A la mañana siguiente de mi llegada a Suiza, me despierto a las 7 con el rrrumor del sirrrimiri, el piargg de los pájarrrros y el grajear de los cuerrrggvos. Voy a Brunau a coger el Intercity S4 a Zurich, pero como se me echa encima el tren, no me da tiempo a sacar billete y me acabo ahorrando un par de euros y pico, porque aunque busco a un revis@r como un loco por todos los vagones para pagar el billete, el tren llega a Zurich HB y tengo que apearme muy a mi pesar.
En la estación, tras confesarle mi plan de ruta del día, la afable taquillera me da la absolución con un pase para todo el día válido para las zonas a las que me voy a desplazar, por una dura penitencia del 50% de 52 € con mi Half Fare Card, osease 26 € en francos padres nuestros y ave marías suizos.
CATARATAS DEL RIN
De 150 metros de anchura por 23 de altura y gastando un 48 de pie, los únicos pescaos machotes capaces de remontar estas Rheinfalls son las anguilas, por su don para escalar retorciéndose por las rocas.
Justo en el medio de las cataratas, aguanta el tipo un peñasco campeón con una plataforma en la cima para ver el espectáculo, a la que se puede acceder por unas escalerillas en la base, en la que te dejan los botes turísticos que operan en la zona, por unos 9 €.
Como llegar (desde Zurich)
Tren
1.- Zurich HB a Neuhausen Rheinfall
-Salida cada hora, línea S9 tren directo con duración de trayecto de 50 minutos.
-Salida cada hora, varias líneas con transbordo en Schaffhausen, con duración total de trayecto de 57 minutos.
2.- Zurich HB a Schloss Laufen Rheinfall
-Salidas cada 12-18 minutos, varias líneas con transbordo en Schaffausen, con duración total de trayecto 45-50 minutos.
Bus
1.- Schaffausen-Schloss Laufen, Rheinfall
-Bus num 634 con salida cada hora desde la parada en la estación de trenes.
Neuhausen Rheinfall es la parada donde me bajo, y no hace falta dar un paso para ver las cataratas porque el mismísimo tren pasa por encima de ellas, lo cual en sí es todo un espectáculo.
Desde la estación de Neuhausen, al lado de la carretera en el lado norte del río y frente a las cataratas, tan solo hay que bajar al paseo que está al nivel del agua, morada del castillo de Wörth, los servicios, una cafetería, tiendas, y el embarcadero de los botes turísticos.
Desde este punto, la perspectiva frontal y a ras de río, proporciona una vista panorámica
magnífica y amplia, en la que quedan encuadradas las cataratas en su totalidad, incluyendo ambos lados, el lado norte con los edificios industriales y el molino de agua, y el lado sur donde se erige el castillo de Laufen. En ambos hay plataformas de observación pegadas al salto.
Siguiendo por el paseo, en apenas 10 minutos se llega llega al lateral de la caída, donde hay que subir unas cuantas escaleras que que pasan bajo una vieja rueda de molino de agua, para ascender al nivel donde se produce el salto. Desde los miradores prácticamente se toca el agua con las manos. Más adelante, el camino lleva al puente ferroviario y peatonal que cruza al otro lado para ascender al castillo de Laufen, donde se encuentra el acceso a la plataforma sobre la caída, a la que se accede abonando los 5 CHF, unos 4'5 €, que cuesta la entrada.
Yo no entro, y en su lugar almuerzo por 11 € con una cervela y una cerveza que pido en un chiringuito por la zona de la entrada. Hago la digestión dando una vuelta por los exteriores del castillo y los jardines de la iglesia, y mato dos pájaros de un tiro alejándome de los rebaños de chinos que visitan este lugar.
En la estación de Schloss Laufen, me equivoco de anden y monto en un tren dirección Winterthur en vez de hacia Schaffhausen, donde debo transbordar para coger los trenes que paran en Stein um Rhein. Bajo en la primera estación en la que para, apenas 5 minutos después, que resulta ser la de un pueblo llamado Dachsen, donde lo primero que percibo es que no hay una sola mota de polvo, y que las casas más básicas tienen unos 300 metros cuadrados.
El pueblo con pinta de residencial, tiene una llamativa y colorista estación de tren, alrededores con mucho verde, algunas casitas con jardines y flores, y una terraza de restaurante sin clientes. A la espera del siguiente tren, hago fotos y me fumo un cigarrillo que, aunque se me cae, lo recojo con premura para que no se contagie el suelo con las bacterias de mis dedos.
STEIN AM RHEIN
Situado a la orilla del lago Untersee (lago inferior), el más pequeño de los dos que forman el lago Constanza, justo en el punto donde el Rin vuelve a aparecer tras su entrada en el sur del lago por territorio austriaco, y comienza el descenso hacia su salto circense de 150 metros en Neuhausen, 19 kms río abajo, Stein am Rhein, un pequeño poblado de pescadores en sus orígenes, empezó pronto a convertirse en una próspera villa, debido a su ubicación estratégica en las rutas fluviales y terrestres.
En el año 1007, el traslado de la abadía de San Jorge al pueblo, con el consiguiente florecimiento del comercio que esto supuso, acabó dándole el empujón definitivo a la prosperidad del pueblo.
Stein am Rhein, en la actualidad con una población de unos 3500 habitantes, proclama su derecho a ser considerada la ciudad medieval mejor conservada del país, y nadie puede negar que es un pueblo de cuento, vistas las coloridas crónicas bíblicas e históricas plasmadas en los frescos de las fachadas de sus edificios medievales, cuyos dueños están obligados a conservar, sin ningún otro tipo de compensación que la propia condición de propietarios.
La ciudad partida en dos, está unida por un puente que une la parte sur donde se encuentra la estación del ferrocarril y donde el lago Untersee se estrecha canalizando al Rin en su carrera hacia las cataratas, con la norte, -el casco histórico-, ....
.... cuyo recorrido se inicia habitualmente entrando por la estéticamente apabullante plaza del ayuntamiento, con su sucesión de edificios de entramado de madera con encantadores miradores y murales, que dan testimonio del comercio, la moral, las fiestas, los artesanos, o reproducen los paisajes de viñedos de los alrededores, escenas de guerra, o historias mitológicas.
Tal esplendor tiene su precio en forma de inevitable masificación turística, que se tradujo el dia de mi visita, en unas horrendas graderias en la plaza del Ayuntamiento, -la postal del pueblo-, y en convertir en prácticamente imposible la toma de una foto “limpia” en el casco histórico, tanto por las sombrillas de los restaurantes que se recortan contra las fachadas, como por las multitudes que lo recorren a todas horas.
Alejándome de este punto, me perdí gustosamente por las callejuelas y plazas, y para apartarme aún más, crucé el puente para caminar por el sendero de la otra orilla del río, donde ya solo me topaba con los vecinos de las casas del margen. Placer extraño por otra parte, supongo que por lo inusual de tanta escena idílica, vecinos en tumbonas leyendo, familias en bañador al borde del agua, pescadores en sus barcas, patos con patitos, el perfil medieval del pueblo al otro lado, personas tomando el sol.
El relax solo es roto por un cisne saliendo a la orilla que, amenazante, le suelta un rugido MetroGoldwynMayer a una señora que, probablemente hechizada por el paraíso, se le acerca demasiado con el convencimiento de que está delante de otro animalito celestial.
Me quedo un buen tiempo, y más tarde, tras desaparecerme 37 € en un super, y aparecerme en una bolsa un paquete de spaguettis, una salsa, tres latas de refresco, dos manzanas, un sobre de grana padano, un trozo de queso, un pan de molde, un paquete de café soluble, un brick de ½ litro de leche, y un paquete de azucarillos, cojo el tren de vuelta a Schaffausen donde recibo la primera visita de un revisor, suelto mi primer Dankishen, y enlazo con el tren que me transporta a Zurich HB, y de allí a mi acogedor estudio de Brunau.