Dándole al magín al respecto de cómo enfocar el tema de mañana, llega el bus 23. Mi idea, en lo que queda de tarde es la siguiente:
- Visita a la Capilla de los Carmelitas.
- Visita al jardín japonés.
- Cenar.
- Vivir el ambiente nocturno e iluminado junto al Garona.
El camino en el bus discurre sin novedad hasta el encuentro entre el Paseo Jean Jaurès y el Boulevard de Strasbourg. En ese momento mientras estamos parados en un semáforo pasa otro autobús en sentido contrario que tiene en su parte trasera una publicidad de lo que parece una marca de muebles “CEREZO”. En unas décimas de segundo, acordándome de que uno de mis compañeros de trabajo es del Atlético de Madrid y que Enrique Cerezo es su Presidente, me dispongo a inmortalizar el momento para hacer la gracia a la vuelta de que Dº Enrique ha pasado de productor cinematográfico a ebanista, pasando por representar al antiguo Atlético Aviación, en vista de la marcha del equipo.
Como me encuentro en la fila de asientos más alejada del cristal donde se ve el autobús, móvil en mano, hago un pronunciado escorzo e intento sacar la foto. Sucede que en la fila de al lado hay una señora de palique al teléfono y por el rabillo del ojo me ve que estoy echando la fotografía con ella en medio. Inmediatamente pausa la conversación y me recrimina que si le estoy haciendo fotos sin su permiso. Le contesto que no, que mi objetivo es la publicidad de un autobús (que ya se está marchando y no me ha dado tiempo a sacar alguna foto más). Se pone hecha un basilisco y a dar voces increpándome que si pretendo subir las fotos a las redes sociales, que se las enseñe y que proceda a su borrado inmediato.
[align=center]LA FOTO DE LA DISCORDIA
- Visita a la Capilla de los Carmelitas.
- Visita al jardín japonés.
- Cenar.
- Vivir el ambiente nocturno e iluminado junto al Garona.
El camino en el bus discurre sin novedad hasta el encuentro entre el Paseo Jean Jaurès y el Boulevard de Strasbourg. En ese momento mientras estamos parados en un semáforo pasa otro autobús en sentido contrario que tiene en su parte trasera una publicidad de lo que parece una marca de muebles “CEREZO”. En unas décimas de segundo, acordándome de que uno de mis compañeros de trabajo es del Atlético de Madrid y que Enrique Cerezo es su Presidente, me dispongo a inmortalizar el momento para hacer la gracia a la vuelta de que Dº Enrique ha pasado de productor cinematográfico a ebanista, pasando por representar al antiguo Atlético Aviación, en vista de la marcha del equipo.
Como me encuentro en la fila de asientos más alejada del cristal donde se ve el autobús, móvil en mano, hago un pronunciado escorzo e intento sacar la foto. Sucede que en la fila de al lado hay una señora de palique al teléfono y por el rabillo del ojo me ve que estoy echando la fotografía con ella en medio. Inmediatamente pausa la conversación y me recrimina que si le estoy haciendo fotos sin su permiso. Le contesto que no, que mi objetivo es la publicidad de un autobús (que ya se está marchando y no me ha dado tiempo a sacar alguna foto más). Se pone hecha un basilisco y a dar voces increpándome que si pretendo subir las fotos a las redes sociales, que se las enseñe y que proceda a su borrado inmediato.

La situación se pone tensa y como no quiero problemas y menos en país ajeno intento templar gaitas lo más rápidamente posible. Le insisto en que mi único objetivo era inmortalizar el anuncio, que sólo me ha dado tiempo a sacar una instantánea y que, por supuesto, le enseño la foto para que vea que no aparece su cuerpo humano por allí. Dicho y hecho, le enseño la pantalla del móvil, le hago zoom al CEREZO para que se convenza y luego amplío y reduzco para que se cerciore que no sale un solo átomo de ella en ningún sitio.
La mujer escudriña la pantalla, se convence de que no aparece y, sin mediar palabra, gira la cabeza y continúa su conversación como si no hubiera pasado nada. No doy crédito a la situación que ha transcurrido en estos pocos segundos, ni a su reacción ni a su desenlace. Y lo de pedir disculpas, nos olvidamos. El resto de los pasajeros, que habían manifestado algo de interés en el asunto, ya lo han perdido por completo y cada uno a lo suyo.
Mientras el bus llega a la última parada, Jeanne D´Arc, donde continuaré camino, mi cabeza bulle intentando asimilar este sucedido. ¿En qué Sociedad enferma nos estamos convirtiendo? ¿cómo hemos podido llegar hasta aquí? ¿qué le lleva a pensar a alguien que se traspasa su intimidad y se vuelca en las redes sociales de turno? No tengo respuestas pero esto va cuesta abajo en la rodada...
El suceso me ha dejado mal cuerpo, la verdad, pero tampoco quiero seguir rumiando sobre el particular. Llegamos al fin de línea y me encamino al siguiente punto de interés, la Capilla de los Carmelitas, en la rue Perigord, con entrada libre de 10:00 a 19:00.
La capilla tiene una magnífica decoración en su techo pintado a finales del siglo XVII por Jean-Pierre Rivals, el pintor más célebre de la época quien se inspiró en la Capilla Sixtina del Vaticano. La originalidad de la capilla se encuentra en su bóveda. Ésta está cubierta con paneles de roble colocados en forma de espiga, sostenidos por nervaduras, y en el enlace entre los arcos y las nervaduras se sitúan una bellas claves colgantes de madera esculpida que facilitan la acústica del lugar. En la decoración de la bóveda se representa un cielo pintado con adornos en trampantojo: nubes, jarrones, ángeles volando, guirnaldas, etc…

El conjunto es francamente delicioso y es de una grandiosidad que abruma pese a las pequeñas dimensiones de la capilla. Ha sido un acierto acercarme a visitar este lugar y lo recomiendo encarecidamente.
Mientras me empapo de cada detalle y cada adorno observo que hay publicitado un concierto a la luz de las velas (que están ahora mismo muy de moda, los Candlelight). Varios operarios descargan cajas y de las mismas van extrayendo los cirios ya iluminados. Así de repente, se me acaba de caer un mito, porque, no sé qué inocente concepción tenía que me pensaba que estos conciertos se hacían con velas reales cuando tiene toda la lógica que no sea así al hacerse en lugares cerrados con riesgo de provocarse un incendio. Malos tiempos para la lírica, que cantaban Golpes Bajos.
Finalizada la visita me dirijo al Jardín Japonés cuyo horario de acceso en esta época es de 08:00 a 20:00.
El jardín japonés Pierre Baudis está situado en el parque de Compans-Caffarelli. Recuerda los jardines de Japón en la ciudad de Kioto que se construyeron entre los siglos XIV y XVI. Contiene todos los elementos que define a dichos jardines: una puesta en escena del ámbito mineral, del ámbito vegetal y del ámbito acuático con sus típicos elementos decorativos. Se compone de un jardín seco con una isla Garza, una isla Tortuga y nueve rocas, un lago con carpas Köi, un pabellón de té y un jardín con plantas y una cascada seca, paso japonés, una linterna, un puente colorado, una isla del Paraíso, un monte Fuji y las piedras de tres santos.
Se publicita el jardín como que cuenta con áreas especialmente diseñadas para la meditación y la reflexión. Estas zonas están pensadas para que los visitantes puedan sentarse en silencio, rodeados de la belleza natural, y dejarse llevar por el entorno. La arquitectura de los bancos y las estructuras en el jardín está inspirada en el diseño minimalista japonés, lo que contribuye a la sensación de serenidad y paz.

El jardín es una preciosidad y, aunque pequeño, transmite una sensación de relajo bastante acusada. Hay gente paseando y percibo que inconscientemente todo el mundo baja el tono de su voz para no alterar la magia que reina en el ambiente.
Dice la IA de Google:
En Toulouse, un rincón oriental,
con paz el jardín se yergue inmortal.
Rocas y agua en suave compás,
la calma que Toulouse te da.
Puente de madera sobre el estanque,
la carpa, un verso de vibrante arranque.
El cerezo en flor, un sueño fugaz,
en este Toulouse, la serenidad tenaz.
El viento susurra entre el bambú,
la ciudad se aleja, un adiós tú.
Y cada detalle, con arte y con calma,
un haiku silente que eleva el alma.
Me busco un sitio apartado pero con vistas al lago con las carpas, el salón de té y el puente colorado y me siento a meditar porque, así de sopetón, me ha entrado la “bajona”. Lo que representa el jardín me retrotrae a tres años atrás a la visita que hice con mi mujer al Parque Oriental de Maulévrier, cerca de Nantes, y que tanto nos gustó. Con ese grato y a la vez triste recuerdo me pongo en modo zen y me empapó de todos los detalles que me circundan. “La mémoire est l’avenir du passé” (la memoria es el futuro del pasado), que decía el poeta Paul Valéry.

El Paraíso dura poco porque justo delante se acerca una familia hispanoparlante, se aposentan en unas piedras, me tapan la vista y se ponen a vocear. Medito el cambiarme de ubicación y en esas advierten que estoy solo y en posición meditabunda por lo que soy el objetivo perfecto para pedirme que les haga unas fotos (sil vu plé, foto, sil vu plé).
Antes de marcharme a otro sitio más tranquilo me permito una pequeña venganza por haberme fastidiado mi momento de recuerdos, añoranzas y morriñas. Con las mismas y siguiendo el refrán de “en el país de los ciegos, el tuerto es el rey”, me transmuto en un nuevo personaje, más Francés que la Marsellesa y más Tolosano que el chocolatine. Así, me dirijo a ellos en francés forzando el acento y les pregunto con mucha verborrea que cómo quieren las fotos, con un ángulo concreto o que salgan más o menos cosas de fondo. Me miran azorados, puesto que su francés no debe pasar apenas del “bonyur” y parece que les he dado las largas en medio de una carretera en plena madrugada. Continúo mi parrafada en francés y lo acompaño con mímica a lo que ya reaccionan y van posando. Como en el fondo soy un buenazo les hago un reportaje fotográfico completo pero sin salirme del papel y me marcho rodeado de todos los “mersís” de la Francia. Me podría haber marchado con un “muy buenas tardes” pero mejor dejarles con el recuerdo de que un francés de pura cepa se prestó a echarles unas fotos en un parque de Toulouse.
A propósito, la mención al chocolatine tiene su porqué: conocerás, estimado lector, el afamado “pain au chocolat” francés (lo que viene a ser la napolitana de chocolate de toda la vida). Pues bien, en esta zona del país galo llevan muy a pecho denominarlo como “chocolatine” y parece ser que si lo pides como “pain au chocolat” te miran raro, fruncen el ceño y tuercen el morro. Un signo de identidad como otro cualquiera….
Encuentro otro lugar y hago tiempo hasta la hora de la cena. Antes de marcharme contemplo un suceso que me hace reconciliarme un poco con la actual juventud (divino tesoro): hay una zona de césped, junto al lago, donde hay un cartel muy hermoso que indica que no se puede pisar. Pues bien, un grupo de chavales, franceses, llega allí, hacen caso omiso al mensaje, y se quedan charlando. Otro grupo de chavales, franceses y de la misma edad, se acercan, les señalan el cartel y les dicen de buenas formas que se vayan porque ahí no se puede estar hollando la hierba. Los interpelados, sorprendentemente, no dicen ni pío y mansamente abandonan el lugar y buscan otro emplazamiento para seguir con sus conversaciones. No quiero ni pensar lo que probablemente sucedería por aquí en una situación similar….
Como comentaba ya es una buena hora para cenar teniendo en cuenta además que el almuerzo ha sido temprano y que una ensalada da lo que da de sí. Mis pasos me acercan a la Crepería Le Sherpa, en la rue du Taur n.º 46, que abre de 12:00 a 23:00. En el establecimiento hay bastante sitio y me dan mesa de inmediato.
De la carta elijo una crêpe poulet forestière, con bechamel de la casa, pollo, champiñones con ajo y perejil y queso emmental. La crêpe está muy rica pero, de nuevo, el tamaño es minimalista pese a que viene razonablemente cargada de ingredientes.
De postre me pido una crêpe dulce de chocolate y pera con suplemento de chantilly (que en la carta hacen notar que es totalmente casero y que se sirve con generosidad).

El plato está también apetecible y me deleito en su degustación. Entre platos aprovecho para hacer el checkin on line del vuelo de mañana y cruzo los dedos para que no haya que repetir la misma peripecia de hace tres días.
He de hacer notar en este punto la suerte que estoy teniendo en este viaje con el hilo musical de los establecimientos en los que estoy comiendo. Me estoy salvando del rap francés (atroz donde los haya), así como del reggaeton en todas sus modalidades y nacionalidades y lo que me estoy encontrando es música estándar, que no ofende a los oídos pero que tampoco es memorable. En esta ocasión me congratulo porque suena el “Moi… Lolita” de Alizée y ello le transporta a uno a lugares cercanos y satisfactorios en el recuerdo.
Abono la cuenta, que no llega a 17 euros, y me marcho complacido y razonablemente ahíto. Para cenar tampoco conviene cebarse.
Ya ha oscurecido y mi idea es decirle adiós a la noche de Toulouse. Por ello, me acerco a la ribera del Garona, al muelle de la Daurade y al de Tounis. Hay mucho ambiente juvenil y la muchachada se agolpa a lo largo de la ribera. En una esquina hay unos chavales tocando y la vocalista es una auténtica virtuosa reinterpretando temas de variada factura musical. Me quedo como recuerdo del viaje muy especialmente su versión melódica del September de Earth, Wind & Fire que pone los pelos como escarpias.
Se nota que es viernes noche y las calles y terrazas están llenas con mucha gente moviéndose de un lado a otro. Me embullo en la gran ciudad y le echo un último vistazo al Pont Neuf.

Otro día ajetreado ha transcurrido y lentamente el viaje va tocando a su fin. Mañana intentaré aprovechar la mañana en Toulouse pero, a estas horas, si Iberia quiere, ya estaré de vuelta en casa y tocará la vuelta a la rutina. Mientras tanto, a aprovechar lo que queda.
Buenas noches.
Reflexiones que nos deja el día:
- Para un profano como servidor en temas científicos, aeronáuticos y astronáuticos la visita a la Cité de L´Espace ha sido bastante interesante. Cuando uno se acerca a un campo de conocimiento que no suele transitar se agradece que la información ofrecida sea fácilmente asimilable y ello se ofrece en todo el parque, lo que hace que sea una visita entretenida tanto para niños como mayores. Otro tema es la proliferación de cosas que no estén en servicio y que desluce al final la experiencia porque llevas unas ideas que al final no se hacen efectivas y, además, la entrada barata no es. Pese a ello, lo recomendaría sin dudarlo, tanto para entusiastas del tema como a quien pase por allí.
- El suceso del bus me ha hecho reflexionar bastante en el sentido de que me podía haber buscado un lío a lo tonto si alguno de los pasajeros o la misma sujeta hubieran seguido con la escalada, pudiendo haberse llegado a las manos. Si a uno le pilla en su país y con su propio idioma tiene más armas para la argumentación pero en casa ajena y hablando lo justo y necesario la situación podría haber degenerado a cotas peligrosas. En esta ocasión tocó templar gaitas para evitar males mayores pero si me pilla en nuestra piel de toro mi reacción hubiera sido diferente y habría puesto en su sitio a tamaña majadera.
- La experiencia de viajar solo en el día de hoy quizá haya sido la que peor he llevado de todos las jornadas. Cuando realizas muchas actividades y ves muchas cosas inmediatamente piensas en compartirlas de alguna forma con el más cercano y esto no era posible. Ya al final lo asumes y tratas de disfrutar de la experiencia pero notas ese vacío, por llamarlo así. Pese a ello, pues se sigue uno desenvolviendo, preguntando y viviendo cada momento, de manera que le das la vuelta a la tortilla y le sacas la ventaja de la situación: es más fácil encontrar un asiento vacío en una proyección, puedes avanzar más rápidamente en una fila, te buscan mesa en un restaurante más fácilmente...
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