En los años 80, en revistas de viajes, como GEO, leía frecuentemente artículos sobre Sri Lanka como un destino muy sugerente: un país pequeño, con un enorme patrimonio tanto natural como cultural. Después empezaron los atentados y la guerra civil, que acabaron con el turismo convencional.
En el año 2.011, las agencias de viajes ya ofrecían viajes a este destino y como desde que en 1.994 estuvimos en Malasia no habíamos vuelto a ir a Asia, nos decidimos a organizar unas vacaciones en Sri Lanka para ese verano.
Preparé una ruta de los lugares que quería recorrer y me puse en contacto con una agencia local en Colombo, con la que contraté un vehículo con chófer y los hoteles los reservamos por nuestra cuenta.
El tour en Sri Lanka iba a comenzar por la parte sur del país, más dedicado a la naturaleza (el Parque Yala, Nuwara Eliya, los Horton Plains...), para después viajar a la zona más cultural del centro y norte de la isla (Anuradhapura, Polonnaruwa, Sigiriya...). Aquí dejo un mapa con los lugares principales que visitamos.

Por otro lado, después de rebuscar mucho, porque en aquella época Maldivas era un destino muy caro, conseguí encontrar una estancia de tres días a un precio bastante razonable y ampliamos nuestro viaje, una vez que termináramos el tour por Sri Lanka.
El viaje empezó con el contratiempo de la pérdida de la conexión aérea en Dubai, debido al retraso de la salida desde Madrid, demorándonos nueve horas en llegar a Colombo.
Afortunadamente, allí fuimos recibidos con una sonrisa y una cálida acogida, a pesar de la larguísima espera y sin saber ellos en qué vuelo nos habían reubicado, después de comprobar que no llegamos en el que se nos esperaba.
Cuando llegamos ya había anochecido. Como quiera que el toque de queda, impuesto tras el fin de la guerra civil en 2.009, se había levantado poco antes de nuestra llegada, había planificado todo nuestro itinerario evitando desplazamientos después de oscurecer. Le planteamos al chofer nuestra reticencia a ponernos en carretera a esas horas. Al final, las garantías que nos dio nos convencieron para poner rumbo al sur, hacia Hikkaduwa, donde teníamos reservado hotel para esa noche.
Fueron unas tres horas de conducción caótica, esquivando peatones o animales que aparecían súbitamente a derecha e izquierda, evitando a coches que adelantaban de manera intempestiva, adelantando nosotros de manera igualmente alevosa, haciendo sitio para tres coches en un ancho de carretera donde parecía que apenas podían caber dos. Todo esto sin que conductores o peatones se inmutaran. A nuestros comentarios el chófer se reía y nos decía que nadie podía decir que sabía conducir antes de hacerlo en Sri Lanka…Con el paso de los días, también nosotros terminamos acostumbrándonos y todo lo que veíamos nos parecía normal.
En el hotel nos estaban esperando como únicos clientes, con una cena preparada en una terraza junto al mar del que solo oíamos el fuerte oleaje, porque todo estaba casi a oscuras.
A la mañana siguiente, antes del desayuno y de ponernos de nuevo en ruta, estuvimos dando un largo paseo por la inmensa playa completamente solitaria.

La pérdida de casi una jornada, nos obligó a comprimir nuestro itinerario por la parte sur del país, que pretendía ver tortugas en Hikkaduwa, visitar la ciudad de Galle, las playas de Unawatuna y Dalawella y los parques nacionales Udawalawe y Yala.
Tuvimos que reducirlo, en el segundo día, a una breve visita en Galle, para ver los restos del fuerte y parada en la carretera con panorámicas a alguna playa, ya que por la tarde íbamos a ir al Parque Yala.
Avanzando por la carretera que bordea la costa, aún se podían ver los efectos devastadores del tsunami de 2.004, a pesar de los años transcurridos, con viviendas demolidas como si hubiese habido un bombardeo, junto a otras ya reconstruidas y vueltas a habitar.
En Galle hicimos un recorrido por el Fort, construido por portugueses y holandeses en sus etapas coloniales, con las fortificaciones y baluartes que dan al mar.
En una de sus esquinas se encuentra el Faro de Galle, el más antiguo del país. Dentro de las murallas nos fotografiamos junto a la Mezquita Meeran, de principios del siglo XX, uno de los pocos lugares de culto musulmán que vimos en nuestro viaje.

En nuestro breve recorrido por Galle, no nos topamos con ningún turista. La ciudad todavía no se había recuperado de los efectos de la pasada guerra.
Siguiendo la carretera costera en dirección al este, hicimos paradas para ver las playas de Unawatuna y Dalawella, que no invitaban en esa época al baño por la fuerza del oleaje. En el verano, el buen tiempo está el la parte este de la isla, mientras que el sur y el oeste son más lluviosos y suele haber tempestades.
Separándonos de la costa, entramos en la zona de humedales del lago Tissa, reserva artificial de agua construida en el siglo III a.C.

En 2.011, las visitas turísticas al Parque Yala, por motivos de seguridad, se reducían al sector oeste, aproximadamente una cuarta parte de la superficie del parque. Contratamos un guía local que sólo hablaba cingalés y, en su 4x4 un tanto desvencijado, hicimos un tour hasta el atardecer, con nuestro chófer como traductor al inglés.
El paisaje del parque es arbustivo, con formaciones rocosas y charcas y lagunas donde se concentra la fauna, entre la que pudimos ver monos, manadas de búfalos, cocodrilos y ciervos moteados y sámbar.

El Parque Yala tiene la mayor concentración de elefantes de Sri Lanka. El elefante asiático se diferencia del africano en que no tiene colmillos, lo que los preserva más de la acción de los furtivos que a los africanos. Pudimos verlos en manadas, con sus crías y un ejemplar adulto muy cerca de nuestro coche, cuando cruzaba el camino por el que circulábamos.
El más esquivo de los habitantes del parque, y por eso el más buscado, es el leopardo de Ceilán. A su búsqueda emprendió nuestro guía un recorrido por las partes más recónditas antes de que anocheciera. Finalmente, dimos con él. No fue el mejor avistamiento posible, pues se encontraba bastante lejos, pero pudimos fotografiarlo.

Terminado el tour, hicimos noche en Tissamaharama, en un hotel a las afueras, con vistas a campos de arroz.