Hoy era nuestro último día en Isfahan y queríamos aprovecharlo para ver los lugares que aún nos quedaban marcados en nuestra lista. Así que desayuno (pan bayeta y mermelada) y para la calle. El primero de los lugares que visitamos era el palacio Chehel Sotun, muy próximo a Naqs e Jahan. La entrada son 200.000 riales. Este palacio destaca por los murales pintados en sus paredes y que muestran escenas de varias batallas y de recepciones de la corte a otros monarcas de la época.
En el pórtico de entrada se pueden contemplar varios leones de piedra que a nosotros nos recordaron bastante a los leones de la Alhambra.
Allí nos encontramos a una pareja valenciana muy agradable que estaban realizando el recorrido al revés que nosotros y que tras Isfahan iban hacia Kashan y Teherán, por lo que estuvimos charlando un rato sobre el viaje e intercambiando impresiones sobre el país. No sé si estarán leyendo este diario, si es así un saludo de nuestra parte.
Desde allí nos fuimos a ver la mezquita Sayyed. Fuimos caminando y tardamos un buen rato en llegar, pero no se nos hizo largo porque por el camino íbamos viendo todos las tiendas y entreteniéndonos, además de parar para tomarnos un buen zumo de melón frío en un local porque el calor apretaba. La mezquita es otro magnífico ejemplo del arte persa con su tono azulado. Un monumento que en cualquier otra ciudad sería el centro de atención aquí estaba prácticamente vacío y pudimos disfrutar en soledad de ella tranquilamente.
Desandamos el camino de vuelta hacia Naqs e Jahan y por el camino también visitamos la mezquita Hakim que es gratuita.
Como se acercaba la hora de comer nos fuimos al pequeño centro comercial cercano donde cenamos la primera noche y nos tomamos una pizza para descansar de los dichosos kebabs. Quien nos íba a decir que tomaríamos a gusto una pizza en Irán, porque a nosotros nos gusta probar las comidas locales, pero la verdad es que estábamos un poco hartos de los kebabs.
Ese día hacía bastante calor y el sol pegaba de lo lindo así que cogimos un taxi (tras un duro regateo con el mandamás de la cola de taxis que nos pedía 200.000 riales y al final lo dejamos en 100.000) y nos volvimos un rato al hotel para esquivar las horas centrales del día y a media tarde volvimos a salir hacia la plaza de Naqs e Jahan donde volvimos a sacarnos fotos, nos fotografíaron, charlamos con estudiantes de inglés que llevan sus profesores hasta allí para que charlen con los turistas (deberíamos de copiar esa idea) y con otros iraníes que, curiosos, querían entablar conversación con nosotros para saber que pensabamos de Irán, que ciudades habíamos visitado y cuál era la imagen de su país en España.
Curioseamos por las tiendas, nos tomamos unos helados en una de las abarrotadas heladerías de la plaza y ya veíamos como de nuevo llegaban riadas de gente y de familias que venían con neveras, cojines y hasta alfombras para disfrutar del atardecer y de la noche en la plaza, creando un ambiente único. Perdimos la cuenta de la gente que nos ofreció té o algo para comer siempre con una sonrisa (que peligrosos son los iraníes, hay que ver) y dirigimos nuestros pasos de nuevo a la grandiosa mezquita del Sha, que de nuevo había cerrado sus puertas a las seis de la tarde y que ahora que anochecía volvía a abrir sus puertas para el rezo. De nuevo entramos gratis y pudimos disfrutar de esa maravilla arquitectónica viendo como las familias rezaban, las mujeres charlaban y los niños jugaban en el interior en una escena sorprendente para nosotros que quizás esperábamos una escena mucho más “seria “ y solemne. Volvimos a sentir ese cosquilleo del primer día al contemplar ese lugar tan hermoso e intentamos grabar en la retina todos los detalles que estábamos contemplando. Uno no puede evitar pensar en toda esa gente que nos decía ¿a Irán? ¿y para qué vais si ahí no hay nada? Es una lástima que este lugar sea tan desconocido y que tanta gente se deje llevar por sus prejuicios, prejuicios con los que al fin y al cabo esconden su desconocimiento. Bueno, ya me he quedado a gusto. Egoístamente también pensé que mejor así que puedo verlo sin una excursión de chinos al lado o de españoles vociferantes metiéndose por el medio.
Cuando terminó el rezo salimos de nuevo a la plaza y nos fuimos a cenar una hamburguesa a una versión iraní del McDonalds cercana a la plaza y de postre saboreamos un fallodeh de azafrán en la plaza, de la que acabamos despidiéndonos con pena y con la certeza de que nunca olvidaremos un lugar tan mágico.
La anécdota final del día es que volvimos a la parada de taxis y nos encontramos con el jefecillo que controlaba allí el tema. En cuanto nos vió se echó a reir recordando lo que regateamos al mediodía y ya nos dijo directamente “¿Hotel Viana? Ok, 100.000”. Nos partimos de risa todos, nos dimos la mano y nos fuimos hacia el hotel con una gran sonrisa por el buen día que habíamos pasado.
En el pórtico de entrada se pueden contemplar varios leones de piedra que a nosotros nos recordaron bastante a los leones de la Alhambra.
Allí nos encontramos a una pareja valenciana muy agradable que estaban realizando el recorrido al revés que nosotros y que tras Isfahan iban hacia Kashan y Teherán, por lo que estuvimos charlando un rato sobre el viaje e intercambiando impresiones sobre el país. No sé si estarán leyendo este diario, si es así un saludo de nuestra parte.
Desde allí nos fuimos a ver la mezquita Sayyed. Fuimos caminando y tardamos un buen rato en llegar, pero no se nos hizo largo porque por el camino íbamos viendo todos las tiendas y entreteniéndonos, además de parar para tomarnos un buen zumo de melón frío en un local porque el calor apretaba. La mezquita es otro magnífico ejemplo del arte persa con su tono azulado. Un monumento que en cualquier otra ciudad sería el centro de atención aquí estaba prácticamente vacío y pudimos disfrutar en soledad de ella tranquilamente.
Desandamos el camino de vuelta hacia Naqs e Jahan y por el camino también visitamos la mezquita Hakim que es gratuita.
Como se acercaba la hora de comer nos fuimos al pequeño centro comercial cercano donde cenamos la primera noche y nos tomamos una pizza para descansar de los dichosos kebabs. Quien nos íba a decir que tomaríamos a gusto una pizza en Irán, porque a nosotros nos gusta probar las comidas locales, pero la verdad es que estábamos un poco hartos de los kebabs.
Ese día hacía bastante calor y el sol pegaba de lo lindo así que cogimos un taxi (tras un duro regateo con el mandamás de la cola de taxis que nos pedía 200.000 riales y al final lo dejamos en 100.000) y nos volvimos un rato al hotel para esquivar las horas centrales del día y a media tarde volvimos a salir hacia la plaza de Naqs e Jahan donde volvimos a sacarnos fotos, nos fotografíaron, charlamos con estudiantes de inglés que llevan sus profesores hasta allí para que charlen con los turistas (deberíamos de copiar esa idea) y con otros iraníes que, curiosos, querían entablar conversación con nosotros para saber que pensabamos de Irán, que ciudades habíamos visitado y cuál era la imagen de su país en España.
Curioseamos por las tiendas, nos tomamos unos helados en una de las abarrotadas heladerías de la plaza y ya veíamos como de nuevo llegaban riadas de gente y de familias que venían con neveras, cojines y hasta alfombras para disfrutar del atardecer y de la noche en la plaza, creando un ambiente único. Perdimos la cuenta de la gente que nos ofreció té o algo para comer siempre con una sonrisa (que peligrosos son los iraníes, hay que ver) y dirigimos nuestros pasos de nuevo a la grandiosa mezquita del Sha, que de nuevo había cerrado sus puertas a las seis de la tarde y que ahora que anochecía volvía a abrir sus puertas para el rezo. De nuevo entramos gratis y pudimos disfrutar de esa maravilla arquitectónica viendo como las familias rezaban, las mujeres charlaban y los niños jugaban en el interior en una escena sorprendente para nosotros que quizás esperábamos una escena mucho más “seria “ y solemne. Volvimos a sentir ese cosquilleo del primer día al contemplar ese lugar tan hermoso e intentamos grabar en la retina todos los detalles que estábamos contemplando. Uno no puede evitar pensar en toda esa gente que nos decía ¿a Irán? ¿y para qué vais si ahí no hay nada? Es una lástima que este lugar sea tan desconocido y que tanta gente se deje llevar por sus prejuicios, prejuicios con los que al fin y al cabo esconden su desconocimiento. Bueno, ya me he quedado a gusto. Egoístamente también pensé que mejor así que puedo verlo sin una excursión de chinos al lado o de españoles vociferantes metiéndose por el medio.
Cuando terminó el rezo salimos de nuevo a la plaza y nos fuimos a cenar una hamburguesa a una versión iraní del McDonalds cercana a la plaza y de postre saboreamos un fallodeh de azafrán en la plaza, de la que acabamos despidiéndonos con pena y con la certeza de que nunca olvidaremos un lugar tan mágico.
La anécdota final del día es que volvimos a la parada de taxis y nos encontramos con el jefecillo que controlaba allí el tema. En cuanto nos vió se echó a reir recordando lo que regateamos al mediodía y ya nos dijo directamente “¿Hotel Viana? Ok, 100.000”. Nos partimos de risa todos, nos dimos la mano y nos fuimos hacia el hotel con una gran sonrisa por el buen día que habíamos pasado.