Pasando el arco que comunica la Catedral con el Palacio Arzobispal, está la galería de la Capilla e Logia dell’Incoronata, donde los soberanos se vestían para las ceremonias que se celebraban en la Catedral.

Un poco más adelante, entrando por un callejón, me encontré con un cartel que anunciaba una de las iglesias más antiguas de Palermo, la Chiesa de Santa Cristina La Vetere, fundada en 1154 para albergar la urna funeraria de Santa Cristina de Bolsena, entonces patrona de Palermo, utilizando como base una antigua torre árabe. Posteriormente, la utilizaron los peregrinos que iban hacia Tierra Santa y obtenían refugio en el Albergue de Peregrinos de la Orden de la Santísima Trinidad. Ahora se están realizando obras de conservación en la fachada, que es sumamente modesta. En el interior, que ya no está consagrado, un sacerdote muy amable me explicó la historia del lugar. Con planta de cruz griega y tres naves, en una de las antiguas capillas aún se conservan pinturas al fresco que representan a San Pedro y San Pablo y en el suelo hay multitud de lápidas funerarias. El presbiterio data de una reforma del siglo XVI. Desde luego, en Palermo hay multitud de iglesias mucho más espectaculares que esta, pero lo modesto también me llama la atención. Y charlar un rato con el cura fue un plus.

Continuamos por Corso Vittorio Emanuele, que parece más estrecho de lo que es no solo por la cantidad de gente que hay sino también por la multitud de edificios notables -en diferente estado de conservación, eso sí- que aparecen a un lado y otro: iglesias, palacios, museos, bibliotecas… Y tampoco faltan los balcones repletos de macetas con flores.


Si los portales están abiertos y pidiendo permiso si llega el caso, conviene asomarse a alguno de los patios de los palacetes, por ejemplo donde está el restaurante MEC, conocido también como la Casa de la Palmera. Al ver su interior, descubrimos el motivo. Aunque la fuente no le va a la zaga en belleza.

A pocos metros, alcanzamos la Plaza Bologni, que merece una paradita. Está rodeada por varios palacios, algunos en estado lamentable, y en el lateral principal se ubica la estatua en bronce del Emperador Carlos V, frente a la cual está el Palacio Riso, edificio del siglo XVIII, famoso por haber sido sede del Partido Fascista entre 1922 y 1943, lo que le convirtió en objetivo de los bombardeos aliados. En 1943 fue alcanzado y solo se salvó la fachada, quedando destruida toda la parte interior, incluidos los frescos y las obras de arte. Tras ser restaurado, en 2008 allí se instaló el Museo de Arte Contemporáneo de Sicilia, que no es de los más recomendados en la ciudad, aunque no puedo opinar porque no lo visité.


Además de pasear por la calle principal, merece la pena asomarse a las callejuelas laterales, que suelen ofrecer estampas poco glamurosas pero muy características de Palermo.


Por fin, entre una auténtica muchedumbre que levantaba los brazos en todas direcciones para hacer fotos con sus móviles, alcanzamos otro punto imprescindible en Palermo, el que forma la intersección entre Corso Vittorio Emanuele y Vía Maqueda: la Piazza Vigliena, a la que todo el mundo se refiere como Quattro Canti.

De forma octogonal, data de mediados del siglo XVII y se realizó en varias fases. Consta de cuatro edificios que presentan tres niveles decorativos. En el inferior de cada fachada hay una fuente -símbolo de los ríos que confluían antiguamente en Palermo, el Kemonia y el Papireto-, junto con una estatua alegórica de cada estación del año. El nivel intermedio está dedicado a la realeza, con las esculturas de los reyes españoles Carlos I, Felipe II, Felipe III y Felipe IV. El nivel superior se refiere al orden divino, representado por cuatro santas de Palermo, Santa Águeda, Santa Cristina, Santa Ninfa y Santa Oliva. Coronando cada conjunto, aparecen el escudo real y los escudos del Senado y del Virreino de Sicilia en tamaño más pequeño. Impresionante, igual que el ambiente alrededor.

Girando a la derecha por la Vía Maqueda, se llega a la Piazza Pretoria, cuyo nombre se debe al Palacio del Pretorio (Ayuntamiento) o Palacio de las Águilas, que allí se ubica, al igual que el Palazzo Bonocore


A la plaza también se asoma la Iglesia de Santa Caterina, unida a un monasterio dominico renacentista del siglo XVI, que cuenta con una cúpula espectacular del siglo XVIII, aunque esa fachada lateral estaba cubierta de andamios por obras de restauración, tal como se ve en las fotos.


Enfrente, se ve el lateral de la Iglesia de San Giusepe dei Teatini, construida entre 1612 y 1645, con cúpula adornada con columnas emparejadas y tejado revestido de mayólicas policromadas. La puerta principal está en el Cassaro y en la esquina tiene una de las fachadas del Quattro Canti. Resulta curioso. El interior me pareció magnífico, en especial los frescos. Destacan también las columnas de mármol gris sobre las que descansa la nave central. Sin estar demasiado recargado, es un gran ejemplo del barroco siciliano. El acceso es gratuito.


Pero lo que más atrae la atención es la fuente circular con esculturas que ocupa casi toda la plaza y cuyo origen es tan controvertido como su nombre: la Fontana delle Vergogne (la Fuente de la Vergüenza). Aunque estaba en proceso de restauración y sin agua, pudimos contemplar perfectamente todas las figuras, que forman una escenografía espectacular junto con los edificios que le sirven de fondo y a los que aporta un toque diferente.

En principio, estaba destinada a una villa florentina, pero fue vendida a la ciudad de Palermo en 1573. La instalación de tal cantidad de esculturas de personajes desnudos frente al ayuntamiento, dos iglesias y un convento causó un gran escándalo y la gente exclamaba al pasar: “¡qué vergüenza!”. Y con ese apelativo se quedó.


A pocos pasos, se encuentra la Piazza Bellini, en uno de cuyos extremos aparece la portada del Monasterio de Santa Caterina, al que me he referido antes.

Desde la escalinata de acceso, hay una vista estupenda de la plaza (lástima la enorme grúa que la estropeaba): a la izquierda, el Real Teatro Bellini (1742), y enfrente, la Iglesia de Santa María del Almirante (La Martorana), erigida en 1143 para culto ortodoxo y decorada con mosaicos bizantinos; a partir del siglo XVI se adaptó para el culto católico, lo que incluyó la construcción de una gran portada barroca. Más a la derecha, aparece la Iglesia de San Cataldo, del siglo XII, cuyo aspecto arquitectónico es único en Sicilia por sus tres cúpulas alineadas sobre el eje longitudinal del edificio, lo que recuerda a iglesias bizantinas de Chipre y Apulia.


Cometí el error de dejar para más tarde la visita de estas iglesias porque vi algo de cola y luego ya no conseguí cuadrar el horario. Un fallo imperdonable por mi parte, ya que me interesaba mucho verlas.

Por la Vía Maqueda, me dirigí hacia la Plaza de Giusepe Verdi, un recorrido imprescindible para conocer el ambiente de Palermo, pues en una calle sumamente concurrida a todas horas, quizás más de noche, repleta de terrazas, restaurantes, tiendas, cafeterías…

De paso, aproveché para entrar en la Iglesia de Santa Ninfa dei Cruciferi, que empezó a construirse en 1601. La fachada actual es posterior y de estilo neoclásico, pero el interior es barroco y cuenta con frescos de un pintor de la escuela flamenca. En edificio anexo, se encuentra el monasterio de la orden de los camilianos, conocida por ocuparse de enfermos y heridos. En su sotana, llevaban bordada una cruz roja, por eso se les conocía como los cruciferi; se les considera precursores de la Cruz Roja.

El edificio más destacado de la Plaza de Giusepe Verdi es el Teatro Massimo, una de las obras maestras de la arquitectura neoclásica italiana y el tercer teatro de ópera más grande de Europa tras la Ópera de París y el Opemhaus de Viena, si bien la fastuosa sala solo ocupa 450 m2 de los 7.730 m2 de su superficie total cubierta. Fue diseñado por Giovani Batista Filippo Basile y se empezó a construir en 1875. Tras su muerte, lo acabó su hijo Ernesto en 1897. Me hubiera gustado verlo por dentro. Otra de mis asignaturas pendientes en Palermo.


Bien entrada la tarde, me encaminé hacia la zona del puerto. Tras cruzar Vía Roma, vi bastantes terrazas de bares y restaurantes en la calle, así como tiendecitas de arte y recuerdos para turistas.


Ya en los alrededores del puerto, empezó a oscurecer y apenas había nadie por allí. No es que me sintiera insegura, pero como iba sola preferí volver sobre mis pasos a lugares más céntricos y concurridos.
