De camino hacia nuestro hotel en Carbonin, cruzando Cortina d’Ampezzo.
Cuando nos bajamos del teleférico de Lagouzuoi, eran poco más de las cinco de la tarde. Pensando en qué hacer a continuación, se nos ocurrió ir al Lago di Braies, que por la tarde estaría menos concurrido y no quedaba lejos de nuestro hotel de pernocta, en Carbonin. Como teníamos que pasar casi por la puerta, decidimos hacer primero el check-in, con lo cual no tendríamos prisa para volver. De camino, avistamos Cortina d’Ampezzo, pasamos por el que sería nuestro hotel los dos días siguientes y cruzamos el centro, que estaba bastante atascado debido a las numerosas obras de cara a las Olimpiadas de Invierno del año próximo.


Al cabo de un rato y tras recorrer unos paisajes imponentes por la carretera SS51, llegamos al Hotel Croda Rossa, donde nos alojábamos esa noche, situado en una aldea (no me atrevo a llamarlo pueblo), llamada Carbonin, en medio del campo; de hecho, a la puerta se llega por una pista de tierra. Consta de dos edificios muy chulos, en un entorno muy bonito, entre prados, bosques y rodeada de picos. Lo elegí porque está apenas a cuatro kilómetros de la carretera que lleva al Refugio Auronzo, lo que viene muy bien para hacer la Ruta de las Tres Cimas de Lavaredo.


No es un hotel lujoso, pero nos pareció confortable y la chica de la recepción fue un encanto. Nos costó 192 euros con desayuno incluido. Naturalmente, y dado el lugar, el parking, también.



Al día siguiente íbamos a hacer la Ruta de las Tres Cimas, pero era domingo y estarían cerrados los supermercados para comprar bocadillos. Así que necesitábamos avituallarnos esa misma tarde. De modo que cambiamos de planes y, haciendo caso a la recepcionista, en vez de ir al Lago di Braies, decidimos acercarnos al Lago Misurina, que estaba apenas a seis kilómetros del hotel y donde había también un supermercado.
Lago Misurina.
El lago nos gustó en cuanto lo vimos, aunque no ofrecía el reflejo perfecto de las fotos que circulan por internet. Ya por la tarde, no había demasiada gente. Pese a que casi todos los aparcamientos son de pago, localizamos un sitio, en la orilla, libre y gratuito, donde dejamos el coche. Tras hacer la compra, nos dispusimos a disfrutar tranquilamente del lago, en cuyas aguas nadaban los patos.

Se trata de un lago natural de montaña de forma alargada con un 1 kilómetro de longitud, un perímetro de 2,4 km y una superficie de 15 ha. Su profundidad media es de 5 metros y se encuentra a 1.754 metros de altitud.


Las características climáticas de este lugar favorecen el tratamiento de personas que padecen problemas respiratorios y en sus alrededores estaba el único centro italiano especializado en asma infantil, cuyo edificio todavía subsiste. En invierno, se suele congelar. En las inmediaciones, hay un hotel de lujo, un telesilla y se pueden hacer rutas de senderismo. También se alquilan barcas.


En torno a este lago hay varias leyendas, una de las cuales me ha calado especialmente, ya que cobró popularidad gracias una canción de los años setenta, del cantante italiano Claudio Blagione (un ídolo de mi adolescencia), incluida en su álbum Sabado Pomeriggio (Sábado por la Tarde), que con quince años escuché mil veces en el vetusto tocadiscos de mi casa, volviendo a mis padres locos. ¡Qué recuerdos! El caso es que Misurina era la única hija del rey Sorapiss, que dominaba las tierras de Tofane, Antelao, Marmarole y las Tres Cimas de Lavaredo. El rey, anciano y viudo, complacía en todo a la niña, que creció caprichosa y consentida. Misurina se enteró de que en el monte Cristallo vivía un hada que poseía un espejo mágico capaz de leer los pensamientos de la gente. Y, claro, se le antojó. El hada se resistió, pero al final cedió a las presiones del rey, pero con una condición: Sorapiss debería convertirse en montaña para proteger el jardín del hada y darle sombra para que el sol no marchitase sus flores. A la muchacha, no le preocupó la petición y Sorapiss empezó a transformarse en rocas y grietas mientras su hija, en sus brazos, únicamente tenía ojos para el espejo. Sin embargo, Sorapiss formó una montaña tan alta que Misurina cayó al vacío y murió. Todavía consciente, el rey presenció la escena y sus lágrimas formaron dos arroyos que nutrieron el lago, donde sucumbieron los restos del espejo que aún ofrecen reflejos multicolores a quienes contemplen sus aguas.


Al margen de leyendas, el lago y sus alrededores son muy bonitos y merece la pena dedicarles un buen rato, especialmente al atardecer, cuando la mayor parte de los visitantes se han ido y se queda todo muy tranquilo.



Por nuestra parte, seguimos el sendero que lo circunda. Es muy cómodo y ofrece bellas panorámicas, aunque nos pareció más largo de lo que habíamos pensado en un principio. Tardamos en torno a una hora.


Entretanto, empezó a caer la tarde y aparecieron algunos reflejos en el agua, lo que me permitió tomar fotos chulas. Otro de los imprescindibles en los Dolomitas, aunque no fue el lago que más me gustó.



Al día siguiente, después de desayunar muy bien en el hotel, volvimos al Lago Misurina para hacer tiempo hasta que llegase nuestra hora del parking en el Regugio Auronzo. Aparcamos en el mismo hueco gratuito de la tarde anterior y dimos un paseo. Con otra luz, el lago estaba igual de bonito.

