Esta visita no estaba incluida en el recorrido del viaje y le dimos muchas vueltas en cuanto a si ir a verlas durante nuestro segundo día de estancia en Cracovia o pasar y dedicarle todo ese tiempo a recorrer la ciudad. Cuando pedí opiniones, me contestaron de todo: que merecían la pena, que era mejor quedarse en Cracovia… No sabíamos qué hacer, aunque al final ganó la curiosidad: estando tan cerca, mejor juzgar por nosotras mismas, ¿no?
Exterior y entrada de las Minas.
También influyó que, al ser sábado, había un turno en español a las diez de la mañana (normalmente, hay solo uno a las doce), lo que nos permitiría volver a Cracovia con tiempo para almorzar y pasear un buen rato hasta la salida de nuestro tren a Varsovia a última hora de la tarde. Así que nos decidimos y reservé las entradas por internet con bastante antelación. Su precio, 78 PLN por persona, incluido el descuento para mayores. Existe un recorrido minero (exclusivament en inglés y polaco), supongo que más complicado que el turístico. He hecho en alguna ocasiones itinerarios de este tipo en cuevas y minas españolas, y me gustaron bastante; pero en este caso no era posible.
Zona de espera del itinerario de habla española y tabla de precios de la primavera de 2024.
Tomamos el autobús 304 y en unos treinta minutos habíamos cubierto los 12 kilómetros de distancia desde Cracovia y llegamos a las Minas. Está todo bastante bien organizado: hay unas carpas con banderas para que cada visitante se instale allí haciendo fila según el idioma en que ha reservado el tour. Las visitas son guiadas y te recuerdan que no puedes separarte de tu grupo.
Estas minas han sido explotadas sin interrupción desde el siglo XIII y todavía siguen produciendo sal de mesa. Su profundidad supera los 327 metros y su longitud, los 300 kilómetros, si bien el recorrido turístico no va más allá de los 3,5 kilómetros y únicamente se baja hasta los 135 metros, que tampoco está mal. Según desciendes, te van indicado a que profundidad te encuentras.
Fue Casimiro III quien, en el siglo XIV, impulsó el desarrollo de estas minas, construyendo incluso un hospital para atender a los mineros en 1363. Durante los siglos de su explotación se fueron añadiendo nuevas salas y galerías, a la vez que se incluían novedosas técnicas para que la extracción al exterior de la sal resultase menos penosa para los mineros. Esta evolución está explicada en diferentes paneles a lo largo del recorrido.
En 1944, los nazis trasladaron a miles de judíos a las minas para trabajar en una fábrica de armamento subterránea, pero duró poco tiempo. En 1978, las minas fueron catalogadas por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad.
Se baja por unas escaleras (a veces, también es posible descender algún tramo mediante un ascensor) que cuentan con unos 360 peldaños. Nos habían dicho que era muy cansado y claustrofóbico, pero tampoco nos lo pareció. A lo largo del recorrido, hay que descender otros cuatrocientos, aunque no todos seguidos, sino paulatinamente. En cualquier caso, es necesario llevar calzado cómodo y una chaqueta porque la temperatura interior es de unos 15 grados.
Una cosa que me llamó la atención fue lo bien acondicionado que está este sitio para la visita turística, demasiado, en mi opinión; aunque, claro, así son accesibles, algo que también hay que valorar. Lo cierto es que he entrado en otras minas y, en general, no tienen nada que ver. Aquí, los túneles son muy amplios y reforzados con madera, y el suelo está perfectamente nivelado. Más que por el sitio en sí, la claustrofobia puede venir por la afluencia de gente. En fin, sobre eso prefiero no opinar porque hay gente que lo pasa mal. Se puede hacer fotos en todo el recorrido -otra cosa es que salgan bien, que no fue mi caso-.
A lo largo del itinerario, van apareciendo personajes, unos conocidos para nosotros y otros no tanto, verdaderas esculturas talladas en sal casi siempre por los propios mineros. Uno de los que aparecen es, naturalmente, Nicolás Copérnico, que visitó las minas cuando tenía 20 años. En 1974, para celebrar el quinto centenario de su nacimiento, se realizó su estatua de sal.
Después, fuimos pasando por numerosas salas en las que pudimos ver figuras y composiciones, escenas completas hechas en sal. Llama la atención que el color sea negro en vez de blanco. Aunque la mina no empezó a explotarse hasta el siglo XIII, aparece la representación de un poblado neolítico y la recreación de una antigua leyenda sobre el origen de la mina. Según se asegura, una princesa húngara iba a casarse con un príncipe polaco. Como en Polonia la sal era escasa, ella pidió a su padre que la dote incluyese sal, para lo cual lanzó su anillo al interior de una mina de su país. Ya en Polonia, dijo a su prometido que excavara una mina cerca de Cracovia y allí, en Wieliczka, encontraron grandes cantidades de sal y… su anillo.
Otras representaciones muy conocidas son las de Santa Kinga, la mejor de las más de cuarenta capillas que hay en el interior de la mina. Esta sala es enorme y hasta las lámparas están hechas de sal. Data de 1896. Por supuesto, tampoco podía faltar la estatua de Karol Wojtyła, que visitó la mina tres veces. Aquí se celebran misas y también bodas y conciertos. Es, sin duda, la más impresionante de todas.
Otras salas interesantes son la cámara Michałowice, la del Lago Weimar, donde suena música de Chopin, y la del Ascensor Panorámico. Y tampoco faltan tiendas de recuerdos y un restaurante.
Al final, hay que hacer cola para coger los ascensores (en realidad son las jaulas que utilizaban los mineros reacondicionadas) y salir a la superficie. Y se hace en orden. Así que mejor no entretenerse más de la cuenta en la zona de tienda para no eternizarse porque las filas crecen a cada minuto.
En total, tardamos dos horas muy largas, casi tres, calculo. Y convinimos en que, aunque no nos arrepentimos de ir, ni mucho menos, no fue algo que, in situ, nos llamara muchísimo la atención. No sé, esperábamos algo diferente. Quizás influyó la gran cantidad de gente que hay dentro, lo que se convierte casi en una romería, la amplitud de los túneles y la exagerada explotación económica que, nos pareció, hay montada con las minas. En fin, como siempre, no deja de ser una opinión particular.