Empezamos el día con un frío importante, pero que no se hace molesto; es muy parecido al invierno en Albacete. Hemos pillado desayuno en una de las tiendas que hay por todas partes, abiertas 24 horas, y hemos cogido el metro para ir al palacio de Gyeongbokgung. Este palacio cierra los martes, mientras que los demás lo hacen los lunes, así que es la opción para hoy.
El metro es muy cómodo e intuitivo. Lo que más llama la atención es el orden que esta gente tiene. El civismo en Corea está en otro nivel. La gente va en silencio y hace cola para entrar, dejando el medio para que la gente salga, pero la cola que hacen no es como en Madrid, que se apelotona la gente en los laterales; aquí hacen fila india ortodoxa. Luego, en el vagón del metro, silencio sepulcral.
Hemos llegado al palacio poco antes de las 9. Aún no hay gente y el escenario es muy bonito. Lo bueno de entrar a primera hora es que puedes recorrer el palacio sin apenas gente. La mayoría suele entrar a partir de las 10, tras el cambio de guardia.
El palacio es como un mini pueblo lleno de lo que eran casas de residencia y pagodas, todo esto con sus lagos, sus puentes y restos de nieve en los tejados. En los palacios de Seúl, como medida turística, si vistes de forma tradicional, con hanbok, puedes pasar gratis. Esto es genial porque, al poco rato, han empezado a aparecer coreanos vestidos de forma tradicional que le dan el toque auténtico al palacio. Para las 10 hemos vuelto a la zona del cambio de guardia, y ya la cantidad de gente se hace importante. Hay casi más personas con vestido tradicional que sin él. Los mejores son los niños pequeños; son graciosísimos posando con su traje tradicional y haciendo sus corazones.
El cambio de guardia está curioso; es una recreación del que se supone que se hacía originalmente, y como atractivo turístico lo tienen bien montado sin resultar cutre. Terminado el cambio de guardia, nos hemos paseado un rato más y hemos seguido andando hasta el templo de Jogyesa, un templo budista en medio de Insadong. Llegamos justo en la hora del rezo, mientras los monjes cantan una especie de mantra súper rítmico a la vez que los feligreses hacen sus arrodillamientos uno detrás de otro. Creo que tienen que hacer un total de 108, pero no lo recuerdo bien. Nos hemos tomado un té con un pastel de arroz mientras veíamos el panorama, justo cuando ha empezado a caer un aguanieve que ha durado poco.
Del templo nos hemos metido ya dentro del barrio de Insadong. Hemos pasado por un sitio que tenía marcado, famoso por sus premios Michelin y por los dumplings coreanos, una especie de gyoza. Nos hemos metido viendo que justo iba brir y no había apenas gente y, aunque eran las 11:30, hemos comido. Nos hemos pedido una cerveza cada uno y un plato de dumplings secos y otro en caldo. Lo de la cerveza por la mañana yo creo que no es la norma, porque nos miraban desde otras mesas. Aquí la gente no pide nada para beber; te ponen agua gratis en la mesa. Los dumplings estaban muy buenos, acompañados de los platitos que sirven como acompañamiento, aunque la mitad picaban.
Tras comer, hemos vuelto a callejear por Insadong. Es brutal el consumismo que hay, e inevitable caer en él. Al final, te venden cosas curiosísimas hechas de una forma tan cute que terminas comprando tonterías varias. Además de la reglamentaria foto en fotomatón (una al día nos hemos propuesto, se nos van a acabar las ideas de corazones con las manos), entre el ambiente navideño hemos pasado de Insadong a Myeongdong por una zona de rascacielos y una especie de paseo fluvial que separa ambos barrios.
En Myeongdong nos hemos topado con la catedral católica de Seúl, muy austera, pero rodeada de flores y un jardín. La integración con la naturaleza en todos los sitios religiosos de Corea es constante. Entre tiendas y puestos de comida, hemos ido andando hasta el teleférico que sube a la Torre Namsan de Seúl. Esto está un poquito sobrevalorado. No es caro, pero tampoco es que las vistas sean nada del otro mundo, muy seguramente por la noche sea más recomendable venir. Se ve Seúl entera, pero hay una especie de neblina que lo afea bastante. La cima está dedicada a comercios y la tradición es poner candados del amor por todas partes, por lo que los candados roban el protagonismo tanto de las vistas como de la torre en sí.
Íbamos a bajar andando, pero hemos pillado la bajada del teleférico tan oportuna que nos hemos ahorrado más pateo, que con lo que llevamos de día ya se nota. De la torre hemos ido al alojamiento a tumbarnos 20 minutos. Tenemos el alojamiento ideal, al lado de la parada de metro.
Algo más descansados y después de tomarme un Monster coreano, hemos pillado el metro para ir al centro comercial Dongdaemun Design Plaza. Este centro es una pasada, tiene una arquitectura futurista con formas curvas. Dentro hay un museo y una especie de centro de moda. Lo chulo es que hay varias atracciones de tipo tecnológico totalmente gratuitas: fotomatones, videojuegos de saltar, de correr... Hemos estado un rato pegando brincos hasta que se ha hecho de noche. Nos hemos acercado a una puerta famosa que hay cerca del centro comercial y hemos vuelto para ver un espectáculo de luces que hacen en la fachada del centro comercial. Parece sacado de una peli de ciencia ficción. Está bonito.
Para cenar, hemos ido andando hasta el Seúl Central Market. Este mercado es pequeñito y puramente local. Lo hemos notado porque no había ni un solo sitio con menú en inglés. Nos hemos pillado lo que creemos que es típico: una especie de torta con sirope de manzana mientras veíamos el mercado y, de perdidos al río, nos hemos metido en un sitio a cenar. Aquí estaba todo en coreano y la gente, si por la mañana no bebe, por la noche se pone hasta finos. Al rato de entrar, nos hemos fijado que toda la gente iba de vuelta y media, colorados perdidos. Nos hemos sentado y le hemos dicho a la camarera con señas que queremos lo de la mesa de al lado y una botella de soju. Nos ha traído una especie de pastel de pescado y la botella. Por 8 euros hemos cenado integrados con el ambiente. Nos ha salido el pastel de pescado por las narices, qué empacho!
Ya cenados, hemos pillado el metro para volver a Myeongdong y darnos el último paseo nocturno. Myeongdong por la noche se llena aún más de puestos de comida callejera. Con el empacho que llevábamos nos ha costado comer algo más, pero aún hemos sacado hueco para una especie de pan de huevo y unos trozos de gimbap (como sushi coreano). El próximo día en Seúl comemos solo de los puestos de comida porque hay mil distintos. El ambiente nocturno en Myeongdong es infinito; podrías pasarte aquí toda la noche. Viendo la pateada que llevábamos y que mañana madrugamos para ir a Jeju, a las 21 hemos tirado para el hotel y hemos caído rendidos y empachados. Me repite todo. Muy bonito Seúl.