Copia un reportaje muy bueno que salió ayer en la Revista del Domingo de el Diario El Mercurio de Chile
Diario de la Carretera Austral
Más que un camino lleno de cumbres, glaciares y ríos caudalosos, Carretera Austral es un mito que los gringos conocen mejor que los chilenos, y que nosotros tratamos de entender manejando ida y vuelta de Coyhaique a Tortel.
Texto: Rodrigo Cea, desde la Carretera Austral, Región de Aysén. Fotos: Felipe González.
Día 1:
Lecciones de Carretera
En la Carretera Austral, la prisa es un error. Todavía faltaba media hora para llegar a Caleta Tortel y ya estaba claro que recorrer en sólo 11 horas los 465 kilómetros que separan a Coyhaique de nuestro destino había sido un error.
Entonces pensé que ésta sería la primera anotación de este diario: "Usted no lo haga".
Junto a una estufa a leña, ahora estoy en Tortel. Después de una ducha no tan caliente como me hubiera gustado, por la ventana de la residencial Estilo veo cómo el día se transforma lentamente en noche. Tengo una sensación amarga al repasar el viaje de hoy. A Felipe González, copiloto de lujo, responsable de las fotos que ilustran este artículo, le pasa algo parecido y me dice que el recorrido de hoy ameritaba dos detenciones: dormir en Puerto Tranquilo y Cochrane, por ejemplo.
Estamos de acuerdo. No nos resta más que abrir un par de cervezas para revisar las fotos y, por mi parte, empezar a escribir cómo diablos fue que llegamos a este nostálgico presente.
Es medianoche. Llueve en Tortel.
Salimos de Coyhaique las ocho de la mañana. El estanque de la 4x4 estaba casi lleno, pero de todos modos lo recargamos. El día anterior nos advirtieron que sólo habría combustible en Cochrane: "donde pueden pasar semanas sin diésel, amigo". Y ésta es otra lección del viaje: la Ruta CH-7 -el nombre burocrático de esta Carretera de mucho ripio y poco asfalto, que en 1.240 kilómetros une a Puerto Montt con Villa O'Higgins- es, además de un camino, un mito. Sobre todo para los chilenos.
La noche antes de partir casi todas las personas con que hablamos en Coyhaique nos advirtieron sobre los riesgos de nuestra travesía y, en especial, sobre la escasez de combustible y el mal estado del camino. Ahora, tras haber recorrido 465 kilómetros de Carretera Austral, puedo asegurar que ninguna de esas cosas es cierta. Primero: hay combustible (gasolina de 95 y diésel) en Puerto Tranquilo y en Cochrane la bomba local no vende el combustible en bidones como nos dijeron en Coyhaique.
Y sobre el estado del camino, aunque se trate de un apreciación subjetiva puedo asegurar de manera responsable que es posible transitar a 50 kilómetros por hora con seguridad y que la calamina es muy poca, al igual que los socavones.
Volvamos al viaje: salimos de Coyhaique y después de pasar el desvío que lleva al aeropuerto de Balmaceda, avanzamos por un camino marcado por cumbres nevadas, ríos y quebradas, hasta llegar a Cerro Castillo, donde termina el asfalto. Nos detuvimos un minuto para llevar a una pareja de israelíes. Tenían ya un par de meses dando vueltas por Patagonia y esa misma mañana acababan de terminar el sendero de tres días que recorre Cerro Castillo: destino que va al alza y que muchos comparan con Torres del Paine por razones que se ven desde la carretera.
Seguimos: aceleramos bordeando la Laguna Verde y más allá se veía el llamado "Bosque Muerto", testimonio de la erupción del volcán Hudson en 1991. En total, entre Cerro Castillo y Puerto Tranquilo hay 118 kilómetros, marcados por una vegetación cada vez más verde y por el primer encuentro con el Lago General Carrera, donde es imposible no detenerse para fotografiarlo.
Llegamos a Puerto Tranquilo en un par de horas y nos despedimos de los israelíes, que de inmediato partieron a ver opciones para navegar a las Catedrales de Mármol. Nosotros, por cierto, no teníamos tiempo para eso y seguimos al sur. A poco andar comprobamos que es cierto lo del microclima del General Carrera. Bajo un sol radiante, hacía calor y corría poco viento. De paso, verificamos que casi todos los viajeros eran gringos. Alemanes, estadounidenses, franceses, suizos, italianos son mayoría en la Carretera y, por lo mismo, son quienes más saben del camino: trekkings poco conocidos, sitios buenos y baratos, locales con wifi, dónde encontrar café de grano.
Recogimos a uno de estos viajeros cerca de Puerto Bertrand. Daniel, ingeniero de Munich, venía de caminar por el Valle de Los Leones. Sin ver a nadie en tres jornadas, había ido hasta Campo de Hielo Norte, completamente solo, con una carpa y una cocinilla.
En los 20 kilómetros previos a Cochrane, el camino sube y baja por curvas en todos los ángulos. Manejar deja de ser un placer, pero seguro no se trata del sacrificio que implicó la creación de toda la ruta: a partir de 1976, más de 10 mil soldados trabajaron en una de las obras de ingeniería más costosas y difíciles en la historia del país. Un megaproyecto vial que costó la vida de varios soldados en diversos tipos de accidentes, y que recién en septiembre de 1999 alcanzó a Villa O' Higgins, que así dejó de considerarse uno de los sitios más aislados de Chile.
En Cochrane paramos para dejar al alemán y descansar un rato. Iban ocho horas de viaje. 334 kilómetros. Eran las cuatro de la tarde. Después de cargar combustible caminé un par minutos. En la calle no había mucha gente. A unas cuadras vi las letras blancas y gigantes que forman la palabra "COCHRANE" sobre una colina, al estilo Hollywood, y de las que muchos santiaguinos, que se creen muy cosmopolitas, se ríen.
Faltaban 123 kilómetros hasta Tortel y partimos. Fue entonces que pensé eso de "Usted no lo haga". Me di cuenta de que me hubiese quedado feliz en Cochrane y que había sido un completo error planificar así el viaje. En paralelo, otra idea comenzó a aparecer en mi cabeza: la de volver.
Es extraño, pero antes ya me había pasado lo mismo con un par de sitios (Putre y Raivavae, una isla pequeña del Archipiélago de las Australes en la Polinesia Francesa), donde a poco de llegar quería volver, sabiendo que el tiempo no sería suficiente. Con esa sensación y en extremo cansado manejé los últimos kilómetros hasta Tortel, bordeando los lagos Esmeralda y Vargas, atravesando una vegetación cada vez más verde y salvaje. Con Felipe ya no hablábamos, sólo mirábamos las decenas -quizá cientos- de glaciares y cascadas a lo lejos.
A las siete de la tarde, después de 11 horas de viaje, por fin llegamos a Tortel. Desde el sector alto bajamos con el equipaje. Las hermosas pasarelas fabricadas con ciprés de las Guaitecas, que parecían tan lindas desde lejos, fueron un infierno los 20 minutos que tardamos en llegar a Estilo.
Supongo que no hace falta aclarar que Estilo, no tiene nada de "estilo" en el sentido en que las revistas de moda y decoración entienden la palabra. Pero tiene todo lo que necesito para escribir este diario: una silla, una mesa, una estufa a leña y vista a la caleta más bonita de la Patagonia.
Día 2:
Epifanía y represas
Como pocas veces -puede llover un mes sin parar-, Tortel amaneció con pocas nubes. En el desayuno con Felipe decidimos no movernos y aprovechar el día soleado en la caleta.
Por las pasarelas sobre el agua partí hacia el sector donde se encuentra la playa. En el camino comprobé la gran variedad de aves que habita la zona: escuché el canto de un chucao y vi pasar un martín pescador. Subí y bajé pasarelas y apuré el tranco para cruzar al otro lado de la bahía y alcanzar el mirador desde donde se obtiene la clásica postal de Tortel. En silencio me dediqué a mirar los efectos de los cambios de luz sobre el agua y me entretuve con las lanchas que entraban y salían de la bahía. "¿Hay algo más que hacer aquí?", me pregunté. Probablemente sí, concluí, pero en ese momento yo no quería hacer más que eso: contemplar y respirar de manera consciente el aire frío y limpio de la Patagonia.
Si me preguntaran ahora, cuando ya es de noche y llueve con furia en Tortel, diría que el del mirador fue un instante epifánico. O algo así. El nombre da lo mismo. Lo cierto es que, por un par de minutos, dejé de pensar en mi vida -cuentas de luz, agua y gas; e-mails, y toda esa clase de tonterías- y estuve ahí con la certeza de que en ese momento no quería estar en ningún otro sitio. Sólo ahí. Y eso no pasa mucho, ¿no? Al menos no a mí.
La mentada epifanía terminó de la manera más mundana y calórica posible: con una "pichanga típica de Tortel" en una cocinería sin nombre cerca de Estilo. Cuento corto: el plato (para dos) consistía en un cerro de carne y papas fritas, salchichas, trozos de palta y tomate, queso fundido y aceitunas, todo coronado por un par de huevos fritos. ¿Bueno? Sí. Pero más que eso, demoledor.
Escondido en el sector alto del centro de Tortel, el lodge Entre Hielos es una construcción de madera de líneas simples, decorado de manera sencilla. En el estar principal está el comedor, la cocina a la vista y el living. Ahí me senté a conversar con María Paz Hargreaves, arquitecta santiaguina que vino por primera vez a Tortel hace más de diez años. Desde entonces, volvió decenas de veces, se casó con el tortelino Noel Vidal, con quien levantó y administra hoy Entre Hielos.
Hablamos un par de minutos sobre las trivialidades que un periodista de viajes acostumbra preguntar -número de habitaciones (6), precios (desde 120 dólares diarios), ese tipo de cosas-, y no recuerdo bien cómo empezamos a conversar del tema sobre el cual todo el mundo habla en la caleta: las represas.
Partí luego a recorrer el sencillo trekking de dos horas que sube a la cima del cerro Bandera, desde donde se aprecia el Baker llegando al Pacífico, después de zigzagueantes 180 kilómetros de recorrido desde el lago Bertand.
Cuando volví a Estilo no estaba cansado, pero sí embarrado. Cerca de las 10 de la noche partimos al restorán Mirador. Ordenamos salmón. Estaba excelente.
Día 3:
La gringa y la confluencia
Llovía cuando hoy, a las 8 de la mañana, salimos de Tortel. El camino estaba resbaladizo y me di cuenta de una cualidad que pocas carreteras poseen: la Ruta CH-7, en sentido inverso, vuelve a sorprender con glaciares, cascadas y cumbres que antes no viste.
Cerca del mediodía, después de tres horas, estábamos de vuelta en Cochrane, el único punto de este recorrido donde hay señal de celular. El restorán que nos habían recomendado, Adas, aún no abría. Justo afuera conocimos a Danille Evenson. Nacida en Nueva Jersey, Dani, a sus 40 años, es una experta en salmones que trabajó por más de cinco años para el gobierno estadounidense en Anchorage, Alaska. Hace cinco meses, sin embargo, decidió renunciar a su trabajo para venir a escalar a Sudamérica por una cantidad aún indeterminada de tiempo. Eso fue parte de lo que ella nos contó en Ñirrantal, un restorán-cafetería que, según le habían comentado otros gringos, era muy bueno. Y, desde luego, lo era: las hamburguesas caseras que pedimos se convirtieron en lo mejor que comí en el viaje.
Dani quería ir a Puerto Tranquilo igual que nosotros y, por supuesto, la llevamos (me hubiese dado lo mismo que no se hubiera bañado en una semana). En el camino hablamos de su trekking los tres días anteriores por el Valle de Chacabuco, de por qué había viajado más de 15 mil kilómetros para escalar en Patagonia -"estoy buscando un gran cambio en mi vida", dijo- y de la famosa Confluencia. ¿Qué es eso? El punto donde los ríos Neff y Baker se unen y que, por ir apurados cuando íbamos a Tortel, pasó inadvertido.
Media hora antes de llegar a Puerto Bertrand, el sitio para detenerse y caminar a la Confluencia no está bien señalizado, pero lo usual es ver autos estacionados. Dejamos la camioneta y caminamos hasta los roqueríos desde donde se aprecia, a un par metros, cómo las aguas turquesa del Baker se unen a las grises del Neff (provenientes de glaciar del mismo nombre, en Campos de Hielo Norte). Postal cliché y todo lo que se quiera, el lugar es el indicado para medir el volumen y potencia del Baker, que con un promedio de hasta 1.000 metros cúbicos por segundo es el río más caudaloso de Chile (sólo para hacerse una idea: 150 veces más que el Mapocho). Al comienzo atemoriza pararse junto a la orilla. El tronar del agua fomenta al miedo, pero luego se siente confianza, uno se relaja y al rato disfruta como un niño fotografiándose con el río de fondo.
Volvimos a la camioneta y traté de conducir lento para disfrutar la carretera junto al Baker, que cerca de Puerto Bertrand adquiere un color cian indescriptible. Nos detuvimos sólo 10 minutos en Bertrand para tomar un par de fotos de registro. Habíamos decidido comprobar el dato que un par de gringos nos había dado: ir a las famosas formaciones de mármol del General Carrera desde Bahía Mansa, unos 10 kilómetros al sur de Puerto Tranquilo. ¿Cuál era el valor del dato? Desde ahí los paseos son más baratos y, además, se ahorra más de 30 minutos del viaje ida y vuelta desde Puerto Tranquilo.
Llegamos a Bahía Mansa cerca de las 7 de la tarde. Pagamos 25 mil pesos por el paseo, que efectivamente resultó más económico y mejor que desde Puerto Tranquilo: el embarcadero está a un par de minutos de la Capilla, la Catedral y los túneles de mármol por donde paseamos más de media hora (ahí vi una lancha que venía desde Tranquilo: dio una vuelta de apenas 5 minutos y regresó).
Llegamos a Puerto Tranquilo cerca de las 9 de la noche. Estaba claro aún y partimos a buscar un lugar para dormir. Era viernes y, después de preguntar en cinco sitios -había mucha demanda ese día, nos decían-, dimos con una cabaña donde nos quedamos con Dani, que a esas alturas ya era una más del equipo.
Día 4:
Despedida en el bus
Cuando desperté, Dani daba vueltas alistando su mochila para cuatro días de trekking por Cerro Castillo, donde la dejaríamos mientras nosotros seguíamos nuestro viaje hacia el aeropuerto. Afuera, el día otra vez era la imagen de un folleto promocional de la Patagonia. Partimos a las 9 de la mañana. En un par de horas las singulares cumbres nevadas de Cerro Castillo y el resto de montañas a su alrededor anunció que estábamos cerca del asfalto.
Llegamos a Villa Cerro Castillo, donde antes de despedirnos de Dani decidimos almorzar en la Cocina de la Sole: una fuente de soda que funciona en un par de viejas carrocerías de buses junto a la Carretera, con buenos sándwiches, estufa a leña y la mejor vista a Cerro Castillo. En el aire había algo de nostalgia. Entonces, supe que el viaje se terminaría ahí.
A la espera de las hamburguesas (sabrosas y contundentes; muy buenas por 2.500 pesos), Soledad Almonacid, la dueña, contó que atendía todo el año, pero que el verano era su mejor época.
Cuando trajo la comida tomé mi lápiz y la libreta y los guardé dentro del bolso. Ahora sí, pensé, el viaje terminaba. Miré a Felipe, a la gringa y la cumbre nevada de Cerro Castillo por la ventana. Estoy seguro de que sonreí.
La Carretera Austral es una de las obras de ingeniería más costosas y difíciles de la historia de Chile.
Comer
La cocina de la Sole: buenos sándwiches e insuperable paisaje de montaña. Parada obligada. Carretera Austral 10, Villa Cerro Castillo.
Darka: residencial con buena cocina casera, abierta a todo público (no sólo pasajeros). Los Arrayanes s/n, Puerto Tranquilo.
Ñirrantal: excelentes hamburguesas recién preparadas, consomé y jugos naturales. Bernardo O'Higgins 670, Cochrane.
Mirador: el restorán más formal de la caleta Tortel. Buenos pescados y vista a la bahía. Sector Centro s/n.
Sabores locales: excelente comida en base a productos de la región. Sector Rincón Bajo s/n, Caleta Tortel.
DATOS PRÁCTICOS
Llegar
Lan vuela a Balmaceda desde 96.500 pesos, más impuestos (precio referencia marzo).
Dormir
La Estrella: Cabañas sencillas y equipadas desde 35 mil pesos para cinco personas. Los Arrayanes 389, Puerto Tranquilo.
Green Baker Lodge: cabañas para dos a seis personas desde 50 mil pesos. Carretera Austral, km. 3 pasado Puerto Bertrand;
www.greenlodgebaker.com
Estilo: en Tortel, sencillo y cálido. 10 mil diarios por persona. Sector Base; tel. (67) 234 815.
Lodge Entre Hielos: en Tortel, sofisticado, excelente cocina. Dobles, 120 dólares.
www.entrehielostortel.cl
Es un error planificar este viaje en pocos días. Como mínimo hay que tener una semana para ir parando en el camino.
Texto: Rodrigo Cea, desde la Carretera Austral, Región de Aysén. Fotos: Felipe González..
No había visto hasta ahora este artículo tan bueno. Gracias Vero. ¡Qué razón tiene!, la Ruta Austral hay que conocerla despacio.
Con relación al texto, aclaro que ahora ya hay cobertura de celular en Tortel, desde hace un año aproximadamente.