Santuario de Ta’Pinu.
Tras visitar Victoria, nuestra siguiente parada fue en el Santuario Nacional de la Virgen de Ta’Pinu, uno de los centros de peregrinación más importantes de Gozo y de todo el país.
La iglesia, de grandes proporciones y construida en 1920 en estilo neorrománico, está situada a 700 metros de la aldea de Gharb, en el lugar que antaño ocupaba un capilla del siglo XVI, dedicada a Nuestra Señora de la Asunción. El Papa Juan Pablo II ofició una misa en este templo durante la visita que hizo a Gozo en 1990.
Aquí nos sucedió uno de los episodios más surrealistas del viaje. El bus hizo su parada, supuesta de 15 minutos, en los cuales daba tiempo de sobra para acercarse y ver el interior sin entretenerse demasiado. Y eso hice, no tarde ni cinco minutos. Pero cuando ya salía, vi a algunos pasajeros corriendo hacia el bus, que arrancó a toda prisa y salió disparado con mi amiga dentro, pues pensaba que yo ya había subido. Hablamos por teléfono y quedamos en que me esperaría en la siguiente parada. Esa tontería nos iba a desbaratar un tanto el plan de la tarde. Pero ya no había remedio, de modo que me dediqué a recorrer el interior del templo y verlo con más detalle.
También di una vuelta por los alrededores contemplando el paisaje, que se divisa bonito desde el campo abierto y en alto donde se sitúa la iglesia.
Veinte minutos después, apareció el siguiente autobús que, esta vez sí, paró los quince minutos previstos. Así que entre unas cosas y otras, casi tres cuartos de hora perdidos.
Dwejera.
En el noroeste de la isla, se encuentra una zona de gran belleza natural, además de tener mucha importancia a nivel histórico, arqueológico y geológico. Los paisajes que se contemplan hasta llegar allí también merecen la pena.
Uno de los sitios más conocidos (fue escenario de Juego de Tronos, aunque el rodaje recibió bastantes críticas por el daño medioambiental causado) es la zona costera donde se encontraba la Ventana Azul, una estructura rocosa formada por la erosión del viento y del mar que se convirtió en un auténtico símbolo de la isla. Lamentablemente, ya no existe como tal, pues en marzo de 2017 una fuerte tormenta la derribó. ¡Qué pena!
Aun así, los visitantes siguen llegando, esforzándose en vislumbrar y fotografiar lo que fue y ya no es. Unas escaleras conducen hasta el laberinto de rocas para, saltando de piedra en piedra sobre el agua y agarrándose a las rocas, divisar la cueva y el farallón superviviente de la ventana perdida.
Por lo demás, todo el entorno es muy bonito y se puede pasar un buen rato aun sin bañarse, si bien las rocas están sumamente erosionadas y hay que tener cuidado al caminar para no torcerse un tobillo o lastimarse los pies. Alguien me sacó alguna foto a traición .
No sé si este lugar estará masificado en verano. Ese día no apetecía meterse en el agua y a una hora ya algo tardía, apenas quedaban una veintena de personas, así que se estaba muy bien.
Hay servicios, un bar, un centro de buceo… También, unas cuantas barcas que llevan a los turistas a la cueva marina, aunque entonces estaban paradas. Y en los alrededores se pueden ver la Roca del Cocodrilo, la Capilla de Santa Ana, una Torre Vigía y la “Roca Fungus”, un peñasco muy famoso al que los lugareños llaman la “Roca del General”, porque, según la leyenda, un mandatario de la Orden de San Juan descubrió allí una planta con valiosas propiedades curativas hasta el punto de que el gran maestre cerró el islote en 1744 y estuvo vigilado hasta mediados del siglo XIX.
Hubiera subido a los acantilados para observar mejor el panorama, pero no llevaba calzado adecuado y tampoco disponía de demasiado tiempo. No podíamos perder el siguiente autobús, el último que salía desde allí esa tarde. Si se nos escapaba, tendríamos que ingeniárnoslas con los autobuses públicos y sus trasbordos, y con menos frecuencia ya a esa hora.
La pifia del Santuario nos privó también de echar un vistazo a Xlendi, adonde llegamos a bordo del bus turístico en su siguiente parada, pero sin posibilidad de bajarnos, pues no saldría otro bus desde allí hasta el día siguiente.
Por el camino vimos varias poblaciones pintorescas, algunas de las cuales recorrimos surcando sus callejuelas con el autobús increíblemente pegado a las casas, prácticamente a la misma altura que los balcones, que casi se podían tocar con la punta de los dedos. Vamos, que si tenían el bocata en la mesa, incluso podías agenciarte la merienda .
En fin, no sé si los vecinos estarán muy contentos con tanto tráfico a unos centímetros de sus cuartos de estar, pero entre la cantidad de coches que había, lo estrechas que son las callejuelas, las cuestas y la velocidad a que circulan los vehículos grandes y chicos, el viaje resultó de lo más entretenido.
De regreso al puerto, nos hubiera gustado parar antes en la zona de la Iglesia de Ghajnsielem para dar una vuelta, pero el autobús, ya pillado de tiempo para llegar antes de la salida del ferry, no paró allí.
Pensamos en bajar al muelle a pie desde la Iglesia de Nuestra Señora de Lourdes para echar un vistazo al panorama, pero estábamos muy cansadas y preferimos aprovechar que un ferry estaba a punto de zarpar, ya que a esa hora de la tarde la frecuencia de los barcos era menor y nos tocaría esperar bastante rato hasta el siguiente.
El cielo seguía feo y como la tarde caía, las fotos que capté desde el ferry tampoco salieron nada bien, aunque el hermoso color del agua del mar seguí ahí.
Ya en el autobús de regreso al hotel divisé algunos edificios que me llamaron la atención. Luego supe que era la localidad de Mellieha, asentada sobre una colina, a 150 metros de altitud, sobre la que se eleva la estampa espectacular de su iglesia. Las fotos son malas, pues las tomé durante el trayecto, como pude. Bueno, ya sabemos cómo conducen en Malta... En las inmediaciones, divisé también un edificio de color rojo que parecía un castillo y que se conoce como la Torre de Santa Águeda o la Torre Roja. Se trata de una gran torre de vigilancia construida a finales del siglo XVII. Debe de proporcionar unas vistas espléndidas, pero creo que actualmente está cerrada.
Esta zona norte me pareció más verde y fértil que el resto; luego leí que en sus valles se encuentra la mayor reserva de agua dulce de la isla, una zona natural protegida a la que acuden las aves migratorias. Me hubiera gustado dar un paseo por allí, pero solo nos quedaba un día en Malta y estaba comprometido.