Victoria, a la que sus habitantes también se refieren como Rabat, está en el centro de la isla de Gozo y ha sido su capital desde tiempos de los romanos, quienes fundaron allí un asentamiento al que llamaron Gaulus y que ocupaba la cima de la colina donde hoy se encuentra la antigua ciudadela.
La parada de los autobuses (también del turístico) se encuentra cerca de Villa Rundle Gardens. Allí también vimos un enorme aparcamiento público. Ya a pie, en un par de minutos salimos a la calle de la República, un tramo de la cual habíamos recorrido en el bus. Es la más importante de la ciudad y separa la Ciudadela del resto del casco antiguo, que se encuentra en torno a la Basílica de San Jorge, zona que los locales conocen como It-Tokk. El tráfico era muy intenso, igual que la afluencia de visitantes, aunque no faltaba algún lugar tranquilo y bonito para mirar el móvil.
Paseando por la Ciudadela.
Frente a la Plaza de la Independencia, donde se encuentra la Oficina de Turismo, divisamos la enorme cuesta que sube hasta la antigua medina fortificada, convertida en castillo tras ser abandonada por sus habitantes, quienes empezaron a construir casas a su alrededor.
La isla era atacada frecuentemente por los piratas y la población estaba obligada a refugiarse intramuros tras la puesta del sol, ley que no se revocó hasta 1637. En 1551, los otomanos asolaron la isla, entraron en el castillo y capturaron a seis mil de sus habitantes, que fueron vendidos como esclavos en un mercado de Beirut.
Las murallas fueron construidas entre los siglos XVI y XVIII. Cuando se produjo el ataque turco, los Caballeros de la Orden de San Juan ya tenían suficiente tarea con defender la isla de Malta, así que la reconstrucción del castillo de Gozo tuvo que esperar casi un siglo.
La parte norte de la ciudadela está en ruinas, pero la parte sur, donde se encuentra la Catedral, está prácticamente intacta, con algunos de sus edificios utilizados para servicios oficiales, por ejemplo, uno del siglo XVII que acoge la Corte de Justicia. Las murallas fueron restauradas no hace mucho tiempo y presentan un aspecto estupendo. El acceso a la ciudadela es libre y gratuito.
Se puede llegar a través del Centro de Visitantes donde hay un ascensor (realmente no es necesario porque ya has subido a pie la mayor parte de la cuesta) o por unas escaleras que llevan directamente a la plaza donde se encuentra la Catedral de la Anunciación, construida en estilo barroco entre 1697 y 1711 por el arquitecto maltés Lorenzo Gafa sobre otra iglesia anterior, que, a su vez, se hizo encima de un antiguo templo romano.
Aunque no recuerdo el precio, la entrada a la Catedral es de pago y también incluye el acceso al Museo, que se encuentra en un edificio anexo y cuenta con varias plantas.
En el interior del templo, llama la atención el trampantojo del techo, pintado en 1739 por Antonio Manuel de Mesina y que simula una cúpula que no existe. Muy curioso.
Además, se pueden contemplar pinturas de reputados artistas malteses, el altar mayor tiene incrustaciones de malaquita y la pila bautismal está esculpida en ónice local.
Museo.
Una vez vista la Catedral, fuimos a recorrer tranquilamente todos los rincones de la Ciudadela, en la que destacan sus miradores, que ofrecen unas vistas extraordinarias que abarcan prácticamente toda la isla.
Es posible dar la vuelta a todo el perímetro amurallado, si bien habrá que subir o bajar, de bastión en bastión, siendo los más importantes el de San Miguel, el de San Juan y el de San Martín. Realmente, merece la pena.
Lástima que el día no fuese muy propicio para que las estampas del paisaje y de la propia ciudad saliesen bonitas, pero la falta de sol también colaboró para que no hubiese molestos reflejos.
Nos pasamos un buen rato dando vueltas y sacando fotos. Resulta entretenido jugar a adivinar qué sitio estás viendo o a qué iglesia corresponden las cúpulas que aparecen de fondo, por todas partes. Bueno, algunas son muy fáciles de identificar
Después, visité el Silo, el almacén de pólvora y la batería. Hay que comprar una entrada a parte. Personalmente, no le encontré mucho misterio. En la Ciudadela, también se puede ver la antigua prisión, construida en 1594 y cerrada en 1904. Asimismo, hay tres museos: el de Arqueología, el Natural y el de Folclore. No entramos en ninguno.
Recorriendo el casco antiguo.
No recuerdo cuánto tiempo estuvimos en la Ciudadela, pero sí que fue más del que teníamos previsto. Luego, bajamos hasta la Plaza de la Independencia, donde todos los días ponen un mercado al aire libre. También hay tiendas y terrazas muy concurridas. Por aquí, entré en una iglesia, pero no recuerdo el nombre.
El jaleo que se respira en esta zona, continúa en algunas de las calles adyacentes, sobre todo la que conduce hasta la Plaza de San Jorge, donde se encuentra la Basílica.
Construida en torno a 1670, sufrió muchos daños a consecuencia del terremoto de 1693. Fue renovada en 1818, si bien la cúpula y los pasillos son recientes. Lo más interesante son las valiosas pinturas de sus bóvedas.
Como contraste a esta zona llena de gente, moviéndose un poco, no es difícil meterse en callejuelas recónditas con rincones solitarios, donde poder apreciar tranquilamente las casas tradicionales y sus típicos balcones, unas y otros mejor o peor mantenidos, aunque que, para mí, no carecen de encanto sino todo lo contrario.
Los balcones de Victoria.
Se nos había hecho tarde y queríamos comer antes de tomar el siguiente autobús para continuar nuestro periplo por la isla. Nos sentamos en un bar y tomamos bragioli (rollito de carne de ternera con huevo duro) y unos pastizzi de requesón con espinacas. No teníamos tiempo para entretenernos más. Aun así, llegamos unos minutos antes de que apareciera el autobús turístico, así que aprovechamos para dar una pequeña vuelta por los Jardines Rudle, en los que se habían instalado por todas parte unos curiosos adornos de flores y mariposas. Supongo que sería un homenaje a la primavera o algo así.