Al día siguiente, empezamos nuestro recorrido por el país con una tríada de visitas tan típica como imprescindible en Túnez: en total, supone poco más de 30 kilómetros (solo ida) desde la capital. Si no se dispone de coche de alquiler, puede hacerse fácilmente en excursión organizada, en transporte público, en taxi…
Itinarario en Google Maps.


A través de un contacto, mi amigo nos había contratado un circuito de seis días con una agencia local. Antes de iniciar el viaje, nos preguntó si nos importaba ir con unos clientes suyos, un grupo de seis personas de Madrid a quienes les interesaba compartir gastos; lo mismo que a nosotros. Aceptamos, sabiendo que el itinerario y los alojamientos estaban fijados. Al final, todo salió perfectamente. Los ocho fuimos en una van con un conductor-guía tunecino. Ahmed era un joven estudiante universitario muy majo con quien hicimos buenas migas, compartiendo mucha conversación y unas cuantas risas. Nos explicó sus expectativas personales y su visión de la política, la sociedad y la economía de su país. Más tarde, la situación fue cambiando tras los acontecimientos de la Primavera Árabe (2010-2012), los atentados integristas contra los extranjeros y la relativa estabilidad actual. Pero esa es otra historia.



Museo de El Bardo.
Nuestra primera parada fue en este museo, del que siempre guardaré un estupendo recuerdo. Por eso, me dio mucha pena cuando, años después, me enteré del atentado en el que murieron varias personas.




El Museo se encuentra a las afueras de la capital, a poco más de cinco kilómetros. Además de su maravilloso contenido, también vale la pena el lugar donde se encuentra ubicado, un antiguo palacio de los reyes de la dinastía Husain, en el que destacan algunos de sus techos, decorados con preciosos motivos florales y arabescos, sobre todo los de las Salas Dougga y Sousse.




El Museo expone objetos púnicos (máscaras funerarias, joyas, estelas) y paleocristianos, un conjunto de piezas (columnas, relieves, esculturas y jarrones) recuperadas de un barco que se hundió en las proximidades de Mahdia en el I a.C., una muestra de arte islámico, especialmente azulejos, y, sobre todo, una fantástica colección de mosaicos romanos de los siglos II al IV, que se encontraban en las residencias de mandatarios y personajes adinerados.

En la Sala Cartago, se exponen varias estatuas del periodo romano de la ciudad y una escultura del Emperador Augusto del siglo I. En el suelo, están los mosaicos que decoraban mansiones de la villa de Oudna en el siglo III d.C.



El mosaico que decora el suelo de la Sala Sousse representa el Triunfo de Neptuno. Además, hay otros muchos mosaicos fantásticos, como el de Julius, del siglo III, que refleja la vida agrícola del Norte de África, mientras que otros se refieren a escenas cotidianas y también mitológicas.



Este Museo me encantó y, de hecho, es uno de mis favoritos en cuanto a mosaicos romanos, un tema que me gusta mucho, por lo cual veo todo lo que puedo siempre que tengo la oportunidad.


Ruinas de Cartago.
Según la leyenda, Cartago fue fundada en torno al año 814 a.C. por la princesa fenicia Dido, hermana del rey de Tiro, Pigmalion, que había asesinado a su esposo. Cuatro siglos después se había convertido en una de las ciudades más poderosas y pujantes del Mediterráneo occidental. Destruida durante las guerras púnicas, resurgió con el Imperio Romano. Conquistada sucesivamente por los vándalos y los bizantinos, fue cayendo en el olvido tras la llegada de los árabes en el 695 hasta quedar reducida a poco más que un amasijo de ruinas. Actualmente, está declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Había leído tanto y casi todo negativo de lo que queda en Cartago que luego la realidad no me resultó tan mal. Las ruinas están muy dispersas y hay que caminar bastante para alcanzar todos los lugares más interesantes, algunos son de libre de acceso (el teatro, por ejemplo) y otros, de pago y con horario de visitas, como el Museo Nacional y el yacimiento arqueológico de la colina de Byrsa. A estas alturas, más que de mis propios recuerdos, dependo de algún artículo que he consultado y de unas pocas fotos que conservo.

Los sitios para visitar son el Museo Nacional de Cartago, la Acrópolis de Byrsa, la Colina del Odeón, el Teatro, la Iglesia Bizantina Damous Karita, las Cisternas de la Malga, el Acueducto del Zaguán, el anfiteatro romano, las Termas de Antonino, el Puerto Púnico y el santuario púnico (Tofet).

El lugar más importante es la acrópolis de Byrsa, situada en una colina, desde donde se contemplan unas estupendas vistas del Golfo de Túnez, donde se fundó la ciudad en un punto resguardado que servía para que los navegantes se reabasteciesen y reparasen sus barcos en sus travesías por el Mediterráneo.


A los pies de la colina, se conserva un pequeño anfiteatro, unas cisternas romanas, varios arcos del acueducto y las columnas de un templo en su día consagrado al dios cartaginés Eschemoun. Cuando los romanos destruyeron la ciudad, allanaron la colina e instalaron allí el foro y el capitolio. Muchos siglos después, arqueólogos franceses excavaron la zona, encontrando los restos de las villas púnicas.

Ya cerca del mar, se encuentran restos importantes de la época romana, como las Termas de Antonino, del siglo II y que llegaron a ser las más grandes de África. Destruidas por los vándalos en el siglo V, solo se conservan los restos de algunas estancias y los restos de algunas bóvedas; aun así, dan una idea de lo que fueron en su tiempo. En los alrededores, se encuentra el lugar donde estaba el puerto púnico y el Tophet, un santuario prerromano dedicado a las deidades fenicias Tanit y Baal.

Sidi Bou Said.
Este pueblo, situado en lo alto de un acantilado con unas vistas extraordinarias sobre el Golfo de Túnez, es uno de los más pintorescos y visitados del país, debido en buena parte a su cercanía con la capital. Fue fundado en el siglo XIII por un personaje sufí que le dio su nombre, pues antes se llamaba Jabal el Menar. Convertido en un importante centro sufí, con el tiempo, la tumba de su fundador se convirtió en un importante lugar de peregrinación.


Se accede por una estrecha escalinata que se encuentra detrás del Café-des-Nantes, el establecimiento más famoso del pueblo, muy apreciado por los artistas de vanguardia de la década de los veinte del pasado siglo. Es tradición sentarse un rato allí para tomar un té verde con piñones, siempre que haya sitio, claro. Nosotros tuvimos suerte y cumplimos con el ritual
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Aunque había mucha gente, guardo un grato recuerdo de ese pueblo, pues, como suele suceder, en cuanto te metes por calles secundarias, las multitudes desaparecen como por ensalmo. No sé cómo estará ahora, si habrá crecido o estará realmente petado, pero salvo el Café-des-Nantes y los miradores que se asoman al mar, pudimos pasear por el resto con tranquilidad: estrechas escaleras que conducen a callejas blancas escondidas, rincones con macetas repletas de flores y, sobre todo, las puertas, una seña de identidad de Sidi Bou Said, que son de color azul, igual que las rejas y las contraventanas.


Según he leído, fue el barón d’Erlanger quien empezó a decorar el pueblo con sus típicos colores, blanco y azul. Las puertas son muy parecidas entre sí, aunque siempre presentan alguna diferencia si nos fijamos bien. Suelen estar decoradas con estrellas, alminares y medias lunas. Al final, todo el mundo se agolpa en un mirador desde el que se obtiene la postal de Sidi Bou Said, con sus colores azules y blancos y, de fondo, el Mediterráneo con sus palmeras. También se divisa una buena panorámica del puerto.

Como en todo sitio muy turístico, el pueblo estaba repleto de bazares y tenderetes vendiendo de todo. Intenté cotillear alguna cosilla, pero tuve que salir huyendo porque los vendedores aquí fueron los más insistentes y pesados de todos los lugares del viaje, llegando en un caso a hacerme sentir bastante incómoda. Mi marido me alcanzó, muy contento porque había encontrado pendientes de plata con piedras en tonos azules (a juego con los colores del pueblo) a buen precio, así que me había comprado dos pares. No me dijo cuánto le costaron, así que no sé si hizo el negocio del siglo, si le tomaron el pelo o si se los quedó para librarse de la persecución. Eso sí, eran muy bonitos y todavía los conservo.


Finalizamos la jornada de nuevo en nuestro hotel de la capital, nuestra tercera y última noche allí. Salimos a última hora de la tarde a dar una vuelta, pero regresamos pronto porque estábamos cansados y al día siguiente teníamos que madrugar, y mucho.