Nos levantamos a las 05.30h, ansiosos por comenzar. A las 06.00h nos recogían en el hostal en una furgoneta. Dentro ya había una pareja de argentinos. Hicimos un tour por los hoteles de la ciudad recogiendo al resto de compañeros con los que compartiríamos el camino, 12 en total.
Todos a bordo, nos dirigimos hacia Ollantaytambo pueblo donde pararíamos a desayuna (no incluido) y a hacer las compras de última hora. Tardamos aproximadamente 1 ½ h llegar a la plaza del pueblo. Nosotros prescindimos del desayuno ya que los del Piccola Locanda de Cusco nos habían preparado un picnic (zumo, galletas y una fruta) y aprovechamos para pasar a la tiendecita a aprovisionarnos de agua, chocolate, galletas y frutos secos por 24 soles. En este minimarket también tenéis oportunidad de comprar linternas, pilas o bastones (que también se pueden alquilar con la agencia).
Compramos un par de botellas de agua ya que nos habían indicado que hasta el final del segundo día no nos facilitarían agua hervida (para la que no son necesarias las pastillas potabilizadoras). Aun así, durante ese primer día y medio se encuentra gente local que vende todo tipo de avituallamiento. Es algo más caro pero también se contribuye a que esta gente tenga unos ingresos extras con los que poder subsistir.
A los que no desayunamos (nosotros y una pareja mayor de holandeses), la espera se nos hizo un poco pesada. Una hora larga después de haber llegado, volvíamos a subir al autobús con destino a Piscacucho.
Allí bajamos del autobús, nosotros y nuestras mochilas. En la zona había alguna caseta, un baño y una explanada en la que extendieron plásticos y sobre los que poner todo el material. El equipo que nos acompañaría compuesto por 15 personas en total (porteadores, cocinero y 3 guías para sólo 12 turistas) se presentó diciendo su nombre y su edad. Había algún porteador bastante mayor, rozando los 60, que de forma esporádica compaginaba este tipo de trabajo con la agricultura para sacar algo de dinero extra para su familia.
Se procedió a pesar los equipajes de las personas que habían contratado porteadores. A pesar de la insistencia de nuestro guía, nosotros decidimos cargar con nuestras mochilas, aunque después de haberlas pesado por curiosidad, nos asustamos un poco. “D” llevaba 14 kilos a las espaldas y yo 7 y eso cargando sólo con lo imprescindible: saco de dormir, una camiseta para cada día, un pantalón de repuesto, ropa interior, calcetines, protección solar y agua.
Llegó el momento.
Cargamos las mochilas a las espaldas y empezamos a caminar hasta el puesto de control donde nos sellarían la documentación. ¡Ojo! Es obligatorio llevar el pasaporte. Es más, en este punto de entrada al Camino Inca pueden poneros un sello de recuerdo. Y un consejo, dosificad las fotos ya que no hay luz eléctrica en ningún campamento, sólo el último día, si funcionan las placas solares.
A las 11 de la mañana comenzaba nuestro camino. Para hoy estaba previsto recorrer unos 11km en aproximadamente unas 6 o 7h ascendiendo de los 2750m a 3000 (algo light). No sé si la emoción o que realmente estábamos en mejor forma física de la que esperábamos, el recorrido fue cómodo a pesar del peso.
En este tramo el camino es de tierra y alguna piedra y vegetación compuesta de hierba y pequeños arbustos. Brilla el sol y a los 5 minutos de comenzar la caminata ya estamos sudando. Suerte que llevamos camisetas viejas que iremos desechando cada día, así aligeramos equipaje y no cargaremos con ropa mojada y con olor a tigre durante días.
Hacemos un alto del camino para fotografiar el complejo arqueológico de Llactapata, junto al río Urubamba, en el que se aprecia un sistema de terrazas de cultivo. Rosel, nuestro guía explica con soltura en inglés y en español.
Sobre las 14h llegamos a la explanada donde los porteadores han montado ya la tienda con sillas y mesas que nos servirá de comedor. Tanto el material como la comida, que se suele componer de una sopa y carne, son perfectos. En este lugar coincidimos con otros grupos, hay alboroto pero el sitio es bonito para relajarse un rato, hay canales con agua, baños públicos y un baño privado, en mejor estado, previo pago de 1 o 2 soles. Después de la comida, tenemos tiempo para estirarnos un rato en la hierba. Aún nos esperan 3 horas más de caminata hasta el campamento donde dormiremos.
Los porteadores aún están recogiendo todo el material cuando nosotros continuamos la ruta. Eso no les impide adelantarnos al cabo de poco tiempo. A pesar de su edad y de la carga que llevan, están acostumbrados al recorrido y a la altura que a nosotros nos deja sin aliento.
Digamos que hoy es un día de entrenamiento. Pensábamos que estaríamos en peores condiciones físicas pero, tras una chica inglesa que ahora vive en Bolivia y un jovencito americano, somos los siguientes en llegar a cada sitio y nos toca esperar al resto del grupo (aunque esos descansos se agradecen).
A las 17h llegamos al campamento y todo está ya perfectamente montado. Esta zona no es otra cosa que una explanada en la parte trasera de una casa familiar. El gobierno obliga a la gente local a acondicionar estos espacios y a mantener el baño en buenas condiciones sin recibir nada a cambio por lo que comprarles cualquier alimento o bebida puede ayudarles.
Nos asignan nuestra tienda de campaña. Está muy nueva y es espaciosa. Extendemos los sacos de dormir y al momento nos traen un barreño con agua para que nos aseemos.
En la tienda-comedor nos esperan unos tés de coca, infusiones, bebida de cacao y palomitas. El guía nos felicita ya que hemos superado el primer día con buena nota y muy buenos tiempos.
Un rato después nos sirven la cena, tan rica como la comida. Nos enseñan cómo se prepara un pisco sour que nos dan a probar y Rosel nos explica cómo será la jornada del día siguiente y nos vuelve a aconsejar coger un porteador, al menos para ese día. “D” no está muy por la labor ya que hemos subido bien esta primera parte, aunque la espalda está algo resentida.
Aquí anochece pronto. A las 20h cuando nos retiramos es noche cerrada y las estrellas parecen estar tan cerca que casi las puedes tocar. Somos el único grupo que ha acampado en esta zona y sólo se escucha el silencio.
En ninguna parte del camino hay luz eléctrica, así que tenemos que lavarnos los dientes en una pila y con linterna.
Volvemos a la tienda donde nos espera nuestros sacos de plumón. Son de estilo momia, están nuevos y limpios y, para ser aún más higiénicos, te facilitan una especie de saco de franela individual para que lo metas dentro. Yo dormí con el forro polar pero he de decir que casi pasé calor.
Se duerme bien y no se pasa frío en estas tiendas. La única pega fueron mis problemas intestinales que apenas me dejaron pegar ojo. Además, nos habían comentado que si debíamos levantarnos por la noche o a primera hora de la mañana, debíamos hacerlo lentamente para no marearnos, ya que al amanecer hace muchísimo frío y la altura y la temperatura pueden afectarnos.
Unas cuantas horas después y dos pastillas antidiarreicas me pusieron a tono para la siguiente jornada.
Todos a bordo, nos dirigimos hacia Ollantaytambo pueblo donde pararíamos a desayuna (no incluido) y a hacer las compras de última hora. Tardamos aproximadamente 1 ½ h llegar a la plaza del pueblo. Nosotros prescindimos del desayuno ya que los del Piccola Locanda de Cusco nos habían preparado un picnic (zumo, galletas y una fruta) y aprovechamos para pasar a la tiendecita a aprovisionarnos de agua, chocolate, galletas y frutos secos por 24 soles. En este minimarket también tenéis oportunidad de comprar linternas, pilas o bastones (que también se pueden alquilar con la agencia).
Compramos un par de botellas de agua ya que nos habían indicado que hasta el final del segundo día no nos facilitarían agua hervida (para la que no son necesarias las pastillas potabilizadoras). Aun así, durante ese primer día y medio se encuentra gente local que vende todo tipo de avituallamiento. Es algo más caro pero también se contribuye a que esta gente tenga unos ingresos extras con los que poder subsistir.
A los que no desayunamos (nosotros y una pareja mayor de holandeses), la espera se nos hizo un poco pesada. Una hora larga después de haber llegado, volvíamos a subir al autobús con destino a Piscacucho.
Allí bajamos del autobús, nosotros y nuestras mochilas. En la zona había alguna caseta, un baño y una explanada en la que extendieron plásticos y sobre los que poner todo el material. El equipo que nos acompañaría compuesto por 15 personas en total (porteadores, cocinero y 3 guías para sólo 12 turistas) se presentó diciendo su nombre y su edad. Había algún porteador bastante mayor, rozando los 60, que de forma esporádica compaginaba este tipo de trabajo con la agricultura para sacar algo de dinero extra para su familia.
Se procedió a pesar los equipajes de las personas que habían contratado porteadores. A pesar de la insistencia de nuestro guía, nosotros decidimos cargar con nuestras mochilas, aunque después de haberlas pesado por curiosidad, nos asustamos un poco. “D” llevaba 14 kilos a las espaldas y yo 7 y eso cargando sólo con lo imprescindible: saco de dormir, una camiseta para cada día, un pantalón de repuesto, ropa interior, calcetines, protección solar y agua.
Llegó el momento.

Cargamos las mochilas a las espaldas y empezamos a caminar hasta el puesto de control donde nos sellarían la documentación. ¡Ojo! Es obligatorio llevar el pasaporte. Es más, en este punto de entrada al Camino Inca pueden poneros un sello de recuerdo. Y un consejo, dosificad las fotos ya que no hay luz eléctrica en ningún campamento, sólo el último día, si funcionan las placas solares.


A las 11 de la mañana comenzaba nuestro camino. Para hoy estaba previsto recorrer unos 11km en aproximadamente unas 6 o 7h ascendiendo de los 2750m a 3000 (algo light). No sé si la emoción o que realmente estábamos en mejor forma física de la que esperábamos, el recorrido fue cómodo a pesar del peso.


En este tramo el camino es de tierra y alguna piedra y vegetación compuesta de hierba y pequeños arbustos. Brilla el sol y a los 5 minutos de comenzar la caminata ya estamos sudando. Suerte que llevamos camisetas viejas que iremos desechando cada día, así aligeramos equipaje y no cargaremos con ropa mojada y con olor a tigre durante días.
Hacemos un alto del camino para fotografiar el complejo arqueológico de Llactapata, junto al río Urubamba, en el que se aprecia un sistema de terrazas de cultivo. Rosel, nuestro guía explica con soltura en inglés y en español.

Sobre las 14h llegamos a la explanada donde los porteadores han montado ya la tienda con sillas y mesas que nos servirá de comedor. Tanto el material como la comida, que se suele componer de una sopa y carne, son perfectos. En este lugar coincidimos con otros grupos, hay alboroto pero el sitio es bonito para relajarse un rato, hay canales con agua, baños públicos y un baño privado, en mejor estado, previo pago de 1 o 2 soles. Después de la comida, tenemos tiempo para estirarnos un rato en la hierba. Aún nos esperan 3 horas más de caminata hasta el campamento donde dormiremos.
Los porteadores aún están recogiendo todo el material cuando nosotros continuamos la ruta. Eso no les impide adelantarnos al cabo de poco tiempo. A pesar de su edad y de la carga que llevan, están acostumbrados al recorrido y a la altura que a nosotros nos deja sin aliento.
Digamos que hoy es un día de entrenamiento. Pensábamos que estaríamos en peores condiciones físicas pero, tras una chica inglesa que ahora vive en Bolivia y un jovencito americano, somos los siguientes en llegar a cada sitio y nos toca esperar al resto del grupo (aunque esos descansos se agradecen).
A las 17h llegamos al campamento y todo está ya perfectamente montado. Esta zona no es otra cosa que una explanada en la parte trasera de una casa familiar. El gobierno obliga a la gente local a acondicionar estos espacios y a mantener el baño en buenas condiciones sin recibir nada a cambio por lo que comprarles cualquier alimento o bebida puede ayudarles.
Nos asignan nuestra tienda de campaña. Está muy nueva y es espaciosa. Extendemos los sacos de dormir y al momento nos traen un barreño con agua para que nos aseemos.

En la tienda-comedor nos esperan unos tés de coca, infusiones, bebida de cacao y palomitas. El guía nos felicita ya que hemos superado el primer día con buena nota y muy buenos tiempos.
Un rato después nos sirven la cena, tan rica como la comida. Nos enseñan cómo se prepara un pisco sour que nos dan a probar y Rosel nos explica cómo será la jornada del día siguiente y nos vuelve a aconsejar coger un porteador, al menos para ese día. “D” no está muy por la labor ya que hemos subido bien esta primera parte, aunque la espalda está algo resentida.
Aquí anochece pronto. A las 20h cuando nos retiramos es noche cerrada y las estrellas parecen estar tan cerca que casi las puedes tocar. Somos el único grupo que ha acampado en esta zona y sólo se escucha el silencio.
En ninguna parte del camino hay luz eléctrica, así que tenemos que lavarnos los dientes en una pila y con linterna.
Volvemos a la tienda donde nos espera nuestros sacos de plumón. Son de estilo momia, están nuevos y limpios y, para ser aún más higiénicos, te facilitan una especie de saco de franela individual para que lo metas dentro. Yo dormí con el forro polar pero he de decir que casi pasé calor.
Se duerme bien y no se pasa frío en estas tiendas. La única pega fueron mis problemas intestinales que apenas me dejaron pegar ojo. Además, nos habían comentado que si debíamos levantarnos por la noche o a primera hora de la mañana, debíamos hacerlo lentamente para no marearnos, ya que al amanecer hace muchísimo frío y la altura y la temperatura pueden afectarnos.
Unas cuantas horas después y dos pastillas antidiarreicas me pusieron a tono para la siguiente jornada.