Día 2 (I): Dorsoduro y Giudecca ✏️ Travel Journeys of ItalyNos despertamos justo antes de amanecer y salimos del hotel sobre las 8. A esa hora las calles están prácticamente desiertas, sobre todo las más comerciales, en las que las tiendas no abren hasta más tarde. Hoy queremos visitar parte del Dorsoduro...Travelogue: Invierno en Venecia⭐ Points: 5 (8 Votes) Travelogues: 9 Localization: ItalyNos despertamos justo antes de amanecer y salimos del hotel sobre las 8. A esa hora las calles están prácticamente desiertas, sobre todo las más comerciales, en las que las tiendas no abren hasta más tarde. Hoy queremos visitar parte del Dorsoduro y la isla de la Giudecca, así que vamos a comprar la tarjeta de transporte del vaporetto. Cuando estuve aquí en verano visité San Michele, Murano, Burano y Torcello. Madrugando, con muchas horas de luz por delante y con la suerte de no encontrar llenos los vaporettos de vuelta, tuve tiempo para poder formarme una idea general de todas ellas. Murano me pareció más “corriente”, como un barrio más veneciano, y no la exploré en profundidad, pero Torcello me encantó y recomiendo mucho ir. Sobre Burano, creo que su fama está completamente merecida. Esta vez hemos escogido la Giudecca para la hora de comer porque hemos leído que es la isla en la que viven los Venecianos y en la que se desarrolla la vida “real” en Venecia. Como estamos a 10 minutos de la plaza San Marcos, no podemos resistir la tentación y volvemos por la mañana para empezar nuestra ruta desde aquí. El agua está más alta que el día anterior, aunque la marea no llega hasta el último escalón que separa la plaza del mar, que tiene algunas zonas inundadas, pero ni siquiera han llegado a instalar las pasarelas porque creo que al final no tendremos acqua alta, ni para bien ni para mal. No hay casi nadie, amenaza lluvia y hace mucho frío. A diferencia de ayer, hoy no hay tanta bruma y podemos ver con nitidez las cúpulas que asoman detrás de la línea de góndolas. Vamos por el paseo Giardini Ex Reali hasta que acaba y nos obliga a adentrarnos en las calles del barrio de San Marcos. Volvemos a pasar por algunas de las que vimos por la noche hasta que llegamos al campo San Maurizio. Desde aquí se ve perfectamente la inclinación del Campanile di Santo Stefano. Nos acercamos por un lateral y vemos que está apuntalado. Después llegamos al campiello Pisani. Diría que esta plaza no tiene nada de especial pero llama la atención en apiñamiento de casas que hay a uno de los lados. En esta zona se mezclan los palacios, los museos, las casitas bajas y las iglesias. El campiello conecta con una de mis plazas favoritas de Venecia: el campo Santo Stefano. Es una plaza alargada en la que hay varias terrazas, iglesias, el Instituto Veneto y un puesto de flores en una esquina maravillosa y llena de vegetación de esas que aparecen de repente en esta ciudad. Dorsoduro El campo San Vidal, en su tramo final, conecta con el puente de la Academia. Pasados unos edificios de colores pastel que asoman por detrás del un canal con su puente de hierro, se encuentra la enorme estructura de madera del puente, que se trataba de una construcción provisional para cruzar el Gran Canal, pero finalmente lo dejaron como estaba. Es una suerte porque desde arriba se consigue una de las mejores vistas sobre el canal a cualquier hora del día: palacios de colores que se ondulan con la curva del canal y Santa Maria della Salute al final. Cruzando el puente llegamos a mi barrio favorito: el Dorsoduro. Pasamos por delante de la Galeria della Accademia y seguimos en dirección a uno de los secretos de la ciudad que me parecen más curiosos: la casa della sveglia con su despertador colgado en una pared. Cuenta una leyenda que había una mujer en el barrio a la que le gustaba la magia negra, y alguien colgó el despertador para que marcara las horas en las que bruja hacía sus conjuros. La historia es algo así, si no lo recuerdo mal. También se dice que las veces que se ha intentado retirar, han ocurrido fenómenos extraños, así que ahora está protegido por un plástico que lo salvaguarda de la meteorología para que nadie caiga en desgracia. Después de ir a ver esta gran frikada, seguimos paseando en dirección al campo Santa Margheritta con la intención de ir a desayunar, porque lo único que llevamos en el cuerpo es el café de máquina del hotel. A diferencia de San Marcos, en este barrio los edificios no son tan altos y se puede pasear por las fondamentas que siguen el trazado de los canales. No hay tantas tiendas como las que se ven en pleno centro, de ropa o de souvenirs, así que el ambiente no es tan comercial. Diría que este barrio es más joven, está más vivo y es más artístico. Perderse por aquí es un seguro para encontrar un canal o un puente más bonitos que el anterior, y para acabar en pequeñas plazas sin salida que obligan a deshacer el camino. Antes de llegar, nos encontramos con el campo San Barnaba. Es una placita delimitada por un canal y el Museo Leonardo da Vinci. Pero lo que más nos ineresa ahora mismo es ver si hay mercado. Lo hay. Consiste en un par de barcas ancladas en el canal con plantas, veduras y frutas. Es el primer mercado flotante que veo. Empezamos a ver gente con carritos de la compra, paseando al perro, ... la vida veneciana ha encontrado el lugar en el que abrirse camino entre tanto turista. Y estamos a pocos pasos de todo. Merece la pena venir hasta esta zona, no solo para ver a los venecianos en sus actividades cotidianas sinó porque todo el barrio tiene un encanto y una fotogenia que deben ser descubiertos. En esta zona, las pequeñas galerías de arte han sido sustituidas por las ferreterías. No paro de encontrarlas y me llaman la atención por la grifería dorada que exponen en los escaparates. Estoy tentada a llevarme un grifo para casa, de esos que tienen la figura de un delfín a modo de mando. Ahora sí, llegamos al campo Santa Margheritta. No es la plaza más grande ni la más bonita, pero es la que parece tener mejor ambiente. Es uno de esos lugares que te acoge y que te hace sentir casi como si estuvieras en casa. Nos sentamos en la terraza del primer bar que vemos y pedimos 3 cafés con leche. Es el Margaret DuChamp y más que un bar parece un pub, pero da igual porque cada café en la terraza nos ha costado 2,5€. Antes de ir a buscar el vaporetto, cruzamos un canal y nos acercamos hasta San Pantalon, una iglesia con un exterior bastante austero, con muros de ladrillo y si apenas ornamentación, que no parece gran cosa pero que esconde un secreto en su interior. Entramos y miramos al techo para ver el que, posiblemente, sea el tapiz más grande del mundo. Parece un fresco pero es una tela. La entrada a la iglesia es gratuita, pero hay máquinas en las que se puede echar un euro para que el techo se ilumine. Lo hacemos, y nos regalamos a nosotras y toda la gente que pasea por el interior una visión mejorada y espectacular de los detalles del tapiz, con figuras en 3d que parecen querer escapar. Esta obra descomunal es de Gian Antonio Fiumani. En la iglesia, también hay una de las últimas pinturas de El Veronés, la de “San Pantaleón sanando a un niño”. Venecia es un museo plagado de obras de arte al alcance de casi todos. Desde aquí, salimos a buscar el Gran Canal siguiendo las indicaciones de “al vaporetto”. Llegamos a una de las paradas y vemos que las máquinas para sacar los billetes están en varios idiomas, entre ellos es español. Tenemos dos opciones: comprar solo dos billetes, el de ida y el de vuelta de la Giudecca, que ya no cuestan 7,5€ cada uno, sino 9,5€, o comprar una tarjeta de transporte para varios días. Escogemos la de 1 día, que cuesta 25€, cosa que no está nada mal teniendo en cuenta el precio del billete sencillo. Estos abonos de transporte son unipersonales, así que compramos 3. De esta manera, no tenemos que preocuparnos por las distancias que haya que recorrer, y podemos disfrutar de una de las joyas del viaje: un paseo en barco por el Gran Canal. Es bastante sencillo orientarse en estas paradas. Suelen tener el número de vaporetto, que indica todo el recorrido de la línea, y las letras A, B o C, que indican la dirección. Nosotras tomaremos uno hasta San Marco, y allí, cambiaremos de barco para ir a la Giudecca. Iniciamos el viaje, emocionadas como si hubiéramos estado haciendo cola para subir a una montaña rusa. Apenas hay olas en la laguna, así que el vaporetto no marea en absoluto. Es como desplazarse por una carretera que ha subido de nivel infinitas veces. La perspectiva del puente de Rialto, alejándose al fondo del Gran Canal, y de los palacios y sus jardines desde el agua, es una de esas cosas que creo que nadie debe perderse cuando visita Venecia. Además, el canal grande apenas tiene paseos (o fondamentas) que lo recorran en paralelo, así que el vaporetto es la mejor manera de verlo al completo. Empiezan a asomar las cúpulas de Santa Maria della Salute bajo el puente de la Academia, el palacio Ca Dario, que se dice que está maldito, el edificio que alberga la colección Peggy Guggenheim y más adelante, la Punta della Dogana. Esto es, literalmente, la punta del Dorsoduro, y en ella hay un centro de arte contemporáneo que me gustaría visitar en una de mis próximas veces en Venecia. Lo que más destaca a simple vista es la Palla d’Oro, una esfera de bronce sustentada por dos atlantes y coronada por la diosa Fortuna. En este punto, el Gran Canal se abre y se ensancha, y deja ver al fondo todo el conjunto de la plaza San Marco. Verla desde el mar también es un regalo para los sentidos. Paramos aquí para tomar el siguiente barco, que llega en 5 minutos, y nos deja en otros 5 en la Giudecca, parando antes en San Giorgio Maggiore. Giudecca De camino por el canal, vemos uno de los edificos que más me gustan de esta isla, la casa dei Tre Oci, con sus tres ventanales a modo de ojos que miran hacia Venecia, y que acoje una galería fotográfica que también me gustaría visitar la próxima vez. No bajamos aquí, sino en la siguiente parada, justo delante de la iglesia del Santissimo Redentore, de Andrea Palladio. La fachada, blanca e impoluta, es una de las que más destaca cuando se mira hacia la Guidecca desde el extremo del Dorsoduro. Vemos que cobran entrada así que no visitamos el interior, solo nos asomamos un poco a la puerta para ver qué nos estamos perdiendo. Leí en algún blog que los mármoles de algunas plazas e iglesias de Venecia contienen fósiles, así que buscamos en el mármol y descubrimos varios ammonites en algunos peldaños de la escalinata de la entrada. Empezamos nuestro paseo por la fondamenta que transcurre paralela al canal de la Giudecca y al Dorsoduro y muy pronto encontramos todo lo que prometía la Giudecca: supermercados, fruterías, pescaderías, carritos de la compra, estancos, bares y muy pocos turistas. Desde esta calle se puede ver el final de la isla a lo ancho, que apenas debe medir 300 metros, pero no a lo largo. Hace tanto frío que hasta las gaviotas están “esturrufadas”, pero parece que el sol está intentando salir. Se dice que el nombre de la isla proviene de “enjuiciar”, y que se se expulsó aquí a los artistócratas conflictivos de Venecia, así que por el camino encontraremos algunos palacios, no tan exhuberantes como los que hay en la isla principal, y algunos jardines en las calles del interior de la isla. De momento, la arquitectura de esta fondamenta parece la de un barrio corriente veneciano. Aquí también hay farolas de hierro verde y cristal rosa, y los bancos también son de color rojo. Estos detalles, con Venecia siempre al fondo, hacen que el paseo parezca una galería de postales. Además, todos los restaurantes han sacado sus terrazas a la orilla del canal. Si no hiciera este frío, ya nos habríamos sentado en alguna mesa a tomar algo mientras disfrutamos de unas vistas que no tienen competencia. Si se paga de más, por lo menos que sea con vistas. Alguien recomendó el Bar la Palanca para ir a comer y estamos pasando justo por delante. Todavía es muy pronto pero aprovecharemos el frío para entrar a tomar algo y ver qué se puede comer más tarde. Es un bar pequeñito, de clientela veneciana, y tienen platos del día a precio normal. Nos dicen que para hoy están completos y que si queremos comer, podemos hacerlo ahora, a las 12:30. Es demasiado pronto para lo que estamos acostumbradas, así que buscaremos un plan b mientras tomamos un zumo de naranja, un café con leche y una infusión, todo por 7€. Ha salido el sol. De hecho, el cielo está tan azul que parece que no haya estado nunca nublado. Caminamos un poco más hasta encontrar la entrada de Santa Eufemia, una iglesia que a simple vista puede pasar desapercibida porque su entrada lateral está bajo un pórtico con columnas. La fachada es muy austera pero nos sorprende su interior bastante ornamentado, en colores pastel y de diferentes estilos, fruto de remodelaciones posteriores. Continuamos por el paseo y llegamos a una parte de la isla bastante interesante. Durante el s. XX, la isla tomó un carácter más industrial y se construyeron fábricas y almacenes de ladrillo rojo. Hoy en día, uno de los almacenes lo ocupa el Showroom Fortuny, de telas. El edificio que más destaca es el del Hotel Hilton, una estructura neogótica enorme de ladrillo que pertenecía al molino Stucky. Impresiona sobre todo por sus dimensiones. En Venecia no hay edificios enormes, parece más bien una ciudad hecha a medida humana, pero el Hilton es enorme y se puede ver desde cualquier punto de la Giudecca. Volvemos atrás para buscar un restaurante. De camino, hemos visto uno que ofrecía un menú de dos platos. Ya sabemos lo que puede significar eso, pero como no estamos en el centro, nos arriesgaremos. Se llama El Redentore. Entramos a la sala, de ambiente agradable y con ventanales, desde la que comeremos con vistas y sin frío. Hay dos tipos de menú: el de pescado o el de carne. Escogemos 3 de pescado que consisten en unos espaguetis con salmón y unos calamares rebozados. Como ya hemos comido en Venecia, tenemos material para comparar. Todo está bastante mejor que lo que comimos el mediodía anterior. La cuenta sale por 66€, más o menos lo mismo que pagamos ayer, pero teniendo en cuenta que aquí, el menú cuesta 17€ en lugar de 13,5€, por lo que tanto el cubierto como las bebidas han sido más baratos. Creo que el bar la Palanca seguirá siendo mi primera opción de la isla por su ambiente local, pero pasear por aquí y acabar comiendo en este restaurante no supone, ni de lejos, una tragedia. Volvemos a una de las paradas del vaporetto. El primero en llegar va en dirección al barrio de Santa Croce, y como no tenemos pensado visitarlo en profundidad, se nos ocurre que pasar por allí en vaporetto es una buena idea para ver algo de tierra desde el agua. Tener la tarjeta de transporte de un día nos permite ser así de flexibles. Nos situamos mirando a la Guidecca y pasamos por delante del Hilton y, más adelante, por el típico barrio obrero setentero de edificios de colores que podría pertener a cualquier ciudad del mundo. Eso sí, las farolas siguen siendo rosas y Venecia sigue estando ahí. Al final de la isla vemos un bosquecillo de pinos. Paramos en un area industrial de Santa Croce, con carreteras y coches aparcados, la estación de bomberos, y esperamos al vaporetto que nos llevará en sentido contrario. Llega el 6.1 en dirección Lido. Esta vez, mirando a la orilla del Dorsoduro, vemos el edificio de la autoridad portuaria, también en ladrillo rojo, y un edificio en el que se puede leer “Visconti” en una de sus fachadas. Automáticamente, pensamos en Muerte en Venecia en el lugar más insospechado de toda la laguna. Cuando viajo, me suele gustar visitar la parte menos turística de algunas ciudades. No habría invertido el tiempo que requiere conocer esta parte a pie de ninguna manera, pero no ha estado mal pasear por aquí en vaporeto. A partir de aquí, vuelven las vistas de las fachadas típicas, las iglesias y los puentes, tanto a un lado del canal como al otro, y siempre con el Campanile de San Marcos al fondo. Allí es donde paramos, y esta vez vemos la plaza a la luz del sol por primera vez. 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