Por razones obligadas por el vuelo y el plan del viaje, habíamos terminado el crucero por el Nilo en Luxor. Así que tras visitar el Valle de los Reyes a primerísima hora, después del almuerzo un taxi nos llevó hasta Asuán, lugar desde donde parte el crucero por el Lago Nasser. Fue un viaje largo y pesado, de 180 kilómetros y casi tres horas de duración, por una carretera paralela al Nilo pero entre desierto y pueblos remotos, que nos ofreció una perspectiva muy diferente a la de la fantástica travesía en barco que se realiza entre ambas ciudades a bordo del Crucero del Nilo.
Claro que eso es Egipto: vergel a las orillas del río sagrado, fuente donde la vida cotidiana fluye tranquila, con el ganado pastando, los niños jugando, las mujeres lavando y los hombres capturando peces en sus pequeñas barcas; y justamente detrás de la vegetación, reina el desierto. Sin embargo, aquel intenso contraste entre el azul del agua, los distintos tonos de verde y el rojizo-amarillento enmarcando el fondo lo perderíamos durante los días siguientes, pues nos íbamos a encontrar un panorama muy distinto.
Orillas del Nilo entre Asuán y Luxor.
Orillas del Lago Nasser.
Orillas del Lago Nasser.
Ya en Asuán, para alcanzar el lugar de amarre del barco, en el lado sur de la presa, tuvimos que atravesar un control de policía al entrar en la zona de los muelles, donde nos aguardaba nuestro barco, el Nubian Sea, uno de los pocos que realizaban el recorrido (creo que actualmente son menos todavía y el Nubian Sea es uno de los que subsisten), todo lo contrario que los que hacían el Crucero del Nilo, que eran decenas por aquella época. Lo elegimos porque tenía un precio y una categoría intermedios entre los que nos ofrecían, pero ciertamente era más viejo y, pese a estar catalogado como de “lujo”, quedaba muy lejos en cuanto a confort y aspecto del flamante “Opera”, en el que tanto habíamos disfrutado los días anteriores. Bien es cierto que nos vimos compensados por otros detalles, como el menor número de personas a bordo, la cómoda cubierta, la amabilidad de la tripulación, que se desvivió por agradarnos, y la estupenda relación que trabamos con otros compañeros de viaje.
A la llegada nos acomodaron en nuestro camarote, mucho menos lujoso que el del crucero anterior y en el que enseguida echamos en falta su fantástica terraza, sustituida por una ventana alargada y estrecha, que no nos permitiría contemplar demasiado el horizonte. Sin embargo, reconozco que rezumaba cierto toque “romántico” en el sentido más decimonónico de la palabra; además, estuvimos cómodos y cada día, al volver de las excursiones, no nos faltaron sobre las camas las típicas manualidades formadas con colchas o toallas por parte del personal que arreglaba los camarotes, todos hombres. Creo que ninguno de ellos nos entendía ni jota, pero en cuanto nos veían aparecer no dejaban de repetir “buenos días”, “bienvenidos” y “gracias” con una sonrisa de oreja a oreja.
Contraste entre los camarotes del Nubian Sea y del Opera.
Como suele ser habitual en los cruceros, y en éste con más motivo porque no hubiésemos encontrado lugar alguno en donde comer, el régimen era de pensión completa, aunque no había bufet libre sino un menú, servido directamente por los camareros en las mesas; lo que no me acuerdo es si era posible elegir entre diferentes platos. A la hora de cenar nos asignaron una mesa, que debimos mantener durante todo el trayecto, compartida con otras ocho personas que hablaban nuestro idioma: una pareja de Madrid, como nosotros, unos recién casados argentinos en viaje de luna de miel y cuatro catalanas de edades variadas. Recuerdo que, no sé muy bien el motivo, los primeros momentos fueron algo tensos entre nosotros, pero al final del viaje casi se nos saltaron las lágrimas al separarnos. Quizás fue porque en el crucero del Nilo nos encontramos con muchos españoles, mientras que en éste apenas éramos una quincena, que no tardamos en formar una pequeña pero apretada piña. Todos hicimos muy buenas migas y lo pasamos fenomenal durante aquellas horas vespertinas de charla y juegos de mesa en cubierta, admirando unos bellísimos atardeceres; y sobre todo después de la cena, cuando nos sentábamos a esperar que llegase la hora mágica de contemplar las estrellas, de las que nunca vi tantas ni tan brillantes. Pero a eso iré después. De momento, en mi narración, ya es hora de iniciar el crucero.
PRESAS DE ASUÁN.
En Asuán existen dos presas. La más antigua, la Baja, fue obra de los británicos, que la levantaron a 11 kilómetros del centro de la ciudad a principios del siglo XX y que se convirtió por entonces en la presa más grande del mundo. Sin embargo, después de varias reformas que incrementaron su altura se demostró incapaz de resolver el problema de las inundaciones generadas por el Nilo como consecuencia de las crecidas de su caudal. Por ello, se proyectó una nueva presa, la Alta o Gran Presa, construida 6 kilómetros al sur de la anterior entre 1959 y 1970 por el gobierno egipcio con ayuda técnica y financiación soviética en buena medida.
Presas Baja y Alta en Google Maps.
Asuán tiene zonas con mucha vegetación, pero el entorno de la Gran Presa es muy árido.
Asuán tiene zonas con mucha vegetación, pero el entorno de la Gran Presa es muy árido.
Sin embargo, pese a mitigarse los efectos catastróficos de las inundaciones y lograrse un incremento muy considerable de energía eléctrica, esta mega-construcción, de 111 metros de altura y 980 metros de anchura en la base, trajo consigo consecuencias mucho menos positivas, como el impacto ecológico sobre una zona de frágil equilibrio ya de por sí y la alteración de los hábitos, la forma de vida y, por tanto, la economía de las gentes que poblaban desde tiempos de los faraones las antiguas márgenes del río. De hecho, más de 800.000 nubios que vivían en las tierras situadas entre Asuán y Abu Simbel tuvieron que ser desplazados a otras zonas del país al quedar las suyas anegadas.
Al gigantesco embalse generado por la Presa Alta o Gran Presa de Asuán se le dio el nombre de Lago Nasser, en honor de Gamal Abdel Nasser Hussein, militar, estadista y uno de los principales líderes árabes de su época, que presidió Egipto entre 1954 y 1970, año de su fallecimiento. Con16 kilómetros de ancho máximo, 480 kilómetros de longitud, una superficie de 5.248 kilómetros cuadrados y 31,4 metros de profundidad media, que alcanza los 180 en el punto más hondo, es el octavo lago mayor del mundo por superficie (el primero artificial) y el cuarto por volumen de agua, pues puede llegar a acumular hasta 157 kilómetros cúbicos.
Lago Nasser en Google Maps.
Aunque la presa se terminó en 1970, comenzó a llenarse ya en 1964, si bien no alcanzó su plena capacidad hasta 1976. El proyecto y, sobre todo, el inicio de su construcción encendieron todas las alarmas entre los arqueólogos del planeta entero, pues Abu Simbel y varias docenas de templos más corrían el peligro de ser tragados por las aguas. En una operación de rescate sin precedentes patrocinada por la Unesco, veinticuatro de aquellos templos fueron localizados, excavados, desmontados en bloques y trasladados a ubicaciones más seguras, mientras otros se cedieron a países que habían colaborado en el rescate, entre ellos España. Así el Templo de Debod se instaló en un parque de Madrid, situado en la antigua montaña del Príncipe Pio. Todos estos templos están declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1979 formando parte del Museo al Aire Libre de Nubia y Asuán, que integra los monumentos del antiguo Egipto en la región de Nubia, desde Asuán a la frontera sudanesa.
Templo de Kalabsha desde la Gran Presa.
En este crucero íbamos a surcar las aguas del gran embalse y tendríamos la oportunidad de contemplar algunos sitios arqueológicos de la Baja Nubia, la mayor parte rescatados de las aguas, que permanecieron fuera de las vías de comunicación e inaccesibles a los viajeros durante años, hasta que comenzó a operar el crucero. Y es que no se podía llegar de otro modo que no fuese el barco, ya que por motivos de seguridad las rutas por pista o carretera estaban cerradas al tráfico privado de extranjeros, circulando únicamente los comboyes oficiales turísticos con destino a Abu Simbel. Ignoro si en la actualidad la situación ha cambiado. Todas las visitas que hicimos durante este crucero fueron guiadas y con escolta de soldados armados, si bien mientras en algunos templos apenas advertimos su presencia, en otros los llevábamos muy cerca y no nos perdían de vista. Y es que la amenaza de los atentados terroristas contra el turismo no ha dejado de estar presente en Egipto desde hace bastantes años.
Templo de Dakka
El guía en lengua castellana que nos asignaron se llamaba (bueno, espero que se siga llamando) Omar y nos hizo pasar muy buenos ratos. Pese a que al principio podía parecer algo arisco, era porque nos costó un poco de tiempo entender su gesto imperturbable combinado con un implacable humor sardónico; en cuanto le cogimos el hilo, nos reíamos a carcajadas con sus enrevesadas (iba a escribir diabólicas, pero me contengo) ocurrencias. También influyó el hecho de que nuestro grupo (al contrario que el de habla inglesa, integrado por bastante más gente) era reducido, unas quince personas, todos nos llevábamos muy bien y en ningún momento nos sentimos formar parte de un tour impersonal y masificado, obligado a verlo todo deprisa y corriendo. En ese sentido, el crucero en su conjunto y las visitas que hicimos estuvieron muy bien. En cualquier caso, excepto Abu Simbel, el número total de visitantes en estos monumentos era muy pequeño en comparación con los de otras zonas de Egipto por aquella época.
Templo de Wadi el Seboua y su entorno en el Lago Nasser.
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