Irlanda nunca había sido un destino prioritario en mi cuaderno de viajes pendientes. Sin embargo, últimamente me entró la curiosidad escuchando versiones contrapuestas a la vuelta de allí de personas que conozco: algunas, entusiasmadas, mientras que otras, ni fu ni fa.

Esta primavera, con tantas ganas de viajar de nuevo acumuladas, se me ocurrió hacer una escapada a Irlanda y así sacar mis propias conclusiones, si bien sería un viaje diferente, pues mi marido, cuando se lo propuse, me contestó que no contara con él porque “no se le había perdido nada en Irlanda”. Así que si quería seguir con mi idea, debería ir sola, lo que descartaba la opción de alquilar un coche –por otra parte, carísimos este año por allí-, y la posibilidad de realizar mis queridas rutas de senderismo, con lo cual tenía que decantarme por un itinerario distinto al que me hubiera gustado en un principio, ya que a algunos destinos que me interesaban no se podía llegar en transporte público; y, por qué no decirlo, tampoco me apetecía demasiado moverme sola en tren o autobús, cambiando a menudo de hotel.


En cuanto a las excursiones de un día desde Dublín, algunas me parecían tan largas en horas y kilómetros que no me parecía que mereciesen la pena, así que como alternativa me planteé contratar un circuito de cuatro días en español que oferta Civitatis


Estaba dándole vueltas a la cuestión, cuando una amiga, que ya había visitado la parte norte de la isla, se apuntó al viaje. Y después de sopesar el asunto, decidimos apuntarnos a uno de los viajes culturales para personas mayores de 55 años patrocinados por la Comunidad de Madrid, si bien éramos muy conscientes de sus pros y sus contras. Yo era la primera vez que iba a uno de esos circuitos, mientras que mi amiga, que también es senderista, había participado en uno, en Uzbekistán, y volvió contenta. Así que, aunque el itinerario no representaba mi ideal y no lo hubiese preparado de esa manera yendo por libre, pensé que me daría la oportunidad de hacer una ruta más o menos vistosa, disfrutando de paso de unas pequeñas vacaciones a buen precio y en muy buena compañía. Por ello, en este diario me limitaré a comentar mis impresiones personales de los sitios que visitamos, ya que poco de interés puedo aportar en cuanto a organización, alojamientos, restaurantes, carreteras o lugares más o menos recónditos.


Recorrido y pintoresco mapa de Irlanda fotografiado de un cartel, en Dingle.


El viaje era de ocho días (siete noches), aunque el octavo no contaba para nada, puesto que el avión de vuelta salía a las seis de la madrugada. En total, aparte de Dublín, hicimos más de 1.200 kilómetros, en un recorrido típico, que incluía el Parque de Connemara, la Abadia de Kylemore, Galway, los Acantilados de Moher, Limerick, Adare, Tralee, Killarney, la Península de Dingle, Cork, Cobh y Kilkenny; a lo que añadiríamos después por nuestra cuenta una excursión a Glendalough, Wicklow y los jardines de Powerscourt.






Un lunes, a primera hora de la mañana, volamos con Air Lingus hasta Dublín, donde aterrizamos poco después del mediodía, con lo cual después dispusimos de mucho tiempo libre en la capital irlandesa, a la que volveríamos a lo largo del sábado y el domingo siguientes. Sin embargo, para no dispersar la información, todo lo que visitamos allí lo reservo para la última etapa del diario.

