Amanece y me voy a dar un paseo con la cámara. Me siento con esa autoconfianza del aventurero. ¡Hoy va a ser un gran día!
En el bolsillo llevo los pasteles que compramos en un supermercado de Swakopmund y que no hay quien les hinque un diente porque está duros como una piedra.
Dejo caer un trozo y, de un pisotón, lo convierto en miguitas. Espero a unos metros y pronto acudan los pajarillos: gorriones del cabo, dos clases de estorninos (el pálido y el brillante), tejedores (sociable y el de pecho negro) y, por último, un tímido tucán de cola roja. Me entretengo en hacer las fotos hasta que acuden los niños que han descubierto mi escapada, acuden con sus cámaras y se meten en medio.
Aunque los pájaros no se escapan están inquietos por esos pequeños monstruos atosigadores, que los persiguen intentando echarles comida en trozos cada vez más grandes. Tiene su lógica: cuanto más grande es el cebo, más grande es la presa. Como sigan así, algún trozo podría atraer a los buitres.
Suena el teléfono y es Arthur qué pregunta si vamos a ir a buscar elefantes. Reconfirmo el precio y le digo que adelante, estamos dispuestos para la búsqueda de los elefantes del desierto.
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Los elefantes del Desierto Solo quedan unos 1000 elefantes del desierto en el mundo, repartidos entre dos países: Mali (casi extintos) y Namibia. Al igual que sus hermanos de sábana su población está en claro retroceso, pero siendo aún más delicada en su caso por lo reducidas que son sus poblaciones. En realidad los elefantes del desierto se diferencian de sus primos de sabana por sus costumbres, su capacidad para encontrar agua, su memoria para encontrar los lugares y alimentos en un entorno tan hostil. Los grupos familiares están formados por hembras (normalmente con varias hermanas y tías adultas) y adolescentes o bebes. Los machos suelen llevar un vida solitaria y solo se acercan a las familias para aparearse. La matriarca juega un papel muy importante para la supervivencia de la familia, pues es la que guarda en su memoria los lugares donde se puede encontrar los alimentos y agua, desde tiempos remotos. Recorren enormes distancias para evitar muchas veces de noche, agotar los recursos de una zona y, también a diferencia de sus familiares de sabana, tratan a las plantas de las que se alimentan con cuidado, intentando no dañarlas en exceso, para poder volver al lugar pasado unos meses y seguir encontrando alimento. Bueno finos, finos tampoco son... Yo no los invitaría a mi jardín. Físicamente, la mayor diferencia es la planta de sus patas que es más ancha que la de los elefantes normales, adaptada para no hundirse en terrenos blandos. Su relación con las poblaciones locales, no siempre ha sido fácil, pero parece que ha mejorado con la concienciación de las comunidades. La excursión para ir a ver los elefantes suelen durar entre 4 y 6 horas, depende de donde estén en la cuenca del Huab. Normalmente en la zona de De Riet, hay muchas probabilidades. Pero nunca está asegurado en contrarlos al 100%. |
Recogemos al guía en la puerta del Centro de Visitantes de Twyfelfontein y tomamos camino a De Riet. Pasamos frente a un bonito Lodge, encastrado en la montaña, el Twyfelfontein Country Lodge, donde teóricamente podríamos haber comido anoche.
De pronto sale nuestra pista hacia la izquierda es una pista con tramos de arena que nos obliga en alguna ocasión a meter el 4x4, que todavía ni siquiera habíamos utilizado. Es camino para todoterreno, dudo que un coche a dos ruedas pueda pasar alguno de lo s tramos.
Arthur, que se ha puesto como copiloto, hace indicaciones con suaves gestos de manos de que pista hay que ir tomado. Nos cruzamos con varios vehículos con turistas locales, una familia de kudus (antílopes del tamaño de una vaca mediana), algunos avestruces, cebras… pero todos se mantienen lejos, y nosotros hoy vamos a elefantes. Las únicas que no nos tiene miedo son unas vacas hostiles que no nos quieren dejar pasar.
El paisaje es bonito y en varias ocasiones pasamos el terreno de diferentes colores con una vegetación extrema. El blanco de algunas hierbas contrasta aún más con el negro de la tierra probablemente de origen volcánico.
Llegamos al poblado De Riet, una aldea en el cauce del río Huab y en el borde del área de Conservación de Torra, una subsección interior y montañosa, de la Costa de los Esqueletos. A la entrada del pueblo hay un cartel que indica De Riet Rest House… hasta aquí llega ya el turismo.
Tras un largo saludo, el guía pregunta a una señora por los elefantes y nos dicen que río abajo.
Seguimos bajando por una pista cada vez más arenosa entre árboles (ana tree) con semillas en forma de vaina retorcida, que sirven de alimento tanto para elefantes como para el ganado de los pastores. De vez en cuando nos cruzamos con una caca de elefante un grupito de bolas cada una del tamaño de un balón de balonmano. También se observan los estragos de los elefantes sobre las ramas de arbustos y árboles.
Paramos junto a una pickup donde las familias están recogiendo bajo la sombra de un árbol semillas para los animales domésticos. Los elefantes acaban de pasar por aquí nos indica más o menos para dónde han ido.
Seguimos la pista río abajo y a unos 10 o 5 minutos nos encontramos con la primera familia, qué ramonean junto a la orilla del que fue un día río.
La vista es perfecta hay varios adultos se supone que todos hembras algunos adolescentes y bebés elefante. Bajamos los cristales y paramos el motor. Nos quedamos casi en silencio. Tan en silencio qu ea veces se escuchan los codazos entre el niño y la niña, para hacerse con un poco más de espacio en la ventanilla trasera.
La que toma las decisiones dentro de la familia de elefantes es la matriarca de grupo. Los demás le siguen allí donde vaya. De vez en cuando se paran a recoger tierra del suelo y espolvorear arena sobre sus espaldas formando nubes de polvo. Es un modo de protegerse del sol y de los insectos.
Bajamos un poquito más por el río y no encontramos con una segunda familia o parte de la primera. Hay una gran hembra, una cría y dos adolescentes. La cría se deja caer por el terraplén y pasa cerca de nosotros. La madre cuando observa la proximidad, se dirige a nosotros advirtiendonos de su poderío. Los elefantes son animales que no dudan en embestir a un vehículo sí sienten amenazados a sus crías.
Nosotros permanecemos más o menos inmóviles y sin hacer ruido, excepto por Antonio que cuando miro para atrás, veo que anda con su cámara, empeñado en hacerse un selfie con los elefantes. Con 7 años hacen falta pruebas para que tus compañeros de clase se crean que has vivido una aventura como esta.
Dejamos un poco a la familia de lado y observamos cómo se acerca un macho por la otra orilla del río. El guía nos advierte de la peligrosidad del animal.
Miro la hora y veo que se nos está haciendo tarde, así que decimos a nuestro guía que va siendo hora de volver. El se sorprende y nos dice: ¿Ya está? Sí ya. ¿Otra vez creándonos dudas? Volvemos con la impresión de que nos falta por ver algo. No hay nada mejor que una duda bien planteada en el último momento para minar autoconfianza.
A la vuelta vamos un poco más rápido porque ya conocemos el camino coma pero en algunos sitios damos unos cuantos botes porque la carretera es ondulada y está dañada. Paramos a hacer algunas fotos y a perseguir a unos avestruces.
Dejamos de nuevo nuestro y en el Centro de Visitantes y le pagamos los 400 dolares namibios que habíamos estipulado y le dejamos otros 20 de propina.
Estamos plenamente satisfechos de nuestra mañana. Ha sido toda una aventura y conseguimos nuestro objetivo, ver los elefantes del desierto.