierto está cargadito, cargadito.

Cuando salimos, nos vamos a ver la estatua de Molly Malone y a comprar los souvenirs de cada viaje, que esta vez hemos dejado para última hora.
Mañana dejaremos Irlanda, que nos ha calado profundamente. La isla esmeralda, donde hay 40 tonos de verde, ya está en nuestro corazón.