Además de visitar Kairouan por la mañana, por la tarde vimos Sbeitla y, luego, seguimos hacia Gafsa, en cuyos alrededores teníamos el alojamiento de la jornada.
Itinerario según Google Maps.


Sbeitla: antigua ciudad romana de Sufétula.
Después de recorrer unos 115 kilómetros desde Kairouan, llegamos a Sbeitla, situada en el centro de Túnez, en una región de altas mesetas, entre desiertos y estepas.

En la actual Sbeitla, se hallan las ruinas de una importante ciudad romana, conocida con el nombre de Sufétula, que se convirtió posteriormente en capital bizantina. Los restos más antiguos son megalitos y estelas funerarias púnicas. Durante un tiempo la zona estuvo habitada por nómadas, hasta que la ocuparon los romanos entre los años 67 y 69, convirtiéndola primero en ciudad independiente y luego en colonia romana. Gozó de gran prosperidad en el siglo II debido a la comercialización del aceite de oliva, lo que permitió la construcción de un gran foro con importantes edificios. Arrasada por los vándalos, tuvo otro periodo de esplendor con los bizantinos, sobre todo en el siglo VII, cuando Gregorio el Patricio trasladó allí su capital desde Cartago y se declaró independiente de Bizancio. Poco después, los árabes saquearon Sufétula, que se convirtió así en la primera ciudad de Túnez en ser conquistada por los musulmanes, que la utilizaron como punta de lanza para su posterior expansión por el Norte de África. Abandonada a su suerte, la ciudad decayó y su población se marchó al nuevo emplazamiento árabe en Sbeitla. A finales del siglo XIX, comenzaron las excavaciones arqueológicas, ya en tiempos del protectorado francés.

A la entrada de la ciudad, se halla el Arco del Triunfo, dedicado a los cuatro emperadores que gobernaron durante el siglo III. Fueron muy importantes las Termas, pues llegaron a existir cuatro, una de ellas de grandes dimensiones.

El foro resulta espectacular y es uno de los mejor conservados del mundo. Presenta un espacio pavimentado con grandes losas y está amurallado. Comprende el capitolio y otras edificaciones.
La Puerta de Antonino Pío, construida en el 139 d.C., da acceso al foro. El capitolio comprende tres templos, dedicados a Juno, Júpiter y Minerva. Esta disposición separada para cada deidad solo se repite en la ciudad de Baelo Claudio, en Cádiz.



Además, aunque peor conservados, se pueden apreciar restos del teatro, el anfiteatro, fuentes públicas y varios puestos de mercaderes, que comerciaban con diversas mercancías, si bien la principal era el aceite. También existen restos de una almazara.



En cuanto a las ruinas bizantinas, casi todas son iglesias o fortines, para cuya construcción se aprovecharon en buena parte los cimientos de los edificios romanos anteriores. Destaca la Iglesia de Servus, con sus cuatro pilares, erigida sobre un templo anterior y de la que se cree que pudo ser una catedral a comienzos del siglo IV.


La Basílica de San Vidal se construyó en el siglo V sobre los restos de una antigua villa. Mide 50 metros de ancho y tiene cinco naves. Se conserva fantásticamente bien el baptisterio, con una pila oval, decorada con mosaicos.


Aunque me hubiese gustado mucho conocer Dougga, la ciudad romana mejor conservada del Norte de África, visitar las ruinas de Sufétula supuso una indudable compensación. Nos parecieron espectaculares.


Gafsa.
A continuación, fuimos hacia Gafsa, ciudad en la que hicimos una parada y de la que solo recuerdo que no me llamó demasiado la atención y que compramos muy buenos pistachos al peso en unos puestos callejeros cerca de la Plaza Habib Bourgiba. Por lo demás, es una ciudad antigua que conserva algunas cisternas romanas con aguas termales que forman unas piscinas donde se bañan los lugareños. No nos las recomendaron.


Esa noche nos alojamos en el Hotel Jugurta Palace, en las afueras de Gafsa, ya en las estribaciones de un desierto que cada vez se presentía más cerca. No sé ahora, pero en aquella época estaba bastante aislado. Aunque llegamos ya tarde, hacía mucho calor y nos apetecía darnos un baño en la imponente piscina, custodiada por leones dorados. Ya pertrechados con nuestros bañadores, de pronto, el cielo se nubló, comenzó a soplar un viento muy fuerte y, a lo lejos, vimos una enorme nube marrón: una tormenta de arena. Así que el baño quedó en el olvido.


El hotel –no sé si seguirá igual ahora- pretendía remedar un lujoso palacio de las mil y una noches, con salones enormes decorados exageradamente, incluso los sillones tenían respaldos y reposabrazos dorados. Las habitaciones eran muy grandes y aspiraban a ser de cuento, pero a mí me pareció más un escenario de las películas del Holliwood de los cincuenta, con sus recargadas formas puntiagudas y muebles lacados en un tono verde chillón… Aparte de los servicios y las instalaciones, que eran bastante buenas, lo encontramos muy recargado, un tanto hortera, la verdad. De todas formas, nos reímos mucho y sacamos varias fotos.


