31 de julio de 2011.
El día ha vuelto a estar nublado y frío, aunque ha llovido un poco menos. Tras un desayuno con pasteles muy azucarados y buenísimos, en este caso una tarta Mozart y otra de mandarinen en una pastelería de Praguer Strasse, nos queda aún el plato fuerte: el Zwinger.
El Zwinger es uno de los palacios barrocos más bellos de Europa, que por nada del mundo nadie debería perderse. La entrada al patio central es gratuita, aunque hay que pagar por visitar los museos que alberga. Es muy grande, más de lo que aparenta, lleno de fuentes que en los días soleados deben ser una delicia y una cantidad enorme de estatuas interesantes, imprescindibles para comprender lo que es el barroco centroeuropeo. Alberga la Pinacoteca de Maestros Antiguos, con la famosa Madonna Sistina de Rafael, sobre la que se agolpan hordas de japoneses enfurruñados porque no pueden sacarle una pobre fotografía, cuando en la tienda de recuerdos la venden estampada hasta en bragas de niña, sobre todo los manidos angelitos que harían la delicia en cualquier bolso de pija; el resto pasa desapercibido para el resto, aunque es muuuuuuuuuy interesante si aprecias el arte. El otro museo es el de la colección de porcelana, muy bien presentado y muy fino y limpio, todo muy alemán; no es extraño que tuvieran que construir palacios tan grandes para alojar tal cantidad de cacharros.
Se puede entrar por la famosa Puerta de la Corona, que está rodeada por un canal lleno de patos que en invierno deben maldecir el clima alemán.
El Baño de las Ninfas también es precioso, una obra maestra del barroco alemán.
Se puede subir a las terrazas y pasear, disfrutando de unas vistas maravillosas.
Para comer dimos un montón de vueltas buscando salchichas, pero acabamos en un extraño restaurante tailandés comiendo sushi y un extraño brebaje azulado con mucha espuma; empezamos a creer en esa leyenda de que te quitan los órganos...
Antes de volver al Zwinger, paramos en la encantadora fuente del Ladrón de Gansos.
La tarde, tras terminar de ver el Zwinger, la dedicamos a pasear por la ciudad: fotos en la plaza del Teatro, el puente, el río Elba. Lástima que no hubiera ningún barco para pasear por el río, debido al tiempo. Por la otra orilla del río, bajamos hasta el agua; en unos ministerios preparan un cine de verano adonde nadie iba a ir. Algún barco se escapa entre la bruma, mientras por la ribera se disfruta un paisaje lluvioso y melancólico. Regresamos al centro y paseamos por la Terraza hasta unos bonitos jardines con esfinges; un extraño autobús checo convertido en monumento estropea el paisaje.


Cenamos de nuevo en el McDonald's, ya que es el único sitio abierto a las 9 de la noche y en la estación compramos los billetes para Wroclaw, aunque pasamos lo nuestro para que la máquina aceptara el dinero, todo bajo la mirada de numerosos buscavidas en la estación.
La vuelta al hotel se hace, de nuevo, lloviendo, a las 10, con pinta de madrugada cerrada. En el hotel sigue oliendo a pies; mis calcetines de ayer se han convertido en un arma de destrucción masiva; planeamos dejarlos en la papelera bien cerraditos en una bolsa. A dormir pensando en Polonia.