El sol se filtra entre las cortinas que cubren los cristales de la puerta (por supuesto, no hay persianas. Siempre me pregunto por qué este invento maravilloso no se exporta a otros países…..). Miro el reloj y apenas son las seis. Pero hoy nos espera un largo viaje, así que me obligo a levantarme de la cama.
Hace un frío horroroso. No hemos traído ropa de verano, pero tampoco de puro invierno, y cuando le digo a la recepcionista del hotel que no me esperaba tanto frío, me informa amablemente de que esa noche hemos alcanzado seis grados bajo cero.
- Pero este frío ya no va a durar mucho. En los próximos días desaparecerá. ¿Vais hacia el norte?
- No – respondo yo, tan feliz. – Hacia el sur.
- Oh. Pues entonces vais a pasar frío de verdad.
Menos mal que tenemos cuatro sacos (pienso yo, infeliz de mí…..).
El día anterior, los de la agencia de coches nos habían metido un poco de miedo en el cuerpo cuando les dijimos que al día siguiente íbamos al Fish River Canyon. Se echaron las manos a la cabeza, diciendonos que está muy lejos, que es un viaje muy largo para el primer día. Así que, como estamos con la mosca detrás de la oreja, desayunamos en un pis pas y nos ponemos al volante.
Pronto nos damos cuenta de que los temores de los de la agencia son más que infundados. Tenemos por delante alrededor de 600km, de los que algo más de 500 son por carretera asfaltada, y los últimos 100 por grava. Nuestro destino: el Fish River Canyon. El cañón más grande de África y el segundo más grande del mundo, sólo superado por el Cañón del Colorado; 160km de largo, 27km de ancho y, en sus partes más profundas, hasta 550m de profundidad.
El camino es sencillo y el paisaje se va haciendo cada vez más árido a medida que nos acercamos hacia el sur. Al principio, los grandes espacios abiertos nos dejan con la boca abierta, pero una vez nos acostumbramos, el paisaje no ofrece demasiados atractivos, para ser sinceros.

Paramos a comer en un área de descanso (las carreteras asfaltadas están plagadas de ellas). Disfrutamos de nuestro primer sándwich de pan de molde con Windhoek Salami (delicia culinaria que disfrutaremos día tras día las próximas tres semanas). Es casi mediodía, y aunque el cielo está despejado y luce un sol precioso, hace un frío de c******…. Esto pinta mal.
Me sigue embargando la sensación de no estar en África. Atravesamos algunas localidades de cierto tamaño para los estándares del país (Marienthal, Rehoboth), en las que vemos hileras de casas de planta baja alineadas, calles sin asfaltar y, muy de vez en cuando, grupos de gente haciendo autostop en las carreteras. Esta será una constante en el viaje, ver a gente esperando al borde de las carreteras, personas solas, familias enteras con niños pequeños, cargados de bultos y maletas, haciendo señas y esperando que alguien les lleve a su destino. Un ejercicio de paciencia, me supongo, teniendo en cuenta que, en largos tramos de rectas en las que no se distingue principio ni final, somos habitualmente el único coche a la vista.
Nos hubiese gustado acercarnos al volcán Brukkaros, que tan impactante se veía desde el avión el día anterior, pero por falta de tiempo decidimos seguir camino y desviarnos un poco antes de llegar a Keetmanshop para ver el Quivertree Forest y el Giant’s Playground.

Los Quivertree, Kokerboom o Aloe Dichotoma, son en realidad enormes plantas de aloe, que se dan sólo en Sudáfrica y Namibia. Se llaman así porque los san utilizaban sus ramas para hacer arcos, y actualmente están en peligro de extinción a consecuencia del cambio climático.
El llamado Quivertree Forest es una de las mayores concentraciones espontáneas de esta especie. Se encuentra en una granja privada, unos 14km al norte del Keetmanshop, y por una pequeña cantidad te dejan pasar a visitarlo.


Dentro de la misma granja, hay otra zona curiosa que se puede visitar por el mismo precio. Se llama Giant’s Playground, y es una zona en la que hay llamativas formaciones rocosas, fruto de la erosión, que parecen haber sido colocadas unas encima de las otras por algún gigante (de ahí el nombre….)

Tal vez podría dar para unas horas de paseo entre las rocas (la extensión es enorme), pero no vamos tan sobrados de tiempo y aún nos queda desandar el camino hasta la carretera asfaltada, y todo el camino hasta el camping de esta noche (más de 100km por grava). Así que nos vamos. Realmente, ninguno de estos dos sitios es muy espectacular. Nos quedamos pensando si no habría sido mejor elegir el volcán.
Además, el desvío hasta la granja por la carretera de grava nos lleva bastante tiempo. Y en cuanto alcanzamos la carretera de grava en dirección al Fish River Canyon, vemos que, efectivamente, hemos incurrido en un error de cálculo. Anochece a pasos agigantados (estamos bastante más al sur que ayer) y nos empieza a preocupar que se haga de noche antes de llegar al camping.
El paisaje se ha vuelto extremadamente árido, pero al fondo, las montañas cambian de color con el sol del atardecer, y son realmente bonitas. Vamos disfrutando, a pesar de la intranquilidad, y nos cruzamos con nuestros primeros bichos: algún avestruz, y los ubicuos springbooks (que están por todas partes, como pudimos comprobar más adelante).

Por fin, llegamos al camping, y nos enfrentamos por primera vez a la tienda. Está anocheciendo, y antes incluso de que se ponga el sol, el frío hace su aparición.
Es una pena no haber podido grabarnos desde fuera, porque seguro que ese día dimos un bonito espectáculo. No podemos abrir el chisme con el que cerraba la funda de la tienda (una especie de mosquetón de metal con dientes y una cuerda que, hablando en plata, era una mierda de sistema). No podemos abrir la puerta de la cubierta del pick up para subirnos encima y desplegar la tienda. Está inexplicablemente atascada. Todo lo que el día anterior, cuando lo habían hecho los de la empresa de alquiler, parecía tan fácil, resulta totalmente imposible para nosotros.
Cuando abrimos el maletero, nos enfrentamos a un infierno de polvo que había cubierto absolutamente todas nuestras cosas, y eso que apenas habíamos hecho camino por grava. Los sacos de dormir y la funda del colchón están indecentes, así como nuestras maletas (a pesar de haber comprado las recomendadas bolsas de basura, creímos que el primer día no serían necesarias, y claramente nos equivocamos).
Al terminar de pelearnos con la tienda, estamos helados de frío, llenos de polvo y un poco de mal humor. Pero, por fin, me siento en África


Cenamos en el restaurante de nuestro alojamiento, el Cañon Roadhouse. Un sitio muy curioso, y uno de los pocos en los que hemos cenado a la carta. A un precio razonable, y bastante bien. Ese día cenamos sopa de pollo (imprescindible para calentar los huesos) y compartimos de segundo deliciosa carne de springbook, y un filete de avestruz algo duro. Para nuestra sorpresa, tienen una cafetera expresso, y con algo de buena fe y mucha ilusión, pedimos dos capuccinos. Tienen buena pinta pero…. En fin. Creo que nos los bebimos porque estaban calientes.
Esta fue sin duda la peor de todas las noches. El intensísimo frío nos pilla totalmente desprevenidos, y a pesar de tener dos sacos cada uno, nos resulta totalmente imposible entrar en calor. No creo que durmiera más de dos horas en toda la noche, y al salir de la tienda por la mañana, tengo los pies y las manos entumecidas, la nariz morada y las orejas totalmente congeladas. Lo entiendo todo al ver la capa de hielo de un dedo de grosor que cubre la tienda de campaña. Nunca he visto en mi coche una helada tan grande ni en lo más crudo del invierno (y somos del norte).
Aparecemos a desayunar como dos almas en pena nada más dar las seis de la mañana. Creo que los del bar alucinan un poco cuando nos ven llegar. A pesar del mal café con leche fría (no encontramos un café decente en todas las vacaciones, pero es lo que toca), el desayuno es muy bueno, con bollería y pan caseros, recién hechos y todavía calentitos.
Aún nos queda otro mal trago: desmontar la tienda. Hace tanto frío que apenas podemos mover las manos, y tocar el chisme de hierro con el que cierra la funda de la tienda es una auténtica tortura. Pero, por fin, después de todo, comienza de verdad nuestro viaje. Ponemos rumbo al Fish River Canyon, que está a unos 30km del hotel.



Lo primero que nos sorprende es que el río lleva muy poco caudal. Es el río más más largo de Namibia, pero apenas se ve un hilillo de agua (o al menos eso parece desde arriba).
La parte abierta al público es bastante pequeña; hay un aparcamiento con una zona de paneles explicativos, y desde ahí sale un camino de unos tres kilómetros que puedes recorrer caminando por el borde del cañón, hasta un mirador. Hace bastante frío, a pesar del sol, pero decidimos caminar un poquito y las vistas merecen la pena. Y no hay mucho más que hacer. Desde aquí salen unos cuantos caminos, la mayoría muy pedregosos y sólo aptos para 4x4. El sitio es bonito, impresiona su tamaño y hay muy poca gente, lo que contribuye al encanto. Pero yo esperaba poder caminar más, acercarnos un poco más al fondo del cañón. Hemos planeado un día entero para esto, y recorrer los caminos que vemos a mano nos lleva poco más de un par de horas. Si tuviera que volver a planear el viaje, esta sería una de las cosas que cambiaría. Mereció la pena el viaje en coche hasta aquí, pero hubiese intentado ver algo más por el camino, porque el cañón en sí da, como mucho, para una mañana.
Paramos a comer en un mirador junto al cañón, y en ese momento me da por fijarme en las ruedas. Y descubro que la delantera derecha está mucho más baja que las demás.
Primer problema del viaje. No sabemos cómo ni donde, pero hemos pinchado una rueda. Seguramente, no hubiese pasado nada si hubiésemos conducido un poco más. Podríamos haber bajado hasta Ai-Ais, donde hay un camping y manantiales de aguas termales. Pero a mí se me han quitado las ganas de andar de paseo con una rueda pinchada, y aunque apenas es la una de la tarde, volvemos al camping.
Cambiar la rueda es una tarea “divertida”. El coche lleva dos ruedas de repuesto, una en el maletero y otra colgada de alguna forma en los bajos del coche, que en teoría se suelta con un gancho. Intentamos utilizar esta, por no andar sacando todo lo del maletero (sillas, mesa, trastos, maletas) para llegar a la otra. Error. La verdad es que cuando nos dieron el coche, no hicimos mucho caso de las explicaciones de cómo sacar la rueda de su sitio, y nos resulta imposible. Perdemos un rato larguísimo intentando soltarla, enganchamos el gancho y luego somos incapaces de sacarlo…. Al final, lo dejamos por imposible y vaciamos el coche para sacar la otra rueda. Cuando terminamos, estamos cansados, de mal humor y muy sucios. Pero, a pesar de todo, somos optimistas. Hemos tenido suerte de pinchar hoy, porque hemos podido perder dos horas con esto.
Nos sobra media tarde, así que nos damos unas vueltas por el lodge, tomamos unas cervezas y sacando fotos del sitio, que es bastante pintoresco. Uno de los que más nos ha gustado de todo el viaje.

La cena de hoy vuelve a ser apetitosa (tomates rellenos de queso feta, springbook y órix). Parece que hace menos frío, y al volver a la tienda, nos detenemos a mirar las estrellas. El cielo de Fish River es uno de los más impresionantes que hemos visto en todas las vacaciones; en ningún otro sitio hemos visto tantas estrellas, y hemos podido seguir el trazado de la Vía Láctea con tanta nitidez. Lástima del frío, porque estar allí, en silencio, a oscuras, con la vista levantada hacia el firmamento, tenía algo de mágico.